Las señales más auténticas de la creatividad de un artista se dan en ese punto en que resulta difícil clasificar lo que este hace. Dan Flavin —o alguno de los minimalistas clásicos…, no recuerdo bien cuál— decía que las mejores obras de arte de su generación no habían sido ni pinturas ni esculturas. Creo que buena parte del sentido de lo que trasciende como arte contemporáneo se encuentra en esa frase.
Carlos Manuel Paifer Iglesias es, precisamente, uno de esos artistas cuyos trabajos más interesantes no son ni pinturas ni esculturas…; probablemente tampoco sean ni instalaciones ni videoartes ni videoclips ni NFT. Tiene una gestualidad y un flujo de inquietudes que lo hacen bien auténtico. Puede cantar, tocar guitarra, diseñar, editar, corregir color, posproducir y, al parecer, hasta hacer reír.
Muchos no saben que es el autor del Bajanda de Silvio Rodríguez y el Habla matador de Amaury Pérez. Esa es, probablemente, la razón más importante por la que he querido entrevistarlo. Para mí sería un crimen no husmear un poquito en la cabeza del autor de estas piezas memorables y compartirlo con ustedes.
Cuando le tocó elegir la especialidad en San Alejandro (pintura, escultura, grabado, etc.) quería coger grabado porque pensó que por primera vez iba a tener la posibilidad de grabar sus canciones. Ese es Paifer… Vamos a ver qué bolá con él.
¿En qué tú andas Paifer? ¿A qué dedicas tus energías creativas en estos tiempos, días, minutos, segundos?
Esa cotidiana pregunta me toma por sorpresa de una manera, cuando menos, poco cotidiana… Porque, claro, me descubro intentando responderla sencilla y honestamente. Pero resulta que lo primero nunca es tan sencillo y lo segundo, dado el carácter público de esta entrevista, menos, porque las energías creativas de casi todos los cubanos, o al menos del tipo de cubano con que yo suelo y prefiero codearme, están últimamente dirigidas a lograr un objetivo común, que tendré a bien reservarme por considerarlo obvio.
Una vez no aclarado eso, y entendiendo que no solo de “ir” vive el hombre, me siento un poco más cómodo respondiéndote cabalmente que ando “en la luchita”. Ya sabes que soy algo así como realizador audiovisual, aunque en realidad soy unas cuantas cosas más (y otras menos). No se me ocurre un título que las abarque todas, ni tampoco me gusta dedicarle mucho tiempo a lo que inmediatamente intuyo como un ejercicio de ego.
Mi lugar es el arte, eso sí es seguro, más que nada porque solo para eso sirvo, al parecer. He tenido la inmensa dicha de ganarme mi sustento siempre haciendo lo que me gusta y decidí ejercer: el arte. Ya sea editando, haciendo efectos visuales digitales, dirigiendo, colorizando videos, ilustrando, animando, diseñando, escribiendo, etc., voy viviendo y sobreviviendo… Pero nunca cantando. La música es mi refugio espiritual. Como una ardilla psicópata me desboco frenético, por las ramas. Pero eso ya tú lo sabías…
Dentro de ese universo tiendo a dividir los trabajos en los que suelo participar en tres grandes grupos: primero (claramente el lugar más común dadas las actuales dificultades que afronta el país por culpa del bloqueo y eso) son los “trabajos por dinero”; un segundo grupo serían “los trabajos por prestigio y/o popularidad” (que no es igual, pero es lo mismo); y, por último, los “trabajos por placer”. Los trabajos del primer grupo casi nunca ofrecen lo que los otros dos (y viceversa), pero posibilitan que de vez en cuando pueda permitirme descansar en los últimos.
Existe, de vez en cuando, una coincidencia feliz en que, de forma aditiva, estos tres grupos se yuxtaponen; pero pasa poco. En esa danza itinerante que busca el equilibrio económico-espiritual me encuentro todo el tiempo. Pero trabajo no me falta, por eso a lo que, por no explayarme demasiado, llamaré suerte. Además, claro, están mis propias cosas, que es otra dimensión a la que le dedico cada vez que puedo tiempo y energía, las cuales, de alguna manera, forman parte del segundo grupo y con algo de suerte, quizás, un poquito del tercero.
Hasta donde sé, naciste en La Habana. ¿Cómo es el lugar en el que vives ahora mismo? ¿Cómo ha sido para ti vivir aquí, frustrarte, ilusionarte, sobrevivir?
¿Que cómo es el lugar en que vivo ahora? Voy a intentar saltarme todas las capas de esa cebolla explosiva para poder atender su relativamente estable núcleo.
Efectivamente, soy de La Habana, ¡pero Habana campo, eh! Nací en el Hospital Pediátrico William Soler y fui criado hasta los 30 en mi casa de Boyeros, por mis amados y entregadísimos padres; ella de Pinar, él de Holguín… Luego, salí a volar al mundo. Bueno…, a este mundillo circunscrito y cóncavo: la Fractal Habana.
Entonces, mis maneras son (creo y me han dicho) bastante rurales, a pesar de llevar varios años viviendo en zonas más céntricas. Cosa de la que me enorgullezco bastante, la verdad. Vivir aquí, y solo aquí (cabe aclarar), ha sido todo para mí. Y no lo digo en el sentido poético de la palabra, sino en su acepción más estricta. Es una hipérbole inevitable. Por tanto, ficticia y espero temporal. O sea, no tengo puntos de comparación para evaluar esta experiencia, hasta ahora total. El día en que viva en otros lugares, seguramente podré decirte un poco más sobre el tema.
A mi ver, he tenido una vida fácil: entendiendo que lo fácil no es necesariamente equivalente a lo bueno. Mucho menos a lo pleno. Creo también que la buena fortuna me ha sonreído mucho más que yo a ella. No he pasado por grandes dificultades si me comparo con mis coterráneos o con la vida en algunos países del Medio Oriente y cosas así.
He sido regularmente feliz. He trabajado para lograrlo y mantenerlo. En el camino han surgido los percances clásicos de carácter humano, que de alguna forma creo que nos tocan a todos, porque el Universo es así de coherente. En general, no me quejo de mucho, salvo por la corta vista contra la que me ha tocado siempre luchar: la mía.
¿Frustraciones? ¿Ilusiones? ¿Supervivencia? ¡Pues claro! Y todo bien con ello. Es lo normal, junto al resto de la colección. Pero, la verdad, me gustaría mucho conocer cómo se comportan esos factores de la vida en otros parajes. Eso me haría muy feliz. Que quede claro que hablo en tono personal. La pluralidad de la vida agrega iteraciones iridiscentes a todo lo que digo y quiero.
Has tenido una formación variada. Incluso me has comentado en algún momento de tu no-formación. Ya has hablado de que te ha tocado por placer, por solar y hasta por trabajo, meterle al audiovisual en la misma costura. Pero sé que te apasiona también el universo del videojuego. Háblame un poco de esto.
Luego de negarme a ir a la beca de Instructores de Arte (para no perderme Colorama y Nocturno del Ayer), entré en San Alejandro. No sé ni cómo, porque era bien improbable. Me gradué luego, tampoco sé ni cómo (creo que más bien me graduaron). Con el mínimo de nota, claro está.
Después aprobé, menos aún sé cómo, los exámenes de ingreso al ISDi. Así fue que, luego de pasar el Servicio Militar diferido, ingresé a ese centro de estudio. Y ahí, ¡kabooom!, acabé. Me fui a finales de primer año a estudiar Psicología; lo cual, por supuesto, nunca llegué a comenzar. Entonces volví al ISDi solo para encabezar el escalafón de abajo hacia arriba, hasta que (gracias a la providencia) me botaron.
Así de imposible, densa y frenética, como esa oración, fue mi vida en esos tiempos. Pasé (claro está) por otra crisis existencial: mi pasatiempo favorito durante los 20.
Todo esto hasta que, de trabajo en trabajo y cacharreando muchos programas, me metí al mundo del audiovisual poco a poco. Durante ese tiempo jugué muchos videojuegos. También de niño, pero poco. No tuve consola de pequeño. Mucho menos computadora. Ya de adulto sí.
Nunca fui un gamer compulsivo. Por suerte tengo solo períodos y escojo cuidadosamente qué jugar en mi poco tiempo libre. Siempre me llamaron bastante la atención los videojuegos y las películas de ciencia ficción. Tengo predilección absoluta por lo no real o, mejor dicho, lo aún no demostrado como real (si asumimos el tiempo como un fenómeno lineal).
El mundo del videojuego es una plataforma natural para mentes como la mía… y para todas, eventualmente. Es, a mi entender, además, una interación superior del arte. No creo estar muy solo con esa opinión. Pueden en un videojuego confluir todas las demás expresiones del arte de una manera interactiva, con formas cada vez más refinadas y sofisticadas de inmersión.
Si un día se diera la utópica circunstancia de yo poder escoger a qué dedicarme con total exactitud, sin dudas sería algo así como director creativo de videojuegos. Por lo pronto, mis energías creativas están enfocadas en lo que las de todos. Espero que el subtexto de esta última oración deje de ser algún día tan evidentemente claro… Eso, también, me haría muy feliz.
El humor es una herramienta expresiva que garantiza, entre otras cosas, la supervivencia. En el caso de Cuba tal vez es hasta un bálsamo espiritual. ¿Tiene esto que ver con los memes que haces?
En pocos territorios he aterrizado de forma tan feliz y sinuosa como en el hospitalario Memeverso.
Soy un gran amante del humor. Si es negro y agrio, mejor. Adoro el minimalismo, la inmediatez y lo efímero; así que el meme me viene como anillo al dedo en tanto forma de expresión. Siempre he sido muy hiperactivo con las ideas y los chistes (los buenos y los malos especialmente).
Pero tengo serios problemas de constancia de cara a proyectos medianos; ni qué decir grandes. Es así que este soporte me perdona mis defectos y potencia mis virtudes. No puedo estarle más agradecido.
Hace no mucho, tuve la suerte de hacerte la pregunta de si el meme podía ser considerado una manifestación artística independiente y, en consecuencia, nueva. Andaba yo por esa línea de pensamiento hasta que me informaste, amablemente, que podía ser considerado parte de la tradición gráfica; algo así como una evolución, una actualización a los nuevos medios del humor gráfico. En todo caso, estamos de acuerdo en que es la más contemporánea expresión cultural de la sociedad actual.
Ahora bien, no creo que el humor sea en sí un mecanismo-reflejo de defensa ante las adversidades. Pienso, mejor, que es un estado superior de la empatía, por lo que, en primera instancia, jamás lo vería originalmente como un arma. Más que un rifle o una espada, veo en él una pala, un martillo, una aguja de coser. Algo destinado al trabajo productivo y creador, pero capaz, eso sí, de servir como arma, de ser preciso.
En el caso de Cuba, donde la palabra opción tiende a acertijo, impotencia o reto, el humor a menudo deja de ser una celebración para convertirse en una forma de protesta y, en muchos casos, de descompresión. Una especie de punching bag canela, verde, azul, pero pocas veces color espejo. Es en ese último punto donde veo el problema. Cuando el humor pasa a fungir como arma, de manera automática, adquiere doble filo.
Me pasaba muchas veces que de niño veía películas cubanas, programas de TV, y siempre me molestó la sumisión y resignación que escondían esos materiales bajo un velo bastante fino y trasparente, cabe agregar, de humor concesivo. Me parece un crimen que el humor se torne concesivo. Es que cuando se hace bien, se corren siempre riesgos, ya sean éticos, políticos o propios; eso me encanta. Pero también creo que, si le pones amor, si lo que haces huele a amor, en general todo irá bien. Al menos en lo que al gran público se refiere.
Luego, está bien reírse de las desgracias (propias y ajenas) de una forma graciosa y creativa. Lo creo útil e indicativo de desarrollo mental y hasta social. Pero si a través del humor se normalizan tanto los problemas que la casi unánime reacción ante ellos sea reír, en detrimento del acto de afrontar, pocas soluciones verán la luz. En esa dirección suelo dirigir mis memes. Me gusta hacer reír, agradezco mucho la risa ajena; pero más me agrada y valoro mover la reflexión. Cuando logro las dos cosas, me doy un aplauso deportivo. A mí me gustaría hacer memes más justos, más necesarios. El humor es, ante todo, libertad. Así que, a medio camino entre la apnea y un buen aletazo, esto es, por ahora, lo que hay.
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El Caballero duchampiano
Ser cubano roza lo sublime, a pesar de que la Isla es un lugar en que la cotidianidad tiene una incontestable vocación para desgraciar vidas.