Ediciones El Puente, desmantelado por la Seguridad del Estado a mediados de 1965, es uno de los proyectos editoriales y culturales más interesantes de la década de 1960, en Cuba. Su director, José Mario Rodríguez (1940-2002), corrió una suerte parecida y fue enviado a trabajar de modo forzado en los campos de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Cuando logró salir de Cuba en 1968, publicó varios textos de ficción sobre esa experiencia. Uno de ellos apareció en la revista Exilio en 1969, con el título: “2279: Definitivamente”. Este cuento, junto a “El Stadium” (Exilio, 1970), forman parte de La contrapartida, una novela que nunca se publicó completa.
Antes de ser enviado a las UMAP, José Mario estuvo bajo vigilancia permanente y fue arrestado decenas de veces por la policía. La última, asegura, ocurrió durante un amanecer en el que lo sacaron de su casa a punta de pistola y lo llevaron a una estación de policía, donde lo esperaba una orden de ingreso en la prisión de La Cabaña, en la que permaneció nueve meses.
Poco antes de morir en Madrid, en el otoño de 2002, José Mario le envió parte de su papelería a su amigo Reinaldo García Ramos. En el legajo que gentilmente García Ramos me compartió, se encuentran copias de sus textos publicados, y también, algunos inéditos. Hoy comparto uno de ellos con los lectores de “Fiebre de Archivo”. Se trata de “Cabrera Infante entristece a los tigres”, en el que José Mario, además de criticar la novela de Caín, aprovecha para hablar de la persecución que sufrió en Cuba y del papel de algunos escritores como Heberto Padilla y Roberto Fernández Retamar en el asunto:
«Mi madre, ante la idea de que me hicieran desaparecer físicamente —sería extenuante exponer aquí todo lo que sucedió esa mañana—, acudió a casa de Roberto Fernández Retamar, y su esposa le echaba prácticamente la puerta en la cara; ante la insistencia de mi madre, acudió el profesor Roberto Fernández Retamar, quien le comunicó que no podía hacerse nada a través de la Unión de Escritores, pues se trataba de un problema policial cuyo origen se desconocía (actitud que contrastó con el proceder de los poetas Nicolás Guillén y Lezama Lima, que inmediatamente mostraron todo tipo de preocupación ante el problema)».
El texto es un borrador preparado para la revista Exilio, pero nunca llegó a publicarse; al parecer, por sus duras críticas al escritor Guillermo Cabrera Infante. He reproducido el manuscrito tal y como llegó a mis manos*.
*[La siguiente transcripción es literal, y conserva todas las erratas del autor.]
Cabrera Infante entristece a los tigres
Herman Hesse situaba el advenimiento de la sensibilidad entre el choque de dos mundos (entiéndase, en este caso, culturas: dos mundos escindidos de una misma cultura y alimentados por diversos flancos); el enfrentamiento de pareceres mentales ante los que el Individuo se convierte en el actuante indirecto, o consecuente de movimientos colectivos: padece situaciones en las que se ve envuelto, a sabiendas, o aun a pesar suyo. En Cuba parecen haberse producido estos hechos contradictorios. Este choque de posiciones en la plenitud del siglo XX, cuando Europa comenzaba a alejarse de los pavorosos fantasmas que poblaron las dos guerras mundiales y las potencias que surgen del conflicto se disputan posiciones. De una parte los cubanos asistíamos al debate entre un capitalismo depredador y la aparición de un socialismo que se nos proyectaba reivindicante hasta tornarse en dictadura. Si el mundo racional-occidentalizado de un alemán es condicionable, por las circunstancias, a una sublimación irracional —llámese fascismo Hitler, Rilke, Nietsche, Holderlin, Novalis; o todo aquello que ha integrado la cultura occidental, por anexo o rechazo—, por qué no aceptar que el hedonismo y la irresponsabilidad intelectual hayan convertido el «mundo cubano» en lucidez: campo de experimentación y de batalla ideológica: certeza o engaño; zona nebulosa donde hemos escuchado uno que otro mensaje y hemos echado a andar; confusos, de frente o de espaldas; hacia atrás o adelante.
La revolución cubana, al barrer una parte de la realidad establecida, produce un caos: un caos que avanzó por sí mismo. Pues toda revolución conlleva a una toma de conciencia de los contrincantes: saber por qué se lucha. Ese caos lo hemos alimentado todos los cubanos. Adeptos o contrarios lo fuimos alimentando hasta cierto grado de irracionalidad e inconsistencia cultural. A todo caos ha de suceder un establecimiento de las realidades que lo motivaron —lo que aún no ha ocurrido— y en los casos más civilizados realizar una interpretación lo más humana posible de sus razones. Un mundo desaparecía —si es que el pasado inmediato puede desaparecer por decretarlo— en la lucha de sus contradicciones y otro se insinuaba. Faltaba el momento justo de cada cual. La individualización que significa lucidez (El socialismo mata el individualismo, pero despierta individualidades, asiente el ideólogo argentino Aníbal Ponce). No vulgar y torpe individualismo, sino la conciencia de la sociedad como fenómeno vivo, concreto, y por qué no, también delirante. Posteriormente leía en el escritor catalán Víctor Alba cómo la revolución de Fidel Castro había obrado sobre los módulos operativos del cubano, hasta el punto de que un cubano que saliera de Cuba a un año de diferencia de otro dificultaba el diálogo del exilio con los que permanecían en la isla —o entre ellos— por la multiplicidad y cambios constantes de presiones. Habría que pensar, además, en las diferentes concepciones ideológicas de unos y otros. Pues tanto dentro como fuera de Cuba se producen las escisiones de una situación tope sin salida aparente.
Tal vez los cubanos desde el primer intento de la frustrada revolución de Carlos Manuel de Céspedes contra la dominación española en 1868, volvamos a tener conciencia trágica (o esperanzadora), según el caso de que se trate de nosotros mismos. Para bien o para mal asistimos a ser testigos forzados de nuestra nacionalidad (2) y la forma más certera de que esto sea demostrable es la experiencia del pueblo cubano. Querámoslo o no, hemos sido atrapados históricamente, geográficamente, por la elemental ley de nacimiento y muerte. De ahí ese sentido de historicidad — «de hacer historia del cubano», bastantes. Si nos situamos en una actitud de esclarecimiento social la literatura de creación es una de las formas más intensas de hacer la historia de un país, pues el artista suele partir de las zonas más profundas del quehacer humano. Guillermo Cabrera Infante es uno de estos artistas: el primero de los escritores de la revolución (el prosista más significativo) que inicia, desencadena y pone en evidencia los resortes de un proceso cultural a cuyas repercusiones aún asistimos en todas partes: la posición del intelectual dentro de las revoluciones que hemos conocido hasta hoy. No se trata, pues, de la simple elección del exilio. Asistamos al desenmascaramiento.
El primer libro de Guillermo Cabrera Infante se publica en La Habana en 1960 y hace un poco historia-crítica-literaria de los años precedentes al triunfo revolucionario. Aunque algunos cuentos habían sido publicados con anterioridad, el escritor se afirma como uno de los valores intelectuales (supuestamente víctima literaria del régimen anterior) que el nuevo poder político implanta en Cuba. El mismo título del libro «Así en la paz como en la guerra» nos anticipa sus pretensiones, su adhesión al gobierno de los inusitados conquistadores. En el Prefacio, Cabrera Infante elabora su autocrítica y justificación: de acuerdo a éstas cada cuento posee un carácter preciso y persigue un fin; ya sea ético o estético. Cabrera Infante se nos presenta con enormes pretensiones, tanto reivindicadoras, como moralistas. Refiriéndose a su cuento «Resaca» (1951), dice: «El cuento no ha sido corregido nunca. Es por eso que sus toques de preciencia —la revolución hecha por los guajiros, un héroe de la Sierra Maestra, la quema de los cañaverales (3) y esa línea: «cuando llegue la revolución, tú y yo seremos los que gobiernen»—, son el orgullo del autor. El oportunismo (4) está claro: la generación de escritores a la que pertenece Cabrera Infante, en su mayor parte, no habían participado en la lucha por el poder y se entregan laudatoriamente a la revolución triunfante. Por lo que no es de extrañar que casi toda la literatura que produzcan durante los primeros años del Castrismo aparezca disfrazada de alabanza y enceguecida esperanza y trate de insistir en ser una crítica de nuestro pasado (5): «la revolución calibra y barría la realidad que aparece en los cuentos»(Prefacio). Y es indudable que estos escritores comienzan a ordenar la visión que la revolución quiere dar del pasado: visión partidista e interesada mediante la cual el corpúsculo grupo de escritores que comandaba Cabrera Infante, sin ningún concepto moral, venden y embaucan a la generación que ha de sucederles, coartando la historia de nuestra cultura. «Así en la paz como en la guerra», no escapa en su trayectoria a estos propósitos, pero es salvado por el talento del autor para sobrellevar las situaciones. Cabrera Infante nos anticipa una muestra de su sagacidad literaria. Nos ofrece en este libro los elementos de su futura evolución. Y aunque el texto tenga sus momentos de sociología-cubana-barata es también lo que le otorga esa sonoridad estilística que lo diferencia y justifica:
Primera página de “Cabrera Infante entristece a los tigres”.
El machismo; socializado en violencia y represión, comprenden las diez viñetas que van dividiendo el libro, «anécdotas que corrían de boca en boca»; como estatutos (institucionalizados en la policía y los medios represivos cubanos hasta llegar al gansterismo), la hipocresía, el maniqueísmo, se le escapan, fluyen de la mano de Cabrera Infante. A veces son expuestos intencionalmente, otras caen por su propio peso; no saltan de la imaginación, son el creador mismo que cede emotivamente y nos manifiesta su experiencia vital. El amor en varias faces [sic]: «Mar, mar, ese enemigo», donde asume un estado de similitud religiosa-pasional: «Y él sabía que aquella estampa de la niña estrujando su cara contra los barrotes de hierro le ponía algo ajeno dentro, no honradez ni pureza, porque esas palabras no entraban en sus planes, algo nuevo, diferente, no sentido hasta ahora». Y en cuyo cuento estalla Gómez de la Serna: «El mar es un gallo negro», es un «caballo loco», «cuervo de malagüero». «Pero algo dentro de ella susurra: el mar es un elefante». «Arriba, pasa graznando con sonido de tijeras de podar una lechuza». El amor juvenil de «Cuando se estudia Gramática», donde se extiende ya ese sabor superficial del lenguaje cubano, y en el diálogo se filtra cierta picardía subterránea: juego chisporreteo. El amor adúltero, poseso de culpabilidades clasistas: «El Gran Ecbó». El amor frustrado por limitaciones sociales: «las puertas se abren a las tres». La intemporalidad, la incomprensión y la aventura de «Un nido de gorriones en un toldo». El racismo: «cuando terminaron los negros sintieron ganas de aplaudir y el mulato ganas de cagarse en ellos y el blanco de dejar todo aquello de una vez» (Balada de plomo y hierro). El monólogo joycesco a lo Molly Bloom, filosofía ruda y cruel de la pobreza más que de la libertad sexual: «Y entonces, fue que llegó papá y me dijo que cogiera las cosas y entrara al cuarto porque allí no debía seguir porque en el solar vivían gentes sinvergüenzas y me dijo que recordara siempre que a la pobreza y la miseria siempre sigue la deshonra.» Pobreza que halla su continuidad en la prostitución, la explotación y la degradación humana (Josefina, atiende a los señores). El subdesarrollo cultural: «él hablaba siempre así, como si estuviera de visita, fuera un turista o se hubiera criado fuera. En realidad él nunca había salido de Cuba» (El gran Ecbó): Con título de africanidad alusiva: subdesarrollo emocional y moral seguido de problemas raciales. La inmadurez erótica en «Abril es el mes más cruel» y «Jazz». El amor estructural, desfasado y culpable de «Ostras Interrogadas»: «El vals, la orquesta y la sensación de tibio agrado se esfumaron. Señor. ¿por qué las mujeres hermosas tienen que ser siempre o vanidosas o frígidas o estúpidas? Bueno, me imagino que es el precio que pagan por su hermosura. Siempre es así: siempre hay que pagar un precio por todo. Si lo sabía él». La incapacidad de realización (La mosca en el vaso de agua). Las contradicciones entre capitalismo y cristianismo (El día que terminó mi niñez). En fin: parte de la Cuba de los años inmediatos al triunfo de la revolución transcurren en las páginas de «Así en la paz como en la guerra»: «En el libro hay cuentos escritos en los últimos diez años» (Prefacio).
Y Guillermo Cabrera Infante va convirtiendo su visión personal, el tránsito por la realidad cubana, su testimonio particular, en literatura. Si Lezama Lima expone las incidencias de su «mundo»; más que en ajuste a la realidad, en base a su talento de poeta, Guillermo Cabrera Infante con mucha más flexibilidad narrativa y modernidad novelística aplica su experiencia a la realidad común convirtiéndola en parte de ésta. No es de extrañar que ambos escritores hayan producido obras que sean las novelas más importantes (en la evolución de la prosa cubana) de estos últimos años. «Paradiso» se convertirá en la novela de la oligarquía cubana, un sueño no transparente del pasado donde la nostalgia burguesa es su protagonista. Novela de a lo que pudo derivar esta oligarquía y que las realidades truncaron. Tres tristes Tigres será la novela de los profesionales, el lumpen, el proletariado, aspirantes a una vida más gozosa. Ambas novelas (6) resumen dos actitudes generacionales. Dos maneras de enfocar «nuestro mundo» a la vez que son complementarias en sus efectos, en sus calidades intrínsecas.
En «Así en la paz como en la guerra» se nos muestra la fragmentación del mundo cubano en desiguales planos; haciéndose dicha fragmentación más acusada en «Tres tristes Tigres», donde triunfa la novela producto del mismo sentimiento de dispersión que intenta realizarse. Por lo que veo como una novela frustrada el primer libro de Cabrera Infante. El personaje de Silvestre quiere igualarse a Esteban Dedalus de «El retrato del artista adolescente», ser su equivalente cubano, y no lo consigue. La continuidad en «Tres tristes Tigres», de Silvestre —aunque no tan predominante— es una evidencia del fracaso; y no sólo Silvestre. Guillermo Cabrera Infante se planteó el pasado como punto de arranque —y las circunstancias locales le favorecieron—, después se sumó al presente para terminar imaginando (constatar en parte) el porvenir. Silvestre Cabrera Infante son la parte predominante del libro: el intento fallido de hallar un equilibrio por la intuición. Por eso «Así…» queda como proyección, maniobra: acto de conciencia. Apertura a un camino más amplio. Un camino más tortuoso con todos los peligros que tomar partido acarrea.
La llamada vulgarmente «deserción» de Cabrera Infante se produce: «Cuando dejé Cuba en 1965, cuando salí de La Habana el 3 de octubre de 1965, cuando el avión despegó de Rancho Boyeros, a las 10 y 10 de la noche del 3 de octubre de 1965, cuando pasamos el «point of no return» a las cuatro horas de vuelo (no era la primera vez que yo viajaba entre Cuba y Europa y sabía que un poco más allá de las Bermudas el avión no puede volver a Rancho Boyeros, pase lo que pase), cuando por fin zafé el cinturón de seguridad y miré a mis hijas dormir a mi lado y tomé el maletín de nombre irónico, mi attache-casse, y lo abrí para echar una mirada tranquilizante a las cuartillas irregulares, clandestinas, dedicadas a convertir «Vista del amanecer en el Trópico» en «Tres tristes Tigres», supe entonces cuál era mi destino: viajar sin regreso a Cuba, cuidar de mis hijas y ocuparme de/en la literatura» (Declaraciones a «Primera Plana», 30 de julio de 1968). ¿Por qué estas declaraciones tres años después y no antes? Tal vez podamos hallar algunas razones en la respuesta de Heberto Padilla (7). «En la primera carta que le escribí a raíz de iniciarse la polémica (carta que, significativamente, nunca contestó), le decía que sus enemigos no le perdonaban que viviera humildemente en Londres sin hacer declaraciones contra Cuba, que no estuviera leyendo ataques contra nuestra revolución en una emisora yanqui. Le decía que sus enemigos, sin excepciones, confiábamos en que él no haría nada que lo colocase en su situación contrarrevolucionaria. Previniendo que en la respuesta a mis planteamientos, pudieran surgir ataques contra él que lo llevaran al resentimiento, le instaba a que hablase con nuestros amigos Mario Vargas Llosa y Juan Goytisolo, en la seguridad de que ambos, serenos y objetivos, le orientaran inteligentemente.» Estas palabras poseen por sí mismas una dualidad significativa: por esos años en Cuba se alzaban las alambradas de los primeros Campos de Concentración (en la República). Mientras atrás quedaban otros intentos similares del principio de la revolución: los llamados Cayos donde se internaron los primeros chulos, maricas, etc. perseguidos por el Castrismo) (8). Guanacavives (Guanahacabibes) y las llamadas siembras de eucaliptos. Cabrera Infante retornó entonces, por razones familiares, de su puesto diplomático en Bélgica y la confrontación con la Cuba que había dejado le resultó pavorosa (además de las arbitrariedades a que pueden habérsele sometido con anterioridad) (9). ¿Si Cabrera Infante hubiera permanecido en su embajada de Europa su reacción habría respondido a tal baraúnda? No lo sabemos. Creemos que tarde o temprano sí, pues sus privilegios se verían menguados (tal como los de Heberto Padilla) máxime teniendo en cuenta —como debía sobreentenderse— su acceso a fuentes de información oficiales dado su puesto diplomático. Además de que el cerco (por reacción) de los funcionarios cubanos y de la seguridad del Estado se cernía, cada vez con más exigencia de incondicionalidad, sobre los intelectuales. Tal vez, si algo de importancia tengan estos absurdos conflictos, a simple vista, entre «literatos» es que terminan por poner al descubierto el servilismo y las «llagas sociales» que los propician. Cabrera Infante sabía que acababa de echar a andar «la extraordinaria y eficaz máquina de fabricar calumnias» y «que dejar tu partido no es lo mismo que abandonar tu país».
«Offenbach escucha a Guillermo», por Orlando Jiménez Leal.
¿Fue fabricada en Índice (España) la polémica entre Cabrera Infante y Heberto Padilla? En carta desde Londres (15 de enero de 1969) escribe Cabrera Infante a J. Fernández Figueroa (Director de «Índice» (Madrid): «No sólo han optado ustedes gratuitamente por una falsificación histórica y literaria, sino que se han convertido en divulgadores de la línea ideológica y política cubana (10), en agentes de prensa castristas». Leamos posteriormente lo que escribe el citado director sobre el «Caso Padilla»: «Se me ocurre que lo discreto es esperar a que hable Fidel Castro, quien anuncia y que tiene prometido a los suyos: nunca os engañaremos («Purgatorio Colectivo», «Indice», núms. 288-289)». Deduzcamos lo demás. Actitudes de personas habituadas a vivir y reaccionar conforme a regímenes dictatoriales: o sea, esperar la versión oficial para acomodarla y difundirla de acuerdo con criterios convenientes. Me recuerda mi detención en La Habana (la última): se me sacó de mi casa, recién amaneciendo, a punta de pistola, se me condujo a una comisaría de policía donde me esperaba una orden de Ingreso en la Cabaña. Mi madre, ante la idea de que me hicieran desaparecer físicamente —sería extenuante exponer aquí todo lo que sucedió esa mañana—, acudió a casa de Roberto Fernández Retamar, y su esposa le echaba prácticamente la puerta en la cara; ante la insistencia de mi madre, acudió el profesor Roberto Fernández Retamar, quien le comunicó que no podía hacerse nada a través de la Unión de Escritores, pues se trataba de un problema policial cuyo origen se desconocía (actitud que contrastó con el proceder de los poetas Nicolás Guillén y Lezama Lima, que inmediatamente mostraron todo tipo de preocupación ante el problema). Permanecí semanas incomunicado en condiciones animales. Pero no hubo gestión alguna (exceptuando mi madre). El miedo ya producía sus efectos en Cuba. De los atropellos, torturas y violaciones de los Derechos Humanos que se producían en los diversos tipos de detenciones, arbitrarias o no, estaban Informados los intelectuales cubanos, y de muchos hechos tenían pleno y total conocimiento. Tales como los que se referían a la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción); Campos de Trabajos Forzados. Si mal no recuerdo se integró una comisión para Investigar dichos casos en relación a los artistas, donde aparecieron integrados Raquel Revuelta, Mirian Acevedo, Heberto Padilla, etc. Una persona que pudo verme (acompañando a mi madre) acudió a Heberto Padilla para informarle en las condiciones en que yo me encontraba detenido, y de que mostraba síntomas evidentes de haber sido torturado, a lo que contestó el señor Padilla (según el testimonio de esa persona): «Esas cosas no ocurren dentro de la revolución». ¿Cobardía? ¿Autoengaño? Insisto: la generación cronológica de Cabrera Infante ha dado pruebas de estos miedos y temores ante su inconsistencia ética. El solo echó a andar el engranaje de los terrores ayudando a sus develamientos.
Son muchas las palabras que aún faltan por responder a su verdadero significado. Nosotros, sin animadversión hacia nadie, tan sólo intentamos comunicar nuestra experiencia individual. Referir hechos de los que desgraciadamente hemos sido precursores. Para no llamarnos a engaño o inútiles confusiones bastaría con recurrir, o leer entre líneas, a los propios intelectuales implicados. En la Defensa citada, de Cabrera Infante, dice Heberto Padilla: «Si se hubiera tratado de un enemigo declarado de la revolución no puede haber dudas de que yo hubiera estado de parte, incluso, del más torpe de los procedimientos». Calíbrese la impiedad de tales palabras y mídase la vara por la que se le juzgó posteriormente. De las opciones que Cabrera Infante planteaba en 1968: «El oportunismo y la demagogia en forma de actos de contrición política, la cárcel o el exilio verdadero», se han cumplido en incontables cubanos (a los que ya puede sumárseles el nombre de Heberto Padilla). Pues el exilio ha llegado a plantearse en Cuba, muchas veces, ya ni siquiera como cuestión política, sino como acto elemental de supervivencia.
Los detractores de Guillermo Cabrera Infante pudieron cerrar Lunes de Revolución en 1961, hacerle desistir de su puesto diplomático en Bélgica, pero no pudieron impedir que «Vista del amanecer en el trópico» ganase el Premio Biblioteca Breve 1964. Sin lugar a dudas las circunstancias le apoyaron una vez más: su sobreentendida adhesión al castrismo y su condición de agregado cultural: los contactos con importantes escritores simpatizantes de la revolución cubana y allegados al premio. Todo esto, y más, debe haber sobrepasado para situar la novela mediante un premio resonante de una editorial europea: Cabrera Infante dejaba ver una vez más su habilidad en estas lides: el silencio de tres años hasta que «Vista del amanecer en el trópico» fue convertida en «Tres tristes Tigres» y publicada. Por el momento ahí tenemos lo que es la novela; escapando a los impedimentos y los preludios. Mostrándonos lo que es la obra del hombre cuando es auténtica: el hombre mismo. Paso a la transfiguración del hombre en su obra; la renovación constante.
«Tres tristes Tigres» (Editorial Seix Barral. Barcelona, 1967) se cumple en la distancia (diría José Lezama Lima a medio camino entre Heredia y Bretch). No le ocurre lo mismo que «Así en la paz como en la guerra», donde la cercanía impide la consagración. Cabrera Infante logra en la novela un propósito difícil, hacer hablar a una ciudad: La Habana. El lenguaje de Cabrera Infante adquiere la luminosidad citadina, el improperio, la frase exultante, el tóxico semi-alcohólico. Los tumbos rumbosos de una exaltación lúdica. Es la ciudad que intenta llegar por la sensualidad al conocimiento: ni inmoral. ni viciosa (11). Ni desvergonzada, ni pecaminosa, como algunos han querido hacer notar, para lavar sus culpas de una expiación poco convincente: la culpa de no haber gozado; gozar el delirio nocturno, las sombras del amanecer. El sol agrio como una naranja podrida que nos devuelve en infinidad de colores el horizonte cubano, casi como un cristal de mala calidad que se hubiera estriado, pero que continúa en la vidriera que le es propia: símbolo de la tragedia y la hermosura que ha sido. La ciudad vista a través de un prisma que exige la sacralización del cuerpo, el sexo y el placer. En realidad, La Habana que «pinta» en su prosa Cabrera Infante dista bastante de otra Habana que él no toca ni por asomo, pero que persigue el mismo fin lujurioso: La Habana de los burdeles de ávidos y jóvenes adolescentes para el disfrute. Sin embargo, la Habana de Cabrera infante (bastante timorata y vista con ojos de provinciano) es una Habana Machista, heterosexual de apariencia. y no por eso menos fogosa. Su lenguaje es monocorde en cuanto asume una óptica reprimida o natural; de acuerdo con como uno crea o se convenza de qué va la cosa. Y donde parece que va a cumplirse aquello de que «Un par de tetas tiran más que dos carretas».
Página 4 de “Cabrera Infante entristece a los tigres”.
Pero ahí está La Habana: la que esperó en vano a los desmelenados del mundo para consagrarse en un final de estruendo amoroso. La Habana fumadora de Mariguana y pasadora de cocaína. La Habana que no llegó a ser Meca y realidad del amor: tal vez su auténtica revolución.
A partir de 1959 se inicia lo que bien pudiera llamarse la transformación de La Habana bajo un intento de puritanismo revolucionario con su consiguiente eclosión erótica por contraposición. Cabrera Infante descubrió esto e hizo saltar el corazón de la ciudad. Inconscientemente, o por elección, se reacciona ante el peligro de exterminio: quienes rechazan el pasado arbitrariamente terminan por rechazar el porvenir (12). El pasado crea sus defensas. Se aferra a la nueva realidad que intenta sustituirlo. Si el triunfo revolucionario va acabando con los personajes de la novela, ya sea en nombre del tiempo; es decir, la vida, van quedando rezagos de los sentimientos que se pretenden cambiar. Son los latidos de la propia ciudad que se niega a ser barrida por otra ola de sentimientos que le son ajenos: la moral comunista-soviética. Por eso la novela fue prohibida, silenciada en Cuba. Y de la misma forma se convirtió en deseo de participación. Si la realidad de la novela iba desapareciendo, surgía otra realidad en similitud que intentaba superar a la anterior como una forma de resistencia: «El Feeling», «Los Enfermitos» (13) como actitudes de rebeldía juvenil ante las imposiciones moralizantes. Esta realidad prometía la continuidad emocional de la ciudad y por eso también fue barrida, perseguida hasta su contención. Mutilando el corazón de La Habana: su vida nocturna. Aunque el Feeling suponía una posición más snob y, por lo tanto, menos legítima popularmente, también exigía una nueva conciencia: un enfrentamiento, intelectual, diferente, ante la noche Habanera.
En «Tres tristes Tigres» la insurrección contra el poder político Imperante en Cuba (la dictadura de Batista, semi-institucionalizada) aparece durante su desarrollo sólo como conversación sin mucha Importancia y no es asumida con responsabilidad. Cabrera Infante habla de una Habana personal e intransferible -en cuanto a vivencias personales se traten-, de una experiencia que le corresponde a él y a quienes la comparten en su compañía. Por lo tanto, su concepción testimonial desde un plano interior e individual (proyectable a una parte de la colectividad que él representa) es legítima. Tratar de hallarle a la novela una totalidad, si no absurdo, resultaría inútil. Al lado de la lucha en la Sierra Maestra, las bombas en los cines y lugares públicos, los atentados, la resistencia cívica, el martirologio y la muerte, el fin de la dictadura que va aproximándose, se resuma la otra vida: la ciudad que se niega a ser reducida a un esquema, conceptuada. y aparece indiferente, pero viva. Habla un personaje: Arsenio Cué:
«… el 11 de agosto de 1958 a cien o ciento veinte, esa regalía, esa buena vida, esa euforia del día que está en su mejor hora, con el sol de verano poniéndose rojo sobre un sol de añil, entre nubes que a veces lo echan a perder al convertirlo en un crepúsculo de final de película religiosa en technicolor, cosa que no pasó ese día, aunque a veces la ciudad es crema, ámbar, rosa arriba, mientras abajo el azul del mar es más oscuro. se hace púrpura, morado, y sube al malecón y comienza a penetrar en las calles y en las casas y no quedan más que los concretos rascacielos rosados, cremosos, de merengue tostado casi por mi madre y eso es lo que yo iba mirando y sintiendo el aire de la tarde en la cara y la velocidad entre pecho y espalda…»
En Amazon:
Fidel Castro. El Comandante Playboy. Sexo Revolución y Guerra Fría.
Un libro de Abel Sierra Madero.
Todos los personajes de la novela, puede decirse, son uno solo: esta semblanza gozosa predomina.
El dolor no se impone nunca: «¿Te ríes? Ese es el signo de Cuba. Aquí uno tiene que dar a las verdades un aire de «boutade» para que sean aceptadas», agrega Arsenio Cué en «Bachata», y aun cuando ironice adquiere un matiz filosófico (14). A pesar de su aparente continuidad «Tres tristes Tigres» podría ser sometida a una lectura de fragmentación como Rayuela de Cortázar, cosa que ocurre en la mayoría de las novelas de hoy, aunque Cortázar haya logrado apuntarse a las primicias en castellano. Cabrera Infante ha trabajado fatigosamente y se nota ese cuidado y meticulosidad con que está dispuesto el engranaje de la novela; la malicia con que se intenta despistarnos o encauzarnos:
PROLOGO: La Habana Nocturna, en delirio, ejemplificada en Tropicana: la sociedad cubana infraganti. La cultura de la sensualidad y el gozo espontáneos matizados por la convencionalidad de quienes solo creen en sus privilegios económicos para solazarse. La sabrosura tropical. Presentación de los personajes al mejor estilo de los shows de los clubs nocturnos de la ciudad: El ridículo virtuosismo.
LOS DEBUTANTES: Visión grotesca de la simulación por los efectos del poder y su infamia: escatología de la pobreza: extracción social de los personajes y predominio de la misma sobre sus vidas y conductas: Gloria Pérez, Cuba Venegas, Livia, Beba Longorio, Magdalena Cruz, «la abogá del carnaval», etc. La descomposición social mediante sus elementos integrantes; más que la clase dominante, en este caso la clase «Mandante» que asciende a su parcela de poder con la dictadura de Batista: su incultura y vulgaridad expuestos en la conversación telefónica entre Livia y Beba Longorio. Los elementos autobiográficos: «Mi hermano y yo». La lucha por la vida: «Arsenio Cué». El diálogo significativo entre el publicista Ribot y «Soauun y Zulueta & Viriato, hombre de negocios, presidente de honor del Centro Vasco y del Centro de Dependientes, Socio Fundador del Habana Yatch & Country Club, primer accionista de Palimport y administrador gerente de publicaciones Solaz, S. A.» o la explotación y alienación por la necesidad. «Ella cantaba Boleros», transfiguración de la nostalgia habanera. Núcleo de la novela. La narración más lograda del libro y que funde la trama en un haz iridiscente de destellos verbales y sentimientos por la condición humana, expresados, recargados en la humanidad de Freddy; gorda de voz áspera y sublime aspirante a triunfar como cantante popular en una sociedad que habrá de convertirla en parte de su latrocinio, mientras ella vive su Ilusión de Ser. Lo que la convertirá a su muerte en uno de los mitos de la Habana Nocturna. Continuamos entonces con la mujer ante el siquiatra: la neurosis y la locura puestas al servicio de los sentidos. La acción de esta historia no se hace localizable sobre el resto de la trama, o simplemente es una renuncia o quizás pueda hallarse en el Epílogo: «ya no puedo más».
«Puro humo», por Orlando Jiménez Leal.
SESERIBO: Si está la virginidad también se encuentra inculpado el Machismo y las reminiscencias raciales de «El Gran Ecbó» (de «Así en la paz como en la guerra»). Vivian Smith —nótese la ironía del primer apellido— será la burguesía cubana; herida de muerte socialmente antes la incomunicación e incapacidad de integrarse a los elementos populares, asimilarlos. No nos parece una simple proposición el Mito, de origen africano, de Sikan y Ekue. Vivian será silenciada por el pueblo y sus leyes; ajenas y vitales en su naturaleza: incontrolables. Y habrá de convertirse en la que hará silencio. Mientras los personajes de extracción popular luchan por imponerse a través del cuerpo y la sensualidad como afirmación de su «Materia» y vivirán inconscientes ante los ojos de quienes interpretarán esta actitud como una degradación del catolicismo. Vivian aparecerá deformada por su falta de proyección, traumatizada por el reflejo de su propia clase social y el elemento (Smith) extranjero, simbólico.
LA CASA DE LOS ESPEJOS: Inversión-involución de la imagen (los títulos divisorios de Cabrera Infante resultan efectistas en sus alusiones): la mujer, todas las mujeres, la hembra, el hembrismo. Las mujeres son insoslayables, partes de la acción: objetivizables en sus acciones, tanto como el descapotable: modelos, putas, casi-putas, lesbianas y más. Diversos tipos que el autor utiliza más que por un afán de difamación por sentido del humor y una moral relajada. Proyecta Cué: «lo que me hace pensar que todas las mujeres que he conocido eran exhibicionistas de una manera o de otra: hacia adentro y hacia afuera: las descaradas y las tímidas… ¿pero? no lo seré yo también en mi carro con la capota baja, esa vidriera con ruedas, no lo seremos todos, no será el hombre una criatura que se exhibe ante el cosmos en este convertible del mundo?, pero ya esto es metafísica y no quiero ir más allá de la física: es de la carne de Livia y de la carne de Laura y de mi carne que quiero hablar ahora». Se trata, pues, de la autenticidad y recreación sicológica conque se desarrolla el «mundillo» en el que se expone la trama de unos ligones machistas con una gran carga de seudo-intelectualismo.
LOS VISITANTES: Otras visiones de la ciudad: Mr and Mrs Campbell son utilizados para emitir apreciaciones contradictorias: «El cuento del Sr Campbell no está solamente ineptamente contado, pero plagado de medias verdades y mentiras» afirma la Sra Campbell. Y como en Rashomon ella va a narrarnos su versión de los hechos. En estas circunstancias la ciudad es anulada por la incapacidad para existirla. Se recurre al absurdo (un absurdo latente en la ciudad) donde las falsificaciones y enunciados de la superioridad racial (de matices facistoides) se convierten en un boomerang de fantoches cuando Mr and Mrs Campbell son víctimas de su propia concepción del ridículo, y del Individuo analizado bajo concepciones de no-persona, y mediante la óptica de visitantes que observan a los nativos, convirtiéndose ellos a su vez en la concepción de otros nativos también observados: en turistas norteamericanos. La confusión en torno a un bastón nos muestra la aparatosa ingenuidad. El asombro de los «nativos» de países industrializados ante el inusitado y vivo espectáculo de los países subdesarrollados, hábitos y singulares costumbres. La debilidad de la prepotencia frente a situaciones inexplicables lógicamente, resueltas sólo por el gesto adecuado. Por lo que la inteligencia queda reducida a soluciones más fructíferas. El trucaje (Bachata, pág. 439) se nos revela al final de la novela: la realidad suele ser tan engañosa como la ficción: lo que queda bien claro es que los lectores seremos siempre los burlados.
ROMPECABEZAS: Irrumpe el personaje de Bustrofedón (de bous, buey y strepho. volver) eje intelectual de la novela, o sea, el que va de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, alternativamente (15). Bromista y menos trágico, aunque abocado en la muerte, exiguo de la locura, partícipe de una desesperación inminentemente popular en el ajuste de la cultura y su uso: «El era Bustrofedón para todos y todo para Bustrofedón era él». Y los personajes de la novela establecen una especie de pacto con el folletín (que ronda siempre la prosa de Cabrera Infante), aunque con mucho más acercamiento por parte do los personajes masculinos. Arsenio Cué, Silvestre, Eribó y el narrador, seguidos de actores, bongoseros, publicistas, periodista y fotógrafo terminando todos a la vez (como una alusión a «Los Tres Mosqueteros» de Alejandro Dumas) en un solo personaje: la literatura: Como opción característica, la literatura y la ciudad actúan como el único personaje de la novela. El lenguaje jugará a contrapeso, agresivamente, mediante su ojo avisor: el tiempo: «Y me cagué en la cultura que viene a Interrumpir con su metafísica la felicidad».
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Un libro de Abel Sierra Madero.
LA MUERTE DE TROTSKY REFERIDA POR VARIOS ESCRITORES CUBANOS DESPUES O ANTES DE SU MUERTE: Se trata de la obra póstuma de Bustrofedón que es a su vez una negación de la originalidad literaria. Los más sobresalientes y significados escritores cubanos son reelatados, imitados en versiones, variaciones de su estilo o sistema expresivo: Lydia Cabrera, Virgilio Piñera, Carpentier, Lezama Lima, Guillén y Novas Calvo, sucumben ante sus propias concepciones expresivas de la literatura ante las secuencias de la prosa de Cabrera Infante quien no decae en sus propósitos y colma el proyecto novelístico: de un suceso que juega con tantos resortes políticos se extraen innumerables motivos para llegar a la risa, y se agradece el entretenimiento.
«¿Una Broma? ¿Y qué otra cosa si no fue la vida de B? ¿Una broma dentro de una broma? Entonces, caballero, la cosa es seria». Así en ALGUNAS REVELACIONES devienen parcelas de la interpretación de Bustrofedón: el juego y el chispaso imaginativo son también, a la vez, partícipes de la tragedia, cumplimiento, sino de un destino, al menos de un tránsito por la existencia y sus consonancias antes de la culminación & la [sic]
BACHATA: si la realidad de una situación cubana halla su confirmación total en el avispero mental-poético-metafórico de Cabrera Infante a las alturas de este fragmento la prosa se va haciendo más densa. Porque después de Proust la novela burguesa parece haber quedado reducida al tiempo (aunque se revierta el concepto) y esa sumisión va permitiendo que su propia capacidad de entretenimiento se deteriore en la expectación que exige el lector, o al menos, espera. Así el tiempo de «Tres Tristes Tigres» comienza a agotarse por lo que el autor se ve precisado a recurrir a esquemas intelectuales: Dada, los subrrealistas, con viaje y boina estructuralista, a la vuelta de cualquier esquina. Pero no es la improvisación poética la que más se prodiga en la prosa de «Tres Tristes Tigres». Entonces comienzan a notarse en la novela la exclusión de algunos sentimientos, relaciones auténticas, en el plano de los seres humanos: caemos en cuenta que todo ha sucedido corno «al través» de un mero procedimiento biológico: puro visceralismo. El autor se rinde ante tal evidencia y comienzan las «Confesiones de un comedor de gofio cubano»: entrega de Cué a la comunicación y la cultura de masas: la novela va entrando en un cimbreante despiste. Luce como si Cabrera Infante aplicase a sus materiales una técnica y método más inmediatos a la Europa que vivió mientras reescribía la novela. Un universalismo precoz nos hace percibir la «luz asesina» del hongo atómico (con una incipiente tendencia ecologista). «La sombra de la sombrilla»: la destrucción a la que estuvo próxima la humanidad, por inculpación cubana y luchas de poder, durante la Crisis de los Misiles de 1962 (uno de los fragmentos de más alto vuelo poético y calidad literaria en el Libro): el sueño de Arsenio Cué —atribuido—. Pero no ocurre nada. La mediatización: sólo el sueño como un sueño dentro de otro sueño. Una verdad dentro de otra verdad que es su negación. Y deviene la palabra: TRADITTORI. El tiempo, el máximo asesino, nos devuelve a nuestra vergüenza: el reconocimiento de quiénes somos: traidores (Traductores).
EPILOGO: Sucede que olvidamos si los personajes han existido. Quedamos frente a la traición conforme los traidores se quedan solos.
«Guillermo Cabrera Infante y Mari Claudia Jiménez (hija de OJL), 1980», por Orlando Jiménez Leal.
Habríamos de preguntarnos, ¿si es la traición la que sucede a la causa o si son las causas las que crean su traición cuando dejan de ofrecer el interés reivindicativo que ha sido su atracción? ¿Si es la evolución del Individuo la que traiciona la causa o si es la falta de progresión de la misma, la que produce el abandono más perentorio? ¿O si el cambio de los valores burgueses a revolucionarios no cumple su regresión en el tiempo cuando las metas han sido alcanzadas y no superadas en su afán libertario? Esas son grietas en la conciencia del Individuo por la[s] que habríamos de explicarnos que únicamente la vida puede comprender a la vida.
Cabrera Infante no ha hecho más que airear, recrear personajes, actitudes vitalistas. Otro de los mayores aciertos de la novela no consiste en la proliferación de caracteres, sino en haberlos integrado en un lenguaje literario: «el cubano»: capitalizando su idiosincrasia a través de un centralismo, quizás injusto, como es remitirlo a La Habana (ad orbe condita) (16). Se trata de una situación discutible, gústenos o no, pero que se reitera en todas las capitales del mundo y de la que una obra de creación no tiene por qué hacer actos de contricción. En 1968, recién llegado a Madrid, un lector de «Tres tristes Tigres» me aleccionaba (la novela era imposible adquirirse en Cuba —es— y su lectura se había convertido —es—un acto de clandestinaje) sobre las pretensiones del autor y su molesta advertencia de que «el libro está escrito en cubano”o “en los diferentes dialectos del español que se habla en Cuba», lo que según mi amigo e informante del tema, denotaba un complejo de inferioridad lingüístico, sonreí. Un mes después leía la novela. Comprendí entonces la falta de sentido del humor de mi amigo. Tres años pasaron y volví a leerla para escribir este trabajo. Solamente podría agregar que le hallé la misma espontaneidad vital de su primera lectura: precisamente como lector, su lenguaje, y la parte que me corresponde. Lo que estaría de más para justificar su realización. Dentro de otras variantes la cita de Lewis Carrol que ostenta la novela: «Y trato de imaginar cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada» podría responder a un símbolo de carácter iniciativo sobre la ciudad de La Habana al haber conseguido iluminar mediante la transcripción de un lenguaje (hacer vivir, reencarnar en cada nuevo lector) una zona oscura, semi-prohibida y envidiada, a la vez maldita para muchos, de nuestra realidad nacional cuando ésta comenzaba a convertirse en pasado (17): entregarnos -la más allá de sus meros elementos sociológicos. Que se lancen ahora sobre Cabrera Infante y su «memorabilia», los investigadores, los filólogos y los folkloristas. Nosotros nos conformamos conque «Tres tristes Tigres» a la vez que cierra un mundo abre nuevas perspectivas a la prosa de los cubanos (para los que así han querido aceptarlo o podido leer) y que como Paradiso se ha producido en uno de los momentos dramáticos de nuestra historia, en cuyo centro, como parece haber sucedido siempre, se reiteran: creándose y autodestruyéndose, en una encrucijada, las motivaciones de nuestra sensibilidad (18).
JOSE MARIO
Página final de “Cabrera Infante entristece a los tigres”.
Notas:
(1) Escrito en 1971 para la revista «Exilio»: no llegó a publicarse. Se le han agregado algunas notas
(2) Entiéndase por nacional, en un sentido aplicable, a lo que significa en el contexto de las luchas cubanas por la independencia.
(3) Una constante de nuestras insurrecciones.
(4) El libro es oportuno.
(5) Muy pocos intelectuales han hecho notar que el más encumbrado de los poetas después de 1959, José Lezama Lima, además de gestar su obra más importante antes de la revolución, también escribió en la Cuba Capitalista uno de sus poemas más antologados, donde dice: «El nacer aquí es una fiesta».
(6) Dos clásicos de nuestra prosa contemporánea.
(7) Antes de las «Declaraciones…» se había producido la defensa de Cabrera Infante por Heberto Padilla (dentro de Cuba) donde este aparecía como una víctima.
(8) Durante mi detención conocí a remanentes de muchas de estas personas, durante años perseguidos, habituados a ser empujados de cárcel en cárcel: auténticos detritus de la sociedad. Sometidos como seres humanos a una existencia ignominiosa.
(9) Expuesto en sus declaraciones.
(10) Entendamos, en similitud del marxismo-leninismo cubano con el fascismo español.
(11) Lawrence Durrel (El cuarteto de Alejandría). Kavafis (Poemas).
(12) La tradición no es más que una acumulación de negaciones de esa misma tradición (T. S. Elliot)
(13) Problemas expuestos en anteriores trabajos (Allen Ginsberg en La Habana, «Mundo Nuevo», 1969, y Rodolfo Hinostrosa aconseja a los lobos, «Exilio», 1971.
(14) Indagación al choteo (Jorge Mañach).
(15) Diccionario General de la Lengua Española (D. Samuel Gill Gaya)
(16) Desde la fundación de la ciudad.
(17) Captamos la cita de Carrol como: la oscuridad es una matriz, el absoluto. La luz no existe, sino como variación de la oscuridad que irrumpe en conocimiento para los que han sido capacitados para ver. En el Génesis la luz brota de las tinieblas. Desde el punto de vista kabalístico los orígenes de la luz aparecen y desaparecen (nunca dejan ni han dejado de existir). El que percibamos más o menos la luz depende de nuestro poder de visión.
(18) Históricamente siglos española, más de medio siglo de influencia norteamericana y ahora en la inmediata órbita soviética: sobreviviendo en el desgarramiento de sus indios despojados, sus negros impuestos -viviendo la pérdida y la ganancia de su propia involución, absorbiendo lo permisible de Asia y Oriente, la cultura grecolatina y la judeo-cristiana, ahogándose en el bandidaje de la civilización celta-germánica, así desde el post-atlantismo (19) hasta el próximo ciclo.
(19) A quien pueda interesar las versiones de grandes iniciados (India, Tibet, etc.) sobre el papel de Cuba, las Antillas y las zonas de la región -no probado por ninguna escuela científica-, pero transmitido a través de siglos por escuelas de conocimiento secreto (Yoga, Nagnl, Ramacharaka).
© Documentos: Abel Sierra Madero.
© Fotos: Orlando Jiménez Leal.
Sobre el cambio de sexo de transexuales en Cuba. Documentos inéditos.
Con la modernidad, el cuerpo y la sexualidad se convirtieron en instancias de imaginación política y contribuyeron al diseño de técnicas de control. En Cubadesempeñaron un papel fundamental en la organización del totalitarismo revolucionario.