Que Pablo Milanés haya muerto el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, es uno de esos raros guiños de eternidad que invitan a compartir un poco de su raro talento.
Enlisto diez canciones que, en su voz, me han acompañado a lo largo de los años. No son las más famosas, pero siempre reconforta volver a ellas:
1.
La mayoría de su público no cubano conoce a Pablo por sus cánticos revolucionarios, o por el intimismo posterior de los 80. Pero vale la pena recordar que algunas de sus mejores canciones son anteriores. Esta, por ejemplo, maravillosamente jazzeada, donde se nota que Pablo vio catorce veces Los paraguas de Cherburgo antes de hacer una adaptación cubana de esa obra que ya nadie escucha.
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2.
Otro de sus discos que prefiero es el que recoge versiones de poemas de Martí. El Apóstol leído como disidente, pese a las toneladas de prosapia oficialista. ¿Quién no se ha emocionado con el lado gore de “Banquete de tiranos”, por ejemplo? Imposible, también, disociar este “Al buen Pedro” de los reparos revolucionarios contra los jóvenes cubanos que llevaban el pelo largo en los 60-70:
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3.
De ese mismo disco, este otro poema musicalizado, donde la tradición del trobar cubano exhibe sus felices entronques con nuestro Romanticismo o Modernismo. Aún hoy, la estrofa final sigue provocando un tropel de emociones decimonónicas que lo mismo sirven para enamorarse que para hacer la revolución.
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4.
Otra de sus canciones menos conocidas es esta versión de un poema de Nicolás Guillén. Melodía brevísima, perfecta, que se queda expectante, tendida al cielo, como el envión que describe:
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5.
Un Pablo salido de la UMAP canta una de las canciones que compuso Leo Brouwer para la película de Manuel Octavio Gómez, La primera carga al machete (1969). Es un lirismo extraño; patriótico, sí, pero aún no corrompido. Cuando leí aquel libro de Hatzfeld sobre Ruanda, Una temporada de machetes, pensé que a nadie se le ocurre hacer canciones sobre machetes hoy. Pero el arte revolucionario cubano, sobre todo en los primeros años 60 y 70, se las arregló para llevar a cabo una especie de “liricización” de la violencia, y de la violentísima historia de la Isla. La clave del machete, como dice un personaje de la película de Gómez, es que quien lo empuña para atacar a otro, reduce la condición humana al presupuesto básico de cualquier genocida: el contendiente ya no es un semejante; pasa a ser un vegetal, “un bejuco”. El enemigo, entonces, es algo que se puede cercenar de un tajo. El contexto de aquel revival histórico del ICAIC no era inocente: fue la época de la ideología de la violencia, de la defensa de las guerrillas tercermundistas, y nuestra Guerra de Independencia funcionaba como perfecta metáfora de la liberación continental. Pero Brouwer/Milanés logran una canción tan hermosa que casi nos hace olvidar que se trata de una oda a un instrumento asesino.
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6.
A propósito del paso de Pablo por un campamento de las UMAP (1965-1966), hay que ver el indispensable documentalde Juan Pin Vilar, donde el cantautor cuenta los detalles de todo aquello: por qué se lo llevaron, lo que allí vio, cómo se escapó y cómo Juan Almeida, medio pariente suyo, lo devolvió al campo de trabajos forzados previo paso por La Cabaña. O cómo acabó, según propia confesión, preso del síndrome de Estocolmo, haciendo con un amigo una obra de teatro para los mismos militares que lo habían recluido. De esa época es esto que demuestra que la “canción protesta” de Pablo tiene antecedentes olvidados. Recordemos que, tras las quejas internacionales, los 23 “pelos” de alambre de púas que separaban a los reclusos fueron “rebajados” a 14.
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7.
Tampoco se oye mucho hoy a aquel Pablo que, tras hundirse en las angustias existenciales del filin, “renace” a los 22 años con esto que marcó, como ha dicho Sergio Vitier, un antes y un después en la historia de la canción cubana. El propio autor ha explicado cómo quiso “redimir» el filin con esa entrada de la guajira-son que Martín Rojas le objetó. Ojo, una canción no es un poema; tiene otra lógica, otra manera de tentar el oído.
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8.
Recordemos que antes de que Buenavista Social Club devolviera al mundo a los viejos soneros, Pablo había hecho unos discos maravillosos con Cotán, Luis Peña y Compay Segundo. Hoy son clásicos, pero en la época que salieron le revelaron todo un mundo a mi generación.
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9.
Otro de mis Pablos entrañables es el que puso su voz privilegiada en versiones maravillosas de boleros clásicos, como esta “Verdad amarga”, que hay (había) que oír en vivo.
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10.
Cierro la lista con una de las canciones más famosas de Pablo, quizás la más perfecta de las suyas, aunque la hayamos oído demasiadas veces. Mi versión preferida es la que hizo con Luis Peña, “el Albino”, acompañándolo en el tres. Parece un aire medieval, un trobar leu sublime, un eterno lamento del tiempo ido y las cosas ya demasiado lejanas.
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Vengo naciendo
Vengo naciendo así / a un universo / que me transforma, / que me ilumina / y cristaliza / lo que siempre yo sentí.