Diez libros que recomiendo sentada en silla de hierro

Sorpresa: qué bello abril. Dios santo, qué bello abril. Ya pasaron los primeros meses de un año que, en el último diciembre, se volvería nuevo

Abril: criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo turbias raíces con lluvia de primavera. El tiempo sigue de agua en una ciudad lejana por donde creo que ando. Alguien vendrá después y retratará el vacío. Un vacío metálico de dos pequeños muebles: la mesa y la silla.

Tanto la mesa como la silla son de hierro, aunque las dos se pueden cargar, levantar y mover. Están en la acera. Livianas. Cualquiera puede llegar, sentarse y empezar. Me imagino que ando cerca con mi mochila Fjällräven Kånken de 15 pulgadas llena de libros. No exactamente llena pero sí pesada. 

Hay diez libros de poesía en la mochila que necesito leer o terminar de leer. Y ya se sabe: para leer, incluso para escribir, se necesitan a veces una mesa y una silla.

Debí empezar por ahí. Por aquel mes de diciembre que ya se puso lejano, durante el cual coordiné un dosier de poetas cubanos que me gustan. La intervención de esos poetas consistía en recomendar poesía. Debían recomendar autores o libros de poesía leídos en ese año que ya se iba a acabar. 

Me siento bien de haberlos reunido, porque a los poetas cubanos, como a cualquier grupo pensante, siempre es difícil reunirlos. Yo también, de alguna forma, los invito a la lectura:

• Pareja inmortal, de José Kozer (Ediciones Matanzas, Cuba, 2017). Querría leérselo a mi amor en voz alta, y si no tuviera amor, querría esconderlo de mí para no volver a tener nada, ni amor ni idea de amor, no ser de ninguna forma inmortal, dejar de leer y de saber qué es.

• Este es el futuro que estabas esperando, de Frank Báez (Seix Barral, Colombia, 2017). La primera vez que leí “Milky Way” fue en internet. Estaba leyendo el poema y sentía eso que provocan casi todos los poemas de Frank Báez, una sensación esperanzadora de que el mundo es, a pesar de todo, delicioso, y de que existir es tremenda locura, porque el tiempo pasa durante un lapso como de barra de chocolate: entre la primera mordida y la última. Además, tengo un primo dominicano que se parece a Frank Báez.

• Los hombrecitos Hasselblad, de Gerard Fieret (Kriller71 Ediciones, España, 2019). Lobos, por todas partes lobos, ladrones, dice Gerard Fieret en la página 55, traducido al español por otra fiera del lenguaje poético: Nanne Timmer. En la portada, el mismísimo Gerard con su bella Hasselblad, que es la cámara que le gusta a Evelyn. Cada vez que voy a decir esa palabra se me enreda la lengua. Los poemas son fotos, y cuando empiezan las fotos, son poemas.

• Lo que hace el tiempo, de Yolanda Pantin (Visor Libros, España, 2017). Poesía venezolana que leí fuera de Cuba. En Cuba, muy poca. Cuando era niña, alguien muy especial nos leía a Vallejo y era bueno. Era una muestra de que escribir no sería solo un entretenimiento. Los libros de Yolanda Pantin están escritos desde la virtud de quien ha aprendido todo lo que uno aún no ha aprendido. Tres palabras: Turmero, Turmero, turmeric.

• Canción de Lawino, de Okot P’Bitek (Arte y Literatura, Cuba, 1984). Este pequeño ejemplar tiene mi edad. El papel está podrido y lo que está impreso en ellos pertenece a una época donde un esposo poseía a su esposa y donde la esposa lavaba la ropa de ambos inclinada sobre el río, y era feliz. Para la esposa, ser poseída es la felicidad, mientras esa posesión (toda la poesía), siga siendo propia, singular.

• LT, de Larry J. González (Editorial Casa Vacía, Estados Unidos, 2022). He escrito 1299 palabras sobre este libro, incluido un statement de hace cinco años para un show que Larry J. González se dio el lujo de producir: la no-patria verdadera, la no-patria que todos disimulan. Cuando lo leí, pensé que era lo mejor que había leído ese año. ¿Fue con este libro que perdió el Premio Casa de las Américas en 2019?

• Doble papagayo, de Nanne Timmer (Ediciones Liliputienses, España, 2022). La Nanne Timmer bífida, múltiple, canta la canción de su madre de su hija de su hermana de su amiga de su hombre de su mujer de su translator de su cotorra. La canción hace eco y revienta.

• Dios también es una perra, de María Paz Guerrero (Lectura en Latinale a cargo de la autora, Berlín, 2022). Lo que tengo en su contra es que no lo escribí yo.

• Vegas Town, de Juan Carlos Flores (Archivo de audio, Cuba, sin fecha). La voz de Juan Carlos Flores estalla en los oídos sin necesidad de flauta. Los sonidos agudos, dulces, como vocecillas falsas, hipócritas, no tienen cabida aquí. En la última pista, la 37: brazos comunicantes, pensamiento anillador, aunque no se le vea. Y en verdad no se ve nada. La voz de Juan Carlos Flores, su recuerdo, lo hayas visto o no leyendo, invade esa memoria poética que impresiona y marca, para siempre. Sí lo vi leyendo, par de veces. El movimiento torpe de meterse abajo de la mesa, ermitaño sin ermita, proyectando desde ahí su puente lezamiano. El único puente posible.

• Larvalar, de Dolan Mor (Editorial Candaya, España, 2022). Recibí por correo un libro: juego de palabras tan hermoso, tan extraño y lejano y amigable, que confundí las palabras muchas veces y me quedé vacía de estructura.

• 26 Tao, de Soleida Ríos (La impresora, Puerto Rico, 2023). Tarot. Postales como recuerdos como nombres de gente que conocimos. Amuletos personales, pasionales, apasionados. Rectangulitos de cartulina, entre otros: espada, lengua, piedra, agua, vereda, pájaro, árbol, ojo. Acrósticos incesantes, entre otros: jamila, isabel, claudia, eva, waldo, yadira, zuleica, pedro, nanne, udo.

(Si al final ves un libro de más, debe ser que saliste ganando).


© Imagen de portada: Evelyn Sosa.




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Saqué un pasaje en espíritu y fui a ver a mi mujer

Legna Rodríguez Iglesias

Iré en Espíritu a ver a mi mujer y como un espíritu sólido me meteré dentro de ella. Cabeza de tortuga, lengua omnipresente.






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