Siempre me han interesado los puntos ciegos y los silencios de la Historia. Con mi trabajo, he tratado de dar visibilidad a temas que aparecían como simples referencias o notas al pie en documentos o libros. Reconozco, también, que me obsesionan las notas al pie, ese lugar “underground” que funciona como una deep web. Descubrí esa fascinación cuando leí, hace mucho tiempo, El beso de la mujer araña (Seix Barral, 1976). Manuel Puig llevó las notas al pie a un nivel tal, que no puede entenderse la novela sin sumergirse en ese “bajo mundo”. Las notas no son un elemento marginal, sino que forman parte del propio cuerpo.
Lo mismo sucede con las narrativas de memoria en la construcción de la Historia. Ningún proyecto de investigación puede sustraerse de esos relatos. Durante años he buscado, para entrevistarlos, a protagonistas de proyectos culturales, editoriales y políticos que marcaron una época. De ese esfuerzo, he armado un archivo que continúa creciendo, poco a poco.
En octubre de 2015 entrevisté a Lourdes Argüelles, una de las intelectuales que, a inicios de la década de 1980, contribuyó al campo de las políticas sexuales en Cuba. Los textos que firmó junto a Ruby Rich, sirven para estudiar las discusiones que sostuvieron sectores de la izquierda en Estados Unidos, con exiliados cubanos como Reinaldo Arenas o Ana María Simo, entre otros. Entonces, Lourdes Argüelles formaba parte de la revista Areíto, un proyecto editorial conformado, en su mayoría, por exiliados cubanos de izquierda. A finales de los 70, miembros de ese grupo participaron en un proceso de “diálogo” con el régimen cubano. A su regreso a los Estados Unidos, recibieron amenazas de radicales de Miami. Algunos, incluso, fueron asesinados.
Hablé con Lourdes Argüelles en dos ocasiones desde mi apartamento en Nueva York. Las conversaciones se hicieron vía telefónica y se grabaron —como todas mis entrevistas— con su consentimiento. Lourdes es una interlocutora interesante, polémica, y con una visión crítica de su propia experiencia.
Cuéntame un poco de tu niñez y cómo recibe tu familia el triunfo de la Revolución Cubana.
Nací el 9 de enero de 1943 en La Habana, Cuba. Mi papá era ingeniero agrónomo, decano de la Escuela de Agronomía de la Universidad de La Habana, y tenía una empresa que hacía consultas con diferentes ingenios azucareros. Era hijo de un comerciante español. Mi mamá era de una familia burguesa criolla. Estudié en colegios privados, en el Saint George en La Habana; las dueñas eran unas británicas, y ahí fue donde aprendí inglés. Después, estudié en dos colegios religiosos: en el Convento del Sagrado Corazón y en las Esclavas del Sagrado Corazón. Como me porté muy mal en esos colegios católicos, porque siempre estaba protestando por una cosa o por otra, me pidieron que me fuera, y terminé mi bachillerato en Ciencias y Letras en 1960.
¿Era muy rígida la educación en esas escuelas?
No solamente que era muy rígida, sino que me parecía una hipocresía. Siempre estaban hablando de Jesucristo y cómo quería al pobre, que había que darle al pobre… en fin, una cantidad de cosas… Yo siempre me sublevaba con eso y les pidieron a mis padres, que daban mucho dinero, que me sacaran de ahí porque siempre estaba castigada; las monjas no me soportaban. Me tuve que ir de esos dos colegios y terminé mi bachillerato en el Saint George, que para entonces ya no era un colegio británico.
Durante todo ese tiempo del bachillerato y del colegio, yo tenía un primo que se llamaba Justino Arrúe [Rivero]. Al morir, era el director del [Instituto Cubano de Oftalmología] Ramón Pando Ferrer, y estaba envuelto en el Directorio Revolucionario 13 de Marzo. Yo estaba desesperada, quería hacer algo contra la dictadura. Figúrate, tenía como trece años, y entonces él me dijo: “Bueno, está bien, yo te voy a hacer miembro del Directorio Revolucionario”, y me trajo un carné del Directorio Revolucionario. Le pregunté cuál era mi rol. Él me quería mucho, era mayor que yo. Y me dijo que mi rol era vender bonos para subvencionar la Revolución. Entonces, eso era lo que hacía, vendía bonos entre mis amigas, cualquier dinero que me daban de regalo…
¿Qué tipo de bonos? Porque el Movimiento el 26 de Julio tenía los suyos propios… ¿Eran bonos del Directorio?
Sí, sí, eran unos bonos, me acuerdo, entonces, pues yo vendía eso en mi colegio…
¿No tuvo ningún problema con la venta de los bonos?
No, porque era con mis amigas, figúrate tú. Algunas me los compraban y otras no. Nosotras íbamos al Habana Yatch Club, que era un club de burgueses, y ahí tenía amigos varones, que también estaban en contra de la dictadura. No nos gustaba Batista, mi padre siempre estuvo contra la dictadura de Batista. Lo que recolectábamos era poco, pero, bueno, yo se lo entregaba a mi primo y mi primo se lo daba al Directorio. Entonces, eventualmente, se fue exilado. Luego empezó a trabajar con el 26 de Julio.
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¿Empezó a trabajar con el 26 de Julio en el exilio?
En el exilio, sí. En 1959 era muy cercano a Camilo Cienfuegos. Cuando llegó la Revolución mi padre estaba muy entusiasmado y entonces lo llamaron a participar, para escribir la Ley de Reforma Agraria. Lo nombraron director técnico de la Dirección de Industria, en lo del Che Guevara.
¿Cómo se llamaba su papá?
Ingeniero Benigno Argüelles. Durante su juventud, él estuvo exilado varias veces, batallando contra la dictadura de Machado. Era socialdemócrata, y aunque su trabajo lo llevaba a lidiar, prácticamente, con personas de mucho dinero y compañías norteamericanas, en realidad estaba muy de acuerdo con que hubiera grandes cambios sociales, pero no era comunista. En un momento le enviaron una persona que le dijo que era de la CIA y que si él no se iba de Cuba, el día que llegara la invasión a Cuba lo iban a fusilar. Y esa fue una de las cosas que lo hizo salir de Cuba.
¿De quién usted cree que recibió esa presión?
De la CIA. Un señor que se le presentó en su oficina. Me acuerdo que llegó blanco como la pared y nos dijo a mi mamá y a mí: “Me acaban de visitar y me dijeron: si usted no se va de Cuba, cuando llegue la invasión lo vamos a fusilar”. Entonces eso lo hizo salir para el exilio. Tuvo que salir con pasaporte falso, porque su nombre estaba en una lista de técnicos que no podían salir de Cuba en aquel momento. Eso fue el 14 de octubre de 1960. Detrás de él salimos nosotros, con permiso. Salimos el 26 de octubre de 1960.
Mi padre era una persona que el gobierno revolucionario al principio quería mucho. Cuando a Fructuoso Rodríguez lo mataron, él fue la persona que le dio mucho apoyo a la familia, mientras buscaba el cadáver por todas partes. O sea, que la gente sabía que él era antibatistiano hasta la médula. Pero yo creo que él pensó, como pensó mucha gente, que venía una invasión y que iban a pagar justos por pecadores.
Yo, en realidad, al principio apoyé la Revolución, vaya, como una niña joven. Con lo único que no estaba de acuerdo era con los fusilamientos, por dos cosas. Primero, porque hasta ahora toda mi vida he estado en contra de la pena de muerte, no me parece que ningún individuo tiene razón para quitarle la vida a otra persona. Ponerlo en la cárcel, eso es otra cosa; pero no quitarle la vida. Segundo, porque también pensé que la gente a la que estaban fusilando no habían sido los arquitectos de la dictadura, no eran los grandes capos. Esos se fueron para el exilio con Batista. Nosotros estábamos en un proceso en que tanto mi padre como yo —menos mi madre—, pensábamos que había gran esperanza con la Revolución Cubana, que se necesitaban esos cambios.
Vinimos al exilio porque mi papá decidió irse. Nadie lo empujó, nadie lo obligó, no lo pusieron en la cárcel, sino que vino al exilio prácticamente por esa amenaza, y porque yo creo que él, en realidad, tenía miedo de terminar en la cárcel si iba una invasión a Cuba, una invasión de elementos batistianos apoyados por los Estados Unidos.
¿Cuál fue el destino, España o Miami?
Miami. Él al principio consiguió unos trabajos… Mientras estaba exilado, durante la dictadura de Machado, había estudiado en Georgia Tech. Consiguió trabajo y puso un pequeño negocio, pero no funcionó. Entonces se fue para la India durante ocho meses y yo me fui con él. Después regresé y empecé mi carrera en la Universidad de Miami, de Economía y Psicología. En aquel momento me definía como socialista, hice parte de mi maestría en Economía y empecé a trabajar en comunidades, incluyendo la comunidad de Liberty City, en Miami. Trabajé contra la discriminación racial, pertenecí al Southern Leadership y todas esas organizaciones.
Después me fui, me casé muy joven, tenía diecinueve años. Fue mi primer matrimonio, con un hombre que conocí en Cuba, amigo mío, muy de derecha. Ese matrimonio duró un año y medio.
¿Cómo se llamaba su esposo?
Arturo Riera. Las discusiones políticas eran increíbles, porque yo sabía ya que no tenía lugar en Cuba, pero pensé que Cuba tenía la oportunidad de desarrollar una sociedad más justa.
¿Y por qué usted dice que no tenía lugar en Cuba?
Porque yo era una niña burguesa, no había espacio para mí en la sociedad que se estaba creando. Al inicio de la Revolución, Francisco González Aruca y otros, creamos un periódico que se llamaba Proa; era el periódico de la Federación de Estudiantes Católicos (la FEC). Eso fue antes de que Aruca se volteara contra el gobierno revolucionario. Yo escribía artículos sobre los derechos de los negros. En fin, yo era de izquierda en aquel momento, y apoyaba la decisión de tomar una ruta que no fuera la de un Estado dependiente capitalista de los Estados Unidos.
¿Y qué pasó después que terminó la maestría en la Universidad de Miami?
Empecé a ver cómo me podía integrar a esta sociedad, pero de una forma crítica. Entonces fui a trabajar en comunidades muy pobres en los Estados Unidos. Me fui para Nueva York, a hacer un doctorado interdisciplinario en Psicología-Sociología en la Escuela de Educación de New York University (NYU). Y, mientras estaba allí, me casé por segunda vez. Fue mi segundo matrimonio heterosexual, y tuve un hijo. Trabajé en East Harlem con padres portorriqueños, y una de las cosas que hicimos fue que organizamos a los padres para tomar violentamente el campus de City University, para que les dieran oportunidades a los portorriqueños, para que tuvieran chances de entrar en la universidad. Ahí también me integré al Anti-War Movement o sea, el movimiento contra la guerra.
¿Contra la guerra de Vietnam?
Contra la guerra de Vietnam. Mi esposo, también cubano, decidió no ir a la guerra, lo llamaron porque él era médico. Entonces la situación se nos puso difícil. Batallamos contra la guerra, participamos en demostraciones y todo eso. Mientras él estaba haciendo su internado y yo mi doctorado, la situación se nos puso aún más difícil. Nos mandaban al FBI a la escuela de Nueva York, hablaban con nuestros profesores. Entonces decidimos irnos para Canadá. Terminé mi doctorado; estuve en Canadá nueve años y medio, casi diez, sin poder regresar a los Estado Unidos.
¿Por qué no podían regresar?
Bueno, porque se canceló la residencia. Yo no era ciudadana, lo que tenía era una residencia, lo que ellos llaman green card.
¿Ya estaba graduada de NYU?
Bueno, regresé una vez nada más para defender mi disertación, no volví en nueve años y medio. En Canadá trabajé, enseñé en Loyola College, en Montreal, en el departamento de Sociología, pero estudiando y trabajando con comunidades pobres francocanadienses. Me incorporé a la lucha por la separación de Quebec de Canadá. Pasé en Montreal tres años y medio. Después me fui para Ontario, para una plaza en la Universidad de Waterloo, que estaba cerca de Toronto. Hice un posgrado en Toronto en Leyes y Psiquiatría, y trabajé como profesora en la Universidad de Waterloo durante dos años.
¿Ahí empezó el interés por el tema del género y la sexualidad?
Sí, hasta cierto punto, pero más bien mi interés era en política: la economía y la política estructural de un capitalismo avanzado. En aquella época estaba muy interesada en Canadá como una colonia dependiente de Estados Unidos, pero diferente del Tercer Mundo. Hice muchos trabajos de psicología, estudiando personas en diferentes sistemas económicos. Durante ese tiempo trabajé mucho con obreros que no estaban sindicalizados, aunque en Canadá había muchos más obreros sindicalizados que en Estados Unidos. Me interesaba cómo los obreros veían la estructura de su sociedad; cómo se relacionaban con el poder, tanto con el poder cercano de las compañías como el poder del Estado. Siempre mi interés fue la psicología de las personas en distintas estructuras políticas y sociológicas.
Después, me fui para Vancouver y trabajé durante dos años en el gobierno socialdemócrata de la provincia de Creek, Columbia, haciendo investigaciones sobre cómo el Estado lidiaba con diferentes sectores públicos. Como siempre, me interesaba en la psicología de las personas dentro de distintas estructuras políticas y culturales. Eventualmente, el gobierno socialdemócrata cayó, y yo me fui a enseñar en la Universidad de British Columbia; enseñé ahí por dos años.
Ya para entonces tenía dos hijos y había tenido varias relaciones gay, aunque estaba casada. Entonces le dije a mi esposo que quería el divorcio y me dijo: “Bueno, el asunto es que, antes de divorciarnos, yo quisiera que volviéramos a Estados Unidos, porque nuestros padres están poniéndose viejos, tanto los tuyos como los míos”. A través de mi papá, que ya era ciudadano norteamericano, aplicamos para regresar a los Estados Unidos con una green card; para entonces éramos ciudadanos canadienses, y todavía lo soy.
Nos fuimos a trabajar para la Universidad de Nuevo México. Le pedí el divorcio a mi esposo, fue un divorcio… [suspira] bastante difícil. Luego me fui para la Universidad de Arizona. Ahí trabajaba en una escuela de trabajo social y me empecé a interesar más en los asuntos de género. En uno de mis viajes a Estados Unidos, había conocido a Ruby Rich y empezamos a hablar de la cuestión gay. Ya para entonces yo vivía con una mujer y me había divorciado. Y entonces empezamos a planear cómo escribir algo que fuera balanceado. Y yo también…
¿De qué año estamos hablando?
De principios de los ochenta.
Pero vamos a hacer una pausa antes de llegar a 1980. Usted regresó a Cuba en 1979, ¿no?
Sí, en el setenta y nueve, al diálogo.
¿Cómo es convocada al diálogo? ¿De qué manera se integra a ese grupo?
Bueno, yo me había puesto en contacto con Areíto a través de Lourdes Casal y a través de Francisco González Aruca. Aún estaba en Canadá, yo mandaba mis colaboraciones a Areíto y me las publicaban o no. Entonces, yo era miembro del consejo de redacción, pero yo no vivía ni podía entrar en Estados Unidos. Cuando llega el diálogo, me llamó Aruca y me llamó Nelson Valdés.
¿En qué consistía el diálogo? Lo que se conoce hoy como “diálogo”, ¿en qué consistía?
Bueno, lo que me dijeron a mí fue que había la posibilidad de que el gobierno cubano aprobara de nuevo las visitas de gente que se había ido y que diera libertad a presos políticos, y que necesitaban apoyo de personas…
Pero eso es un poco contradictorio, porque el gobierno cubano nunca ha reconocido la existencia de presos políticos. Son juzgados por otros delitos, aunque todo el mundo sabe que son presos políticos.
El gobierno cubano podía decir eso, pero lo que Nelson Valdés y Francisco González Aruca me dijeron a mí, para invitarme al diálogo, fue que iban a darles libertad a presos políticos. Como yo pensaba que sí había presos políticos, como los hay en cualquier lugar del mundo, me pareció una buena idea. Pensé que eso ya estaba decidido y que lo que se necesitaba era apoyo. Yo fui al segundo diálogo, no al primero…
¿Dónde estaba en ese momento?
Estaba en Nuevo México. Estaba en el proceso de divorciarme, y entonces a mi exesposo le dio un ataque de nervios y me dijo: “Yo quiero ir también”. Llamé a Nelson y le dije: “Nelson, por favor, ayúdame, porque ya tengo un problema con este hombre”. Y entonces lo invitaron también al diálogo y él fue conmigo. Volamos a Atlanta y de ahí, a La Habana.
Te digo que fue un vuelo de Cubana de Aviación, que fue el primer avión de Cubana de Aviación que llegó. Estoy casi segura de que era Cubana de Aviación. Y sí me acuerdo de que en ese vuelo, aparte de la gente que iba para el diálogo, iba Alicia Alonso.
¿Cómo recuerda el viaje a Cuba?
Bueno, fue un viaje muy emocional, porque nos llevaron a las casas donde habíamos vivido. También sabíamos que iban a salir los presos, los llamados presos políticos. Cuando regresamos la cosa se puso fuerte, ¿sabes?, porque nos amenazaron, aquello fue la debacle.
¿En Cuba tuvieron algún encuentro con Fidel Castro?
Sí, sí, Fidel Castro estaba ahí, la viuda de Che Guevara estaba ahí, Juan Almeida; todo el mundo estaba ahí; fueron como cuatro o cinco, ya ni me acuerdo.
También tuvieron un encuentro con Alfredo Guevara…
Sí, hubo varios encuentros con distintas personas y Fidel estaba ahí, hablamos con él. Fidel se acordaba de mi papá [risas], así que figúrate tú.
¿Cómo encontró a Cuba después de tanto tiempo?
Bueno, en realidad no estábamos en Cuba, porque estábamos en esas reuniones. Fuimos a Tropicana y después me llevaron en un auto a lo que fue mi casa. Fuimos a Palmira, que es un pueblo cerca de Cienfuegos, de donde era mi exmarido.
¿Fue un viaje de turismo ideológico? Es una noción que se ha empleado mucho para definir los procesos de cooptación y asimilación que el gobierno cubano ha ensayado durante todos estos años con intelectuales o políticos.
Yo creo que, en realidad, comprendo la noción, pero fue más bien un turismo sentimental, emocional; si el turismo ideológico, como se defina, en parte incluye eso, bueno… Ese viaje fue muy emocional, porque fue un retorno. Quizás en visitas subsecuentes pudiera decirse que era un turismo ideológico, pero no en ese momento. Yo no estaba pensando en la ideología, ni nada de esas cosas, estaba pensando simplemente en que alguna gente podía regresar y en que alguna gente podía salir de la cárcel.
Mira, fue un turismo afectivo, un turismo de retorno afectivo. Se puede decir que dentro de un turismo ideológico hay una parte afectiva y, en ese sentido, puedes decir que sí, que era turismo ideológico…
¿Después de ese viaje regresó otra vez a Cuba?
Yo fui muchas veces más.
¿Sí?
Fui a Casa de las Américas a una conferencia donde estaba la hermana de Angela Davis; fui después a hacer trabajo de campo ahí, fui varias veces…
¿En qué consistió el trabajo de campo?
Entrevisté a gente para lo que iba a escribir con Ruby Rich. Regresé a Miami también a entrevistar gente, varias veces.
¿Qué reacciones tuvo una vez que regresó de Cuba? ¿Cómo vio el diálogo después?
Mira, yo, en realidad, lo que pensaba en aquel momento era que Cuba todavía tenía una opción de ser más que una colonia dependiente de un superpoder.
Pero de alguna manera, la Unión Soviética se había convertido también en un poder colonial, era la otra superpotencia…
Exacto, exacto. Como te digo, todavía Cuba tenía una opción, la posibilidad de ser otra cosa más que un país dependiente; pero, obviamente, la Unión Soviética había suplantado al gobierno norteamericano. Años más tarde, vi cómo esa opción se iba diluyendo, pero en ese momento sí la veía muy clara.
Pero, en términos personales, ya me empecé como a distanciar, y, aunque todavía me defino como cubana, me di cuenta de que no era ni de aquí ni de allá. Había empezado a viajar mucho a la India, viví en Canadá, viví aquí en Estados Unidos y, aunque me definía étnicamente —etnonational, como le dicen en inglés— de forma cubana, ya cuando iba a Cuba…, hasta una vez me preguntaron: “¿Usted es chilena?”. Y yo le digo: “¿Por qué?”. Y me dicen: “Porque habla como los chilenos”.
¿Cómo eran vistos ustedes por el exilio de Miami?
Como traidores, recibimos muchas amenazas. Mataron a Carlos Muñiz y mataron a Aurelio Negrín, nos pusieron bombas en carros. La cosa fue seria, el impacto de ir al diálogo creó muchos problemas. A mí me avisaron —esa es la única vez que me avisaron de Cuba— de que Alpha 66 estaba detrás de mí; la cosa fue seria, ¿eh? Y, sobre todo, cuando mataron a Carlos Muñiz.
Yo dejé de ir a Miami después de que hice el trabajo de campo, por la situación… A mi padre, que pertenecía a un colegio de ingenieros en el exilio, lo hicieron renunciar. O sea, que la cosa fue bastante fea, ¿sabes? Miami a mí nunca me gustó, no me sentí bien ahí, para mí no fue nada. Mucha de la gente de Areíto lo sintió más, porque iban más a Miami, pero yo no. Iba, visitaba a mis padres y nadie sabía que iba.
Hábleme un poco de Areíto. ¿Era cercana al núcleo fundamental que articulaba y que configuraba la revista?
No, porque cuando se fundó Areíto yo estaba en Canadá. Yo me identificaba con la revista, admiré a mucha gente de Areíto, a Eliana [Rivero] entre ellos; pero yo nunca fui muy cercana, por temperamento, porque yo no soy persona de muchas amistades, yo soy poco cubana en ese sentido. Yo, cuando iba a Cuba, por ejemplo, me encontraba con gente de Areíto ahí, todos ellos tenían amigos, amantes, boyfriends y todas esas cosas. Después de que se terminaban la conferencias o hacía mi trabajo de campo, me iba para el hotel o a casa de mi primo y me encerraba con un libro a leer.
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En la conversación anterior que sostuvimos, usted me dijo que tuvo algunas fricciones ideológicas con el grupo, porque mucha gente de Areíto tenía un conocimiento muy básico de lo que era el capitalismo en los Estados Unidos, y un conocimiento también muy distorsionado de lo que era el gobierno de Cuba.
Dentro de Areíto yo era la única persona abiertamente gay, que yo recuerde; aunque ahí había gente gay y bisexual. Nadie estaba out, nada más que yo, eso ya trajo un distanciamiento. Yo había hecho más estudios políticos y económicos del capitalismo, y eso lo ves reflejado en los artículos con Ruby Rich; los artículos están estructurados siguiendo el proceso capitalista en ese momento. Había gente en Areíto que no estaba de acuerdo con ese análisis, no por razones ideológicas, sino porque esa no era su formación. Mucha gente venía de literatura, sin un conocimiento de las estructuras políticas y económicas. En Areíto no me quisieron publicar los artículos que salieron después en Signs: ni el primero, ni el segundo.
También me dijo que ese artículo se había escrito inicialmente en español y que había sido preparado para que se publicara en Areíto…
Sí. Fue antes, como un año antes de que se publicara en Signs.
La primera parte de ese texto se publicó en Signs el verano de 1984 y la segunda parte salió en el otoño de 1985. Estamos hablando de “Homosexuality, Homophobia, and Revolution: Notes Toward an Understanding of the Cuban Lesbian and Gay Male and Revolution”, ¿verdad?
Sí.
¿Qué le dijeron cuando usted sometió el artículo? ¿Quién le dijo que no se podía publicar?
Me dijeron que iba a traer muchos problemas, sobre todo, cuando yo critico los campamentos de la UMAP y todas esas cosas. Esos artículos no le gustaron a nadie. No le gustaron ni a la gente de aquí ni a la gente de allá, eso te lo puedo decir.
Cuando se refiere a la gente aquí, ¿a quién se refiere?
Al grupo de Areíto. No les gustó. Eliana no, Eliana [Rivero] estaba muy de acuerdo, pero a Marifeli [Pérez-Sable] ni a nadie de esa gente les gustó, eh.
¿Cuáles fueron los argumentos?
No, que iban a crear muchos problemas; no fueron específicos.
No fueron específicos… Cómo es la censura, ¿no?
Sí, que eso iba a crear un problema. Tampoco quisieron publicar un artículo crítico que escribí sobre el Mariel.
¿Por qué?
Me dijeron que tenía una visión romántica de los marielitos. Y yo no tenía ninguna visión romántica de los marielitos, pero parece que no les gustó que escribiera que había gente que había salido de allí de una forma bastante terrible, y todas esas cosas. No les gustó. Y como a mí, en realidad, si me lo publicaban o no, me daba lo mismo. Te lo digo sinceramente, porque en realidad yo estaba muy contenta de ser parte de Areíto, era una postura contra el exilio de la derecha de Miami y no me arrepiento. Había mucha gente que me parecía que tomaron mucho riesgo.
No fue fácil ser miembro de Areíto, en aquella época era como ser miembro de un club misterioso. Había acusaciones de que éramos espías, había acusaciones de todo tipo. Y yo, en realidad, estaba muy orgullosa de ser parte de ese grupo porque no me identificaba con el exilio de Miami.
Esos artículos que usted escribió con Ruby Rich han sido muy criticados…
Es que parecía que habíamos tomado una cierta postura de apoyo al gobierno de Cuba. Pero como ves en el artículo, ahí todo el mundo es criticado. Si estás de acuerdo o no estás de acuerdo con lo que yo escribí, no lo sé; pero en una parte dije de la UMAP. Nadie hablaba aquí de la UMAP, y ahí dije todo lo de la UMAP, del heterosexismo y de la homofobia de la gente dentro del gobierno.
Por otra parte, dije horrores de la gente del exilio, y entonces me atacaron figuras como Cabrera Infante y Carlos Alberto Montaner, que me quiso poner un lawsuit (demanda judicial) por haberlo difamado. Bueno, aquello fue… ahí nadie estaba de acuerdo con esos artículos.
Quiero ir un poco atrás. Me gustaría que hablara de la política editorial que asumió Areíto con respecto al Mariel, por ejemplo. Hay un texto triste, diría lamentable, que escribió Lourdes Casal… Está firmado en La Habana, pero se publicó en Areíto. Está lleno de distorsiones con respecto a los actos de repudio, a toda la violencia estatal en el manejo de la crisis del Mariel. Lourdes Casal, como tantos otros, trataba de depositar en factores externos los problemas de Cuba. Ese texto estaba en sintonía con la política editorial de la revista, he revisado toda la colección. Román de la Campa ha dicho que los miembros de Areíto eran demasiado críticos con el exilio cubano, con el sistema político norteamericano, pero condonaban las cosas del gobierno cubano, que eran muy blandos en sus críticas. ¿Qué usted cree de esta reflexión?
Yo creo que sí. A pesar de que tú puedes ver en esos artículos de Signs que yo hablo de la UMAP y todas esas cosas, creo que en Areíto siempre se pensó que a Cuba se le debía una cierta lealtad; a Estados Unidos se le vio como un gigante contra ese pequeño país…
¿No cree que Cuba era identificada con el gobierno? Eso es un poco problemático, porque el gobierno es solo una parte…
No, pero yo lo que te quiero decir es que en Areíto tomamos una posición blanda con Cuba, incluyendo el Estado y el resto del pueblo. Una de las cosas que me criticaron mucho de los artículos con Ruby Rich, fue que yo dije que el pueblo de Cuba era homofóbico y lo traté de explicar, pero me dijeron que eso era como decir horrores de los cubanos. Pero, en ese sentido, Areíto tenía cierta afectividad, una afectividad que formaba nuestra política; pero esa realidad afectiva era una nostalgia de la patria.
Pero sí, yo creo que estás en lo cierto: había más crítica al exilio de derecha. Francamente, en Areíto tampoco hubo un análisis crítico del capitalismo norteamericano, porque la gente que estaba en Areíto no tenía la base político-económica para hacer una crítica del capitalismo. Sus conocimientos del capitalismo y de la política en Estados Unidos eran muy limitados. Yo era más radical, pero también tenía una visión crítica de la Revolución Cubana, que no era muy bien vista por algunos miembros de Areíto y que me hacía sentir fuera de lugar.
Discúlpeme que vuelva otra vez atrás, porque me perdí un poco en el hilo que estábamos siguiendo de los sucesos y la crisis del Mariel. Usted me dijo que escribió un artículo en el que trataba de explicar la crisis y que tampoco se lo publicaron en Areíto. ¿Fue así?
Exacto.
¿Y qué elementos utilizaron esa vez para censurar su posición?
Bueno, de los artículos con Ruby Rich me dijeron que eso iba a crear un problema grande para Areíto. Que aquí en los Estados Unidos, iba a incendiar todavía más el exilio contra Areíto, y que iba a crear problemas con Cuba, con lo de la crítica de la UMAP y todas esas cosas. Con el [artículo] del Mariel primero me dijeron que no había espacio, de eso me acuerdo perfectamente. Dije: bueno, no importa, en la próxima edición… No, no, tampoco. Lo último que me dijeron fue que yo romantizaba a los marielitos. [Risas].[1]
Esos textos resultaron problemáticos, tanto para aquellos que tenían una posición más militante de apoyo a la Revolución, como para los que en el exilio, desde la derecha, me atacaban por comunista, y yo en realidad era una anarquista que criticaba a los dos Estados. Después entendí que no se puede quedar bien con Dios y con el Diablo.
En 1983 se creó la revista Mariel, un proyecto literario con una proyección muy diferente a la de Areíto. La revista Mariel estaba conformada por escritores que tenían una postura bastante confrontacional con respecto al gobierno de Cuba, y criticaban la noción de Revolución Cubana. Me refiero a escritores como Reinaldo Arenas, Ana María Simo, Reinaldo García Ramos, Juan Abreu, entre otros. Marifeli Pérez-Stable ya los había criticado en un artículo de Areíto.[2]
En el quinto número de la revista Mariel salió un dosier sobre la homofobia en Cuba. Ana María Simo y Reinaldo García Ramos explicaron que en octubre de 1983, The New York Native había publicado un dosier sobre “latinos gay” en el que se incluían textos de Reinaldo Arenas y René Cifuentes, sobre la homofobia en Cuba. Ambos textos estaban precedidos por un pequeño ensayo titulado “The Easy Convenience of Cuban Homophobia” [La fácil conveniencia de la homofobia en Cuba] que firmaron usted y Ruby Rich.[3] De acuerdo con Simo, ustedes fueron contactadas para reproducir el texto en Mariel, pero nunca contestaron. “Es sintomático que estas autoras, se sientan en el deber de hablar de los cubanos, pero no a los cubanos”, dijo… [4]
¿De qué fecha es esto?
Esto es de 1984…
¿Cuándo yo publiqué eso con Ruby Rich?
En octubre de 1983, en The New York Native…
Yo no me acuerdo de eso, la verdad es que no me acuerdo, si no… ¿Por qué hubiéramos no querido publicar eso ahí?
Ese artículo tiene tesis interesantes, pero muy polémicas. Por ejemplo, ustedes dicen más o menos que, si en 1959, los homosexuales cubanos hubieran politizado el tema de la sexualidad, muchas de las cosas que pasaron en los años sesenta no hubieran pasado. O sea, le adjudican a la ausencia de un movimiento de activismo político gay, todo lo que vino después; eso es interesante. Pero en otro momento señalan que la homofobia estatal se hizo más evidente luego de la invasión de Bahía de Cochinos… ¿No recuerda ese texto, Lourdes? ¿No?
Ese texto la verdad es que no lo recuerdo; si me lo envías…Yo lo que estoy tratando de ver, porque… Cuando publiqué el primero, me fui para la India por seis meses; entonces publiqué el segundo y me fui para la India por un año, y recuerdo que, cuando lo de [Roger] Lancaster…
Sí, pero Roger Lancaster hizo una crítica a la segunda parte del artículo “Homosexuality, Homophobia, and Revolution: Notes toward an Understanding of the Cuban Lesbian and Gay Male Experience”.[5]
Cuando Ruby y yo contestamos, yo estaba en Delhi y escribí la respuesta a Lancaster desde Delhi. Ahora vi que me lo enviaste, pero no leí muy bien… ¿Al final de eso no dice desde dónde nosotras enviamos la respuesta?
No me fijé, Lourdes, la verdad.
OK. Desde el año 83 hasta el año 86 yo me pasé, probablemente, la mitad de ese tiempo en la India. Desde diciembre del 85 hasta diciembre del 86 estuve completamente en la India, así que yo no sé con quién habló Ana María Simo o alguien de ese lugar. Yo no lo recuerdo; si no, te lo diría. ¿Por qué no habríamos querido publicar eso, si en realidad lo que queríamos era que hubiera más discusión?
¿Qué opinión le merecía a usted en ese momento el proyecto Mariel?
Me pareció… No estaba de acuerdo con ciertas cosas, porque creo que… Yo siempre creí que no trabajaban la situación de Cuba frente a Estados Unidos de una forma político-estructural.
Pero ellos habían sido víctimas del sistema, eran insiders de la propia homofobia gubernamental y tenían cierta autoridad. Yo percibo que ustedes los leyeron como que estaban acomodando las narrativas para reclamar un estatus de exiliados.
Yo nunca pensé eso, yo los consideraba unas víctimas de la homofobia institucional cubana. Lo que sí los consideré, no personalmente a Ana María Simo, por ejemplo, pero sí a Reinaldo [Arenas], a quien conocí bien, una víctima de muchas personas, como Susan Sontag; fue como un parade del anticomunismo, lo estaban utilizando.
Pero Susan Sontag había asumido una postura bastante pro Cuba en los 60 y los 70, había pasado incluso por alto el tema de las UMAP. La cosa se complicó después del caso Padilla… Por mucho tiempo apoyó a la Revolución Cubana, ¿no?
Pero se volteó completamente, ese es el problema. El problema que yo veía es que gente muy a favor de la Revolución no decían nada de las UMAP, esta gente de Areíto por ejemplo, pero otros que hasta un momento habían seguido esa línea, de pronto se volteaban y entonces todo lo de Cuba era malo. O sea, que nunca había un camino medio. No podían ser críticos con Cuba y con Estados Unidos al mismo tiempo.
Creo que el problema de eso era que todo el mundo siempre estaba identificado o con un partido o con un grupo. Si no eras de Areíto, estabas en el otro grupo; si no eras de Mariel, estabas en el otro grupo. No había personas independientes que dijeran que algo en Estados Unidos está mal, que era una cuestión estructural. Y se utilizó la homofobia, o lo que fuera, para cuestiones ideológicas; victimizaron gente para cuestiones ideológicas. ¿Me entiendes?
¿Pero usted no cree que Susan Sontag y otros intelectuales que eran progresistas o de izquierda, tuvieron suficientes razones para mostrar esa postura ya, digamos, a partir del año ochenta, cuando tenían suficientes pruebas…?
Pero es lo que te digo, cuando están a favor de algo entonces no hay nada malo. Pero cuando están completamente en contra, no hay nada bueno. Y eso es lo que le pasaba a Susan Sontag, a la que también conocí, por cierto, porque ella también estaba muy activa…
Pero Susan Sontag escribió un artículo en 1969 para la revista Ramparts, donde conminaba a la izquierda radical norteamericana a que se abstuviera de criticar a la Revolución, a Cuba, aplicando los mismos conceptos de democracia estadounidense. Allí la represión y las UMAP son referencias inofensivas. Sin embargo, después de sus críticas al gobierno por el caso Padilla, la presentaron como anticomunista furibunda…
Primero que nada, Susan Sontag tenía sus cuestiones psicológicas, pero yo lo que te quiero decir… [pequeña pausa] Vamos a hablar de Ramparts. Esa era una revista muy problemática; es más, el director de Ramparts era uno de los neoconservadores que inclusive mandó a la CIA información de los colaboradores de la revista. O sea, que yo nunca confié en esa revista, supuestamente de izquierda, porque había muchas cosas extrañas ahí. Ahora no me acuerdo de los nombres, pero era una persona muy problemática que trabajó para la Seguridad Nacional norteamericana cuando era director de Ramparts. O sea, que ahí había una cantidad de gente muy extraña, ¿eh?
No es que lo dijera Susan Sontag no fuera verdad; yo creo que tenía mucha razón en las cosas que escribió… Pero Susan Sontag un día tenía una idea y otro día tenía otra. Ella vivía en la sociedad intelectual de Nueva York. Yo no quería andar con nadie de esa gente, no me daban confianza, la verdad. Reinaldo Arenas fue la gran víctima. Quizás yo estaba equivocada, no te quiero decir que yo era la que tenía la razón, pero en aquella época no me daban confianza.
Usted me dijo en la conversación anterior que había visto a Reinaldo Arenas un par de veces.
Sí, una vez en Cuba y una vez en Nueva York.
¿Y qué tal? ¿Hubo diálogo o confrontación?
No, en realidad en Cuba él no sabía ni quién era yo, porque fue antes de la publicación de esos artículos, y no, nada más hablamos.
¿Usted sí sabía quién era él?
Ah, sí, ¿cómo no? Pero él no sabía quién era yo, yo no era nadie. Entonces lo vi en Nueva York en un seminario, me acerqué y me dijo: “Usted y yo estamos en…”. ¿Cómo me dijo? Estamos en mundos diferentes, una cosa así, pero no me agredió ni nada. En Cuba él no sabía quién era yo, me preguntó dónde vivía, yo le dije que acababa de regresar de Canadá tras muchos años, y me dijo: “Ah, tienes suerte de vivir en Estados Unidos”. De eso sí me acuerdo. No te puedo decir que me senté a conversar con él, que tuve una amistad, eso no.
¿Hasta qué punto esa militancia hizo que se desestimaran las narrativas de trauma, de violencia, de exclusión con la que cargaban los emigrados cubanos? Esas narrativas siempre fueron desechadas por la izquierda. A los exiliados cubanos siempre se les acusó de acomodar las cosas para poder reclamar un estatus político, y se dijo que criticaban a la Revolución porque era lo que se esperaba de ellos en Estados Unidos…
Es lo que te estoy diciendo, las narrativas de trauma, de victimización, eran narrativas legítimas, OK, pero siempre eran oídas de una forma o de otra, dependiendo de la audiencia.
Estoy pensando en el artículo de Marifeli Pérez-Stable en el que atacaba al Comité de Escritores Exiliados y la revista Mariel.
Marifeli era, después de Lourdes Casal, la voz más importante de Areíto.
Ahora, ¿cómo criticar a escritores que habían sentido el rigor de la homofobia estatal cubana? Ana María Simo, por ejemplo, fue sometida a electrochoshocks y a tratamientos psiquiátricos. ¿Cómo esas historias son desechadas en función de una militancia política?
Yo creo, precisamente, porque tomamos solo las cosas que eran buenas. En aquel momento todo estaba tan polarizado… Aquí estábamos amenazados, no torturados como los que estaban en Cuba, pero amenazados políticamente, y nuestra seguridad personal estaba amenazada muy seriamente. Esa fue una de las grandes fallas. Yo te digo, sinceramente, todo esto me llevó a mí al budismo, a irme para la India. Al final me di cuenta de que las cosas no eran lo que parecían…
¿A partir de qué momento usted empieza a distanciarse del proyecto de Areíto?
Creo que fue por conflictos de intereses, de visiones. Yo traté, por ejemplo, de que ahí se hablara de las UMAP, de la homofobia en Cuba, de la homofobia en los Estados Unidos, de la homofobia en el exilio. Traté de poner todas esas cosas en ese contexto. Quizás fallé, quizás no lo hice suficientemente bien.
¿Cómo usted lee hoy esos textos que escribió en los 80 sobre sexualidad en Cuba?
Hoy, al volverlos a leer después de treinta años, me alegro haber tratado de utilizar una noción político-estructural y psicológica; creo que eso fue una cosa que no se había hecho antes. Me hubiera gustado hacer más trabajo de campo del que hice. Si no hubiera habido esa polarización en la que la gente no se hablaba, se estaba de un bando o de otro, Areíto o Mariel,a lo mejor los textos no hubieran estado contaminados por esa polarización.
Si Ana María Simo dijo que Ruby y yo no quisimos publicar ahí, no me acuerdo; pero si fue verdad, fue un error nuestro. Te digo, si fue verdad que no quise dialogar, que no quise publicar, fue un gran error. De esa parte no me acuerdo, te lo digo sinceramente, no me acuerdo, es posible que haya cometido ese error, porque en ese momento yo estaba muy amenazada por grupos de derecha en Miami. Es posible que me sintiera acorralada o algo así, a lo mejor dije que no.
¿Y la decisión puede haber estado relacionada con la política editorial de Areíto o con la militancia? A lo mejor la política era no establecer nexos con esa gente…
Si yo dije que no, fue por mi error, porque yo no le puedo echar la culpa a nadie. A mí Areíto no me mandaba, lo único que me podían decir era si me publicaban o no me publicaban artículos. Pero nunca he pertenecido a ningún partido político, yo ni voto en Estados Unidos, fíjate tú.
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Cuando yo le mandé los textos suyos que había escrito treinta años antes, ¿cuál fue la reacción? ¿Manifestó algún extrañamiento?¿De qué se arrepiente, si se arrepiente de algo?
Me arrepiento de no haber establecido un diálogo con el grupo de Mariel. Creo que hubiera hecho más legítimos los artículos. En realidad, para mí, las víctimas de cualquier Estado tienen prioridad, y quizás en aquel momento perdí esa noción.
Voy a hacerle una pregunta más personal. ¿Ruby Rich y usted en algún momento fueron pareja?
No, nunca.
Juntas, firmaron varios textos… ¿Cómo se creó esa química intelectual?
En una ocasión fui a Nueva York con una amiga canadiense, a una reunión de Areíto. Conocí a Ruby Rich en un restaurante y empezamos a conversar, a dialogar. Me pareció una persona muy seria, con un análisis del género y también de política estructural. Ella había ido a Cuba, había estado en Miami, conocía mucho el ambiente literario e intelectual de Nueva York. Y me pareció una colaboradora excelente, no me arrepiento de haber trabajado con ella… Pero nunca fuimos pareja ni nada, al contrario, muy buenas amigas.
Hace años que no la veo; creo que está en una Universidad de California, en Santa Cruz. Creo, pero no estoy segura. Y no creo que ella esté vinculada ya a nada de esto.
¿Quién era su pareja en aquella época?
Una médica cubana, después me separé de ella. Hace casi treinta años que estoy con mi pareja actual y estoy muy feliz con ella. Me he dedicado más al budismo, escribo de vez en cuando, traduzco textos muy antiguos, enseño sobre la impermanencia, el camino medio, ver las cosas como una película. Ya no me asombran ciertas cosas.
¿Y cómo usted ve hoy, después tantos años, este proceso de acercamiento que se está llevando entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos? El diálogo que ustedes protagonizaron, muy de Guerra Fría, los hace ver ahora un poco anacrónicos, ¿no?
Yo soy anarquista, creo que la crítica al Estado es muy importante. La verdad, no tengo grandes esperanzas para este diálogo entre Estados Unidos y Cuba, son diálogos de Estado, las víctimas no van a ser más que víctimas, en ambos lados.
Ahí salió su vocación anarquista, en la crítica al Estado…
Sí, la crítica contra el Estado. Por ejemplo, fíjate tú, los disidentes no estuvieron cuando se abrió la embajada. Creo que Marifeli Pérez-Stable estuvo ahí, ¿no? Pero los disidentes de Cuba, no. Cuando fue el Papa, tampoco entabló conversación con los disidentes. Siempre las víctimas, en cualquier Estado, terminan mal… Primero hay que reconocer a las víctimas. Ahora me estoy dedicando a dar terapia, en estos momentos me interesa la trasmisión intergeneracional del trauma.
Esa noción es interesante. Es lo que se conoce como posmemoria…
Sí. Entonces estoy viendo, por ejemplo, una muchacha coreana que la familia fue parte de la guerra de las dos Coreas, y ese trauma ha sido trasmitido a ella intergeneracionalmente. Ella todavía se considera víctima y les está dando ese tipo de educación a sus propios hijos. Entonces, de generación a generación, individual y colectiva, porque como no ha habido empoderamiento de las víctimas, ese trauma se trasmite. Lo mismo ha pasado en Cuba…
¿Cómo piensa el exilio en la actualidad?
Yo te puedo decir que lo que más me ha impactado en la vida es convivir por muchos años con exiliados tibetanos, que miraron el exilio de una forma muy diferente a nuestro propio exilio. Se identifican como tibetanos, hablan tibetano y apoyan movimientos del Tíbet contra los chinos, pero saben que no tienen un lugar ahí, que ya eso pasó. Y yo aprendí de ellos a dejar el rencor. Una de las cosas que me ha llevado a mí a alejarme de todo lo de Cuba es el rencor; el rencor de un lado y de otro. Un rencor del que yo participé en una época…
Si ves el exilio tibetano, es muy interesante, porque esa gente ha sufrido su exilio… Sufrieron mucho más que nosotros, torturas y todas esas cosas. Sin embargo, lo ven como un proceso político-estructural, se ven de una forma muy distinta a nosotros.
Notas:
[1] No se sabe muy bien a qué artículo rechazado se refiere Lourdes Argüelles, porque en 1981 la revista Areíto publicó, en la sección “Desde las entrañas”, un texto suyo sobre los refugiados del Mariel. En una nota se dice que el artículo fue extraído de un reportaje más amplio titulado “La economía política de la industria de refugiados en Estados Unidos”, que saldría en el magazine The Catalyst. La traducción estuvo a cargo de Eliana Rivero. Para más información puede verse: Lourdes Argüelles. “Un año después del Mariel: algunos ‘héroes’ que nadie quiere”, Areíto,Vol. VII, No. 27, Ediciones Vitral Inc., Nueva York, 1981, pp. 57-58.
[2] Marifeli Pérez-Stable. “El CILC y la ‘Generación’ del Mariel”, Areíto,Vol. VIII, No. 2, Ediciones Vitral Inc., Nueva York, 1982, pp. 19-21. CILC son las siglas del Comité de Intelectuales por la Libertad de Cuba.
[3] Ruby Rich, Lourdes Argüelles, “The Easy Convenience of Cuban Homophobia”, The New York Native,Vol.3, No. 23, October 10-23, 1983, pp. 34-35.
[4] Ana María Simo, Reinaldo García Ramos. “Hablemos claro”, Mariel, Año II, No.5, primavera de 1984, p. 9.
[5] Roger N. Lancaster. Comment on Arguelles and Richʼs “Homosexuality, Homophobia, and Revolution: Notes toward an Understanding of the Cuban Lesbian and Gay Male Experience, Part II”, Signs, Vol. 12, No. 1 (Autumn, 1986), pp. 188-192.
Eliana Rivero: “Por 30 años le di a la Revolución el beneficio de la duda”
“Cuando me integré a Areíto yo todavía le daba el beneficio de la duda a la Revolución Cubana. El problema fue cuando empezaron a reprimir a la gente. He comenzado a releer los números de Areíto que nosotros publicamos en 1980, con todo lo del Mariel, por ejemplo, y no puedo creer la carga ideológica que tenía y que yo no veía entonces”.