‘Palm Springs’, o la rutina y el absurdo

Una cabra observa, durante un temblor, como se abre la tierra. Brilla el magma subterráneo como las puertas doradas del infierno. La música incidental invita a la relajación del cuerpo y al disfrute estético del espectáculo de la naturaleza. Se escucha una susurrante voz que dice: “Despierta”. 

Y, Nyles, abre los ojos.

Está hastiado, deprimido. Se le nota en el rostro y en la voz. Cada acción es un paso rutinario, una marca en la lista de rituales diarios que deben ser cumplidos. La palomita apresurada que traza el bolígrafo en la lista de la compra.

La vida es ese tedio. Es levantarte, desayunar, salir a la calle, moverte, regresar, dormir. Hasta que un día mueres. Es el absurdo total, y para engrandecer el absurdo, algunos desean que sea eterna. 

Pues, para Nyles, la vida es así, eterna. 

Este es el punto de partida de Max Barbakov en su ópera prima Palm Springs, una película existencial disfrazada de comedia romántica. La premisa del loop temporal ya ha sido utilizada en el cine y la familiaridad del público con este tema permite al guionista Andy Ciara redactar su historia yendo al meollo del asunto. Hay ejemplos de la utilización de este recurso ficcional para una obra orientada al mejoramiento personal, a la idea del regalo bendito que te permite un tiempo ilimitado en el que desarrollarte y mejorar como persona con el propósito de alcanzar el amor (Groundhound Day), ayudar al prójimo y a la vez a ti mismo (Russian Doll) o vencer al enemigo (Feliz día de tu muerte). 

En cada una de las variantes mencionadas, el loop temporal tiene un sentido reivindicador; en Palm Springs no hay sentido alguno. Esta ausencia de una significación para la incursión de los personajes en un ciclo repetido es lo que hace interesante al audiovisual y, a la vez, lo arroja a uno al sinsentido de la vida, de la inmortalidad y con ello, al absurdo.

¿Y si tuviéramos la oportunidad de ser eternos?

El áspero miedo a la muerte condiciona la respuesta a bocajarro. Sin pensarlo dos veces y con las prisas de una respuesta rápida, todos hemos deseado serlo. Despreocuparse de una vida finita abre un campo inmenso de posibilidades. Pero todo tiene condicionantes: la temporalidad de un día y no de toda una vida. Es una oferta de rebajas, con toda su trampa: todo lo que puedas hacer, pero solo por hoy. Tener la posibilidad de detener el tiempo y sacarle todas las ventajas al día es una idea placentera, siempre que conlleve a algún fin o haya alguna manera de romper el ciclo cuando se ha cumplido el objetivo. La supuesta ventaja de la eternidad solo es funcional cuando tiene un propósito determinado; una vez ausente el propósito, el supuesto paraíso se transforma en infierno.

Es un infierno determinado por las circunstancias. Todo lo realizable se encuentra enmarcado en las 24 horas del día y, por consiguiente, por el espacio que pueda recorrerse en este tiempo. Esta delimitación entronca con la posibilidad de acciones a realizar. ¿Cuántas actividades novedosas se pueden realizar bajo estas limitantes? Una vez eliminada la novedad, todo es el mismo ciclo infinito que se repite incesantemente y que convierte todo en rutina, sinsentido. 

Se cruza una pregunta en el camino: ¿cuál es el sentido de la vida? Que la respondan los Monty Python.

Quizás la idea más interesante que desarrolla la película está en las maneras de afrontar el sinsentido. Por una parte, está Nyles, cuyo propósito es hacer la repetición lo menos dolorosa posible, la resignación ante un destino que conoce en todos sus aspectos, pero cuya terminación no puede controlar. 

Por otra, Roy Schlieffen, encarnado por J.K. Simmons, quien asume dos posiciones a lo largo de la trama. Primero, la toma de venganza hacia Nyles por la pérdida de su vida pasada. Esta actitud se racionaliza en la medida en que se vuelve un objetivo: la creación de un enemigo que justifica el accionar a la vez que establece un propósito para la repetición. Este acto falsea cualquier posibilidad de un plan superior comandado por una fuerza divina, es tan solo un autoengaño, una ficción desarrollada por sí y para sí, para justificar un comportamiento complejo que bajo otras circunstancias no podría llevarse a cabo. Y es que también la facultad de no morir da rienda suelta a las bajas pasiones. Justificables por la deshumanización que trae el volver a revivir el mismo proceso una y otra vez, donde cada elemento cumplirá la misma función, avanzará bajo la misma mecanicidad y solo cambiará su desempeño a partir del accionar que realices sobre él. 

Hay que añadir también la liberación espiritual que conlleva que las víctimas no recuerden nada al otro día; por tanto, las acciones dentro del ciclo no poseen ninguna consecuencia salvo para las personas que tengan conciencia de encontrarse en el mismo proceso. Contra estas últimas, toda actuación será deliberada y responderá a la cuestión del plan personal.

La segunda posición es un seize the day que le permite reconvertir el infierno en un paraíso íntimo, un lugar donde disfrutar, una y otra vez, de su familia, aunque con el constante recordatorio de que jamás verá a sus hijos crecer y desarrollarse. Tampoco los verá morir. Esta actitud es otra variante de la resignación, si no puedes con tu enemigo únete a él. Y si es posible, gózalo. 

Otra manera es encarnada por el personaje femenino del filme: Sarah Wilder, interpretado por Cristin Millioti. En ella, la confrontación es la indetenible búsqueda de una salida del loop. La vida fuera de este ciclo repetitivo no era perfecta, pero repetir interminablemente el día de la boda de su hermana es un castigo demasiado severo. Es el mismo enfrentamiento, desde la pasividad o desde la actividad, desde un posicionamiento propositivo o uno reactivo. La solución está en la elección y esa elección sería la única posibilidad de sentido. 

Las contraposiciones entre estas variantes de afrontar el sino personal contribuyen a la narración de la película. Roy se dedica a recordarle a Nyles que este es el culpable de su situación; mientras tanto, Sarah funciona de aliciente para nuestro protagónista. Ella es la savia nueva que rejuvenece el panorama. El aliciente de una persona para repartir la culpa, para evitar la soledad. Es un escape fácil hacia la alienación. 

Y no es que Nyles no tuviera compañía, está encerrado en una boda interminable. Cada asistente a la boda es partícipe de la desmemoria colectiva. Al otro día se reinicia todo y cualquier relación personal establecida el día anterior queda en el olvido. Nyles está condenado a la repetición incesante de comportamientos y reacciones, a contribuir a un ciclo único que no le aporte nada más que satisfacciones efímeras y, lo peor, no puede olvidar.

Quizás la memoria sea el peor pecado de este infierno. La posibilidad de olvidar descentraría el proceso. Si la vida se reiniciara con el ciclo, como los goldfish, todos serían felices. Típica frase: la ignorancia trae la felicidad.

Borges, en su cuento El inmortal, explicita el sentido desde la desmemoria. Es tan largo el camino del que no puede morir, que olvida quien fue, de dónde viene o qué hace. La larga línea temporal se enreda y superpone. Quien fuiste una vez no lo recordarás, y llegará el momento en que no serás nada.

A Nyles le sucede lo mismo. Ha pasado tanto tiempo que ya no recuerda qué quería. El loop se ha convertido en parte de sí mismo y su libertad se encuentra en el acto de fundirse con él. Solo con la llegada de Sarah se torna diferente el panorama. La novedad es lo que dota de sentido al proceso, lo que hace que este personaje se distancie. Pero aquí entra en función otra variante: ¿cómo salir de la zona de confort?

La repetición permite establecer el control total sobre las circunstancias. La vida se domina hasta sus extremos, nada sale de las probabilidades de control. A eso, sumar la imposibilidad de morir, la constancia de la eternidad, hace difícil abandonar el territorio conocido. Se instaura el síndrome de la mediocridad sin ninguna variante ambivalente. El dominio de todas las expectativas subsume las posibilidades del avance o el desarrollo, se precipita la modorra que supone no arriesgar nada, no apostar por lo bueno o lo malo. A la vez, es una muerte lenta, un deterioro físico y mental que antecede al cadáver expuesto en la tierra. La sangre se ralentiza hasta espesar, forma coágulos, vuelve al cuerpo una estatua humana. 

Es una estrategia de la muerte, una muerte que está más allá de la ausencia física. Una muerte cáustica que consume lentamente, que no lo parece por ocultarse tras un velo de vida “significativa”. La ausencia de su reconocimiento obnubila y extiende hasta el infinito la misma repetición. Caes rendido por cansancio y no sabes en qué momento te dieron el golpe fatal. No controlas nada, te atienes al laissez faire y a la conversión de la fantasmagoría, pero ¿quién es el valiente que se atreva a abandonar el terreno ganado?

La mortalidad consciente dota de sentido a la vida. La longevidad controlada por la voluntad propia, con la posibilidad de elegir cuándo debe o se quiere terminar, sería el remedio apetecible. La eutanasia como culmen y última voluntad de la experiencia humana. Pero ese, es otro tema.


© Imagen de portada: Palm Spring (Max Barbakov, 2020). Fotograma.




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