Hombres de negro futuro

El futuro de alguien no es simplemente su destino vital más o menos inmediato. El futuro de alguien es su propio proyecto de posteridad, implementado en vida de modo más o menos consciente; es lo que va a legar, en el sentido menos solemne de la palabra.

Se dice “legado” e inmediatamente muchos piensan en ese Legado con mayúscula que al parecer solo nos puede dejar un científico, un político, un intelectual o algún especulador de esos nichos lucrativos que las relaciones humanas facilitan. Pero no.

Todos dejaron un legado, todos lo dejaremos.

Tuve un vecino que era mecánico automotriz y borracho perdido. Se bebía prácticamente todo el dinero que ganaba, y la precariedad en su hogar crecía como un tumor maligno. La madre de su hijo adolescente desarrolló una enfermedad nerviosa, exacerbada por el clima cotidiano, y acabó empapándose en queroseno y prendiéndose fuego delante del muchacho.

El legado de mi vecino fue: un puñado de carros chapisteados en el barrio; la condena a diez años de cárcel de su vástago, por atravesarle la garganta con un destornillador en venganza por el suicidio de su madre; y la muerte de una hermosa mujer que pasó de tener sueños a tener pesadillas por su culpa.

La palabra legado no es de valencia positiva per se.

Más allá de un penoso relato como este (y asumiendo el sentido simbólico de la palabra muerte), durante años me he repetido que la muerte a tiempo de algunas cosas es de lo más vital que hay.

El dadaísmo, por ejemplo, desapareció como movimiento artístico cuando la libertad creativa se volvió autofágica y las contradicciones entre los miembros del grupo empezaron a ser como un saco pesadísimo repleto de calamidades y cargado en colectivo. Tristan Tzara disolvió el movimiento al día siguiente de que André Breton y Louis Aragon se pararan de sus butacas y subieran a un escenario teatral, donde se representaba una obra suya, a repartir trompadas a los actores. A ese punto llegaron las contradicciones.

El surrealismo fue una versión sofisticada y publicista del legado dadá. Breton ideó más de un manifiesto; hizo de todo porque el movimiento fuera una vaca lechera fértil y longeva. Llamó La Révolution surréaliste al magazine del grupo, y cuentan que su entusiasmo político lo llevó a cambiarle el nombre por Le Surréalisme au service de la Révolution. La posteridad del dadaísmo ha dado las mejores claves para desautomatizar el ejercicio creativo y los reflejos moralistas en torno al mismo; la posteridad del surrealismo ha sido el banco de imágenes más rentable del siglo XX.


Siendo optimistas y básicos, hoy en Cuba la idea de futuro oscilaría entre las consecuencias de un modelo político que se resiste a sintonizar con un mundo que ha cambiado, y los efectos del cambio climático o la sociedad post-industrial.

Lo cierto es que la complejidad es mucho mayor, pero esa falta de sincronía (mirando el asunto de modo también básico, pero sobre todo optimista) ha traído pequeños problemitas que se suceden unos tras otros con la distancia de las cuentas de un rosario que podría darle la vuelta al planeta varias veces. La génesis del problema nacional es difícil de visualizar.

Que tenemos una sola vida es un hecho, no importa si a favor o en contra nuestra. Es entendible, aceptable, necesario, etcétera, que tantos cubanos hayan decidido emigrar, ya sea persiguiendo las ambiciones más grandes o las nimiedades más inverosímiles que son un lujo en el socialismo.

Entre quienes se van, nunca han dejado de interesarme, sobre todo, aquellos que intervienen quirúrgicamente su Cuba para extraerla como si fuera una vesícula que empezó a dar problemas. Cuba es un país de un sufrimiento habitable; nacer en él es heredar tantos trastornos que tenemos el derecho a reaccionar a ellos como queramos, ya sea huyendo o buscándoles una solución.

Quien se fue y no pretende regresar, ni siquiera volver la vista hacia su pasado cubano, abrazó un tipo específico de valentía, apostó por empezar a trazar de cero un nuevo mapa emocional, sin importar la suerte que corra en ese proyecto. Nada le garantiza que la isla no lo seguirá a todas partes, martillándole el corazón y echándole en cara que viene de un pequeño pedazo del mundo, tendiente a lo insignificante pero peculiar. Su futuro puede ser oscuro, aunque desee todo lo contrario.

Pero el futuro más negro está reservado a quienes han vivido de la desgracia zonal, quienes subsisten por apoyar a una élite caprichosa y senil empoderada a la fuerza.

Quien se fue y quiso olvidar Cuba para siempre, puede padecer la tristeza de la imposibilidad del olvido; pero su sufrimiento acabará cuando ya no respire y comience ese concilio post mortem reservado para aquellos en quienes habitó el amor, a pesar de padecer el asco y la corrupción. El sufrimiento de quienes apoyan el autoritarismo destructivo, comienza con su abyección y se prolonga hacia la posteridad.

Nada peor le espera a un abusador disfrazado de mesías que lo perecedero de su disfraz. Puede aplastar y atemorizar en vida hasta donde pueda, pero eso que llamamos destino consiste, sobre todo, en que no hay control alguno sobre cómo nos leerán aquellos que nos van a suceder.

Los hijos y nietos de los radicales evaluarán por sí mismos el fruto de sus mayores. Si el radicalismo aportó un bien, habrá un futuro de luces; pero si amputó cosas esenciales, a pesar de las buenas intenciones, el futuro tenderá inevitablemente a lo oscuro.

Los hombres de más negro futuro son aquellos que sintieron que el futuro les pertenecía por entero, y no permitieron que el peso del mismo cayera también sobre los demás.

No es lo mismo legar un mal que sea un grano, que legar un mal que sea una granada.




Julio Llópiz Casal

El mar, una y otra vez

Julio Llópiz-Casal

La relación de esta isla con el mar ha sido hostil y erótica. El Condón de La Habana es un proyecto en fase de desarrollo que no impide lo importante. Una isla puede ser eso: un espacio vivencial que necesita especialmente del afuera, y que también necesita exteriorizar, vomitar, drenar… El isleño ideal es un ave migratoria.