Cabrera Infante y la estela dejada por la fuga

I

Siendo estela huella, Stella también es la esposa abusada y sumisa del filme (basado en la obra teatral de Tennessee Williams) Un tranvía llamado deseo (1951).

Estelita es la rubia protagonista de la novela póstuma de Guillermo Cabrera Infante, La ninfa inconstante (Galaxia Gutenberg, 2008). O es Stella Artois, la cerveza dorada que llega hasta nuestros días —She is a Thing of Beauty, reza el anuncio en una carretera de Miami. 

Asimismo, es Stella Morris, la actriz de cine inglesa —actriz secundaria con mínima filmografía—, con quien la Estelita de La ninfa… comparte nombre en castellano y apellido en lengua inglesa, y que, plausiblemente, hace referencia a la controvertida niña Stella-Esther, de Jonathan Swift —lo que nos remite a una relación controvertida entre un adulto y una niña. 

A Journal to Stella (1910-1913) es una especie de diario epistolar de Swift; cartas dirigidas a su amiga Esther Johnson, cuyo sobrenombre era… Stella. Alrededor de la relación entre Swift y Stella hubo gran controversia, ya que ambos se conocieron cuando ella tenía 8 años, siendo la hija de uno de los sirvientes del escritor adulto. 

Swift se convirtió en el tutor y mentor de la joven a la que también dedicara poemas, incluso se cree que ambos contrajeron matrimonio secretamente. 

Entrevistada por Ángel S. Harguindey para el diario El País, en el año 2007, la viuda de GCI, Miriam Gómez, dice: “Yo creo que la protagonista, Estela (la ninfa), no tenía 16 años, era mayor, aunque, a la vez, es una forma de rendir tributo a Jonathan Swift y a su joven dama Stella-Esther”. 

A propósito, el vocablo estela apunta a la fugacidad de la relación amorosa narrada ahí.

Y ninfa es, de una vez por todas, joven hermosa, putica, deidad de bosques y selvas, insecto púbero con desarrollo incompleto de las alas, planta acuática, labios de la vulva. 

Los lectores de la obra cabrerainfanteana sabemos que una tal Estrella es la protagonista de su relato “Ella cantaba boleros”, en Tres Tristes Tigres (1964) —fotografiada en vida (vida fugaz) por el narrador de dicho cuento, Códac o Kódac, Jesse Fernández en la vida real y en las novelas de GCI, además de amigo íntimo del autor y fotógrafo de las estrellas (o estelas) de la época.

La Estrella de dicho relato —inspirada en la cantante Freddy, voz legendaria de la noche habanera— muere prematuramente (aunque en circunstancias diferentes a la protagonista de La ninfa…), cuando el avión en que viajaba desaparece, estrellándose (la itálica es mía) en algún lugar del Golfo de México. 

Aun comparte nombre casi idéntico con la Estela de La ninfa… y muerte prematura. Ambos personajes están involucrados en una relación ilícita: la primera con un hombre casado; la segunda con un adulto casado, siendo menor de edad. 

La Estelita de La ninfa… es, finalmente (también póstumamente), Elena en Cuerpos divinos (2010); aunque ella es un calco novelado, dentro de “una novela que sólo fue una biografía velada”, según el propio autor. 

Permítaseme una última simetría: Stela en griego es monumento y lápida: Estelita es el monumento púber a La Habana de los años cincuenta de GCI (escindida del acontecer político en La ninfa…) y es lápida moral en el estupro.


II

A Guillermo Cabrera Infante le gustaba venir a Miami, sobre todo en época de Festival de Cine —dijo Miriam Gómez, su viuda y albacea, durante la comparecencia en la Feria del Libro de Miami, 2008. 

Aquí conoció a muchos que después se hicieron sus amigos. Aquí se reunía con algunos de ellos: René Jordán, Néstor Almendros, Nat Chediak; en los talleres literarios del festival tuvo encuentros con Manuel Puig, Sam Fuller, entre otros. Desde aquí GCI apadrinó la carrera en ciernes de Tarantino, Robert Rodríguez, Kiorastami y Almodóvar (apodado Almodólar por el mismo Caín): estos dos últimos entraron al mercado americano a través del festival. 

De su anecdotario íntimo, Mirian dijo: “Él me dio instrucciones para todo. Guardaba en dos carpetas blancas preciosas que yo había comprado (soy supersticiosa), Cuerpos (como 500 páginas) y Ninfa, que salió de Cuerpos”. 

M. anticipó que Cuerpos iba a ser “el mejor libro de Guillermo” (pero no estamos de acuerdo). GCI dijo alguna vez a Daniel Morcate: “Yo contaré cómo es que Miriam es la que escribe mis libros” e, interrogada sobre ello, M. refirió complacida cómo eliminó cien páginas a La Habana para un infante difunto “porque eran de insultos inadmisibles contra su ex mujer”. Citándolo dijo: “Quiero que (Cuerpos) tenga lo que tiene la memoria, que bota lo que no quiere; lo que no quiere viene y va, viene y va”. 

Cierto que La ninfa inconstante tiene algo de flashback revisitado, pastiche retraído de la memoria. M. cuenta cómo releyó incontables veces los textos póstumos que debía editar, desvelada, aprendiéndose de memoria algunos fragmentos, “adivinando” palabras ilegibles. Hasta que resolvió hacerlo como montadora de cine: “Monté las escenas. Para ese entonces encontré el Prólogo, que me ayudó: Vi el libro”. 

La ninfa… (recreada en esos años cincuenta tardíos, 1957), viene a cubrir el hueco entre La Habana para un infante difunto y Tres tristes tigres. No es una obra maestra, pero ahí están su ardid y maestría de estilo. 

La historia es banal como la protagonista; aunque sirve a GCI para ejercitar su memoria, sus juegos sintácticos y semánticos, sus posturas conceptuales y el discurrir del referencial cubano-cinéfilo-musical. Delicia de lectura. 

Es un libro joven, fresco. Acaso el eje de la novela sea la síntesis del tiempo en un ahora perpetuo, en los momentos únicos, reviviéndoseles. Ahí gravita una historia semiautobiográfica trivial: un periodista enajenado en sus trabalenguas eruditos, erotizado por la musa rubicunda, arquetipo de la Lolita tropical, senti/mentalizado por la ciudad sin evidencia del acontecer sociopolítico, y el gusto de recordar —cual lente de cámara—, con precisión matemática, unas calles, la luna sobre el trópico, un bar a oscuras como black hole empotrado en la luz espléndida del mediodía isleño, el cinismo risueño ante el paso del tiempo y la muerte, que barrerá con amorío y ciudad. 

¿Pedir algo más de un libro? 

A 19 años de la muerte GCI, vuelvo a los cuerpos celestes de su habana epitáfica en La ninfa…:

“En La Habana siempre se volvía a empezar. La Habana parece-aparece indestructible en el recuerdo: eso la hace inmortal. Porque las ciudades, como los hombres, perecen. Un dicho en Cuba circa 1955 decía: “Olvida el tango y canta bolero”. Queriendo decir: deja a un lado el dramatismo y cuenta lo sentimental. Nada podía ser más exacto entonces —y ahora”.





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Por Hypermedia

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4 Comentarios
  1. Hermosos y bien hilados este par de textos unidos por un cordón estelar. El cierre nos trae de rebote a la memoria otro título no precisamente de los autores referidos antes, sino de ti misma: La Habana sentimental. Gracias, Rosie, por el regalo.

  2. Miy interesante este trabajo sobre la obra de GCI
    Precisamente cuando se cumplen años de su muerte.
    Y para mí, coincidentemente sobre todo porque quiero publicar un libro o cuaderno corto con crónicas periodísticas o literarias también breves, y en él terminé una que no se extiende más allá de cuartilla y media sobre GCI y un episodio con su primera esposa que era mi amiga y de pronto recordé y me dio el pie para hablar del bolero y la Habana de noche, del cabaret Las Vegas, de Freddy, todo intrascendente si se compara con lo que se ha escrito sobre GCI, incluyendo tu comentario que es muy bueno.
    Lo que me sorprende es que ayer lo escribí, ni siquiera lo he revisado en mi tablet y hoy veo tu excelente trabajo sobre un escritor que admiro mucho.

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