Jorge de Armas en Hypermedia Live.
Era sabido. El régimen no se puede permitir una marcha cívica por el cambio. Dijeron que no, obvio, lo que no se sabía era cómo.
Los totalitarismos militarizados acuden siempre a la amenaza. Así, para ir dándole forma al miedo anunciaron el Día nacional de la Defensa para el 20 de noviembre; fecha propuesta por Archipiélago para la marcha. Ya saben, militares, movilizaciones, el pueblo uniformado reprimiendo al pueblo en harapos.
Después intensificaron la campaña de descrédito público a los moderadores de Archipiélago. El asesinato de reputaciones se acompañó de represión, acoso, interrupción de sus comunicaciones y lo que ya sabemos, abuso y supresión de sus derechos individuales.
Finalmente, le dieron unas crayolas de donación a un puñado de esbirros, que dibujaron unos carteles mediocres y recibieron a Yunior García Aguilera en las oficinas municipales del Poder Popular en la Habana Vieja. El recibimiento, patético y acartonado, intenta reproducir el paseo de la vergüenza al que sometieron a Cersei Lannister en la mítica escena de Game of Thrones. Septa Unella, la monja de la vergüenza, empuja y desnuda a la reina, caminando junto a ella mientras el pueblo enardecido la escupe y le grita shame (vergüenza) a la cara. Empuja sin piedad, disfruta castigando al enemigo.
Avergonzar, destruir, enajenar son partes del ritual que emplea la Seguridad del Estado para dañar a los representantes visibles de la incomodidad ciudadana. No existe argumento político, el poder en Cuba no discute ideas, ejecuta públicamente a personas. El debate no es si el socialismo de merolico que promueve Granma o el neoliberalismo de Estado que representa GAESA son mejores para Cuba; la discusión pública va hacia la persona, su familia y su entorno inmediato.
La estrategia es el miedo: que vivas con miedo, comas con miedo, hables con miedo, despiertes con miedo y no puedas dormir de tanto miedo. El miedo lo inducen por vía activa, acercándose a la persona y mostrándole el aislamiento, las repercusiones individuales y sociales que el ejercicio del activismo tendrán para él y su familia; y pasiva, impidiendo desplazamientos, cortando el servicio telefónico, condenándote a una prisión domiciliaria sin juicio ni sentencia.
Así, cuando no pueden más, cuando los argumentos le explotan en la cara, cuando no hay más remedio que mostrarse como son, dicen que no.
Dijeron que no y mostraron un documento en el cual tienen la desvergüenza de afirmar que el derecho a marchar pacíficamente está garantizado en la Constitución, mientras dicen que no es constitucional porque lo que defiende es ilícito. O sea, en Cuba, una manifestación contra “la violencia, para exigir que se respeten todos los derechos de todos los cubanos, por la liberación de los presos políticos y por la solución de nuestras diferencias a través de vías democráticas y pacíficas” viola otros “derechos, garantías y postulados esenciales de la propia Constitución”.
Sencillamente, dijeron que no.
Dijeron que no a la democracia, al derecho de pensar diferente, a la posibilidad de ser ciudadanos, a que la dignidad plena del hombre sea el culto soñado por Martí.
Dijeron que no y nadie se sorprendió; lo que se sabe no se pregunta.
Dijeron que no y, por primera vez, a la gente le importa una mierda que le digan que no.
Dijeron que no, negándose ellos mismos, asumiendo lo que son, una dictadura insana y cruel. Pero quienes dijeron que no, deberían recordar que la monja de la vergüenza, Septa Unella, termina ahogada en vino en una de las escenas más crueles de Game of Thrones. Los esbirros, las marionetas del poder y las cotorras a sueldo terminan en la nada.
Ellos dijeron que no.
© Imagen de portada: Claudia Padrón Cueto / Facebook.