Existe un criterio dentro algunos sectores intelectuales cubanos que propugna la tesis de que, pese al actual proceso de ralentización de las oportunidades políticas en Cuba, no se producirá ningún proceso de resistencia civil con el suficiente empuje —en el corto y mediano plazos— que pueda conducir al país hacia la instauración de un sistema democrático de gobierno. Este pesimismo parece justificar planteamientos como el que leí recientemente: “el último aliento lo dio el 11J y ya, el cambio deseado no va a ocurrir al menos por ahora”.
Las causas expuestas han sido varias y parecen lógicas: la supuesta falta de liderazgos estables y no fragmentados, con muchas divisiones; luchas intestinas y predominio de egos entre aquellos que promueven un cambio hacia la democracia; el continuo y generalizado éxodo poblacional hacia el extranjero, que drena la capacidad ciudadana de buscar un cambio a lo colectivo y no a lo individual; la existencia de una generación de personas apáticas o prodictadura, que obstaculizan cualquier proceso de cambio; la carencia de mecanismos de comunicación para aquellos que disienten, que posibiliten la difusión efectiva de mensajes de movilización o resistencia hacia una ciudadanía percibida como apática; y el miedo generalizado ante la represión dura y creciente de la dictadura, que paraliza cualquier accionar contestatario positivo desde la ciudadanía.
Ciertamente, la represión totalitaria parece funcionar como un freno importante para la conformación de un frente ciudadano amplio, que impulse un movimiento práctico de resistencia contra la dictadura. Sin embargo, a lo largo de la historia, la capacidad para imponer obediencia mediante represión por parte de regímenes como el cubano suele reducirse si la población percibe que estos han actuado de manera injusta, ineficaz, corrupta o inconstitucional.
Tal percepción ciudadana permite dibujar al régimen como ilegítimo ante un número creciente de personas —incluidas aquellas que hasta hace poco pertenecían a la generación contraria al cambio— con un resultado evidente: las políticas de miedo dejan de funcionar como contención y generan un fenómeno inverso; comienzan a operar como fábricas de opositores a gran escala. Esta situación se ha manifestado más claramente en Cuba durante y después del 11J.
La calma posterior al 11J, caracterizada por una represión más sistemática y brutal, produjo una falsa noción de invencibilidad de un régimen que en realidad dista mucho de serlo. Y no lo es simplemente por una razón definida por Gene Sharp: los gobernantes, en cualquier contexto, han dependido siempre de la aquiescencia de sus gobernados. Si la sociedad retira el consentimiento o cooperación hacia un régimen, entonces su capacidad de gobernar comienza a disminuir significativamente. O sea, si un número suficiente de personas se niega a obedecer o a participar en acciones que apoyan a un régimen determinado durante un período de tiempo suficiente, su poder puede entonces verse socavado y, quizás, eliminado.[1] Esto es justo lo que empieza a ocurrir en Cuba.
La narración de una cubana residente en La Habana —recientemente compartida en una red social— resulta transcendental para sostener esta idea de Sharp y su aplicación al caso cubano actual. En ella, la mujer contaba su experiencia a bordo de uno de los llamados ruteros (autobús) de la capital cubana, donde el chofer reproducía un video musical de Willy Chirino —famoso cantante exiliado símbolo del anticastrismo—. Ante el reclamo de una pasajera con uniforme militar que demandaba al conductor quitar esa “música que incitaba al odio”, sus compañeros de viaje le respondieron al unísono, no de buena manera, que la música no pararía y que los que “incitaban al odio eran ellos” (los oficialistas). Lo que siguió fue un grito colectivo de “Cuba libre” y aplausos. A la militar no le quedó otro remedio que guardar silencio.
Un suceso de esta índole, impensable hasta no hace mucho en Cuba, demuestra el cambio que está experimentando una sociedad civil que ha comenzado a retirar su aprobación al Gobierno y, sobre todo, a perder el miedo. Esta pérdida de temor, o lo que llamó Havel como el proceso de vivir en la verdad, que comienza con acciones simples de desobediencia ciudadana como la ocurrida en el rutero de la anécdota, pueden conducir al inicio de un proceso de resistencia civil, que de por sí implica el uso sostenido de métodos de acciones no violentas, por parte de una población civil involucrada en un conflicto totalmente asimétrico con un oponente —el régimen cubano— muy proclive al uso de la violencia para defender sus intereses.[2]
Esta pérdida del miedo ciudadano se suma a las crecientes dificultades para emigrar que encuentra la población cubana, harta de carencias y de represión. La emigración, tradicionalmente, ha servido al régimen como válvula para disminuir la presión interna de un pueblo insatisfecho, proclive a la insubordinación. La dictadura ha utilizado este mecanismo durante sesenta y dos años, de una manera efectiva; mientras para la ciudadanía es un modo inmediato para resolver su situación de precariedad e insatisfacción. Emigrar siempre ha sido la vía más segura y práctica para quienes no han tolerado vivir bajo una dictadura que reprime todos los derechos civiles y económicos. Además, la emigración forzada de aquellos que disienten ha sido una estrategia común del castrismo, que destierra con asiduidad a los activistas incómodos que, a lo largo de los años, se han atrevido a cuestionar y enfrentar al gobierno totalitario.
El fin de la política de “pies secos pies mojados”, en enero de 2017, que había posibilitado el ingreso masivo de ciudadanos de la Isla a Estados Unidos, cerró una puerta enorme que beneficiaba a los cubanos en lo individual y al régimen de La Habana, en lo político y en lo económico. Con esto, el Gobierno perdió su capacidad de abrir la válvula migratoria masiva ante situaciones de inestabilidad política y social, como había ocurrido con el puente migratorio del Mariel en 1980 y la crisis de los balseros en 1994. Hay que sumar también las crecientes restricciones y leyes más duras concernientes a los flujos migratorios a nivel mundial. En un mundo saturado de migrantes, con países receptores menos dispuestos a recibirlos, la opción de salida a gran escala de cubanos como manera de bajar la presión ciudadana se torna casi imposible. La válvula de escape masiva se ha cerrado y, para una ciudadanía cada vez más desesperada, solo hay una salida posible: la búsqueda del cambio desde lo colectivo dentro de Cuba.
Efectivamente, la convocatoria de cualquier campaña de resistencia civil para lograr el cambio democrático, aun con una población dispuesta a respaldarla, entraña retos mayúsculos a nivel comunicacional. La llegada a la Isla de la telefonía celular y el Internet, a pesar de las enormes restricciones impuestas por el régimen, abrió una gran ventana de posibilidades para la movilización ciudadana, materializadas el 11J.
Con la ruptura del férreo control estatal sobre los medios de comunicación por la llegada de Internet a la Isla, los movimientos independientes cubanos han logrado comunicarse directamente con la ciudadanía, lo cual les ha ofrecido incalculables oportunidades políticas para el disenso. El Internet y las redes sociales, en no democracias como la cubana, han brindado oportunidades de movilización, reclutamiento de protestas, difusión de estrategias y repertorios de contención, generación de recursos y formación de coaliciones. Como planteé en un texto publicado con anterioridad en este medio, aun con las restricciones que presupone el control totalitario de las nuevas tecnologías por parte del régimen, estas son imposibles de controlar de manera completa; siempre habrá ventanas efectivas que posibiliten la difusión de mensajes antitotalitarios a una población receptiva a escucharlos.
Con relación al argumento que se enfoca en los liderazgos y sus carencias —tema crucial en cualquier análisis sobre la viabilidad o no de un proceso de cambio de régimen—, resulta cierto que la mayoría de los líderes que han emergido en los últimos años desde la sociedad civil como figuras que han inspirado la canalización de los sentimientos de la ciudadanía hacia el salto de vivir en la verdad —usando el término de Havel—, han sido desterrados en los últimos meses o se encuentran presos o en aislamiento. Esto parece significar que la estrategia gubernamental de reprimir con dureza a aquellos percibidos como posibles líderes en los grupos disidentes ha sido efectiva. El resultado pos-11J fue claro: los movimientos que hasta hace poco parecían liderar un proceso de resistencia civil en la Isla fueron descabezados y prácticamente neutralizados, aunque no desaparecidos.
Esta neutralización represiva de movimientos como el MSI, UNPACU y el 27N —que habían iniciado una dinámica que parecía conducir a un proceso de interacciones estratégicas sostenidas con el Gobierno— se puso de manifiesto durante el 11J. Ante un evento de explosión civil generalizado —mayoritariamente pacífico y espontáneo—, los movimientos contestatarios prominentes y sus líderes tuvieron una casi nula participación —no por falta de voluntad— sin lograr influir o conducir un resultado tangible. La falta de un movimiento estructurado que guiara a los manifestantes del 11J, de un objetivo a seguir y de líderes que se pusieran al frente de las protestas, sin dudas facilitó la contención y el aplastamiento de las protestas de julio por parte de las élites totalitarias que, pese a las señales claras de hartazgo ciudadano hacia el Gobierno, decidieron coaccionar, reprimir, sin hacer concesiones, como única estrategia ante el evidente descontento generalizado.
El régimen, en su ignorancia, se negó a reconocer que el 11J no fue un fenómeno casual o producto de las carencias y acciones desestabilizadoras desde el extranjero, sino la consecuencia lógica de un proceso continuo que se había venido gestando desde los años 90, cuando movimientos disidentes cubanos comenzaron a reorganizarse para confrontar al Estado totalitario; pasando por grupos como el MSI o el 27N, que funcionaron como un motor de arranque para la sociedad civil cubana y que marcaron el comienzo de un proceso incipiente de interacciones estratégicas sostenidas entre el Gobierno y sus opositores.
Después del 11J y la constatación del poderío enorme de una ciudadanía no dispuesta a continuar aceptando pasivamente el control de las élites castristas, surgió la plataforma Archipiélago, heredera del liderazgo antitotalitario de sus predecesores.
Archipiélago es un grupo que, sin mucho ruido, ha ido ganado adeptos y poder de convocatoria con el uso de las redes sociales; en particular Facebook. Ha sido capaz de dinamizar un proceso de interacciones estratégicas con el poder totalitario al llamar a masivas acciones ciudadanas pacíficas que retan al régimen, lo ponen a la defensiva y lo obligan a diseñar estrategias de contención que, a su vez, son y serán respondidas por Archipiélago —o por quien lo sustituya— con nuevas estrategias que supondrán otros desafíos para el régimen totalitario; un proceso inédito en sesenta y dos años.
¿Cómo se explica que una plataforma como Archipiélago, que no es un movimiento político ni gremial, que ni siquiera se autodefine como disidente, haya sido capaz en muy corto tiempo de reorganizar y dinamizar el proceso de resurgimiento de oportunidades políticas para los cubanos?
En primer lugar, se destaca una característica fundamental de la plataforma: está formada por una coalición de personas con origen multisectorial. Aparentemente, ningún sector en particular —ya sea gremial, racial o territorial— parece dominar el movimiento. Personas con profesiones e intereses variados conforman el grupo de moderadores; al igual que sus miembros en general: artistas, emprendedores, juristas, académicos, amas de casa, estudiantes, de diverso origen social, profesional y racial. Además, tiene presencia en todas las provincias del país, sin una sobrerrepresentación de residentes en la capital o de determinados centros poblacionales.
Esta condición de multisectorialidad y multiterritorialidad ha marcado la diferencia con muchos de sus antecesores, por lo que no sorprende que esta haya sido precisamente la característica de la gran mayoría de los movimientos de oposición que a finales del siglo xx y principios del xxi han logrado agendas de movilización eficaces en contra de gobiernos autoritarios o totalitarios.
En segundo lugar, resalta el tipo de liderazgo del grupo —muy flexible y desprovisto de etiquetas—, que parece reconocer y comprender el papel de la planeación estratégica para mayor probabilidad de éxito en un proceso de enfrentamiento con las élites totalitarias cubanas.
El liderazgo plural del grupo —con preponderancia de algunas figuras como el dramaturgo Yunior García, Saily González, Daniela Rojo, Leonardo Fernández Otaño, Fernando Almeyda, entre otros moderadores de la plataforma— ha mostrado un alto sentido de conciencia estratégica sobre la complejidad del proceso de resistencia que han iniciado, de qué se trata, quién es el adversario que enfrentan y sus probables respuestas represivas, cómo se deben mostrar ante terceros y, sobre todo, cuál es el abanico de posibles oportunidades para la selección y el empleo de medios no violentos con el fin de enfrentar a sus oponentes totalitarios.
El proceso de selección de estrategias coherentes para enfrentar al régimen por parte de Archipiélago —fundamental en cualquier proceso de resistencia ciudadana que pretenda ser exitoso— ha tenido como premisa central el inicio de una campaña pacífica de movilización a nivel nacional, que debe iniciar este 15 de noviembre.
Este reconocimiento por el liderazgo de Archipiélago de lo necesario de un proceso movilizativo como inicio de una campaña de resistencia civil, ha sido trascendental. Y lo ha sido por una razón que se expande hacia lo teórico: la movilización pacífica es considerada por los estudiosos de la resistencia civil una de las premisas clave para el éxito de procesos de cambio, donde su tamaño y expansión resultan cruciales, con una participación generalizada, aumentado las probabilidades de éxito.[3]
Los continuos llamados de Archipiélago a una masiva movilización ciudadana el 15N como estrategia de inicio para un proceso de resistencia civil han ido en consonancia —aun cuando no lo hayan planeado deliberadamente sus organizadores— con lo expuesto por varios importantes modelos teóricos de resistencia civil, como el de Granovetter (1978), que explica cómo, mientras más personas se unan a movilizaciones convocadas por un movimiento de resistencia civil determinado, se reduce el riesgo de participación para aquellos que dudan o temen sumarse a este; o por el modelo de Kuran (1989), que sostiene que el costo de las acciones colectivas contra cualquier régimen tiende a disminuir cuando aumenta el tamaño del movimiento de protesta o cuando la oposición a un régimen ha alcanzado un nivel crítico, lo que multiplica la probabilidad de un cambio exitoso. Los líderes de la plataforma, con su insistencia de la importancia no solo de movilizarse el 15 de noviembre, sino de hacerlo en grandes números, han escogido una estrategia con posibilidades de éxito a mediano o largo plazo.[4]
No obstante, los retos son mayúsculos para una convocatoria de movilización masiva como la lanzada por Archipiélago, dadas las amenazas del régimen hacia la convocatoria misma y hacia sus organizadores. Existe la posibilidad de que todos los coordinadores de Archipiélago puedan ser detenidos antes, durante o después del 15 de noviembre, o que la represión pueda ser tan intensa que la propia movilización no pueda realizarse. También existe el riesgo de que, aunque la gente pueda movilizarse, dadas las declaraciones públicas de llamados a la violencia por parte del Gobierno y sus medios de prensa, la marcha sea sanguinariamente reprimida. Será este el peor de los escenarios, aunque muy probable.
¿Implicarían todas estas probabilidades no deseables el fin de cualquier proceso para la consecución de un movimiento de resistencia civil masivo? ¿Producirían estos escenarios represivos una paralización total de acciones de resistencia civil, lo que le daría la razón a aquellos que niegan cualquier posibilidad de ocurrencia de procesos de cambio en las condiciones actuales de la Isla?
No necesariamente. La propia convocatoria a una marcha civil pacífica, con mucha anticipación, ya marca el camino a seguir de un proceso que, de seguro, será largo, doloroso y no exento de dificultades. Las peticiones territoriales de permisos por los organizadores de la marcha, como está estipulado por la propia ley cubana, su negación por el Gobierno bajo criterios legales espurios y la probable represión violenta que sufrirá una marcha pacífica y cívica por parte de la dictadura, ya exponen —y expondrán— la verdadera naturaleza represiva y criminal de un régimen sin casi ninguna legitimidad para su población, lo que seguramente generará condiciones aún más óptimas para una nueva convocatoria con más garantías de éxito.
Aun si el régimen lograse desarticular de una manera absoluta Archipiélago —con la detención, destierro o eliminación de sus líderes y miembros—, la sociedad civil cubana ha mostrado una resiliencia y flexibilidad inusitada, incluso para procesos históricos similares. Esta resiliencia —la capacidad de una sociedad civil determinada para resistir y recuperarse de la represión; es decir, para sostener una campaña de instauración democrática a pesar de las acciones de sus oponentes autoritarios dirigidas a restringir o inhibir sus actividades— es única en el caso cubano y ya ha marcado un hito en la historia de los movimientos de resistencia civil a nivel mundial.[5]
La sociedad civil cubana actual, en resistencia a los embates totalitarios, ha logrado ante cada golpe represivo que se creen nuevos grupos contestatarios más críticos, más organizados y con mayores alcances estratégicos. Así como el plantón y la huelga del MSI condujeron a la sentada del 27N y esta llevó a producir el magnífico manifiesto de su movimiento homónimo; la convocatoria del 15N, exitosa o no, ya ha hecho historia y conducirá —con Archipiélago o en un movimiento similar si este llegase a ser desarticulado— a un proceso de escala en la lucha antitotalitaria en Cuba.
Por todo esto me resultan poco serios los planteamientos que señalan que el proceso hacia el cambio democrático en la Cuba actual es una quimera. Nadie puede predecir con certeza si un determinado proceso de cambio en la Isla tendrá éxito o no; pero sí se puede plantear con seguridad que este ya ha comenzado. Un comienzo que marca una etapa sin precedentes en la historia de los movimientos contestatarios cubanos pos 1959.
Los retos que deben enfrentar aquellos que lo conducen —y lo conducirán— son enormes, debido a la naturaleza asimétrica del enfrentamiento entre una sociedad civil desarmada y pacífica con un Estado poderoso y violento. El éxito o el fracaso del proceso hacia el cambio democrático dependerá en última instancia de las habilidades de los(as) aguerridos(as) activistas cubanos —ahora agrupados dentro de Archipiélago, o mañana en un grupo similar— para diseñar tácticas de protesta efectivas que permitan mantener una dinámica de resistencia civil sostenida. Por lo pronto, mientras se espera por el cambio, los cubanos están haciendo historia dentro de los movimientos globales de resistencia civil pacífica.
Notas:
[1] Sharp desarrolla en la primera parte de su libro The Politics of Nonviolent Action (1973, Porter Sargent) todo el cuerpo teórico relacionado con la pérdida del consentimiento ciudadano por parte de un régimen y sus consecuencias.
[2] Václav Havel: El poder de los sin poder, Encuentro, Madrid, 1990.
[3] El tema de movilización como premisa casi obligada para los movimientos de resistencia civil está tratado en detalle en Erica Chenoweth y Maria J. Stephan (Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict, Columbia University Press, New York, 2011).
[4] Cfr. Mark Granovetter : “Threshold models of collective behavior”, en American Journal of Sociology 82 (6),1978, pp. 1420-1443; y Timur Kuran: “Sparks and prairie fires: A theory of unanticipated political revolution”, en Public Choice 6 (1), 1989, pp. 41-74.
[5] Múltiples ejemplos de resiliencia de movimientos de resistencia civil son analizados por Schock (Unarmed Insurrections: People Power Movements in Non Democracies, University of Minnesota Press, 2005) y permiten contrastarlos con el caso cubano actual, único, con una flexibilidad y un dinamismo para el recambio opositor que no se observa en casos históricos similares.
Mauricio Vicent, ‘El País’ y sus fábulas cubanas
Leer a Mauricio Vicent me ha producido dolores estomacales cada mañana, mientras repaso las portadas de ‘El País’, que pese a todo sigue siendo uno de mis medios de prensa favoritos para muchos temas, menos el cubano.