La próxima semana estará disponible en todas las plataformas digitales el track “Arrímate”, de Vanito Brown, con la participación vocal y autoral de Niuver, las percusiones de Alfredo Chacón y las guitarras de Elmer Ferreira.
Desde que la conoció en París en 2012, Vanito siempre quiso grabar con Niuver. También esperaba la oportunidad de poder trabajar con Yadam González, a cargo de la producción y los arreglos.
Miami es la ciudad donde Vanito ha podido realizar ambos sueños.
Vamos a empezar por el final. ¿Proyectos actuales en los que estás trabajando?
“Arrímate” es el primer tema de una serie de singles en producción. Por lo pronto, se trata de una serie de temas que, compilados, integrarían un EP, que es un álbum con menor cantidad de canciones. Acabo de firmar contrato con el sello musical Puntilla para su distribución. No puedo sentirme más dichoso y agradecido.
Creo que he logrado ese sonido que vengo buscando desde “Divino Guion”, del álbum 24 Horas, y “Son iguales”, del Boomerang. Espero que a la gente le guste tanto como a mí. Que, si no fuera porque ya es mío, me lo comprara.
¿Recuerdos y experiencias de aquellos primeros conciertos en Miami, antes de establecerte?
A Miami la amé a primera vista, como mismo me sucedió con Buenos Aires y Madrid. Por su clima y su gente, que no es solo cubana, como se cree afuera y aún aquí adentro.
La primera vez fue en el año 2003 y veníamos de repletar el Salón Rosado de la Tropical en La Habana. Después del recibimiento del público en las dos primeras presentaciones, en el Coconut Grove Play House, en el Miami Dade County Auditorium en 2007, y en el American Airlines Arena junto a Willy Chirino en 2009, ya me podían quitar lo bailado.
¿La decisión de establecerte en Miami?
En Europa, desde 2008, la cosa se fue tornando hostil para la música y la cultura en general. Jamás hice mayor cantidad de presentaciones en solitario y, sin embargo, jamás me había alcanzado menos el dinero.
En España vi cómo las discográficas y editoriales empezaban a contratar a muchachitos que estaban más interesados en presumir de foto de portada que en cobrar por su arte. De pronto había que pagarles a los locales para poder tocar. Ley de vida, pero muy distinto a lo que encontré en 1996.
Trabajé durante tres años un disco en solitario y al cabo: “Buen disco, pero Vanito es extranjero, negro, calvo… Mejor llévate esto a América”, le dijo un A&R al productor, con quien tampoco pude llegar a un acuerdo después de eso.
Fui a La Habana en 2011 a grabar un concierto en vivo con Habana Abierta y luego, en 2013, a producir mi disco en solitario Norte, Sur, Este y Aquel.
En marzo de 2014 había un concierto previsto con Interactivo aquí en Miami. Pedí una visa de diez días y me concedieron una visa de trabajo por seis meses, y otra familiar por cinco años.
Por ese tiempo, en ese ir y venir a La Habana, robaron en mi casa, al parecer usando “burundanga” porque mi mujer no se enteró de nada. Se llevaron casi todo, menos su boleto de viaje y su pasaporte.
Nadie vio, nadie supo nada. De regreso a Madrid, hicimos escala de unas semanas en Miami, donde tenía una presentación, y mi mujer me propuso quedarnos a vivir aquí.
Era la segunda vez que me perdía el lanzamiento de un disco mío en Cuba. La primera vez con Lucha Almada, cuando me fui por cuatro meses a Ecuador y no regresé hasta siete años después.
¿Cómo sabes que Miami es el lugar?
Mi hija menor, Aiyana, que me tiene bobo-loco-tonto-chocho, o algo así, nació en Miami. Esa fue la señal clara y hermosa de un nuevo comienzo. Me falta tener cerca al varón, que viene músico y actor, y quiero traerlo porque con su edad y su talento creo que es buen lugar para él.
Cuéntame de tu infancia.
Nací en Palma Soriano, en 1967, el día de los enamorados. Soy el menor y el único de los cuatro hermanos que no nació en La Habana: Ulises, Isel, lleana y yo.
La casita donde nací se cayó con un ciclón y entonces mi papá resolvió otra, en la calle Quintín Banderas. Tenía un patio pequeño, que me parecía enorme, y un tanque con algas y peces también enorme. Quedaba muy cerca de la estación de trenes, que pasaban todo el tiempo de un lado al otro, con ese ruido característico.
Cuando cumplí 3 años, nos mudamos a La Habana. Los primeros meses vivimos en La Víbora, con mis tíos Juana y Rolando, y mis primos Rolando y Marisela.
Mi papá tenía doce o trece hermanos, los Caballero, de Palma Soriano. Tengo un montón de primos. Después, la otra casa fue un apartamento en El Vedado, en la calle 13. Allí mis vecinos fueron Fernando Robles, padre de Tanya. Fernando Rodríguez, intérprete y autor de Ese hombre está loco; y Miguel O’Farrill, el flautista de la Orquesta Enrique Jorrín, que me regaló una quena que nunca aprendí a tocar.
Crecí feliz, rodeado de instrumentos musicales de todo tipo, libros y cámaras fotográficas que mi papá coleccionaba y revendía. En 1990 o 1991, en pleno comienzo del Período Especial, mis padres se separaron y nos movimos a Luyanó, a una casa donde también pasaban trenes al fondo de la calle. Ahí viví con mi mamá, una de mis hermanas y su esposo de entonces, y mi sobrino Yensi. Mi papá regresó ya jubilado a Palma Soriano.
¿Qué valores te transmitieron tus padres?
Mi papá, Juan Carlos Tito Caballero, músico. Mi mamá, Rita Brown, educadora. Él me acercó a la música, al cine, a la literatura y a las artes marciales, porque los abusadores se aprovechan de los que somos bajitos, así que me pasé toda la vida fajado, con cualquiera.
Mi papá viajaba mucho por su trabajo, pasamos más tiempo con mi mamá. Ambos, y sobre todo ella, me inculcaron el valor de la amistad, la solidaridad, la gratitud, la lealtad, la justicia.
Me dejaron hacer y deshacer a mi antojo, y también me enseñaron a enfrentar las consecuencias de cualquier cosa buena o mala que hiciera. Quizás tuve la suerte, por ser el menor, de que ya tenían la experiencia previa de mis hermanas, con quienes no fueron tan así.
¿Los estudios primarios?
Mi escuela primaria fue la Ormani Arenado, en 17 y 12. Allí fui buen alumno, me gustaba aprender y eso me hizo destacar.
A los 7 años, por casualidades de la vida, me captó la directora musical del coro infantil del ICRT. Mis hermanas, que cantaban mejor que yo, y otros niños, ensayaban una canción para grabar y doblar en el programa Caritas.
Ese día, mi mamá no tenía con quien dejarme y me llevó. Herminia, creo que se llamaba así, me escuchó entonar desde las butacas una frase muy compleja, entre sostenidos y bemoles como ningún otro niño allí.
Eso fue un martes o un miércoles. El jueves ya estaba grabando la canción en los estudios de Radio Progreso. Y el lunes ya estaba actuando en Caritas. ¡Fue el primero de unos 25 programas durante dos o tres años, que me dieron popularidad y la oportunidad de ver de cerca a los actores de la televisión, los de las aventuras!
Por allí andaba Salvador Blanco, el de Para Bailar, que por entonces era mimo.
¿Y la secundaria y el preuniversitario?
Califiqué para matricular desde séptimo grado en la Escuela Vocacional Lenin, donde apunté más hacia las Humanidades que a las Ciencias. En el bloque de cultura teníamos todos los instrumentos de una orquesta sinfónica y también baterías, pianos, guitarras y bajos eléctricos.
Comencé a participar y a representar a la escuela en las actividades culturales, y eso me dio méritos para salvarme de amonestaciones y de la expulsión.
Al cabo de los seis años allí, arrastraba la condición de matrícula condicional por responderle con un “me cago en tu madre” al director de la Unidad. Esa matrícula condicional equivalía a “una más que hagas y te botamos de aquí”.
Mi promedio había bajado de 99 a 90, no tenía idea de qué carrera estudiar. Apliqué y me aprobaron en tres o cuatro: Diseño Gráfico, en el ISDI; Radio de Aviación, en el ITM; y Actuación, Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte, que fue lo que escogí.
Quise actuación, pero me presenté con una contraparte, mejor actor y más bonito que yo, Arturo Sotto. Teatrología y Dramaturgia me gustaba mucho menos que la actuación, tanta teoría me aburría.
Yo quería acción y lo mejor que viví fueron dos meses intensos de taller de clown que impartieron dos de los actores de El Clu del Claun, en la Escuela Internacional de Teatro de Machurrucutu.
En segundo año me expulsaron por no presentarme a exámenes finales. Después de dos años de maestro de inglés y de peón de albañil, volví a hacer pruebas de ingreso y recuperé la carrera, ya más seguro de lo que quería.
Tengo estudios terminados, pero no el título de dramaturgo, porque en 1993 me fui a Buenos Aires sin defender la tesis.
¿Estudiaste música?
Las primeras partituras y acordes de guitarra me los enseñó mi papá. Después tuve unas pocas, pero suficientes, clases de guitarra con su amigo Elmer Ferreira. Al conocer a Elmer, guitarrista de Estado de Ánimo y del álbum 24 Horas, años más tarde, me asaltaron místicas y suspicacias de todo tipo.
Simultáneamente, durante los dos primeros años en la facultad de teatro estudié solfeo, armonía y piano en el conservatorio Ignacio Cervantes, que estaba justo en lo que es hoy la sede de la ACDAM (Agencia Cubana de Derechos de Autores Musicales), en la calle 4 entre 13 y 15. Recuerdo con mucha admiración a mis maestros Toledo y Arango. Fue otra de las “prioridades” que me hizo desatender la carrera de teatro.
¿La Peña de 13 y 8?
Mientras estudiaba en la Universidad, ya le había cogido el gustico a componer canciones y, de peña en peña, fundé la de El Puente con amigos de juerga aficionados a la música, la pintura y la poesía.
Duró poco, y un tiempo después logré retomar el mismo espacio del Museo Municipal del Vedado, en la esquina de 13 y 8, y sumar a los muchachos de la Peña de la Finca de los Monos, la mayoría de los cuales integraríamos después Habana Abierta.
Era un espacio al margen de las instituciones oficiales. Ya cuando la peña estaba en sus últimos días, aparecieron por allí Gema Corredera y Pável Urkiza. Y cuando nos la cerraron, seguimos descargando en parques y casas particulares, como la de Pável.
Entre trago y trago, rumiamos algo así como lo que resultó ser Habana Abierta. El nombre se le debe a él. Ellos se fueron a España con la compañía Teatro Estudio y al cabo de dos años regresaron a La Habana con el dinero para grabar Habana Oculta.
¿Habana Oculta?
Se trataba de sumar todas las voces jóvenes que pudiéramos de la movida habanera. Llevábamos uno o dos años presentándonos en los únicos circuitos que nos permitían, básicamente los de la Asociación Hermanos Saíz. Sin salario. A pulmón. Y con apagones en cualquier momento.
Ya cada uno tenía su proyecto personal. Ale Gutiérrez y yo habíamos grabado el álbum Vendiéndolo todo, de Lucha Almada. Eso nos daba visibilidad y promoción, y lo oportuno era ceder nuestro espacio para que Kelvis Ochoa entrara. Aunque no estuvo en 13 y 8, llevaba dos años entre nosotros demostrando de sobra ser parte de aquello.
¿Quiénes eran Lucha Almada?
Gerardo Díaz en la batería, Eduardo Kairus en la guitarra eléctrica, Ángel Pérez en el bajo, y Ale y yo voces y guitarras.
Madrid, ¿de Habana Oculta a Habana Abierta?
Llegué en diciembre del 96, desde Ecuador. Allí había nacido mi hijo Diego unos meses atrás, y tuve la gran suerte de poder reunirme con él y su madre relativamente poco tiempo después.
En Madrid, por aquellos tiempos, estaba en pleno apogeo la canción de autor. Después de la Nueva Trova, lo nuestro les pareció interesante al público y a la industria.
Somos cantautores, nos unimos los que queremos y podemos cada vez que hay una oferta de grabación o de gira, mientras nos centramos en nuestros proyectos individuales. En ese sentido Habana Abierta no se ha desintegrado.
Se han acabado o nos han cancelado contratos, como fue el caso de Boomerang, porque a la compañía y a la oficina de management no les gustó que alguno de nosotros hiciera cosas simultáneamente con Habana Blues, que estaba inspirada en Habana Abierta y contenía canciones de alguno de nosotros. Pero para ellos era un producto ajeno y la competencia de Habana Abierta. Cuestión de business.
Después de eso nos quedamos cuatro “cuidando la casa”, igual de dispersos entre Cuba, España y Estados Unidos, pero coordinados, grabando y girando independientemente. En cualquier momento damos otra sorpresa.
¿Los discos Habana Abierta (1997), 24 Horas (1999), Boomerang (2005)?
Joyas. Creo que son dignos de ser coleccionados. Técnicamente, cada uno supera al otro, sin negar la fuerza rompedora y arrolladora de 24 Horas.
¿Tu experiencia cuando has regresado a Cuba?
Volví varias veces desde 2003. Allí tengo familia, amigos y cierto público, voy a recargar pilas en esos tres sentidos. La última vez, en 2019, vi una juventud pujante, la Cuba que viene y que va tirando hacia delante, luchando su futuro y sus espacios. Y la otra Cuba envejeciendo muy mal, insistiendo en poner palos en las ruedas y en tirar hacia atrás, acomplejada y chapucera, la que gobierna.
© Imagen de portada: Vanito Brown, por Giselle Delgado Arias / Facebook.
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Omar Sosa: “Para mí, el piano son 88 tambores”
“Nuestro tiempo fue un tiempo de poesía; para nosotros era fundamental, en todo. Tú escuchas la música de Adalberto Álvarez con Son 14, a Van Van, y es música bailable, pero es pura poesía”.