Rogelio Orizondo muerde la cola de un T-Rex

Cuando ya casi termina de transcurrir la quinta parte del siglo y te acostumbras a entrar en tu página en Facebook todos los días para ver noticias y comentarios (eres cubano insular y tienes bastante tiempo para eso), comprendes que la realidad (la tuya y la de otros) es un derramamiento de hechos mínimos y fugaces. 

Algunas cosas te parecen enormes y de considerable importancia cuando, en verdad, ningún acontecimiento adquiere allí gran preeminencia durante más de una semana. Ni siquiera las confesiones de asedio sexual, las censuras, la muerte de alguien, las declaraciones de enemistad, etc., etc. Pura enumeración. 

Acabo de escribir un lugar común. Pero los lugares comunes son lo primero que hay que aprender y quedan en el mismo grupo de “cosas prescindibles” al que pertenece la experiencia personal. Y, a despecho de las grandes ideas y las grandes disertaciones, transidas de conceptos notables, el discurso de la experiencia personal es, en última instancia, lo más revolucionario que existe cuando ensambla bien (desde la perspectiva de la artisticidad) con ese humanismo que todo el mundo anhela sentir hoy. 

Vuelvo a la enumeración: Leo Spitzer. La estilística, los patrones lingüísticos. A mediados de los años cuarenta el genial y muy austríaco Spitzer, hábil en domeñar lenguas y escrituras, publicó su libro más célebre: La enumeración caótica de la poesía moderna. Y puso delante de críticos y profesores una certeza trascendental: la mirada del poema suele caerse por el delicioso barranco de la enumeración. El caos viene después, cuando el poeta observa lo real y junta una flor con una cama, un collar, un colisionador de partículas, un perro, un caracol, una hoja de trébol, un bolígrafo y una máquina de perforar pozos.

Spitzer, hispanista incomparable, murió en Viareggio como P. B. Shelley. Viareggio, ya lo sabes, es igual que decir Toscana, región famosa por su carnaval y porque allí Sting tiene una gran casa palaciega. Está, además, considerado un destino turístico LGBTIQ+ entre los más notorios.

Por un motivo que de momento he olvidado (“olvidar es hermoso”, dicen que le dijo Jorge Luis Borges a Susan Sontag cuando se encontraron en Frankfurt), llego, de un post a otro, a una foto en la que el dramaturgo y poeta Rogelio Orizondo muerde la cola de un pequeño T-Rex de goma. Iniciamos un breve diálogo. Ahora lo recuerdo: todo empezó en la lectura de un conmovedor texto de Orizondo sobre aquellos sucesos (el éxodo del Mariel) cuya referenciación desató la censura de Sueños al pairo, el documental de José Luis Aparicio y Fernando Fraguela sobre Mike Porcel.

Orizondo y yo hablamos de cuerdas pulsadas, sonidos precisos y canciones tristes, y nos apartamos de la corriente principal y yo le menciono la cola del T-Rex y él me dice que se enamoró de un velocirráptor. Después ocurre un intercambio de textos: él me envía Los sementales y yo, a mi vez, Esmirna. Ambos textos se insertan en lo dramatúrgico (el suyo más que el mío) y tienen en la metáfora del sexo un enclave hambriento e inflamado.

Spitzer dedujo prácticamente todo el alcance de la enumeración caótica: es nuestro sino, nuestra marca de identidad, nuestra representación del mundo. Nada de eso se articula bien con la velocidad de una carta escrita a mano y con rotulador en una hoja de papel. Ni con el acto fervoroso y nostálgico de poner un disco de acetato en un tocadiscos ruso, de los últimos que se vendieron en Cuba. Sin embargo, se trata de una gestualidad vintage congruente con los años que corren, aunque mi Made in Japan, de Deep Purple, suene mejor analógicamente que sus pistas remasterizadas.

La Habana, Ciudad Maravilla, es la enumeración caótica. ¿No te das cuenta de que frente a ti hay un horizonte humanístico al que se quiere llegar por todas las vías posibles y hasta por las imposibles? 

La Habana es transicional, hoy más que ayer. El espacio mental de la ciudad aspira a caber bien en ese viaje. Un viaje real e irreal al mismo tiempo. En el viaje se insinúa otra época que es o quiere ser esta misma de ahora: la del realismo. Las cosas de la realidad, la realidad de las cosas. Cuando las épocas se suceden unas a otras sin calma y en el vértigo del tiempo, la enumeración caótica tiende a constituirse en la forma de las formas.

Facebook, enumerativo y caótico, muestra algunas evidencias de que Ben Affleck y Ana de Armas visitaron la Fábrica de Arte Cubano (FAC). A ellas se suman las mil y una respuestas que ha tenido la censura de Sueños al pairo: todo el mundo escribe sobre esoLos activistas del movimiento LGBTIQ+ dibujan el entorno (y su entorno) con apuntes muy concretos, así como los valedores de la ley contra el maltrato de los animales. Un asesino anda suelto: violador de perros y perras. Y un maltratador de mujeres. Y un adalid de la transfobia que muy en secreto, o abiertamente, fantasea con meterse en la cama de una chica trans. Todos tenemos una historia que contar.  

Hay, por otra parte, una invitación inespecífica a que digas, si te pasó, cuándo y cómo sufriste asedio sexual. Y por el Paquete Semanal circula un documental que insiste en algo ya sabido: el reino vegetal obra con una “inteligencia” imperceptible que linda con el horror. ¿Qué comerán ahora los veganos? Por cierto, ¿ya leíste ese clásico obvio titulado El día de los trífidos, de John Wyndham?

Si me pongo a pensar en términos lógicos, diría que entre las preferencias de los poderes institucionales no se encuentra la “vecindad íntima” de un diálogo sobre sexo, a no ser que este ocurra en un panel, un programa de televisión bien editado, una galería de arte: espacios donde la academia se escurre por detrás de los atrevimientos del artista y el intelectual, tomando el control. 

Así sucede, creo, en el activismo queer. Desde la ignición del plano social y humano de ese activismo, no puedes acceder (ficción de por medio) al plano puramente sensorial. Para ser más preciso: no puedes describir y dar a conocer qué pasa allí, en ese maravilloso conjunto de “comercios íntimos calculados”, a no ser que te aposentes en el discurso de una novela, por ejemplo. Porque cuando lo haces, te sales del tono preciso, escapas de los límites, entras en contacto con la pornografía y el activismo enrojece de pudor y se transforma en otro espacio institucional… y uno se aburre.

De modo que, ¿cómo le muerdes la cola a un Tiranosaurius Rex? De pronto todo eso se junta en la figura de un animal simbólico de tal magnitud, un animal con esa energía, esa bravura y esa aturdidora antigüedad. Es un asunto serio, de veras. Y al cabo muy sensual. Aparte del hecho de que el T-Rex es una criatura extinguida (o en vías de extinción), circunstancia que no parece tener autoridad suficiente como para refutar ciertos estados cuánticos en los que el T-Rex existía antes de dormirte, durante el sueño y cuando te despertaste. Así que embúllate y muérdele la cola.  





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