“El socialismo es la ruta más larga y dolorosa para llegar del capitalismo al capitalismo”.
Katherine Verdery.
“Para ser honesto, en todos los lugares donde le hago el amor a una mujer busco ese olor, en la cama, el césped, la alfombra, el bosque o la ducha. Sin ese olor no puedo sentirme completamente satisfecho”, escribió el chino Zhang Xianliang en su novela autobiográfica Xiguan Siwang (Acostumbrado a morir, 1989)[1]. El olor al que se refiere es el de la soya, la comida más frecuente que le daban en los campos de trabajo forzado en los que pasó casi toda su vida. La soya estaba inscrita en su memoria y lo perseguía a todas partes.
Entiendo muy bien ese trauma, pero a diferencia de Xianliang, he tratado de desprenderme de los olores que conectan mi vida al encierro, a las becas revolucionarias, y al hambre en Cuba. Han pasado muchos años desde esa experiencia, pero aún no soporto el olor de la soya. En la Isla, la soya no tiene que ver con la dieta vegana, sino con el racionamiento y la escasez. Por varias décadas el gobierno ha utilizado la legumbre como un extensor del picadillo de res. El olor y el sabor de aquella piltrafa conocida como “picadillo de soya” era repugnante.
Tampoco soporto los chícharos, ni las lentejas, no importa lo que les pongan: chorizo, jamón o tocino. Me da igual, me retrotraen al tufo de los comedores escolares y a los años duros de la década de 1990. Algunos recuerdan esas becas con nostalgia: “¡Qué bellos recuerdos!”, “¡qué buenos aquellos años!”, expresan cuando alguien comparte alguna foto en las redes sociales, o cuando comentan alguna canción en YouTube. Prefiero mirar al pasado con un ojo crítico; no quiero que la nostalgia convierta la memoria en un espacio de sentimentalismo, sin historia.
¿No Castro, No Problem?
En la década de 1990 ya se sabía que el proyecto de creación del hombre nuevo socialista no solo era un fracaso, sino también, una gran farsa. El 15 de octubre de 1988, en plena perestroika, Komsomolskaja Pravda, órgano oficial de la juventud comunista, dijo que Alexei Stajanov resultó un fraude. Era imposible que un hombre produjera, él solito, alrededor de cien toneladas de carbón en una jornada de seis horas. Empezaban a caer los héroes socialistas. Poco después también le pasaron la cuenta a Pavlik Morozov, otra de las figuras emblemáticas y míticas de la propaganda soviética. Se decía que, durante el período de la colectivización, Morozov puso la lealtad al partido por encima de sus lazos sanguíneos y familiares, y denunció a sus padres. Hasta una estatua le levantaron. Pero, al parecer, todo fue una invención, un mito.
En Cuba, el desencanto con el ideal del hombre nuevo llegó un poco antes y, curiosamente, por parte de los mismos comisarios oficiales. El 23 de abril de 1980, en plena crisis del Mariel, Carlos Rafael Rodríguez, uno de los ideólogos del socialismo tropical, le dijo a un periodista de Le Monde que el hombre nuevo era una condición excepcional a la que solo podían aspirar unos cuantos; el Che, entre ellos, claro. El viejo militante insinuó al diario que ya habían renunciado al proyecto de construcción de comunistas en masa. Se mostraba entonces ya más pragmático y realista que al inicio de la Revolución, cuando creyó “que bastaba invocar al hombre nuevo para hacerlo aparecer mágicamente”.[2]
Muchos piensan que con el fin del castrismo llegará a Cuba la tan ansiada y postergada libertad. “No Castro, No Problem”, dicen. ¿Pero qué significa la libertad? ¿Vivir sin miedo a la policía política? ¿La libertad de emprendimiento y consumo?
Ojalá todo fuera tan sencillo. Fidel Castro ya es Historia, pero los traumas colectivos, el desastre económico y social que ha dejado a su paso el régimen que implantó, todavía están por cuantificarse y estudiarse. Los grandes problemas de la Isla están por llegar. Hay que dejar a un lado los modos tradicionales de entender las transiciones como procesos lineales y continuos, que llevarán a un lugar preestablecido y a un ideal de democracia de tipo occidental, para entender lo que viene.
Expertos de las transiciones de la extinta Unión Soviética y las repúblicas comunistas de Europa del este, han demostrado cómo en esos países la caída del comunismo no llevó a la democracia. Lo cierto es que los conflictos de esos regímenes —que heredaron las sociedades que los sustituyeron— han generado mucha frustración con los modelos que se implementaron. En la mayoría de esos países, la sociedad democrática no fue más que una ilusión, porque antiguos militantes se convirtieron de la noche a la mañana en millonarios y magnates.
En Rusia, por ejemplo, Putin goza de un poder absoluto y se comporta como los antiguos secretarios generales del PCUS, y “el lugar del marxismo-leninismo lo ocupa ahora la doctrina de la Iglesia ortodoxa rusa”[3].
Ese proceso ha desatado una nostalgia por la era soviética que cada vez toma más fuerza. El culto a Stalin ha regresado, no importan las miles de personas que mató o mandó al Gulag. De acuerdo con Svetlana Aleksiévich, con el retorno del vodka “soviético”, han aparecido muchos programas televisivos y portales en Internet dedicados a alimentar la nostalgia por esos tiempos.
De acuerdo con Aleksiévich, la nostalgia ha provocado, incluso, que los campos de trabajo forzado en Solovki se hayan convertido en destinos turísticos. Así lo describe:
“El anuncio de la empresa que organiza los viajes promete que a cada turista se le proporcionará un uniforme de preso y un pico para garantizarle así una experiencia llena de sensaciones genuinas. También podrá visitar los barracones reformados. Para concluir el viaje, todos los turistas se irán juntos de pesca”[4].
A diferencia de los soviéticos o los rumanos, que no tenían ni la más mínima idea del capitalismo antes de la transición, muchos cubanos saben de qué va la cosa gracias a los viajes al exterior, los contactos con el exilio y la diáspora. Otros han sentido el rigor del capitalismo de Estado que el régimen castrista ha impuesto desde hace algunos años. Aunque la Revolución los abandonó y dejó en la miseria, todavía están atrapados en el ideal, la utopía, y piensan que el problema de Cuba radica aún en el embargo estadounidense. No se enteran de que a sus espaldas los políticos y los militares ya se han repartido el país.
Tampoco reconocen las iniciativas de corte neoliberal que implementa el Partido Comunista. Economistas como Carmelo Mesa-Lago, entre otros, han venido alertando sobre los recortes presupuestarios en el sector estatal, en campos como la salud pública y la educación, que hasta hace unos años era pilares fundamentales de legitimación política[5]. Durante décadas, hemos visto cómo el Estado cubano le ha otorgado al mercado una función reguladora que excluye a amplios sectores sociales y ha abierto muchas brechas al modelo “igualitario” sobre el que descansaba la legitimidad revolucionaria. La exclusión se ha agudizado con el regreso del dólar y la apertura de tiendas estatales solo para los que tienen moneda dura.
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Fidel Castro. El Comandante Playboy. Sexo Revolución y Guerra Fría.
Un libro de Abel Sierra Madero.
“Make Cuba Great Again”
Dentro y fuera de la Isla, los cubanos siguen viviendo la política como una religión conectada a los afectos y a las emociones, cuando debería articularse a través del ejercicio de una ciudadanía crítica. Así, personas que salieron de Cuba huyéndole al régimen, siguen depositando y concentrando en Barack Obama o Donald Trump todas sus expectativas ciudadanas.
Para algunos exiliados, aquellos que señalan los problemas de la sociedad estadounidense son comunistas, porque entienden la crítica como un acto de traición al país que los acogió. “Si no te gusta esto regresa para Cuba”, censuran. En ocasiones reproducen, incluso, la misma jerga biopolítica y el discurso animal del mismo gobierno que los etiquetó como gusanos. Es muy común que usen calificativos como “ratas” en las interacciones que sostienen en las redes: Demorats, les llaman. Estos sujetos son presas fáciles de bots rusos, de teorías de la conspiración, de fake news, y creen que hay una conjura comunista global. Desconfían de la prensa, porque no leen o no entienden los códigos del periodismo.
Están tan traumatizados con el comunismo, que lo ven hasta en la sopa. “Make Cuba Great Again” es su consigna, en alusión al mensaje de campaña que utilizó Donald Trump para llegar a la presidencia. Algunos asumen una posición antinmigrante, y creen que en Estados Unidos los pobres lo son porque quieren, o porque son vagos. El anticomunismo sobre el que articulan su identidad es muy empobrecedor. Los restringe y congela a la misma lógica del castrismo a la que dicen oponerse. Lo he dicho varias veces: uno de los grandes problemas del exilio cubano es, precisamente, no haber podido crear una narrativa más allá del anticastrismo.
Algunos demócratas usan también lenguajes de odio contra aquellos que piensan diferente. Están igualmente polarizados y descalifican a los republicanos de antemano, tal y como lo hace cualquier funcionario o comisario político del régimen de La Habana. “You fucking white savages”, posteó en su muro de Facebook una cubanoamericana que se las da de tolerante, al criticar a los cubanos afiliados a la derecha. No es un caso aislado, sino una práctica común. A los aliados del actual presidente se les descalifica como “trumpanzees” (monos trompistas), “pigs” (puercos) o “human scum”(escoria humana), que deberían morir, “may they drop fucking dead”. Estos términos son inaceptables y convierten el debate en chanchullo y chusmería. Además, los demócratas establecen falsas equivalencias entre la derecha miamense y el autoritarismo castrista. Tales ejercicios son perversos, porque vacían de contenido y de rigor la crítica a una dictadura que, escudada en su origen revolucionario, no ha participado nunca de las reglas que rigen la democracia, sino que se ha mantenido en el poder a golpe de represión y miedos colectivos.
El exilio cubano es complejo y fluido, hay mucha gente al centro y menos polarizada, pero, desgraciadamente, los medios siguen enfocando a aquellos que rompen discos en la Calle 8, o que tienen una proyección extrema. Pero, tal y como están las cosas, los cubanos parecen irreconciliables. Las diatribas y trifulcas impiden, por el momento, imaginar un futuro democrático. El enfrentamiento entre los cubanos fue precisamente uno de los proyectos de Fidel Castro.
Por otra parte, el hombre nuevo de la Revolución se convirtió en un engendro al que le aterra hablar de política. A muchos solo les interesa que desde Miami les “recarguen” los teléfonos para consumir contenido chatarra, les manden paquetes de café La Llave, o los sneakers de moda. La época de los obreros de vanguardia, por suerte, ha quedado atrás. Ahora los reguetoneros son los hombres de éxito, en las redes sociales ostentan su victoria económica: carros, ropas de Gucci, también sus mujeres made in My Cosmetic Surgery. Ellos, junto a los hijos de los viejos dirigentes y demás pillos, son los vencedores de toda esta tragedia.
Memory is bad for business. Borrado y pacificación.
En ese contexto, la memoria se ha convertido en un problema para los negocios. Bien lo saben los empresarios europeos que han sido llevados a cortes en Estados Unidos, porque sus fortunas se han levantado en enclaves confiscados y expropiados por la Revolución. Lo sabía Karl Lagerfeld cuando llevó una colección de Chanel a La Habana en 2015, en medio del “deshielo” que Obama presentó como su “legado”. Lo saben las turoperadoras, las compañías de cruceros, y los grupos que están a favor del engagement y la “normalización” con el régimen, para poder sacar su tajada de la crisis.Critican el abuso policial en Estados Unidos, pero son incapaces de pronunciarse contra la brutal represión en Cuba. Los que gestionan el poder desde la cultura oficial también lo saben, por eso desarrollan una política de la memoria que tiende al borrado y a la asimilación.
En el campo de la sexualidad, hay algunas estrategias orientadas a que Cuba se convierta en un Estado gay friendly, con el objetivo de generar grandes negocios en áreas como el turismo. En 2018, el Grupo Gaviota, una corporación manejada por los militares cubanos, firmó un acuerdo con la cadena europea Muthu Hotels & Resorts para administrar un hotel en la Isla dirigido a la comunidad LGTBI. La compañía hizo el anuncio con bombos y platillos en su cuenta de Twitter. Este es un negocio redondo, porque al tiempo que se abre un mercado rentable, contribuye a borrar la historia de las redadas policiales, los campos de trabajo forzado, y las décadas de homofobia estatal sin tener que establecer debates acerca de la justicia o la compensación a las víctimas de esas políticas.
La memoria es mala para los negocios, incluso, para las víctimas del castrismo. El caso de Justo Pérez, un ex confinado de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), es un claro ejemplo. En 2016 le hice una entrevista para indagar sobre su experiencia en esos campos de trabajo forzado. Accedió a regañadientes y se mostró un tanto reacio y displicente. En esa ocasión, Pérez llegó a decir que en las UMAP también se “gozó”. Es posible que ese ejercicio de representar el campo de concentración con la gozadera tenga que ver con su nueva vida como chef y empresario, también con sus conexiones con el poder. Este hombre, cocinó para el dictador Fidel Castro durante treinta y cinco años.
En 1979, una década después del desmantelamiento de las UMAP, el gobierno le permitió tener un restaurante privado en Varadero. Sin embargo, Pérez recibía solo el diez por ciento de la ganancia.[6] En una entrevista que concedió en 2015, dijo que a Castro “le encanta el pez perro o cherna a la plancha, el arroz frito y las pastas” y agregó: “Ha tenido siempre un paladar muy especial, aunque ahora debe seguir una dieta (…). En la intimidad, Fidel es un encanto de persona, un tipazo, quien no lo conoce no sabe. No hay nadie que se le parezca”.[7]
En la actualidad, Justo Pérez es dueño de uno de los restaurantes privados (paladares) más concurridos de la Habana Vieja. Se trata de Al Carbón, un sitio que goza de gran reputación en Trip Advisor, también entre la farándula y los comisarios políticos. En el otoño de 2019, Felipe VI y la reina Letizia comieron en el lugar. La memoria es mala para los negocios, definitivamente. No critico en lo absoluto la iniciativa privada, ni el éxito de los emprendimientos; mi observación está orientada a explicar los modos en que la memoria se acomoda en función de ciertos intereses. Justo Pérez sacó sus cuentas y, en esa matemática, la memoria y su experiencia en las UMAP interfieren con sus objetivos empresariales.
Los reyes de España durante la visita al restaurante Al Carbón, propiedad del chef Justo Pérez.
(Imagen: ADN Cuba).
Banana Republic
Tal y como están las cosas, parece que Cuba se convertirá en una república bananera o maquilera postsocialista, regida por militares que gobiernan backstage. El país que se está construyendo es un híbrido entre Rusia y China, y ya sabemos lo que eso significa. El modelo de extracción de fuerza de trabajo que implementó el socialismo durante décadas, ha sentado un peligroso precedente para el futuro de los trabajadores. El Estado paga una miseria que apenas alcanza para comer, con el objetivo, se dice, de garantizar que la salud y la educación sean gratuitas y de calidad. Estos servicios, totalmente colapsados, son públicos, pero no gratuitos. Hay que aclarar esta distorsión.
Esa política de explotación era un secreto a voces que finalmente vino a destaparse, en el ámbito internacional, cuando se supo que el gobierno cubano se agencia alrededor del 80% del salario de los médicos y enfermeros que envía a algunos países. A esos profesionales les restringen las libertades fundamentales y están sujetos a una férrea vigilancia por parte la Seguridad del Estado, a tal punto que se les retiene hasta los pasaportes para que no puedan escapar. Además, sus cuentas en Cuba son congeladas hasta que regresen. Por estas razones, organizaciones de derechos humanos consideran que los médicos están sometidos a un régimen de trabajo forzoso y que viven en condiciones de semiesclavitud. El gobierno —que solo en 2018 ingresó alrededor de 6.000 millones de dólares gracias a esas misiones— asegura que estos programas forman parte de su vocación solidaria y humanista.
El debate sobre los médicos y las conexiones con el trabajo forzado, han fortalecido la política de negación de las UMAP por parte de algunos funcionarios, entre ellos Mariela Castro. En Europa, por ejemplo, la negación —el denial del Holocausto— está considerada un delito. Pero con Cuba las cosas funcionan de otra manera. En la Isla, definitivamente, la memoria es mala para los negocios.
Notas:
[1] Zhang Xianliang, Xiguan siwang, Beijing, 1989). Tomé la cita de la versión en inglés del libro. Getting Used to Dying, Haper Collins, Toronto, 1991, p.188.
[2] Carlos Rafael Rodríguez. Letra con filo, Tomo 2, Ediciones Unión, La Habana, 1987.pp.566-567.
[3] SvetlanaAleksiévich. El fin del homo soviéticus. Traducción de Jorge Ferrer, Acantilado, Barcelona, 2015, p.20.
[4] Ibid., p. 19.
[5] Carmelo Mesa-Lago, Cuba en la era de Raúl Castro. Reformas económico-sociales y sus efectos, Madrid, Editorial Colibrí, 2012.
[6] Delfo Rodríguez. “Justo Pérez, cocinero: Fidel Castro, en la intimidad, es un encanto de persona, no hay nadie que se le parezca”, Fidel, soldado de las Ideas, 3 de diciembre de 2015, http://www.fidelcastro.cu/es/articulos/justo-perez-cocinero-fidel-castro-en-la-intimidad-es-un-encanto-de-persona-no-hay-nadie
[7] Id.
Hasta hoy, no sé quién me delató: Juan Manuel Cao
Entrevista con el periodista y escritor Juan Manuel Cao, presentador del programa El Espejo (América TeVé), quien estuvo encarcelado en Cuba bajo acusaciones políticas cuando era aún muy joven. Cao padeció la dureza de los interrogatorios, el empleo de la psiquiatría como forma de tortura, y la cárcel. De todo ello conversa con Abel Sierra Madero.