Mi experiencia con la traducción es que todo sale mejor si el traductor o la traductora me conoce, sabe cómo hablo, cómo pienso, cómo cocino o cómo tiendo la cama. Si sabe cómo duermo o cómo abro el refrigerador de noche. Si ha vivido conmigo aunque sea 24 horas.
La primera vez que estuve cerca de la fotografía hecha por una fotógrafa fue cuando conocí a Jenny Sánchez. Esa vez también fue una experiencia de traducción. Yo la invité a que fotografiara mi libro, que había sido escrito con demasiada pasión, traduciéndolo en imágenes. Le pedí que fueran imágenes muy precisas, objetuales, donde los primeros planos captaran el poema.
Jenny Sánchez vivió conmigo un año. La traducción en imágenes de este libro fue la primera de sus traducciones. Treinta de esos poemas ganaron un premio en La Habana y salieron publicados bajo el título de La Gran Arquitecta, Colección Sur, 2013. También logramos que la portada fuera una de esas fotos. El libro entero de cien poemas se publicó sin las fotos cuando me fui de Cuba y yo estuve inconforme un tiempo hasta que lo dejé ir, como todo en la vida.
Luego Katerina González Seligmann, a quien le fueron escritos muchos de esos poemas, tradujo veinte para la edición bilingüe de CardBoard House Press, que decidimos titular Spinning Mill / Hilandería, siguiendo el juego del hilo. Johanna Schwering, la traductora alemana, también tradujo varios para la revista Alba. De ellas tres, solo Johanna no me conocía, aunque su traducción es perfecta.
Algunos años después, Jenny Sánchez expuso las fotos en una de las habitaciones de la Fábrica de Arte Cubano, un proyecto de creación interdisciplinario en La Habana, donde pasan cosas simultáneas, conciertos, exposiciones de arte y talleres de creación. El 21 de enero de 2020, Jamila Medina escribía en Rialta sobre las fotos de Jenny Sánchez.
Desde Miami, tuve que regresar atrás y volver al lugar de las fotos, de los poemas. Yo quería que Jenny Sánchez tradujera mis poemas, que construyera poemas de información visual, que me dejara ciega:
Galería
Hilo+Hilo: una imprudencia
Miami, 2 de noviembre de 2019
22:51
Estas palabras no son prudentes. Las fotos reunidas en este catálogo tampoco son prudentes. Nada en este cuarto tiene un ápice de ética. Acaso la ética de la belleza, de la fuga.
Me acuerdo como si fuera hoy de la primera vez que vi a Jenny Sánchez entrando por la puerta de mi apartamento en San Miguel, Centro Habana. Tenía los ojos rojos como el conejo de Alicia y yo pensé que debía alimentarla, darle algo de comer, unos huevos revueltos, aunque sea.
Me acuerdo de que pensé mal de ella y de que mi pensamiento era más o menos cierto: a esta niña solo le importa una cosa. Me acuerdo de ese día y de lo posterior a ese día porque yo tenía dos cosas muy notorias que tal vez le interesaron al ojo curioso de Jenny Sánchez. Yo tenía una herida y un conejo negro. Así empezó todo.
Pienso en una herida cuando veo las fotos de Jenny Sánchez. Pienso en un conejo negro cuando repaso las imágenes en mi memoria. Un conejo que va a morirse. Una bola negra de algodón negro que queremos cuidar y acurrucar con amor antes de que muera.
Jenny Sánchez y yo imaginamos juntas esta exposición desde el primer movimiento de su dedo al presionar el obturador de aquella Nikon pequeña que hacía poco se había comprado. Se trata de una presión, una herida, un hilo que halo: la austeridad de la intimidad.
El nombre, para mí, no tiene mucho sentido. Había un libro y una idea sobre la noción de ser mujer y sobre quién soy yo como mujer y sobre cómo esa mujer se convierte en otra. Pero eso no tiene mucho sentido, aunque Jenny Sánchez insista en mantenerlo. Los poemas fueron publicados en un libro con el mismo nombre, sin fotos y sin amor. Eso no debió pasar. Eso es otra herida. Otro hilo mal halado.
Aquí están las fotos ahora en su tamaño preciso, en su formato único, más añejas y vírgenes, ¿estériles?, despiadada fuga. El ojo curioso de Jenny Sánchez retrató eso que llamamos herida. Lo hizo sin vergüenza, sin pudor. Lo hizo sin esfuerzo, sin consecuencia. Y lo hizo bello.
La obra de Jenny Sánchez (que a mí me gustaría culpar, por irresponsable) responde a atributos de belleza que Jenny Sánchez, en cierta medida, no controla. Ella misma es incontrolable. Su fotografía cede a un principio húmedo, ¿gota?, ¿de deseo?, ¿de sangre?
Me da un poco de dolor hacer un recorrido por el mapa de las fotos, me da una náusea basada en la cosquilla del egoísmo. Soy yo, a veces, en esas imágenes. Yo desangrada frente a un ojo travieso, un ojo infantil, un ojito.
Las fotos se hicieron en longaniza, una detrás de otra como por arte de ley física. Hay inercia en los colores. Hay tanto interés aquí. Volvemos a la herida, al conejo negro, delgado, bola de algodón que va a morir, al hilo que halo y tenso, quebrada. Jenny Sánchez, querida, ¿tú te das cuenta de lo que hicimos?