El metarrelato sobre la Revolución Cubana se ha construido muchas veces como una narrativa lineal y continua. En ese proceso, los historiadores han sobrevalorado determinadas fuentes. Los periódicos, las revistas y discursos de políticos han recibido especial atención, parecen tener más peso. Sin embargo, existen otras que complementan o contestan, muchas veces, las verdades y nociones que se han asentado en el imaginario colectivo. Se trata de los relatos orales, esos que se nutren de la memoria y que se convierten en la voz de una generación o grupo.
Durante los últimos años he tratado de alimentar mi visión y comprensión de la historia de la Revolución con otro archivo, conformado por voces que me han compartido sus vivencias y su interpretación del tiempo que les tocó vivir. Una de esas voces es la de Reinaldo García Ramos, quien participó junto con José Mario, entre otros, del proyecto intelectual e independiente Ediciones El Puente, a inicios de la década de 1960. Sobre El Puente cayó todo el peso del Estado y sus miembros fueron acosados por la policía política. José Mario fue arrestado varias veces, pasó por las mazmorras de El Morro y fue enviado a un campo de concentración.
García Ramos es poeta, editor y crítico; emigró a los Estados Unidos en 1980 durante el éxodo del Mariel. En el exilio colaboró junto a otros escritores como Reinaldo Arenas, Ana María Simo, René Cifuentes, Juan Abreu, entre otros, en la fundación de la revista Mariel. El 16 de mayo de 2015 lo visité en su apartamento de Miami Beach, conversamos por varias horas. Este es el resultado de ese encuentro.
Vamos a ir a los orígenes, vamos a irnos al año 1959. ¿Qué edad tenía usted al triunfo de la Revolución Cubana?
Yo tenía quince años y estaba cursando el bachillerato en el Instituto de La Habana. Mi primer encuentro con la censura fue a los 12 años, en 1956, cuando estaba en sexto grado. Uno de los directivos del colegio al que yo asistía era un miembro del PSP (Partido Socialista Popular), un viejo comunista que escribía en Hoy y después trabajó en el periódico Granma, llamado Jaime Gravalosa y eso influyó en que la educación que yo recibí fuera bastante convencional y tradicional, de tipo estalinista.
Él daba Historia de Cuba o de América Latina, no recuerdo; pero pide una composición a los alumnos sobre Estados Unidos. Yo hice una composición que no sé de dónde la saqué, pero la hice elogiando a los Estados Unidos. Debe ser porque mi tía y mis primas habían venido de Estados Unidos y hacían los cuentos y parece que yo hice un eco de esas historias. Cuando el profesor me devuelve el trabajo, cierro los ojos y todavía puedo verlo, estaba totalmente tachado, línea por línea. Una manifestación de odio y de intolerancia absoluta. Me dijo que yo estaba equivocado, que de dónde yo había sacado esas ideas. Ese fue mi primer encuentro con el estalinismo intolerante que después conocería mucho mejor.
Reinaldo García Ramos en Key West, Florida, junio de 1982.
Detrás, el espigón donde atracaban los barcos que llegaban desde Mariel.
¿Cómo su familia recibió esa impronta y el cambio de régimen?
Mi padre fue toda su vida chofer de rastras de carga, se pasaba la vida en todas las carreteras de la Isla, era un gran mujeriego. Él era un hombre muy atractivo, con muchos dones de macho cubano, y mi madre era una campesina. No creo que ellos hayan pasado de sexto grado de escolaridad. Ellos se conocieron en la escuela en Cienfuegos, donde yo nací, pero se mudaron para La Habana cuando yo tenía tres años.
Mi mamá era una mujer dedicada a su casa, a su hijo, a su marido; pero su marido siempre estaba ausente (risas) y de repente llegó aquello.
Mi padre siempre fue un escéptico; mi mamá tenía cierta desconfianza. A mí lo que más me molestó de ese primer momento fue que se suspendieran las clases en el Instituto por dos o tres meses, y que después, que el curso haya habido que empezarlo de nuevo. Eso pasó para darle oportunidad a otros jóvenes que por alguna razón no habían podido incorporarse a los cursos. Inmediatamente me incorporé a la Asociación de Jóvenes Rebeldes, a lo mejor porque estaba de moda, a lo mejor para estar con mis compañeritos, que seguramente ya alguno me gustaba. Te digo esto por la complejidad de un joven a los dieciséis años, imagínate.
¿Usted se incorporó a la Campaña de Alfabetización?
No, no fui a alfabetizar. Mi madre cayó en una crisis de nervios porque yo era el único hijo. Toda la carga afectiva, emocional, sentimental que ella había proyectado hacia mi padre, ella lo volcó hacia mí. No era dominante, pero sí tenía un carácter muy fuerte, y ya cuando cumplo diecisiete años traté de empezar a sacudirme todo aquello. Mi padre nunca se metió en mi vida, al contrario de mi madre, como había vivido y gozado tanto…
¿Cuándo comienza su relación con la escritura?
A eso iba. Al terminar el bachillerato en el año 1961, como lo que estaba de moda era la tecnología y había discursos por todas partes sobre la necesidad de ingenieros para la Revolución, a mí, que detestaba la matemática, la física, la geometría, se me ocurre decir que iba a estudiar tecnología. Entonces en lo que había sido la Universidad de Villanueva, daban un cursillo de nivelación. En ese cursillo de verano, que duró tres o cuatro meses, nos empezaron a zumbar por la cabeza: física, química, matemática, y ahí empezó mi gran depresión.
En el medio de todo aquello a mí me dio por empezar a escribir poemas en un bloc. Ahí nació esta cosa que soy yo ahora. Yo escribía diez y quince poemas al día, y veinte. Llegaba a la casa y seguía escribiendo.
Se convirtió en una especie de grafomanía.
Yo creo que fue la explosión de un muchacho que había sido superprotegido y que necesitaba una expansión emocional, como todo adolescente; y por otro, lado mi homosexualidad.
Mi padre era un gran macho cubano y yo me sentía un poco asfixiado, hasta que a principios de 1962, conozco a José Mario Rodríguez —el director de Ediciones El Puente— que era una loca absoluta y tremenda (risas). Además él era una gente muy culta, muy inteligente, un animador cultural por definición. Era tres o cuatro años mayor que yo e inmediatamente captó el sacudión que yo necesitaba para despertar.
Creó como una plataforma para despertar…
Exactamente, una plataforma para despertar. José Mario fue el primero que me llevó al club Scherezada a escuchar a Elena Burke y a conocer todo ese ambiente de los cabarés.
Reinaldo García Ramos en la ciudad de Nueva York, noviembre de 1980.
Imagino que tendría un gran conocimiento de la vida gay habanera de aquel momento…
Absolutamente. Además, él era un homosexual completamente liberado ya en aquel momento. Para los cánones de aquella época, año 1962, él era un homosexual muy liberado.
¿Por eso quizás era considerado tan peligroso por las autoridades?
Claro, porque era contestatario por definición. Aunque como señala [Jesús] Barquet en el libro sobre Ediciones El Puente, José Mario, a pesar de todos los problemas y de todas las cosas que nos hicieron, nunca se sintió enemigo de la Revolución, aunque a mí no me gusta ese concepto porque es un poco frío.[1]
Lo que te quiero decir es que él nunca tuvo una actitud consciente de que lo que estaba haciendo perjudicaba el proceso social. Él y yo nunca tuvimos relaciones sexuales, fue como un padrino, digamos. Entonces yo empecé a escapar un poco de ese marco familiar. Gracias a él, publico mis primeros poemas. Me dijo que tenía que publicar esos poemas para empezar y que no iba a parar hasta escribir un libro genial, me acuerdo de esa frase. Era una gente maravillosa, extraordinaria, y le hicieron la vida un yogur. Después me convence para que haga, junto a Ana María Simo, una antología de novísima poesía cubana.
Los miembros de El Puente recibieron muchas presiones…
Sí, y mucho antes de que apareciera El Caimán Barbudo. Los viejos cuadros comunistas estaban tratando de apoderarse del aparto cultural. Edith García Buchaca, Vicentina Antuña, Mirta Aguirre, que fue profesora mía y yo la admiraba mucho como profesora, pero era una HP (hija de puta).
Ya me está hablando de la Facultad de Artes y Letras…
Claro, ahí hice un salto. Cuando yo conozco a José Mario ya aquello de estudiar tecnología se me había quitado y estaba programado para estudiar Letras. Con Nancy Morejón, con la cual tuve una amistad muy buena y muy larga durante esos años, íbamos a clases de francés en el Capitolio, a una academia de idiomas que había en el Capitolio. Entonces matriculamos en la Escuela de Letras. Yo hubiera sido de la primera promoción de la Escuela, lo que pasa es que dejé los estudios en el primer año y después los retomé. Al mismo tiempo empecé a trabajar en la Biblioteca Nacional con Graziella Pogolotti, que se estaba quedando ciega, la pobre, necesitaba a alguien que le leyera. Aunque no trabajé directamente con Graziella, fue ella la que me encaminó. Yo tenía dieciocho años; te estoy hablando del año 1962, un año muy complejo y turbulento porque las cosas pasaban muy rápido en general en el país.
Era otro tempo nacional…
El tempo nacional se aceleró, entonces todo pasaba muy rápido. La Habana era una ciudad que conservaba una vida y una sensualidad tremendas. Los clubes estaban abiertos y todo el mundo tenía dinero. Yo me acuerdo de que todas las noches nosotros nos íbamos a comer al Polinesio. En fin, ese año fue especial. Valdría la pena que alguien estudiara el año 62. Como te decía, mi vida estaba compartida entre las Ediciones y la Escuela de Letras. Ahí sobreviene una crisis, que no llegó a ser un breakdown, claro, era demasiado lo que estaba cayendo sobre mí en ese momento.
Decidí dejar el trabajo en la Biblioteca y dejé la Escuela de Letras, un poco imbuido en ese maremoto que era José Mario y las Ediciones, para vivir aquello un poco más intensamente. No fue una decisión consciente, fue la fuerza de la vida. Y ahí estuve…
¿Y el tema económico?
Bueno, la verdad es que no recuerdo cómo lo resolví. Pero es que se vivía con tan poco en esa época. No te puedes imaginar, todo era baratísimo. Era un país extraordinario, eso influyó en que la Revolución se ganara el favor de tanta gente a nivel internacional. Era porque aquello era una feria, aquello era una fiesta constante.
Esa noción de la Revolución como fiesta, como espectáculo, es muy interesante.
Ahí veo que habló más el sociólogo que el historiador.
Los resortes que activó la Revolución a través de su visualidad, con el cine, con la fotografía, con las grandes concentraciones de personas, el colorido, de alguna manera contribuyó a crear una especie de teatro político en el que participaban no solo los que estaban dentro, sino también los que estaban fuera. Entonces yo me preguntaba: ¿en qué acto de ese teatro, los miembros de las Ediciones El Puente comenzaron a sentir las presiones por parte del Estado y comenzó a verse la voluntad política de desmantelar ese proyecto?
Eso fue después, en el año 1965. Yo me separo de las Ediciones en el 64, porque en el 63 vuelvo a la Escuela un poco ya de niño bueno, como el hijo pródigo (risas). Yo veía la situación de mis padres, sabía que mi padre se iba a ir [de la casa] tarde o temprano, y yo iba a tener que ser responsable de mi madre. No podía darme el lujo de no tener estudios. Y al mismo tiempo… fue muy curioso, quizás fue un reajuste de personalidad. Me di cuenta que yo era una persona distinta, sobre todo a José Mario, que era como mi role model; porque soy una persona más tranquila, más organizada. Volví a la universidad en el 63 y ya en el 64 empiezo a chocar con determinadas cosas, no recuerdo los detalles, para serte sincero.
En el 64 empezó el proceso de depuraciones en la Universidad de La Habana.
Yo no choqué con aquello, quizás porque me porté muy bien. Tengo compañeros que fueron depurados. A finales del 64 botan a varios compañeros míos.
He revisado las publicaciones de la época, en especial los discursos de la revista Mella, y la retórica en la que descansan las depuraciones se enfoca en los religiosos y los homosexuales. Lo que me interesa es el modo en que esos discursos llegan a las aulas, y los rituales de las depuraciones.
Hay una persona que vive en Nueva York y está documentando bastante ese proceso, se llama Connie Belfort.
Ana María Belfort, que maneja un blog llamado el Archivo de Connie.
Exactamente. Ella es norteamericana y estudiaba con nosotros. Tenía relaciones con una muchacha de mi grupo, aunque yo no sé si ella se llegó a graduar. Ha tenido esta idea maravillosa de documentar todo lo de los años sesenta; pero ya veo que lo conoces. Yo tengo muy mala memoria, pero además, Abel, la memoria es un mecanismo de defensa también, y sobre ciertas cosas que tú me estás preguntando yo tengo que hacer un gran esfuerzo para volver a ellas y ponerlas otra vez delante de mí. Te soy totalmente honesto.
Entonces vamos a tratar de reconstruir y hablar sobre las zonas que sean menos dolorosas…
No es una cuestión de dolor, es que yo soy muy haragán (risas). Por eso no he escrito la novela que he tenido en mente durante mucho tiempo. Pero efectivamente, en el año 64 empiezan los conflictos a un nivel más amplio. Empieza el hostigamiento de todo tipo. El departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, donde trabajaba el venerable señor Jesús Díaz, que en paz descanse, se sumó a todo aquello. Ahí estaba Isabel Monal, que a pesar de ser lesbiana colaboró con toda esa corriente de ataques. Mirta Aguirre, que era una simbiosis entre lesbiana histórica y profesora comunista furibunda y rabiosa. Era una época realmente bien compleja.
Hoy en día quizás hay otros problemas, pero las cosas están un poco más definidas. En ese año 1964 tuve un problema con José Mario, no recuerdo bien por qué. No sé si fue por un hombre o por otra cosa (risas). Él estaba enamorado en esa época de un poeta peruano que está vivo, por eso no te voy a decir el nombre, y se volvió un poco paranoico, quizás pensó que yo estaba tratando de seducir al otro, no sé. Pero al mismo tiempo llevado por toda esta atmósfera, por previsión y miedo; porque todos tenemos miedo y en aquel momento yo estaba pensando sobre todo en mi madre. Quería por todos los medios terminar mi carrera. Yo pertenecía a la dirección de las Ediciones El Puente y decido, un poco artificialmente si tú quieres, decido que lo más importante era mi carrera.
Volvamos al tema de las depuraciones. ¿Tiene algún recuerdo de las asambleas que se hicieron en la Universidad de La Habana?
Hubo una asamblea de depuración que yo debería recordar mejor de lo que lo hago. En esa asamblea botaron a varios compañeros míos. Yo no estuve presente, no sé si di algún pretexto o no estaba en La Habana, qué sé yo. Yo me entero de que a César Bermúdez, a Margarita Airoa, que era la pareja de Connie, y a otros compañeros, como a un colombiano que se llamaba Gustavo Londoño, que era pareja de César Bermúdez, los depuraron.
¿Por qué? ¿Cuál fue el pretexto?
Esta gente, con Connie y Margarita, hacían unas grandes fiestas que para aquel momento eran escandalosas.
¿Eran como las llamadas “fiestas de perchero”?
Algo así, yo nunca fui por mi mentalidad pajuata o algo así. Yo quería terminar mi carrera y dije que no me iba a meter en nada de eso. Terminé la carrera milagrosamente, porque estaban botando gente constantemente. En ese período me alejo de todo lo que tenía que ver con El Puente, no de Ana María [Simo], que siguió siendo muy amiga mía, ni siquiera de Nancy [Morejón], que siguió siendo muy amiga mía hasta mucho después. En el año 1965, cierran las Ediciones El Puente…
¿Qué pasó con Nancy Morejón?
Hubo un momento en que ella me enfocó los cañones, cuando aparece en mi vida otro personaje que es Delfín Prats. Yo me quedé deslumbrado con Delfín, que es una persona de un talento extraordinario. Iba todos los días a mi casa y me recitaba poemas en ruso. Yo recuerdo que un día en Coppelia se dijo algo… Es que Nancy siempre ha sido una lesbiana en el clóset y en aquel momento más todavía. Ella estaba con una chica que se llamaba Carmen Gonce. Delfín, ese día en la mesa en Coppelia, habló de la relación de ellas y eso llegó a oídos de Nancy; entonces se peleó conmigo. Cosa absurda.
En el año 1965 se crearon las Unidades Militares de Ayuda a la Producción. ¿Qué sintió cuando supo que a José Mario se lo habían llevado para las UMAP?
Yo no me enteré… Me lo dijo Ana María un poco después. Aquello fue terrible; pero José Mario era de armas tomar. Yo creo que un poco… no lo voy a justificar, pero bueno, él tomó una actitud no contestataria pero sí un poco provocadora, que iba con su personalidad, cosa que yo nunca he sido. A mí me chocaba un poco; había algo en él que era un poco autodestructivo. Me pesó, pero qué se podía hacer en aquel momento. Él entra en las UMAP no en el 65, yo creo que fue en el 66…
Me comentaba Lillian Moro que la casa de José Mario llegó a estar vigilada a tal punto que en algunas noches cuando ella pasaba se tropezaba con el vigilante de turno…
Sí, sí. La casa estaba en Buenavista. Pero estuvo vigilada desde mucho antes. Él era un personaje que llamaba mucho la atención. El principal promotor de las Ediciones, una editorial independiente, imagínate tú. Tenían que vigilarlo; además, él no se callaba.
¿En esa época usted conoció a Héctor Santiago?
En aquel momento Héctor Santiago se llamaba Santiaguito Ruiz; una de las primeras cosas que se publican en las Ediciones es su poema “Hiroshima”; pero no fui amigo de él. Después lo he visto en Nueva York, lo he visto en otros lugares, y él es también una gente que se las trae. Yo no sé, a mí me molesta la gente que es demasiado agresiva, yo soy una persona de paz.
¿Agresivos en qué sentido?
Confrontacionales, era lo que quería decir, y son gente que no se salen del mismo discurso. Quizás porque trabajé tantos años en Naciones Unidas tengo un buen concepto de la diplomacia y del diálogo. Por eso yo no tuve ni la visión de Héctor ni la que tuvo José Mario.
¿Tuvo algún contacto con José Mario cuando él salió de las UMAP?
No, y no sé por qué. No sabría cómo explicarlo. Nos habíamos disgustado. El próximo encuentro con él es cuando ya estoy fuera. Él está publicando en La Gota de Agua, se pone en contacto conmigo, me pide poemas, etc. Pero déjame volver a mi historia, digo, si te interesa mi evolución.
Sí, claro que me interesa…
Bueno, yo terminé la carrera en 1967 y me voy con un equipo de investigaciones sociales para Trinidad, ahí me paso un año y cuando regreso entro en el Instituto del Libro como editor, en la editorial Arte y Literatura. Esa fue más o menos mi evolución laboral. A José Mario lo volví a ver la primera vez que fui a España, ya me había ido de Cuba.
¿Antes de irse de Cuba había viajado alguna vez?
No, nunca. Lo que pasa es que a excepción de Nancy y Miguel Barnet, que ya se sabe el camino que siguió, el resto de nosotros cayó en una especie de lista negra. Yo perdí contacto con mucha gente porque vuelvo a lo mismo, estaba concentrado en sobrevivir en aquel horror.
¿Ya lo veía como un horror? Me interesa que me describa esa percepción, en qué consistía y cuándo empieza a sentir que era un horror.
El horror era la asfixia, la asfixia espiritual. Yo no podía publicar, todo el mundo me veía con desconfianza. Era el choque con las estructuras, no había posibilidades de expresión para alguien que quería escribir y publicar. Aunque yo seguí escribiendo, yo seguí escribiendo.
Pero todo iba para las gavetas, ¿no?
Esa es una pregunta que yo me he hecho muchas veces. Para qué esforzarse en presentar cosas que no van a salir. Era una especie de inercia, era también un poco de altanería. Yo sabía que esa gente quería otra cosa. Lo que salía en La Gaceta…y la revista Unión era espeluznante, a pesar de que antes de que se cerraran las Ediciones El Puente en la revista Unión se publicaron cosas mías. En la revista Casa de las Américas se publicó una reseña mía sobre una novela de Marta Traba que se llevó un premio en el año 65. Hasta ahí.
Cuando cierran las Ediciones hubo unos cuantos que se separaron: Nancy, que es muy viva, muy habilidosa; Miguel, que había publicado un poemita, pero que no era del cogollo de las Ediciones; Ana María se va en diciembre del 67; Lillian Moro se va también.
Lillian se va en 1970, pero pasó dos años en una granja trabajando para poderse ir.
¿En el 70? Yo pensé que había sido un poco antes. Yo no sé, Abel, es que todo el mundo trató… Es parte del sistema, el sistema trata de aislarte, te infunde miedo para que tú no actúes o para que busques un rincón donde te puedas sentir seguro para que no te toquen.
¿Cuándo sintió la necesidad de irse de Cuba?
Desde que termino la carrera; pero a esas alturas ya mi padre se ha ido de la casa y yo me quedo responsable de mi madre y por eso empecé a trabajar en Casa de las Américas y después en el Instituto del Libro. En el Instituto se me daban ciertos trabajos, pero mi nombre estaba escondido, yo firmaba como editor; nunca nadie me pidió un prólogo o algo así. Antes del Instituto, por ejemplo, hice una edición de Racine para un proyecto del Ministerio de Educación en el que necesitaban una edición bilingüe para las clases de francés, y yo hice el prólogo quizás amparado todavía por Graziella, que en aquel momento estaba bien conmigo, ya después no, por supuesto. Ese y otro prólogo que hice para las Ediciones Huracán a Graziella de Lamartine, pero en el Instituto solo era editor.
Pero usted se fue en 1980.
Me fui en el 80 por el Mariel.
Descríbame ese proceso.
Mira, desde que empezaron los viajes de la Comunidad se sabía que algo venía.[2] Mi tía, hermana de mi madre, si no recuerdo mal fue a Cuba a principio del año 80. Manteníamos una correspondencia esporádica; uno vivía muy aislado, no es lo que hay ahora. Las llamadas telefónicas eran muy difíciles, no se podía llamar, o te daban dos minutos. Era parte de lo mismo: “aísla, divide y vencerás”; eso es parte del sistema. Entonces cuando mi tía va, yo recuerdo que le dije: “mi tía, yo me quiero ir y dicen que va a abrir un nuevo Camarioca”.[3]
¿Eso se comentaba en la calle?
Sí, tú sabes que los cubanos tienen seudópodos que saben las cosas antes que pasen. Yo iba una vez a la semana al Instituto del Libro, trabajaba en mi casa. Entonces estoy esperando la ruta 57 y veo que alguien pasa con el Granma con el cuadrito en la portada que decía todo aquello de la embajada de Perú. Compro el periódico y a partir de ahí se desencadena todo. Yo no pensé que eso iba ocurrir, pensé que aquello era como lo pintaron ellos, como un asalto a una embajada. Ese fin de semana le quitan la custodia a la embajada de Perú; pero yo no pude meterme, hasta que me entero de que si uno iba a la estación de policía y se declaraba homosexual te daban la salida. Eso es muy interesante. Nada, me declaré homosexual.
¿Qué le dijo el oficial que lo procesó?
Nada, es que había colas inmensas de gente que inventaban cosas para poderse ir. Una que dijo que había ejercido la prostitución y que no era más que una mujer de su casa. Era un sálvese quien pueda y aprovechar aquel resquicio que te estaban dando para poderte ir. Así como ahora —pienso yo— que con todo esto de las relaciones con Estados Unidos, las estructuras del gobierno cubano se están desmoronando, en aquel momento era todo lo contrario, se estaban reactivando y consolidando. Yo le dije aquello al policía que estaba allí y me dieron un papel que lo tenía que llevar al campamento Cuatro Ruedas, que quedaba por el Ali Bar. Con esa carta me hicieron un pasaporte y en un momento determinado venían unos transportes, guaguas que te llevaban al Mariel, pero primero a El Mosquito.
¿Qué tiempo pasó desde que presentó la carta hasta que se fue?
Ay, tú me haces preguntas muy difíciles.
Es que me interesa mucho el tema de la espera, de la espera para irse y de los actos de repudio en ese momento, que es adonde voy ahora.
Yo por suerte me les escapé. Porque después los vecinos me contaron lo que pasó. Es que todo esto es folclore. Cuando yo me voy a ir, la presidenta del Comité (Comité de Defensa de la Revolución, CDR) que fue amiga de mi madre y que se entera de que yo me voy, viene a verme para regalarme una lata de leche condensada. Eso me faltó decirte, mi madre muere a mediados de 1979. Eso es precisamente lo que yo trato de demostrar en mi libro, esa doble pantalla, ese triste rostro de que gente de tu barrio que iba a hacerle un acto de repudio a no sé quién, por la noche venían a tu casa a decirte que aquello estaba de madre, que aquello no había quien lo aguantara.[4]
¿En su cuadra se produjo algún acto de repudio?
No, porque yo me fui muy rápido. Por suerte, como yo tenía un radiecito de onda corta, me enteraba de lo que decía La voz de las Américas y me movilicé rápido. Salí de mi casa el 17 de mayo.
El 19 de mayo fue la primera Marcha del Pueblo Combatiente.
Bueno, el 20 de mayo me fui de Cuba.
Día histórico.
Sí, pero primero nos concentraron en El Mosquito; aquello era pavoroso. Ahí vi llegar un camión con presos que tenían pinta de asesinos. Yo sentía una atmósfera de peligro que todo el que estuvo en una similar puede percibir, y que percibí después en Nueva York también. Porque en Nueva York para sobrevivir tienes que darte cuenta donde no debes entrar. En El Mosquito había que estar lo más tranquilo y alerta posible, porque además tenían perros y te soltaban los perros.
Estando allí, hubo un día que se formó una trifulca con un almuerzo; porque te daban una cajita con arroz frío y un huevo revuelto. Entonces se formó la trifulca y soltaron a los perros y hubo mujeres aplastadas, un horror. Mucha gente se subía a los árboles por los perros. Era un mecanismo de intimidación.
¿Y cómo fue el viaje? ¿Cómo fue la llegada a Key West?
Llegué con unas diarreas tremendas provocadas precisamente por la lata de leche condensada que me había dado la presidenta del Comité. Pero es que no había nada que comer. Mucha gente no tenía idea de para dónde venían, era una estampida. Pero yo sí, porque tenía a mis tías aquí y había mantenido cierta comunicación. Yo sabía un poco de inglés, y cuando nos meten en una barraca le empiezo a decir a los marines aquellos que nos cuidaban que tenía que llamar a mi tía porque estaba en un hospital, hice un cuento. Me dejan llamar y hablo con mi tía. Ella habló con la hija, mi prima, para que me fuera a recoger, por eso yo no tuve que ir a los campos de refugiados. Hoy esa prima es mi enemiga porque es homofóbica, para que tú veas (risas). En realidad tuve suerte porque los campamentos esos eran de madre. Pero lo que sucedió es que aquí no había trabajo porque estábamos en el medio de la recesión y, aparte, los propios cubanos les cerraban las puertas a los marielitos. Entonces Ana María Simo, a la que debes conocer…
Reinaldo García Ramos junto a Reinaldo Arenas, 16 de julio de 1983, en una fiesta organizada para celebrar el cumpleaños de Arenas y la salida del primer número de la revista Mariel.
Ana María se evaporó, no se sabe nada de ella.
Lo que pasa es que se retrotrajo de todo aquello y empezó a escribir teatro en inglés. Es que a ella la jodieron, a ella le dieron electroshocks en Cuba porque la familia pensaba que eso la iba a curar del lesbianismo. Miami a mí me pareció un lugar horrible, en el 80 tú no te puedes imaginar lo que era Miami. Entonces Ana María, por eso te la mencionaba, me dice que me vaya para Nueva York. Ella estaba en ese momento de pareja de Magaly Alabau, la poeta. Ellas tenían un grupo de teatro de mujeres que había tenido mucho éxito en Nueva York que se llamaba Medusas Revenge. Ellas me ayudaron y, a partir de ahí ya, tuve mucha suerte.
Vamos a hablar ahora del proyecto Mariel.
¿De la revista, quieres decir?
De la revista/proyecto. Lo veo de esa manera.
La revista fue una idea de Reinaldo [Arenas], básicamente. Nosotros habíamos empezado a publicar en un tabloide que se llamaba Noticias de Arte, que era dirigido por Florencio García Cisneros. Ese semanario era sobre todo de artes plásticas y teatro; pero Florencio, que era una persona muy viva, muy amigo de Gastón Baquero, nos protegió y nos amparó. Esa fue la primera publicación que nos consideró como un grupo, con una identidad de grupo. También un personaje que había en Nueva York en ese momento, Giulio V. Blanc, que había estudiado en Harvard y estaba proyectado hacia la crítica de arte. Julio murió muy joven, de SIDA, fue una de las primeras víctimas que cayó; pero también se alió con nosotros.
Esos fueron los que nos ampararon. Pero por supuesto, los ataques comenzaron a llover de todo el establishment de la academia, de las publicaciones. En ese momento el dominio de la izquierda sobre los medios de expresión y difusión en Nueva York era mucho más intenso del que hay ahora. Y hubo realmente posiciones de ataque. Esta publicación que tú conoces… ehh…
Reinaldo García Ramos y Reinaldo Arenas durante un paseo en bote en la laguna del Parque Central. Nueva York, década de 1980. (Foto tomada por René Cifuentes).
¿Areíto?
No, Areíto por supuesto estaba en contra de nosotros por definición. Bueno, después lo recordaré, porque ahora no me viene a la mente. El mensaje era que nosotros éramos la excrecencia del gobierno cubano.
¿Puede decirse que Mariel fue de alguna manera una respuesta a Areíto? ¿Una de las intenciones de Mariel era llenar una zona discursiva sobre Cuba y la Revolución que Areíto secuestraba hasta ese momento?
Mariel es básicamente el medio en el que un grupo de gente se quiere expresar, y lo dice el texto con el que la iniciamos. Areíto estaba defendiendo aquello y nosotros todo lo contrario, denunciando aquello; pero es que Areíto no era tan importante para nosotros. Lo más importante era sobrevivir y expresarnos.
Eso es interesante, porque cuando yo contrastaba los editoriales de Mariel… Un texto suyo, por ejemplo, se refiere a una de las integrantes de Areíto, Marifeli Pérez-Stable y a sus “vacaciones ideológicas”. Yo percibo un diálogo de Mariel con Areíto.
Sí, pero no medularmente. La razón de ser de Mariel era mucho más orgánica y mucho más vital que atacar a una publicación. Era sobrevivir como escritores y creadores, porque te repito, no era sólo Areíto, era todo el medio intelectual de Nueva York y de Miami en cierto modo también. Aquí en Miami era por otras razones, porque aquí éramos marielitos. La propaganda del gobierno cubano tuvo un gran éxito creando una imagen negativa de los exiliados del Mariel. Por eso metieron a presos y a locos entre los que vinimos en ese momento.
Te voy a hacer un cuento. Los barcos no podían salir de noche, tenían que fondear en el centro de la bahía del Mariel; pero el camaronero en el que yo venía estaba lleno con 340 personas y teníamos que esperar al amanecer para salir. Entonces se oyen unos gritos: “¡No me manden a callar! ¡Vivan los Estados Unidos! ¡Viva Carter! ¡Abajo la Revolución!”. El Mariel está en una bahía de bolsa y de noche se oye todo. Ese fue un momento de mucha tensión porque nos podían haber hecho cualquier cosa, ametrallarnos, qué sé yo, porque el lugar estaba tomado por los militares con antiaéreas, reflectores.
Aquello se prendió, comenzaron a salir las lanchas de vigilancia del puerto. Yo me dije: Aquí ya se jodió todo. El tipo estaba descontrolado y entonces se para al lado de él una mujer que tiene que haber sido psicóloga, y le fue hablando bajito al oído y aquel hombre se fue desinflando. Esos locos y los presos eran parte de la estrategia del gobierno para que cuando llegaran aquí… Si hay alguien que entiende la mecánica de la opinión pública americana y de este país, es el señor Fidel Castro.
Reinaldo García Ramos con Reinaldo Arenas y Roberto Valero, abril de 1983, en la presentación de la revista Mariel. Librería Las Américas, Nueva York.
¿Ustedes coincidían en algunos espacios con los representantes de Areíto?
Yo nunca; sabíamos quiénes eran pero no tenían una prioridad para nosotros. Más importancia tenía Margaret Randall, que estaba en Nueva York con el Centro de Estudios Cubanos haciendo propaganda procastrista; porque la teníamos ahí, en las narices.
¿Por qué se hicieron nada más ocho números de Mariel?
(Risas) Mira, yo creo que todas las revistas literarias tienen sus ciclos. Hasta los surrealistas se fajaron, que eran tan divinos y tan exquisitos. Problemas de personalidad, de división, malentendidos. Hubo confluencias hasta cierto punto, y después cada cual empezó a pensar distinto. Esto es anécdota y no sé si deba trascender, pero a lo mejor me muero esta noche y nadie sabe (risas).
Después del número 7, que estaba dedicado a la poesía, se estaba preparando un número dedicado a la mujer, y yo propongo que se le encargue a Ana María Simo, una persona a la que yo admiraba, de gran nivel intelectual, lesbiana. Y Juan Abreu en ese momento estaba viviendo con Marcia Morgado, que es un personaje un poco problemático, porque tenía una personalidad muy confrontacional, volvemos a lo mismo. Ella se sintió desplazada porque nos había ayudado mucho con la promoción de la revista.
Yo creo que ese fue el detonante, porque empezó a dividir el cuerpo de los editores. Y Reinaldo que también era muy problemático, tenía sus cosas. Estoy escribiendo algo sobre Reinaldo por primera vez en mi vida. Reinaldo era una persona que se divertía con las cosas. Era una gente honesta con una identidad literaria y política muy fuerte, pero él se divertía con la vida, no tomaba las cosas demasiado en serio. Ni siquiera su enfermedad yo creo que la cogió muy en serio, aunque escribió ese libro de sus memorias. Que tampoco es un libro objetivo, como podrás imaginar, y hay también mucha fabulación.[5]
Reinaldo tenía una imaginación fabulosa, te sentabas a hablar con Reinaldo y te cagabas de la risa. Entonces Reinaldo vio todo aquello y empezó a intrigar todavía más. En el 85, que es cuando pasa todo esto, yo era periodista de Associated Press, era editor latinoamericano de Associated Press, entonces yo dije: si esto va a seguir a mí no me interesa. Otra cosa, yo quería tiempo para publicar mis libros. Las publicaciones se convierten en Frankenstein que terminan devorándote. Había un dilema: o hacía la revista o escribía mi obra. El mismo Reinaldo llegó a esa conclusión. Entonces se acordó hacer el número de Martí y cerrarla. Yo creo que estuvo bien, porque la revista cumplió un objetivo.
Notas:
[1] Se trata del libro de Jesús Barquet: Ediciones El Puente en La Habana de los años 60. Lecturas críticas y libros de poesía, Ediciones del Azar, 2011.
[2] Se refiere a los viajes de miles de cubanos exiliados a la Isla en 1979.
[3] Entre septiembre y noviembre de 1965, el gobierno revolucionario habilitó el puerto de Camarioca, en Matanzas, para que aquellos que quisieran marcharse del país pudieran hacerlo.
[4] Se refiere a su libro Cuerpos al borde de una isla. Mi salida de Cuba por el Mariel, Editorial Silueta, Miami, 2011.
[5] Se refiere al libro de Reinaldo Arenas Antes de que anochezca, Tusquets, 1992.
Del Gulag a las UMAP. Historia oficial y control de la memoria
Desde hace algunos años vienen produciéndose en el régimen cubano una serie de mutaciones orientadas a garantizar la continuidad del sistema y a borrar el pasado. A este proceso lo llamo “travestismo de Estado”. Además de ensayar nuevos modos de control político, promueve una transición amnésica, el lavado de la memoria nacional y la reescritura de la Historia.