JE Lage: el secreto mejor guardado de la literatura cubana



Al casi infinito arenal que rompe calmo en las aguas de South Miami Beach le llamo La Oficina. Allí, por la 3ra Calle, teniendo siempre a mi derecha la caseta del salvavidas, tumbado en la duna leí una novela de genealogía extraña.

Desconozco la razón por la cual dejé a un lado tres o cuatro libros de autores cubanos clásicos y contemporáneos, lo cierto fue mi elección: Libros raros y de uso (Casa Vacía, 2023) de Jorge Enrique Lage (La Habana, 1979).

Puestos ya en las confesiones: se trató de una relectura y a este país no llegué en balsa, pero el mar deviene alerta constante y la arena no es poca cosa para quien solo tiene el vacío a los pies. Visto así, y situado en La Oficina, la respuesta a mi elección parece estar cifrada en las preguntas que en la página 110 se hace un personaje tras recordar el poema La guardería infantil de Ángel Escobar: “¿De qué modo los escritores cubanos se hacen de un plural, cómo los escritores cubanos fabrican un nosotros? ¿En qué procedimientos lo interrogan?”

Sin un aviso previo, el lector da de cara contra tres preguntas con la densidad y la temperatura del magma. Para un lector que además escriba, la página 110 se convierte en una zona de riesgo. O de posible desastre natural si el lector-escritor es cubano.

Yo, escritor cubano que no desea estar a la deriva en un arenal pero que se siente bastante cómodo en La Oficina, quedé sobrecogido ante el fragmento citado por un personaje devenido librero y propietario de la librería Cuba Científica, un ex escritor o excritor, el mismo que nos espeta las tres preguntas:

presumimos, un momento antes de dormirnos,
que la que hace de Gran Mamá estará viendo
       teleseries
o haciéndole bolillos al obispo
―siempre hay un obispo y una puta en el
       aburrimiento―;
y el que hace de Gran Papá estará en su oficina
dictando algún decreto que resumirá,
para siempre, el Noticiero de las Nueve,
y lustrando una pistola única
―siempre hay una pistola y un cuchillo en el
       aburrimiento―;
o, a lo mejor, ellos están, también,
aquí durmiendo.

¿Esas preguntas que dispara a boca de jarro el librero incluyen a Jorge Enrique Lage? ¿Acaso Lage se ha fabricado un “nosotros” y yo, por ejemplo, estoy ahí? ¿Esta novela y sus libros anteriores participan de un procedimiento para interrogar a ese plural?

En La Oficina fui a por más. Quise saber cuán profundo y por cuánto tiempo Lage y yo, juntos o cada cual por su lado, estuvimos durmiendo en la metafórica guardería infantil del poema de Ángel Escobar. ¿El que lustraba la pistola y el cuchillo pudo haber compartido con nosotros el mismo salón y de paso el aburrimiento? ¿Habría dormido cerca de nosotros? 

Demasiadas preguntas. Demasiada “marejada” en la duna. La condición climática y mental perfecta para quien solo tiene el vacío a los pies.

¿Acaso Jorge Enrique Lage vio la metafórica pistola, el cuchillo, y también el aburrimiento? Para responder o responderme la pregunta será imposible no hacer spoilerWarning: Viewer Discretion is Advised.

“Si he sido algo, si he sido alguien, he sido lo que alguna vez llamaron ‘autor de ficciones experimentales’. Una etiqueta generosa y de sabor optimista para calificar a alguien que escribe cosas estrafalarias, desestabilizadas, poco amables, poco legibles”. 

Tan cargada de comillas, en la cita anterior está contenido no solo el espíritu del libro, porque ahí se advierte el del autor. Incluso allí está cifrado el núcleo duro de toda su obra.

Podría estar clavando en cada párrafo una frase de este artefacto que necesita de la memoria, la biografía personal, de la ficción y la crítica literaria, la política y los entramados de las artes visuales para prosperar y luego casi autodestruirse: 

“Estoy solo, toda la mierda literaria ha ido quedando atrás”, dice otro de los personajes de este dispositivo prosaico toda vez que echa mano de la prosa, la ironía, el cinismo y de un humor tan fino como un abrecartas pringado de veneno. 

Ese personaje es JEL, artista visual que antes fue escritor; en su CV hay al menos un libro de su autoría: Archivo. El libro de JEL nos sitúa de plano en el CV del autor de Libros raros y de uso: el ex bioquímico Jorge Enrique Lage. 

¿Qué nos está queriendo decir Lage a través de JEL? ¿Es un modo de revelarnos quiénes forman parte de “su plural”, con quiénes está dispuesto “a fabricar un nosotros”, y en qué procedimientos lo interroga?

Puestos a desentrañar dónde termina la ficción y dónde comienza la biografía, enquisto aquí otra cita, esta vez de una chica que, como un bello aerolito, en la ficción y desde Miami, impacta en La Habana, específicamente en una librería llamada Cuba Científica: “Lo cierto es que él ya estaba solo, artísticamente hablando. Y que toda la mierda literaria se estaba quedando atrás”. 

Ella se llama Laura. Es una mujer decidida a retomar la escritura de una especie de diario. Está obsesionada con la obra de JEL, el que ya está solo, alejado de la mierda. 

En un aparente proceso migratorio “inverso” con el que carena desde Miami en una Habana del futuro no tan distante del 2024, Laura apuesta por un emprendimiento en la librería comprada al gobierno cubano por un sujeto al que, hacia el final de la novela, llaman Librero. Ese tipo que en la página 110 dispara las tres preguntas complejas para el lector-escritor cubano que es Licenciado en Bioquímica.

Esta es la parte en que trato de explicar cómo dos biografías se tocan, engranan, y ponen en marcha un mecanismo oculto. En el pasado literario del Librero hay un “viejo cuento” titulado El color de la sangre diluida, el cual coincide con el título de un libro de Lage publicado por Letras Cubanas en 2007, y cuyos relatos según Ecured “nos conducen al ambiguo universo de la subrealidad, donde los hechos y personajes… con ironía e incisivo humor, nos enseñan, gracias a sabias maniobras de tono y lenguaje, la cara oculta de lo que solo puede ser descubierto con perspicacia y sabiduría”. ¡Sabias maniobras de tono y lenguaje!

El Librero es egresado de la misma facultad que el autor de Libros raros y de uso y en la cabeza de ambos hay instaladas obsesiones similares: psicológicas, culturales, literarias y políticas. Lo fragmentario y lo esquizo, más el afán de hurgar en el tejido social y cultural, de apostar por lo extraño, lo periférico y lo marginal, como si hurgara con un palito en la mierda, son las marcas que puede rastrear el lector en la obra de Lage y en la narración del Librero. 

Ambos echan mano del archivo y juntan ideas, objetos, referencias y referentes para construir un dispositivo que a veces por elipsis apela a la política, o sin tapujos nombra comandantes y menciona políticas culturales semejantes a pistolas y cuchillos. 

Por sus características, el diario de Laura bien podría ser el diario de Jorge Enrique, y aquí el asunto de las biografías que se tocan pasa a un nuevo nivel de complejidad: las similitudes entre las estrategias narrativas de Laura y Lage. Pongamos que hablo de similitudes en la selección, asociación, visibilidad y enunciación. ¿Acaso por todo lo anterior estas no podrían ser las “inconsolables memorias” de Lage? ¿Está construyendo consigo mismo un plural y el procedimiento con el que interroga al “nosotros”?

Yo, tal como Laura, del autor de Libros raros y de usoCarbono 14, una novela de cultoArchivoEverglades y Vultureffect diría “lo cierto es que él ya estaba solo, artísticamente hablando”, o bastante solo en Cuba o al menos en La Habana. 

La parte de la mierda literaria que se va quedando atrás con respecto de Lage resulta un asunto complejo. Tiene las dimensiones e intensidad de un agujero negro. Pero el rubio Jorge Enrique es casi un agujero negro y la cita podría arrastrarme: yo, escritor cubano, entre toda esa literatura que Laura y JEL, ¿también el Librero y Lage?, clasifican como “mierda literaria”.

Entonces, este libro publicado por Casa Vacía es, sin lugar a dudas, un epitafio, el del propio Jorge Enrique o el secreto mejor guardado de la literatura cubana.

El autor de Libros raros y de uso ha pasado desapercibido ante las grandes, medianas y pequeñas editoriales, esas que ubican o inventan un mapa. Yo podría comprender por qué una enorme loza pesa sobre él: su literatura ni es negra ni criminal, no es estrictamente realista ni del todo fantástica, tampoco ciencia ficción al cien por ciento. Por si no bastara, es políticamente incorrecta y hasta podría caerle arriba el peso de la cultura de la cancelación. Jorge Enrique evade los tres o cuatro tópicos a los que Cuba es reducida. 

Cuando narra, ensaya. Cuando ensaya y narra, suele sacar de la gaveta a una gavilla de suicidas o sujetos alejados del hall de la fama literaria cubana. La emoción y el eros están en modo low profile. Como detalle adicional: el perfil del autor parece sacado de sus propias ficciones. 

Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de Jorge Enrique Lage? ¿Cómo podrías vender a quien parece no ser para nada rentable? ¿Cómo podrías sacarle provecho a alguien tan raro que no resulta lo suficientemente raro como para destacar esa peculiaridad? 

“Ahora no soy nada y no soy nadie. Y nunca lo seré. Eso lo tengo claro”, dice el ex bioquímico y librero que pensó irse de Cuba Científica y tal parece estar hablando del autor que le ha dado forma y vida.

Si el Librero y Lage son dos ex bioquímicos, si el artista visual JEL y Lage comparten en su CV el título de una misma novela, si todos ellos tienen en común con Laura una misma letra inicial mayúscula, ¿qué hay cifrado en esas biografías? ¿Son las claves para entender un modo extremo de fabricar un “nosotros”? ¿Desde ahí se nos habla de la genealogía del autor y la novela, y de paso a las claras se nos dice quiénes no van con ellos, y cuán singular es su plural o cuán excluyente?

Si a Lage le mostraran la pistola lustrada, si lo amenazaran con el cuchillo y le juraran someterlo al aburrimiento, ¿a quiénes incluiría en su plural, en su nosotros?, ¿a quiénes que no fueran esquizofrénicos, suicidas, censurados, raros o zombis?

Más de una vez he pensado que Libros raros y de uso es un tour por el vacío o el vaciamiento. El autor da cuenta de una progresiva ausencia o del borrado de caracteres, identidades y obras mientras su libro se constituye en ficción y crítica. Lage le da orden y sentido a una emigrada, a un artista visual y a un librero, a la par junta fragmentos de la obra y vida de escritores, artistas y hombres de negocio, además se propone la creación de performanceshappenings y mega instalaciones. 

Mientras todo lo anterior ocurre, paradójicamente no poca personas y objetos dejan de ser tangibles o de existir en el contexto de lo real o en el espacio simbólico de la cultura. Materialidad, significados, discursos y energía que se transforman, que se diluyen, que desaparecen en la cotidianidad, la memoria individual o en la Historia.

Ahora sí vienen los spoilers.  

El vacío o vaciamiento se producen ya sea por cuenta de una enfermedad mental que conduce a la esquizofrenia y al suicidio, por una política cultural decidida a higienizar cultura y sociedad, o por la propia decisión del artista, en este caso JEL. 

El artista visual creado por Lage apuesta por la microscopía, la fragmentación y la dispersión, cuando destroza los fragmentos de su diario y apuntes de trabajo. Cada trocito será hurtado por el público, una vez fuera de la galería hará cuanto le plazca: atesorarlo o sacarle dividendos a través de la compra-venta (serie Los papeles, mixed media).

Por si fuera poco, Lage o JEL van a por más cuando con la serie Scream queens crean un individuo plural, un sujeto sin rostro. Ese individuo es una masa dispersada. 

Echando mano de hologramas, el artista inserta en la ciudad imágenes de mujeres que parecen correr desesperadas y a la par gritan. Pero el alarido no se escuchará. El audio está en otra parte. Desplazados del cuerpo, de la supuesta huida, los gritos solo podrán ser escuchados a través de audífonos instalados en el espacio seguro y blanco de una galería bajo una enorme campana o urna de cristal. 

Ni siquiera en la propia galería el ruido reverbera. Es el inaudible desespero de mujeres que tampoco son reales, cuerpos intangibles que al mismo tiempo los transeúntes desean tocar. Hay quienes hunden la mano en el holograma decididos a encajarla en el cuerpo de una mujer que quizá el suicida y poeta Juan Carlos Flores clasificara como “pequeña, próxima, cotidiana, apenas perceptible”. Las scream queensparecen ser víctimas de una agresión sexual.

Sin embargo, la agresión es solo un atroz espejismo, lo cual nos sitúa ante una interrogante: ¿acaso no es el enunciado propicio para hacer un plural y ubicarse críticamente ante un arduo problema en la Cuba del siglo XXI? 

La instalación tiene otro significado, uno sangriento y sanguíneo. Desemboca en una escena o espacio al que se llega a través de diminutos fotogramas donde lo visto es puro cine splatter. Hay un psicópata enmascarado y vestido con un uniforme de la Policía o las FAR armado con una sierra eléctrica, mujeres sin rostro en alocada carrera, persecuciones, miembros amputados y mucha sangre. 

Siguiendo al enmascarado, que de súbito se transforma en un enjambre de psicópatas, arribamos a un espacio peculiar: “un salón de la Biblioteca Nacional cuyas paredes están llenas de pliegues húmedos, de bultos venosos que laten… En el centro del salón hay una gran mesa. El Psyco triunfador coloca allí su sierra eléctrica”.

En tanto supuesto vehículo y discurso, la obra no conduce al lugar donde se dirime qué hacer con el agresor sexual y la víctima. No va de condenar, visibilizar, acompañar. Nos arroja a otro lado: a la Biblioteca Nacional. ¿Acaso para el autor el germen de la política doméstica está contenido real o simbólicamente en la Biblioteca Nacional José Martí?

Lage enmascara su escritura detrás de Laura, una mujer que pone en tensión la cabeza, el cuerpo y las glándulas del Librero ¿y de paso las del autor? Una escritura cortante, casi serrada, capaz de desmembrar el espacio donde tienen lugar las artes visuales. Una prosa dispuesta a provocar la hemorragia en la crítica de arte cubano. 

Lage además piensa, elabora, produce y cura la obra de un artista visual resuelto a desaparecer su identidad, mientras la sitúa en un circuito que le prodiga atención, visibilidad, poder simbólico y económico. 

Algunos de los escritores citados en Libros raros y de uso fueron esquizofrénicos y/o suicidas, es el caso de Ángel Escobar. Otros hicieron público su miedo ante la inminencia de una política cultural que luego los sepultó en vida y a manera de ejemplo está Virgilio Piñera. 

Según Reinaldo Arenas en el texto La represión (intelectual) en Cuba, el cadáver de Piñera fue retirado de la funeraria donde estaba tendido “y vuelto a traer cuando faltaban pocas horas para su entierro”. De Oscar Hurtado además dijo “de intelectual lúcido pasó a la categoría de zombi a partir de 1969… luego de haber sido despedido de su trabajo en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba”. La lengua suelta de Arenas tenía un doble filo por cada lado.

Puestos a establecer conexiones a la hora de hablar de silencios, higienización, dispersión y diluciones, Lage ubica en una misma constelación a Hurtado, Piñera, Fidel, la pistola del Comandante cual sierra eléctrica encima de una mesa, y a la Biblioteca Nacional: “El Virgilio Piñera de aquella dedicatoria” [aquí hace referencia a la dedicatoria de Hurtado en el libro La ciudad muerta de Korad] ya era el que, “en carne y hueso y tembloroso, en una famosa reunión de intelectuales” le dijo a Fidel Castro “que tenía miedo”. 

Como dato adicional, en Libros raros y de uso está la referencia al banquero Juan Gelats, que detuvo en seco su vida colgándose dentro de su propia mansión, convertida en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Recordando lo que algunos han referido de la antigua fortaleza militar y antiguo presidio donde tiene lugar la Feria Internacional del Libro de La Habana, en el infinito arenal que manso rompe contra la playa en South Miami Beach me dije tal parece que a la literatura cubana la rondan los espectros.

Si para Libros raros y de uso la librería Cuba Científica es un escenario central porque la ficción (y la crítica literaria perpetrada por el Librero) tienen su origen ahí, la Biblioteca Nacional deviene espacio central a la hora de concebir la segunda historia que fluye por debajo de toda ficción. 

Entonces, en el momento de concebir un plural, de fabricar un nosotros, ciertos imaginarios o paradigmas no deberían pasarse por alto. Para el Librero no son baladíes ni la librería ni la Biblioteca, tampoco los eventos que tienen lugar en ambos lugares, como evidentemente no lo son los autores que cita.

¿Acaso por todo lo anterior es demasiado incomprensible Jorge Enrique Lage, tan fundido o diluido en el Librero, Laura y JEL? ¿Las claves que ha estado manejando desde Carbono 14, una novela de culto, y hablo aquí de su “lengua excéntrica”, han provocado o animado su autoexclusión del pelotón de escritores cubanos? 

Dice Laura en su diario con tono y tempo de sierra: “La memoria que me interesa practicar en estas páginas. Memoria de archivo, de catálogo, de hipervínculos. No de cositas íntimas ni peripecias personales”. 

Las anteriores pueden ser las palabras de Jorge Enrique Lage, solo hay que revisar su obra. Lo cierto es que desde Vultureffect él ya estaba solo, artísticamente hablando, al menos en La Habana, en Cuba, me dije allá en La Oficina, con los pies enterrados en la arena, de cara a la caseta del salvavidas.




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Por Hypermedia

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