1. Estamos en Cuba a inicios de los años 90, cuando todo estaba yéndose al diablo y había esperanzas (unas pocas) en la escritura.
2. Después de la aparición de eso que la crítica insular (apopléjica y poco imaginativa) denominó Los Novísimos (grupo adonde he ido a parar sin remedio, independientemente de mis derivas), la narrativa cubana, como componente de su propia crítica, fue adecuándose no a lo que ellos eran, sino más bien a lo que debían ser. El fenómeno, en su inversión (y, acaso, en su reversión y su refracción), estuvo pespunteado de irreverencia, sexualidad, displicencia ideológica, escrutinio de las tradiciones literarias posvanguardistas y certificación de los distintos grados del marasmo social.
3. Puede decirse de otro modo: inconveniencia ideológica, audacia formal, redescubrimiento de que el sexo posee horizontes ilimitados (porque el lenguaje no tiene límites), relectura general de las vanguardias (incluidas las artísticas) y legitimación del desbarajuste social.
4. Pero cuando ves y sientes un desbarajuste, es que el desbarajuste real está viniendo hacia ti y todavía no aparece en el horizonte, como los buques de guerra antes de atacar.
5. Digamos que fueron esos los signos de la entrada de Los Novísimos en el concierto de las fábulas insulares. Unos años después aparecieron (digamos que eso fue otra vuelta de tuerca) los miembros de la que algunos periodistas en estado de vigilia, y almidonados por la llamada “verticalidad revolucionaria”, siguen denominando Generación Cero, otra necedad que en su momento se contaminó de suspicacia política.
6. Se me ocurre que la entrada de Los Novísimos, como formulación de una poética, ocurrió en medio de grandes contrastes, cuando en La Habana la Casa de las Américas acogió la celebración del 50 aniversario de Orígenes, la célebre revista de José Lezama Lima y José Rodríguez Feo. El escenario no podía ser mejor, pues una de las divisas de aquel multitudinario encuentro fue, en lo que se refiere a Los Novísimos, precisamente la de volverle la espalda a los caminos que Orígenes resguardaba y defendía, sobre todo aquellos donde, hablando en el presente de entonces, el delirio sociopolítico tendía a fabricar una articulación entre las ideas nutricias de la revista y los encuadres utopistas de la Revolución. Tras Orígenes, una Revolución. O la Revolución. Pura manía ensoñada.
7. Poco antes de integrarme en el equipo de la revista Proposiciones como editor, en cuya sede (la extinta Fundación Pablo Milanés) se hicieron algunas reuniones organizativas en relación con las muy origenistas jornadas celebratorias (allí vi dos veces a Cintio Vitier), yo trabajaba como investigador en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias. Tiempo atrás el poeta Jorge Luis Arcos y otros amigos me habían invitado a formar parte de la revista, y me acuerdo de que casi no pude salir del ILL, cuya dirección (yo había pedido mi baja por escrito) estaba en manos de alguien que hablaba todo el tiempo de eso que acabo de mencionar: la “verticalidad revolucionaria”. Puro horror transitorio.
8. Pero esa suerte de libertad, que también fue la libertad de la suerte, duró poco: la Fundación Pablo Milanés y su revista desaparecieron por decreto en un santiamén, y fue entonces cuando, unos meses después, empecé a dirigir la redacción de narrativa de la editorial Letras Cubanas, en el Instituto Cubano del Libro. Y allí vi por primera vez a Los Novísimos y me relacioné con ellos y comprendí que, en definitiva, mi condición de Novísimo estaba asegurada, para bien o para mal.
9. Hubo una especie de coalición distante entre algunos Novísimos y algunos “integrantes” de la Generación Cero, para usar esos nombres, lo cual me libra de la responsabilidad de buscar otros quizás más adecuados pero, sin duda, menos reconocibles. Esa alianza, un suceso espontáneo donde no intervino la voluntad, tuvo su origen en dos cuestiones que al mismo tiempo la explican: 1) lo intrincado y confuso de los vínculos, en forma de red, entre el disloque social, el carácter cada vez más queer de la cultura y la naturaleza híbrida (la estética del ciborg) de lo real, y 2) la socialización instintiva y desenvuelta que esos escritores han venido practicando, entre ellos mismos, durante un lapso de al menos diez años.
10. La naturaleza híbrida de lo real: somatización de lo virtual, virtualidad del soma.
11. Hubo un momento y un espacio culturales (vale decir: históricos, políticos, sociales) en los cuales se produjeron coincidencias en cuanto a poiesis (lo digo como trabajo de escritura y también como metamorfosis, según Heidegger) y percepción de la realidad. En lo que a mí concierne, ahora mismo me veo, por ejemplo, colaborando con TREP (The Revolution Evening Post) la extraña y lúcida revista (e-Zine de escritura irregular cuyo staff formaron Jorge Enrique Lage, Ahmel Echevarría y Orlando Luis Pardo Lazo), o presentando El color de la sangre diluida y Vultureffect, de Jorge Enrique Lage, ni más ni menos que en la UNEAC, o siendo presentado por él (mi novela Las nubes en el agua), o como miembro del jurado de un premio literario donde Raúl Flores Iriarte gana con un libro anti-mainstream como La carne luminosa de los gigantes, o leyendo un ensayo de Orlando Luis Pardo Lazo sobre mi novela Las potestades incorpóreas, o escuchando a Ahmel Echevarría mientras habla de Sexo de cine, antes de que yo presente su novela La noria, ganadora (muy polémicamente, a pesar de lo que sucedió durante la reunión de los jurados) del Premio Italo Calvino 2012.
12. Recuérdenme eso, por favor. Porque algún día haré la historia de lo que pasó ese día, en el edificio del ICAIC, cuando La noria por poco se transforma en un artefacto incendiario. Una novela donde, en apariencia, desaparece la historia para darle paso al concepto.
13. Pero aun cuando tiene que ver con esas afinidades y parentescos, el asunto que me interesa destacar no es tan evidente. La realidad real propone el emprendimiento de unas escrituras más o menos urgidas, apremiantes, capaces de soportar la huella fuerte de la testificación (otra vez la maldita circunstancia de la testificación por todas partes), mientras que la realidad estética, donde esa realidad real se sublima entre el deseo y la espera, propone lo distópico, el hiperrealismo fotográfico (que lo transmuta todo a fuerza de ser exigente en las precisiones) y los mundos extraños.
14. Miro las fotos y nos vemos allí (Lage, Orlando Luis, Ahmel, Anisley Negrín, Raúl Flores, Jamila Medina), en una época retirada, casi remota, casi arcaizante. En Cuba las épocas se suceden con enorme rapidez unas a otras: estamos sumergidos en un perfume que carece de fijador. Miro las fotos (algunas habían sido hechas por Orlando Luis) y veo el cuarto donde hablábamos de Lovecraft, de las películas de Jim Jarmusch, del cine pornográfico, de las fotografías de David LaChapelle, de Stephen King y Thomas Pynchon y William Burroughs, y de Bandini, el personaje-escritor del maravilloso John Fante. Después tuve diálogos con Legna Rodríguez, Dazra Novak, Abel Fernández-Larrea, Raydel Araoz y algunos otros.
15. Por un lado, una invitación donde el realismo debería reconstituirse a partir de cierta aceleración y cierta vecindad con respecto al detalle. Por el otro, un grupo de escritores de ahora mismo (donde podría incluirme) en quienes el diálogo con la cultura pasa, inevitablemente, por el diálogo con la vida.