Sinead O’Connor: cantar contra el enemigo

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La descubrieron en una boda, en la cual cantaba una versión de Evergreen, ese tema de Barbra Streisand. Su carrera, que despuntó con la aparición de The Lion and The Cobra en 1987, iría sin embargo en una dirección lejana a la de esa balada que fue el gran hit del segundo remake de A Star Is Born.

Sinéad O’Connor, la joven irlandesa que grabó su primer álbum con solo 19 años y ya embarazada de su primer hijo, para espanto de sus productores, nunca iba a ir en una dirección que no fuera aquella que le dictara su propia fe, su propia rebeldía, su obcecada manera de no hacer concesiones.

Era sin duda muy hermosa, pero eligió mostrar su cabeza rapada, un modo de confirmarse como guerrera punk. Tenía unos ojos extremadamente dulces, y una voz que, como dijo alguien, podía derretir a una piedra. Pero la piedra real era ella, sólida en su modo de renunciar a la idea de una estrella del pop, insistiendo en canciones que hablaban de rebeliones y de una tristeza que eran parte de su afán de independencia.

Si el primer disco fue un preludio del éxito, en el que deslumbran ya Mandinka y otros temas más oscuros, como Just Call Me Joe, ahí estaba la imagen bien delineada de su carácter. Cuando graba su propia versión de Nothing Compares 2 U, el tema de Prince, estrenado en 1985 por The Family, pasa a pertenecerle y sería su carta de presentación incluso en épocas en las que ella quiso alejarse de lo que la balada representó en su vida.

Fue el single de su segundo disco, I Don’t Want What I Haven’t Got, que salió en 1990 y se hizo número 1 a nivel global. Ya ese título (No quiero lo que no tengo) era una declaración de principios. Y, a pesar del éxito apabullante, el álbum cerraba con un tema enteramente a capella, como un desafío al mainstream que aspiraba a sacar millones de esta mujer. Pero ella renunció al Grammy que había ganado, acusando a ese premio de comercialismo, y se preparaba para nuevas batallas.

Las tuvo, sin duda, y algunas con efectos devastadores. Un encuentro con Prince terminó en un altercado físico. Se negó a cantar en New Jersey si antes de su aparición se escucharía el Himno Nacional de Estados Unidos, lo cual causó protestas e hizo a decir a Frank Sinatra que le patearía el trasero. Pero Nothing Compares… arrasaba desde enero de 1990 y muchos pensaron que acabaría domesticándose. Estaban equivocados.

En 1992 apareció Am I Not Your Girl?, que lejos de lo esperado presentaba un puñado de versiones de standards de jazz, blues y hasta teatro musical: desde Black Coffee hasta Don’t Cry For Me, Argentina.

Si eso no fue suficiente sorpresa, el 3 de octubre de 1992, O’Connor apareció en Saturday Night Life para promover el álbum (que se vendió mucho menos que el previo). En el ensayo general, entonó como canción final una versión de War, de Bob Marley, y mostró a la cámara la foto de un niño desnutrido.

En la transmisión en vivo, alzó sin embargo una fotografía del Papa Juan Pablo II y la rompió en pedazos antes de lanzar su grito de guerra: Fight the real enemy!

La audiencia en el estudio se quedó pasmada. Pero los televidentes reaccionaron con ira: más de 4 mil quejas llegaron por vía telefónica. Y la promesa de una carrera triunfal se deshizo ahí, para angustia de managers y agentes de venta.

Pero a Sinéad O’Connor eso le importaba poco, ella tenía su propia batalla, y parte de ella era ese grito como una protesta ante los abusos y el maltrato infantil que sucedía en la Iglesia Católica: eco de su difícil niñez.

Acaso no tuvo una dimensión real de las consecuencias hasta que días más tarde, en Madison Square Garden, el público la abucheó hasta impedirle cantar en un homenaje a Bob Dylan. Su siguiente álbum, Universal Mother, no aparecería hasta 1994, e incluye entre otros temas indudablemente hermosos, su versión de All Apologies, de Kurt Cobain, Red Football, Fire on Babylon y Thank You For Hearing Me.

Su voz, cálida, madura, maternal, también podía ir al grito de rabia y fuerza indomable que ni siquiera el rechazo de la industria y los fans que rompieron sus copias de discos anteriores pudieron quebrantar.

Las polémicas continuaron: tuvo otros hijos, se relacionó con hombres y mujeres, se ordenó sacerdote de una iglesia no vinculada a la de Roma, se negó a arrepentirse de aquella noche de 1992, que luego fue parodiada por Madonna y otros nombres del mundo al que ella renunció.

Grabó en 1997 su EP Gospel Oak, sacó a la venta el inevitable álbum de grandes éxitos en el mismo año, pero volvió con más impulso en el 2000 cuando presenta Faith & Courage, dos palabras que sin duda la identifican.

El disco tenía puntos sólidos en temas como No Man’s Woman, Jealous, Hold Back The Night, y fue recibido como un “retorno a su mejor forma”. Y otra vez, como cierre del álbum, una sorpresa: oírla cantando el Kyrié Eléison. Había sobrevivido a un intento de suicidio en 1999. Acaso ese, en cierto modo, fue su acto de resurrección.

Su música ha estado siempre en mi mp3, o en cualquier reproductora, junto a sus discos físicos, porque al oírla vuelvo en cierto modo a ser el joven que se preguntó quién era esa muchacha desquiciada que bailaba como si no le importase la opinión de nadie en el video de The Emperor’s New Clothes.



Luego vino su versión de Prince y no puedo decir cuántas veces la he escuchado. En las buenas y en las malas. En la tristeza y en el desasosiego, que también puede ser la felicidad.

Alguna vez se habló de una visita a Cuba, pero eso nunca se concretó, aunque su hermano, de profesión novelista, sí llegó hasta acá. Seguí sus noticias al tiempo que seguí su música —Sean-Nós Nua, Throw Down Your Arms, Theology, How About I Be Me (And You Be You) y I’m Not Bossy, I’m The Boss completan sus trabajos de estudio.

Supe de su conversión al islam, de sus continuos anuncios de intentos de suicidio y del retiro de la música. Pero siempre volvía a ella, o ella volvía a Sinéad. Se necesitaban mutuamente, y en la idea de la música en la que me eduqué, ella estaba ahí como un amor que nadie podía doblegar.

No dejó nunca de ser una guerrera, un alma beligerante, una irlandesa de cuerpo entero, más allá de etiquetas y estereotipos, como demuestran las páginas de su libro de memorias, titulado Rememberings.

Prometía un nuevo álbum y una gira para el 2024, y ya eso no sucederá. Hay que volver a sus discos, a sus conciertos y a sus colaboraciones, para mantenerla entre nosotros, los que la amamos por encima del tiempo, el silencio y las modas pasajeras.



Quien no la haya oído, que busque además la versión que ella grabó a partir de Sacrifice, para Two Rooms, el disco de 1991 que rinde tributo a Elton John y Bernie Taupin. Su voz y un teclado bastan para demostrar cuán potente era Sinéad O’Connor, y cómo supo siempre hacer de lo que entonaba una prueba de su fe, de su verdad siendo ella misma, del credo que la llevó a cantar persistentemente contra tantos enemigos verdaderos.

El tiempo le dio la razón a varias de sus batallas. El futuro, no lo dudo, también le dará la razón en muchas otras.

Como una guerrera de ley, seguirá dando pelea con su voz, su mejor arma, aquí, hoy y mañana. Yo la despido como quien dice adiós a un amor permanente. A una manera de ser, en su voz, una versión mejor y más radical de nuestras propias existencias.







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Memoria de un teléfono descolgado

Norge Espinosa

Tuve siempre la sospecha de que estaban grabando nuestras conversaciones. El teléfono era descolgado constantemente por la mano del funcionario que en aquella oficina, donde tantas veces había estado, trataba de explicarnos de modo enfático por qué no se nos permitía acudir al evento.