Feminidades rotas: Yo (también) soy Ofelia

Vamos a entrar a la cripta. Vamos a ver el cuerpo de la dulce Ofelia descansando finalmente de su martirio. Aquella que ayer sería reina —o puta—, hoy es solo alimento para gusanos. 

Pero veamos cómo vuelve a la vida para describir su agonía, su sino femenil, según nos lo cuenta el Grupo de Experimentación Escénica La Caja Negra. Inspirados en La máquina Hamlet, obra del dramaturgo alemán Heiner Müller y una reinterpretación del Hamlet, príncipe de Dinamarca de William Shakespeare, el colectivo santiaguero lleva a las tablas la deconstrucción del mito de Ofelia.

La Caja Negra ha creado con Ofelia un cosmos que dota de fuerza al mundo femenino. Dignificando el status de mujer, de madre, de afrodescendiente. Sus trabajos se caracterizan por nutrirse de la vida de sus actores, por ello no resulta raro escucharle repetir que se trata de un “trabajo en conjunto”, fabricado con la materia espiritual de cada uno de los intérpretes que dirige. 

De ahí la sinceridad que se logra transmitir en esta entrega y en otras anteriores como Cartografía para elefantes sin manada de la dramaturga cubana Laura Liz Gil Echenique, donde se aborda la emigración y el abandono de lo conocido. Su trabajo teatral está encauzado hacia la comprensión y dignificación del mundo femenino y del cuerpo como espacio sometido que, con cada una de sus entregas, se convierte en un grito en escena. 


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Dirigida por el dramaturgo y escritor Juan Edilberto Sosa, La Caja Negra habita el espacio de presentación ideado como teatro arena. Por todo el escenario hay elementos personales mezclados con telas, luces, cables, un pilón de un metro de alto, una calavera, un velo, en una amalgama difícil de organizar visualmente, pero que responde al sentido ceremonial y espontáneo de la puesta. 

Cada elemento de atrezo es una suerte de amuleto que servirá para traer a escena a alguna de estas Ofelias y sus historias de vida de las que habla la obra; que también es filmada y proyectada en televisores, así como el público, enfocado. Otras son los propios actores quienes miran fijo a los ojos a los asistentes para sugerir que no hay cuarta pared ni ficción en nada de lo presenciado y les cuentan historias desgarradoras sacadas de la realidad. 

Al centro hay seis actores vestidos con pantalón y jerséis negros: son la masa de hombres y mujeres protagonistas de la noche, los intérpretes de las Ofelias reales encontradas a su paso por la vida, dentro de sus propias familias.

A la sobriedad de su vestuario se irán sumando en cada escena elementos de caracterización, pelucas, delantales, el tutú de Barbie bailarina, globos negros convertidos en enormes senos bajo las camisetas anchas, una tiara de flores secas, prótesis de senos de silicona, un vestido de la madre mastectomizada, el delantal de la madre soltera. Cada elemento en escena será capaz de invocar el dolor de un personaje femenino, cuya historia será contada por un actor.


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Volver a Ofelia —no a Hamlet— pudiera darnos la clave de por qué siempre retornamos, por ejemplo, a Medea, sin tener aún una respuesta definitiva al porqué este personaje ha matado a sus hijos o a su hermano, o traicionado a su padre. De igual manera podríamos afirmar que Ofelia, la de Hamlet, tiene infinidad de razones para lanzarse al río: la traición al hermano, su locura, sus frustraciones. 

Sin embargo, el discurso femenino puede develarnos otras relecturas del mito de la suicida del río Avon, no todos relacionados con figuras masculinas en su entorno, ni con la femenil y enfermiza fragilidad sugerida por Shakespeare. 

Han quedado fuera de manera categórica temas planteados en la tragedia original, como la venganza, la sucesión, la justicia, que han convertido a Hamlet, el personaje y la obra, en un símbolo a su vez de la validación del poder, de las diatribas del hombre, en su género particular, frente a su deber como estadista. 

Al abordar a Ofelia como personaje protagónico, se trae a colación otro sistema de creencias que redunda en el género femenino y en los espacios menos visitados dentro del pensamiento producido desde las sociedades patriarcales.  


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La Ofelia de Juan Edilberto Sosa me hizo recordar otro espectáculo inspirado en la trágica historia de la “novia” de Hamlet: Yorick-Ophelia debe morir, de la actriz y directora portuguesa Andreia Moreira, una provocación a todo lo establecido, a la asunción del papel pasivo de la mujer.

A través del personaje de Yorick que Moreira interpretaba en clave de clown, se convidaba al público asistente a una fiesta. En ella se celebraría la muerte de Ofelia como acto de renacimiento de un personaje. Llegaba el Yorick desde un lugar desconocido —acaso el mundo de muertos— para convidar a los asistentes a una fiesta. Una fiesta para desclasados, para mujeres gordas, negras, LGBT+, para hombres que no cumplen con los cánones de validación social, homosexuales.

El espacio se tornaba entonces un lugar de festejo de la diferencia. El discurso irreverente del personaje de Yorick estaba enfocado en subvertir órdenes, su energía provocaba a los asistentes, les implicaba, se dirigía a ellos y preguntaba insistentemente: “Serías capaz de matar a Ofelia?”; o lo que el personaje en sí mismo representa: la mujer sumisa, la que no alza la voz, la que siempre dice que sí. 

Siendo Yorick mismo una encarnación alegre de la muerte, la invitación a matar a Ofelia “la buena” era motivo de fiesta, de celebración junto a los miembros del público convertidos en esta ficción teatral en los desclasados, los que no cabíamos dentro de ningún canon, únicos en nuestra propia individualidad. Así que la acción de matar a Ofelia se convertía, según esta interpretación del mito, en una gran fiesta, así como en la puesta de su renacimiento como una mujer real.


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En este mismo sentido continúa la investigación teatral de La Caja Negra: el personaje de Ofelia es también un pretexto para reescribir a este personaje desde una óptica actual. Se ponen sobre la mesa conceptos como la feminidad, dando voz también a la puta de Hamlet, convertida en protagonista rotunda de su propia tragedia. 

Para La Caja Negra el sentido trágico de la vida de Ofelia es como el encontrado por Andreia Moreira en su investigación: el de la mujer que cumple con los cánones trazados para ella en vida y por ello perece su espiritualidad a la par que su vida terrenal. Sin embargo, para el colectivo santiaguero se suman a la tragicidad del personaje de Ofelia otros elementos como la maternidad, entendida como sacrificio en un mundo regido por hombres que abandonan, o el de la negritud como condición que pone en evidencia una negada desigualdad social. 

En sus diferentes acercamientos al personaje entran en juego nuevos elementos culturales en concordancia con los discursos que buscan reivindicar y dar voz a la mujer desde una plaza socialmente desfavorecida aunque legalmente respaldada. 

Contar la historia de Ofelia es rendirse al punto de vista femenino, dejar que ella misma alce su voz desde una familia de mujeres afrodescendientes que buscan educar a una niña en la aceptación y dignificación de su raza y de su cabello; desde la historia de una abuela negra que nunca salió a la calle con su marido blanco o la mujer que fue violentada en nombre del “amor” y hoy teme cuando alguna de sus hijas se enamora.


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La estructura dramática de esta obra alterna la narración e interpretación de las historias de vida con los diferentes momentos del personaje trágico propuestos por el autor. La Ofelia de Shakespeare-Müller, la que es carne para el matrimonio, la que muere por no levantar la voz, la que sucumbe en un mundo de hombres y asesinos, es reinterpretada, evocada a través de la palabra y el movimiento. 

Ofelia es cada una de las mujeres llevadas a escena por La Caja Negra. Su ceremonia de evocación ha traído y revalorizado la vida trágica de cada una de ellas, dejando al espectador un sabor amargo, un dolor ancestral. 

Cada uno de los elementos utilizados durante la obra termina construyendo un altar para Ofelia. Con el pilón al centro y la calavera con tiara de hojas secas. Ha terminado la ceremonia donde se siente que cada historia nos ha llegado, han salido a la luz las microhistorias que escriben la gran Historia. 

Hacer la música en vivo, con un dúo de acompañantes al fondo del espacio de representación, otorga a la puesta en escena un aire de espontaneidad. En la obra se canta, se llora, se baila, se fuma, como si los actores estuvieran todo el tiempo siendo llevados por sus emociones. Las acciones dramáticas se solapan, se funden con la música, surgen de ella y son a la vez una ceremonia y una invocación.


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Cabe destacar las cualidades vocales de los actores, en especial de Maibel del Río Salazar y Lisandra Hechavarría Hurtado. Esta última es dueña de una presencia escénica y una desenvoltura tales que será difícil olvidar su interpretación del poema acerca del poder, ejecutado sobre el tema musical Bacalao con pan, que hace de la puesta súbitamente una descarga de salsa, con tumba’o. 

mi culo sobre el alambre y
mi boca contra el suelo
el poder asume que debo resistir
sin importar la fuerza
el tamaño
o la rutina
el poder busca

La Ofelia de La Caja Negra es una puesta en imágenes que calzan la palabra poética. Es por ello que se trata de una obra inaprensible en su totalidad. Está llena de elementos que escapan a la comprensión lógica pero que se transmiten desde el terreno de las emociones.


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Serían incontables las imágenes minuciosamente trabajadas a propósito: el pilón donde se explotan los globos que han sido los senos en la escena anterior; la silla alzada sobre la cabeza de una actriz donde está la calavera de Yorick —luego convertida en la de Ofelia al ponerle la tiara con flores secas—, el sofá desde el que los actores cantan en una noche bohemia en un momento de distensión.

Son varias las imágenes poderosas que trascienden el mero texto teatral, magnificándolo: como el cuerpo del actor joven que, de pie sobre una silla, esconde los genitales entre los muslos y se coloca sobre el pecho los senos de silicona. Y a su vez queda envuelto en unas guirnaldas navideñas y posa durante unos segundos: Ofelia es también el cuerpo masculino constreñido a las leyes de la sociedad patriarcal.  


© Imágenes de interior y portada: Fotos de Marlon René Aguilera Fleitas. Cortesía de Juan Edilberto Sosa Torres.




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