¿En qué tú andas, Mónica?

Parece que finalmente podríamos identificar en la vida contemporánea señales que apunten al hecho de que el arte cambió, según vaticinaron algunos de los campeones teóricos del posmodernismo. 

De cualquier modo, que el arte haya cambiado o no parece ser de las cosas menos importantes en la actualidad. El entusiasmo por los NFT ha menguado. La especulación en el mercado del arte sigue siendo igual de peligrosa y autofágica, por grave que sea la crisis económica. Realmente la idea de lo que es el arte sigue siendo más o menos igual que hace cincuenta y tantos años. 

La idea de lo que es el arte sigue siendo más o menos igual que hace cincuenta y tantos años.

Lo que sí ha cambiado de un modo absolutamente vertiginoso es el ritmo con que consumimos la producción cultural. La frontera que separa al productor del consumidor se ha vuelto permeable por ambos lados. La alianza entre Internet y otros vicios de la interactividad nos ha puesto a todos a ser parte cocineros y parte comensales en el banquete de la vida cotidiana. Instagram es, de muchas maneras, la concreción de los 15 minutos de fama predichos por Andy Warhol y el analgésico que mantiene relativamente bajo control el doloroso torrente de información que nos embate en la actualidad.


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@unicorn_bitchm es uno de esos síntomas maravillosos instagramáticos. Tiene más de doce mil seguidores y se puede leer en la BIO de su cuenta que se trata de una “Cuban kitschy femme fatale” entre otras delicias por el estilo, y que responde al nombre de Mónica. Es barténder en el acogedor bar Melodrama (@barmelodrama), ubicado en la Habana Vieja, y comparte su tiempo y disponibilidad emocional —además de con la atención al cliente y la pasión por la estética pinup— con su hermosa condición de madre. 

Accedió a contestarme algunas pregunticas y creo que con las respuestas que leerán, podremos hacernos una idea de en qué anda esta bella chica, y qué hay detrás de su estupenda capacidad de generar esos contenidos que difícilmente nos dejen indiferentes en esa farándula del scroll y el doble click con el dedo pulgar.  

Todavía con 32 años me veo sentada en la mesita de los niños y me ponen incómoda las ‘personas mayores’.

Cada vez vale más la pena comenzar este tipo de entrevista de la misma manera. “Andamos” todos de un lado a otro como partículas aceleradas por un acelerador. Pero alguien como tú seguro tiene un eje alternativo al libre albedrío. ¿En qué tú andas, Mónica?

Aquí, aprendiendo a resistir, como decía Juan Gelman, “ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque seguro habrá más penas y olvidos”. Dividiendo el tiempo entre mi trabajo de barténder en Melodrama, y la casa, la niña y el resto… Y también tener un ratico de vez en cuando para tirarme a mirar el techo. Como todos, tratando de acostumbrarme con los años a ser adulta, cosa que me cuesta. Todavía con 32 años me veo sentada en la mesita de los niños y me ponen incómoda las “personas mayores”. 


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Paso la mayor parte del tiempo aquí en el bar, que se ha convertido en casi toda mi vida social. No lo veo solo como “el trabajo”, es como la sala de mi otra casa. Hago playlists de la música que me gusta y va gente linda. Es como un pedacito fuera de la realidad…, que está dura ahora mismo.

La verdad es que más que nada me da placer abrir el ‘feed’ y verme a mí misma. Soy terriblemente vanidosa.

Eres una mujer con gran creatividad. La frecuencia y el acabado de tus publicaciones en Instagram son notables. Eres convincente ante un sector bastante amplio de la audiencia. ¿Cómo generas las imágenes de tus publicaciones? ¿Cuál es tu formación? O sea, ¿cómo te formaste, o te deformaste…, y evidentemente nunca te conformaste?

Mi sueño desde pequeña fue ser veterinaria, así que eso fue lo que estudié. Lo amaba y aún lo hago. Solo que la vida pasa y empiezas a hacer otras cosas porque dan más dinero, porque son más fáciles, y otras razones mezquinas que la realidad al final nos impone. Así que trabajo de barténder hace nueve años ya. 


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Nunca fui a la universidad. Me gradué de técnico medio y nunca fui más allá porque tenía más ganas de divertirme en el Parque G que de pasar cinco años en una beca. Pero siempre he tenido una curiosidad infinita por mundos e historias nuevas. 

Tuve la suerte de que mi papá era cinéfilo y lector acérrimo de fantasía y ciencia ficción. Así que el primer libro serio que leí siendo una niña era de Isaac Asimov. Desde entonces no recuerdo una temporada en mi vida en la que no esté leyendo algo: desde Thomas Mann a Anne Rice. Da igual si son bestsellers comerciales o cosas densas. Eso, y mi obsesión por la estética me han conformado un gusto amplio pero específico.


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Esto de Instagram comenzó en la primera cuarentena. Estaba volviéndome loca, soy de las personas que necesita un propósito a corto plazo o me rompo. De verdad, si no tengo algo que me embulle, me quedo paralizada totalmente. Así que empecé por hacerme foticos con estética pinup, que era como mi “cosa”, por decirlo de alguna manera, con Rubén Cruces, mi novio, sacando todos mis vestidos del clóset. Soy adicta a comprar ropa y tarecos viejos. Las tenderas de las tiendas recicladas de Centro Habana eran ya mis amiguitas de tanto que iba a buscar cosas. Y así fue creciendo. 

De más pequeña le pagaba dos pesos por oírme recitar poesía en inglés. Seguro me cobraría más caro ahora.

Me dio por hacerme guantes y conseguir props para hacer construcciones más complicadas y referenciales, y llegué a la idea de los montajes. La primera fue Faster Pussycat Kill Kill. Me gusta el cine y lo kitsch. Le dije a Rubén: “Me voy a vestir como Tura Satana y quiero que pongas en Photoshop ahí en el cartel”. 


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Así fue creciendo el personaje de Unicorn Bitch. Me resulta muy divertido apropiarme de una peli de horror, de culto, o un cuadro, o recrear una estética determinada. Ahora que Rubén está en España, pues me resulta un tin más complicado. Tengo que andar detrás de amistades que vayan y me hagan las fotos. 

Tengo unas telas azules que pongo como recortador, unas luces de hospital, y la cámara que me dejó una amiga. Pero el proceso de tener la idea, buscar el vestuario, prepararlo todo, buscar los elementos que funcionen, y después sentarme con Rubén que me los monta (yo no soy buena en Photoshop todavía) es lo que más disfruto. Ya después la foto está ahí, la publico, y hay que hacer otra… Y la verdad es que más que nada me da placer abrir el feed y verme a mí misma. Soy terriblemente vanidosa.


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Además de tu creatividad en el espacio virtual, tus outfits, tus tatuajes y tu proyección presencial le encantan a la gente. ¿Te defines creativamente a ti misma? ¿Hay ejercicios creativos conscientes más allá del espacio virtual?

Creo que siempre he tenido la manía de personalizar los objetos y espacios a mi alrededor. Aprendí a coser y bordar con mi tía, así que la ropa siempre la cambiaba a mi antojo. Me da por cosas. Por momentos, desde hacer cupcakesde cera, o accesorios para el pelo, o decorar y redecorar mi casa. Pero la verdad es que responde más a un impulso que a una intención. Nunca me lo he planteado en términos como “crear” o “artístico”. 

Siempre he tenido debilidad por las cosas lindas y, aunque no soy un bellezón natural, no dudé un segundo en ponerme un par de tetas más grandes.

Recuerdo un momento en que me puse a hacer carteras, y cuando repetía más de una vez los diseños me aburría y lo dejaba. He sido más constante con el trabajo para Instagram, quizás porque puedo cambiar cada vez, o porque involucra personas y procesos que cambian todo el tiempo y me obligan a ir más allá, y sobre todo a buscar. Pero, para serte sincera, ni siquiera esto ha sido completamente consciente. 


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Me ha sorprendido y halagado que le guste a la gente. Lo hago principalmente para mí misma y gracias a que tengo a alguien como Rubén, que me entiende y me sigue la rima, porque al menos dos veces al mes me da por pensar que no tiene sentido y que para qué paso tanto trabajo con algo que es básicamente para alimentar mi propio ego.

Hay poco de Cuba en mí, más allá de mi amor desmedido por La Habana Vieja y Centro Habana, y mi empeño casi ciego de vivir aquí contra toda esperanza y casi sin explicación.

Sé que eres madre…, cosa que probablemente pone tu creatividad a prueba tanto como tu proyección. La hija menor de Luz Escobar, al verte en la foto que se hicieron juntas, exclamó: “¡Ño, qué flow tiene ella!” ¿Cómo es Mónica mamá?

Tengo una hija espectacular, aunque a veces revira los ojos con mis cosas. Tiene 12 años. Fui madre bastante joven, pero mi mamá y yo somos un buen equipo. Desde que es pequeñita, yo trabajo y ella la cuida. Nuestra relación es más bien peculiar, como de hermanas a veces. 


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En mi barrio hay pocos niños, así que ha crecido entre adultos. Es una niña con una madurez impresionante para su edad y una lucidez que a veces me asombra. Trato de compartir cosas con ella todo el tiempo: películas, series, libros. El inglés es our thing. Cuando queremos que mi mamá no sepa qué estamos diciendo, hablamos en inglés. Me acuerdo de algo gracioso: de más pequeña le pagaba dos pesos por oírme recitar poesía en inglés. Seguro me cobraría más caro ahora. 

No sé si me definiría como hípster, tengo que buscar el concepto en Google.

No puedo decir que he sacrificado mi vida por cuidarla. Sería injusto con mi mamá que asumió el rol principal en su educación. También es difícil con los horarios de trabajo que he tenido desde hace años. Pero creo que eso la ha convertido en alguien muy independiente y su relación conmigo y con Rubén, que ha sido su única figura paterna consistente, es casi de iguales, de conversar sin condescendencia… Y sobre todo con mucho, mucho, mucho, sentido del humor siempre.


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La imagen estándar que proyectan las mujeres en el Caribe, y específicamente en Cuba, no es como la que proyectas tú. Una vez escuché sin querer a un grupo que se refería a ti como una hípster. ¿Piensas en cosas como estas alguna vez? ¿Cuánto de los lugares comunes de Cuba hay en ti y cuánto no?

No sé si me definiría como hípster, tengo que buscar el concepto en Google. Pero tal vez sí. Claro que hay una intención en cada pieza de ropa que compro, arreglo y uso, y cada tatuaje y música, incluso en la cultura y entretenimiento que consumo. Al final “somos las máscaras que usamos”, leí una vez que decía Cortázar. Y creo que siempre hay intención en la imagen que proyectamos. En la mía, pues, definitivamente sí, porque lo que hago es otra cuestión. 

Creo que hay poco de Cuba en mí, más allá de mi amor desmedido por La Habana Vieja y Centro Habana.

No sé. Me gusta la belleza. Siempre he tenido debilidad por las cosas lindas y, aunque no soy un bellezón natural, no dudé un segundo en ponerme un par de tetas más grandes. No voy ni a la esquina sin maquillaje, me miro en cada superficie en la que tenga un mínimo de posibilidad de reflejarme y no tengo conflicto con esto. No me parece que el ser un poco narcisista me haga una persona superficial. Se me ocurrió una vez que el mejor statement para lo que hago es: “El que entienda, bien; y si no, que me mire las tetas”.

Creo que hay poco de Cuba en mí, más allá de mi amor desmedido por La Habana Vieja y Centro Habana, y mi empeño casi ciego de vivir aquí contra toda esperanza y casi sin explicación. Aún en estos momentos en que todos se quieren ir, me da una ansiedad terrible pensar en vivir lejos… Y no sé lejos de qué exactamente: digo que mi mamá y mi hija. Aun pensando en ellas conmigo, me doy cuenta de que va más allá. Soy yo aquí a lo que no quiero renunciar. 

Creo que uso muchas veces ese pequeño mundo virtual para tener un pedacito fuera de la realidad.

Pero hay poco de lo que se considera como cubanía en mí, sea lo que sea que eso quiera decir. No me gusta la música movida, me dan asco los tabacos, no he bailado una canción de Van Van en mi vida. No me gusta mucho el cine cubano y no llegan ni a cinco los autores de la Isla que me leído. Casi todos los elementos que me atraen estéticamente tienen poco que ver con lo que se tiene como caribeño. El pop y el camp con los que jugueteo no son precisamente del lado de “acá”. Pero tal vez hacerlo aquí lo hace más divertido. Paso trabajo para buscar las cosas que uso, las pelucas, los vestidos. Pero es parte del proceso. 

Me dejas pensando. Creo que uso muchas veces ese pequeño mundo virtual para tener un pedacito fuera de la realidad y, cuando cojo la ruta 27, que da tremenda vuelta, ponerme a pensar en qué foto me voy a hacer.




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El Caballero duchampiano

Julio Llópiz-Casal

Ser cubano roza lo sublime, a pesar de que la Isla es un lugar en que la cotidianidad tiene una incontestable vocación para desgraciar vidas.