Quemar el muñeco

Hoy es 31 de diciembre de 2019. Quisiera celebrar este día con Philip Glass, escucho una selección de su música con una botella de ron al lado y pretendo que la realidad ya no es la misma. 

En ese instante de disonante musicalidad recibo mensajes con deseos positivos por el fin de año; si no son personales, para qué tomarse la molestia de enviarlos. Hoy me bebo esta botella e intento creer en lo venidero.

La gran mentira de esta fecha la potencian los horóscopos, la letra del año y toda clase de taxonomía del porvenir. A esa gran mentira contraponemos, como convicción, nuestra inmovilidad.

No niego la fe, ni el efecto que tienen las constelaciones o el universo en movimiento; tampoco me refiero a la tesis de Dark Ecology (Timothy Morton) ni a las ballenas envenenadas por el plástico y el metal de los autos en el mar: hablo de la escena de inmovilidad irrefutable en la que los días de una isla hacen culto al estatismo. 

Durante la pasada agitación de mi madre por comprar costillitas de cerdo en la carnicería, mientras se aseguraba que la carne estaba fresca y que no le habían pesado de menos, se escuchaba Without tempo. Contra la alegre falacia del día de hoy, que se manifiesta en un tropel de miserable compradera que alienta la ilusión de cambio a pesar de la quietud interior, me bebo la botella de ron en un momento de puro sosiego. 

Mientras bebo, pienso en los días que mi madre mantuvo adobada la carne de puerco de segunda, para que esta noche tuviera el sabor dignificado de la espera.


He leído que en Alaska deben esperar hasta el 27 de enero de 2020 para que salga el sol. ¿Qué idea tenemos del sol, del amanecer, de la completa oscuridad? ¿Desde cuándo no sale el sol aquí? 

Tarareé esa canción: “Hoy en mi ventana brilla el sol / y el corazón / se pone triste contemplando la ciudad / porque te vas”. Sustituí el ambiente de cine de autor que construye Glass por la canción más melódicamente afligida del mundo. Poner esta canción en unos altavoces, en la oscuridad de Alaska hoy, sería un chiste de mal gusto.

Pero lo que es un chiste de mal gusto es que un hombre tome mi mano y me diga: “tienes una larga línea de vida y una larga línea de obra”. En la lectura espiritual, mi mano niega el suicidio y la libertad. 

Yo quería saber si mi erotismo era suficiente, quería indagar en las vidas anteriores que yacen en mi puño, y cuando el adivinador apuntó a aquello de “vida y obra” como si tratase de consagrar lo bueno y lo mejor, me confundió. 

¿Por qué, ahora mismo, no puedo creer en la adivinación de las líneas de mi mano? ¿Cuánto (adivina, adivinador, sabio) hay de falso y tremebundo en decir que una palma de la mano dice: vida, dice: obra, dice: tu marca, tu sino, tu ser, tu empuñadura, tu futuro, tu carne adobada en el refrigerador?

Él no lee mi mano, este poema sí: 

“[…] y sé por / igual que siento / hambre a pesar de / todo, y me acomodo / en una silla de pino / soy servido (recibido) / y voy partiendo por la / punta un pan de flauta / nada extenso, nada / filoso, costra más que / masa, lo alzo, a rebato, / lo alzo y miro, trasluz / del pan a la luz de la / copa de vino (seco) / mojo otro mendrugo, / y yo soy residuo”. (José Kozer: Exeunt / Maitines, Ed. Colección Pico de gallo, Proyecto Literal).

Hoy, 31 de diciembre, soy residuo. 

El residuo de un amor, de una traición, de una novela opaca, de una residencia de creación. Residuo de bacteria emergente y residuo expedicionario de otro continente. Residuo de crisis y papelería. Residuo de megabytes y paquetes de datos. Residuo de etiquetas y notas para un poemario. Residuo de boletos aéreos y entradas al teatro.

Residuos.


Soy un muñeco tomando ron y pensando en los chicharrones. El chicharrón balbucea un apático lamento de fin de año. El chicharrón no se queja, nunca lo ha hecho, se conforma con sonar crack crack para rematar el hambre. 

Soy un chicharrón lleno de baba, duro, imposible de masticar o tragar, que piensa en los fractales y en el bullicio de Centro Habana. Soy el residuo del chicharrón. Soy el sueño ártico del chicharrón. Soy el muñeco, sobre todo, el muñeco.

Cuando en algunos pueblos de Cuba se queman los muñecos del año viejo, se le da muerte al pasado. En la quema popular, lo dionisíaco ocupa un espacio de goce sacrificial. Una cara de muñeco que mira, abandona y arde. En fila, cuerpos amarrados a los postes: están obligados a dejar algo bueno cuando se achicharren. Qué duro ser creado para la liturgia del fuego a lo viejo. 

Hoy es 31 de diciembre en Cuba.

En mi calle siempre se celebra el 31 y escasean los muñecos. Hemos tirado cubos de agua, huevos, orine, botellas, “trabajos” y bengalas. La gente le ha dado la vuelta a la manzana con un abrigo y una maleta. He tenido un lanzallamas y le he prendido fuego a una lámpara. 

Ha sucedido de todo una vez que cae la noche y se acercan las 12: los disparos y fuegos artificiales lo confirman, se despide el año que pasó con bulla, carcajada, y todo parece una verdadera celebración. 


Me empiné de la botella, me prometí abrir mi mano izquierda y ponerme otro futuro en el lugar de lo impuesto por el adivinador. Esa promesa duró unos instantes de temporalidad confusa, no sé por qué; la gran noche en Alaska me puso pesimista y radical en el momento del contrabando de las postales navideñas en Messenger.

Le envío este mensaje a un desconocido:

Un puerco asado, arroz en la mesa, beben y bailan, un primo borracho crea una danza de apareamiento, una mujer se siente traicionada y llora junto a un arbolito de Navidad, una mujer sola le hace una promesa a Yemayá, los jóvenes pijos se van a una fiesta pija de La Habana, los jóvenes no pijos se van a una fiesta no pija en el Malecón, y el sol no sale cuando subo las escaleras para ayudar a una anciana de 90 años que no puede subir sola. 

En el cuarto de la anciana está la cama, veo sus sábanas de 90 años y un cuadro descolgado. Le doy todo lo que tengo, aunque no me pide nada.

El desconocido no responde a este mensaje por considerarlo un chiste de mal gusto, que nada tiene que ver con el espíritu de fin de año.

Me empiné de la botella y recordé que la casa de al lado cogió candela por un cohete que, aunque consiguió volar, estalló a pocos centímetros de su despegue y provocó un incendio.

Me empiné de la botella y pensé que la invención del año nuevo supone que el tiempo malo puede acabar, puede pasar; es algo más simbólico que astrológico, más icónico que efectivo, y da una idea de cierre dramatúrgico que la mente y el cuerpo necesitan. 

Ruego que se acabe ya el 2019: tornado, derrumbe, accidente, represión, violación. 

Eso pienso al empinarme otra vez y otra vez: que se acaben estas horas, y con ellas, que se esfume lo que yo no puedo cambiar.


En medio de mi desilusión, hoy, 31 de diciembre, leo:

“Mi madre es mi madre es el aire para darle aire para quitarle liquen corales mi madre en el vientre yo misma dentro todos reunidos todos humedales accidentes votos en contra En otro parto múltiple despegado mato pienso y lloro Mato grosso la vaca muge y muere hacia delante parada caída flexibles las entradas a las piernas a las bocas a las manchas la impregnación”. (Nara Mansur Cao: Arpegio, Ed. Alción Editora).

Difuminada tantas veces, bebe, alivia, escucha, es madre: año nuevo, vida nueva, casa nueva, ropa nueva, cosas, materias, objetos, tintes, pintalabios, blúmer, medias, gafas de sol, chancletas, desodorantes, vida nueva, cremas, perfumes, cuchillas de afeitar. 

Madre amor, amor nuevo, recuerdo de un pasado nuevo. Cuando la poeta escribe para la novedad de un amor ausente, yo me recuesto en el sillón con un trago largo que revive a todos mis muertos. 

Tomando ron pienso en el futuro que la poesía me regala. 

Arpegio me ayuda hoy a entender el amor que cambia, que toma lugar en las herencias, en una forma de vida después de la muerte. 

Pudiera decirse que hoy impregnan el aire los estados de ausencia: piden a gritos volver, celebrar con nosotros. Quiero tomar ron con mi abuelo y hacerle un chiste malo sobre los poemas que escribiré en el 2020.

Se me riega sobre el cuerpo una idea poética de futuro, y ante la premonición imposible de un futuro poético bebo desenfrenadamente con la compañía imaginaria de mi amiga poeta, que es la autora de Arpegio y de todos los libros que hay que leer. 

¿Puedes comprarme el futuro ahora con un boleto de avión a Alaska, donde no caerá la noche ni se abrazarán después de lanzar cubos de agua a la calle? ¿Qué cosa es el futuro del año nuevo en Alaska y qué cosa es heredar el año viejo cuando alguien muere en el nuevo año? 

¿Todas las promesas de mi amor se irán contigo? ¿Me olvidarás? ¿Me olvidarás? ¿Crack? ¿Crack? ¿Chicharrón que mastica Philip Glass, a mi madre complacerá? ¿Crack? ¿Crack? ¿Una décima de fin de año, nos quita el hambre de antaño? ¿Crack? ¿Crack? ¿Lees como sierpe poesía, para ser feliz en este día? ¿Crack? ¿Crack? ¿Muñeco de tela quemado, arde en un futuro esperanzado?

Aburrida de la imprecisa (o)posición (de mal gusto poético) entre esperanza y optimismo, me meto la mano en la boca, me mojo los dedos con el ron y dilato. Me meto la mano más profundo, me quedo ahí, la mano aquietada estruja algo en mí y el dolor no es insoportable. 

¿Este año que viene va a ser mejor? 

Sin rodeos, sin preguntas trash: ¿va a ser mejor, mamá?


Muchachos vandálicos le dan candela a un tanque de basura. Todos pensamos que ha sido un accidente. Muevo las caderas alrededor de esa fogata química de podredumbre y porquería para meterme, con esperanza y optimismo, el año nuevo. Un placer incomparable este, en el que me saco el 2019 y dejo que me invada el rotundo 2020.

Muchachos nostálgicos se cuelan en la sala deportiva Kid Chocolate, que ha sido desmoronada para construir un hotel. Allí le dan candela al recuerdo y el gobierno piensa que ha sido un accidente. Me siento con los muchachos en las gradas de cenizas y diamantes, pienso que para el año nuevo ya no quedará nada de este lugar. Nos meneamos otra vez, todos juntos, conmovidos por el deporte nacional del olvido. Con esperanza y optimismo, nos meneamos para anestesiar. 

¿Qué tienen en común, por ejemplo, el bote de basura derretido, la Kid Chocolate, el tornado y la Revolución? 

Como los chistes de mal gusto, ya no esperan el año nuevo porque ya fueron; ya no pueden bailar porque no saben los pasos; ya no nos clavan, con esperanza y optimismo, el futuro. 

Recuerdo llenar condones con agua: muchos condones inflamados y grasientos, flexibles y resbaladizos, que caían como placentas a la calle. Mis primos y yo tirábamos más de 30 preservativos gelatinosos contra el pavimento; que venga otro a limpiar, si pasa alguien, mejor: bañemos al desafortunado con la grasa que despide el 31 de diciembre.

Manchémosle a alguien la cabeza con agua purificadora, limpiadora, salvadora. Echémosle a otro nuestra mala suerte, nuestro semen de cañería centrohabanera, y que todo lo malo se vaya con esos condones inflamados de esperanza.


Desenmarañar la Navidad, algo que nunca existió para mí. Desentrañar la celebración, cosa que siempre me hizo feliz. 

Recuerdo que un día, confundida por lo que quiere decir vida y lo que quiere decir obra, di las gracias a las 12 de la noche por sencillas razones, que son las únicas que cuentan: mi madre y mi padre vivían, mis hermanas reían, yo sentía amor y me bastaba. 

¿Sin pulsiones como las del año nuevo, hacia dónde decide el cuerpo vivo trasladar su deseo? Sin el balance imaginario del principio/fin y del ritual de paso, ¿qué pasa en el sexo, la digestión, lo político, el deporte del olvido, el pensamiento crítico del chicharrón? 

¿Cómo podría tener lugar aquello que llaman desarrollo, porvenir, futuro, vida nueva, sol? ¿Cómo sucedería aquello que llaman evolución, transición, revolución? 

¿Quién no quiere un año nuevo? ¿Quién no quiere aventar a la calle aquello que debe desvanecerse en el pasado, un muñeco que se lleve al año viejo?

La anciana de 90 años me dice: “Es para ti”. Descuelgo el cuadro. Bajo las escaleras. No nos volveremos a ver. 

¿Qué significarán, para esa mujer, esperanza y optimismo, signo zodiacal, mesa servida con comida abundante, uvas y manzanas, chicharrones reventándose a ritmo Philip Glass, cubos de agua aventados al aire al compás de Without tempo

No nos volveremos a ver y siento como si le hubiera comprado el amor, el amor nuevo que atesoraba para que yo sobreviva al 2020.

Me meto la mano más adentro, no sé lo que toco, hundo esta mano e intento comprender el estado de ánimo residual que cargo hoy. En mi organismo graso como los condones de la fiesta de fin de año, mi mano se pliega sobre formas extraterrestres, se aloja en las células muertas y le devuelve el cuadro a la mujer. 

Mano borra línea. Mano borra fatiga. Mano borra madre. Mano borra cuerpo. Mano se quema como el muñeco y baila para un futuro optimista y un futuro esperanzador. Mano despilfarra los ahorros en la fiesta que dice adiós a lo viejo para garantizar que sea más gozoso el porvenir. 

Hoy es 31 de diciembre y hay que gastar todo el dinero de la casa en comida y bebida. Hay que reír y gozar. Tenemos que reunirnos en la casa grande y lanzar un cohete con una idea memorable del mañana.


Mano pegatina, envíale a mis amigos de Facebook deseos prometedores: no nos sigan matando, no nos sigan engañando, no nos sigan comprando, no nos sigan adoctrinando, no nos sigan marcando. 

Crack crack, mi mano añade este sonido a su recorrido íntimo. Crack crack. ¿Has comido costillitas de cerdo?, pregunta. ¿Has bebido todo este ron tu sola?, me celebra, mi mano celebra mi estado de muñeco condenado.

Mano pegatina, comienza tu rebelión cuando me lastimes algo; rómpete en protesta, mano, una protesta que provenga de mi pelvis dispuesta a ser penetrada por el 2020 si esta vez no se trata de un año, sino de un poema al sol.

Mano toca dentro de mí los pedazos de un automóvil, soy un cuerpo en la orilla, soy un tiburón cazado por pescadores y bañistas cubanos. 

La comunidad que ha cazado al tiburón prepara un mojito criollo y comparte el menú del 31 con todas las generaciones de cubanos que no tienen que comer esa noche en la comunidad. El tiburón ha sido arrastrado como en una procesión; como cualquier ser vivo, él quiere celebrar el futuro optimista y esperanzador del año naciente. 

Pescado para dar bienvenida al 2020 en el estómago de aquellos que no le tienen miedo al futuro: el tiburón vino a estas costas para salvarnos. 

Mano dice: vida y obra del tiburón. Mano adivina: tropezarás con un tiburón y lo comerás. Mano canta: tiburón que se duerme se lo come la gente. Mano aclara: yo no me baño en el Malecón.

Me dan retortijones, la mano retozando dentro, la borrachera, el vestido blanco y el baño con colonia y flores para ponerle fin a todo lo ruin del agotador 2019. El baño y otros secretos son fundamentales, me han dicho. 

Mi madre pone flores en mi pelo para que los pensamientos respiren mejor. Mis pensamientos respiran a través de las flores de mi madre, y no hay tanta tristeza, por ahora. Después del libro de mi amiga poeta y las flores en la cabeza, me olvido del drama del muñeco.

Mi mano escribe mis deseos inaplazables. Desde que nació mi hermana yo solo deseo por ella, que encuentre un sol y que sea feliz, que la madre siempreviva le cante, que aprenda a querer un cuadro de 90 años que la educará más allá del alfabeto político de vida y obra, que herede de mí todos los cuadernos de poesía del librero, que guste de los paisajes extraños y que duerma con el pelo mojado.


Mientras me concentro en el gran astro que se ha ocultado, repito: 

“Acuérdate de mirar el cielo en su plenitud, eso da sensación de libertad, de optimismo, disfruta lo bello de ese lugar, déjale poco espacio a lo triste, a lo áspero.” (Nara Mansur Cao: Arpegio).

Ojalá encontremos un sol en el cielo que nos depara el 2020, y aunque no creo en el cambio, encenderé un mechero para quemar este muñeco que he vestido con toda la ropa que no volveré a usar. 

El muñeco entre mis piernas parece un hijo, parece un juguete sexual, parece que disfruta sus costuras a medio hacerse, su tecnología de pérdida y porvenir. Le echo encima el último sorbito de ron; si se va a llevar lo malo de esta casa, que beba algo, que brinde conmigo por algo. 

¿Cómo se quema el muñeco? ¿Cómo se cocina el puerco? ¿Cómo se cocina el tiburón? ¿Cómo se descuelga el único cuadro en la casa de un cuarto de una mujer que no ha pedido nada porque no tiene nada? 

¿Cómo se cree en un año nuevo mejor? ¿Cómo se cocina el muñeco el 31 de diciembre en esta calle? ¿Crack? ¿Crack? ¿Suena el chicharrón? ¿Sale el sol? 

Me empino de esta botella vacía y quiero que mi familia crea en el optimismo, que lo que dure el momento del abrazo después de las 12 se multiplique en maravillas y diagnósticos positivos, que la mano cambie las profecías y la realidad de un libro llamado Dark Ecology (Timothy Morton), que a las 12 todos los cubanos recuerden que Alaska no tendrá sol hasta el 27 de enero de 2020 y esto les haga rumbear con una mueca cínica.

En el momento del abrazo para recibir el año pensaré: 

Tienes que aprender a sentirte triste sin estar triste dice Lil y también dice La vida sólo se puede entender hacia atrás pero se debe vivir hacia delante Mi madre me ama sin ningún tipo de reservas aun en la muerte nace locuaz y rubia” (Nara Mansur Cao: Arpegio).


Encima del cohete con ingeniería noventera, mis vecinos y yo sobrevolamos la isla. Llevamos una pancarta que dice: ESTO ES 2020 PA’LANTE. La mayor felicidad ha sido conseguir que el cohete se eleve. 

Me he adaptado al flujo de la alegría momentánea, como si conociera mi destino y supiera, al igual que los muñecos que quieren ser quemados, que la conciencia del no cambio no me impedirá cerrar los ojos y poner un deseo en esta vida con mi madre, mi padre, mis hermanas y mi amor. 

Hoy es 31 de diciembre. 

Aguja, hilo, tela, relleno de paja, me tragué lo malo, retazos, botones, sáquenlo con fuego, relleno de trapos de cocina y cosas inútiles, prometo buena suerte. Paja, algodón, días cogiendo sereno, en la calle, en un patio, en la azotea, denme candela. 

Soy desperdicio y residuo. Me tragué la basura, aire pasado, ausencias, cables, ripios de sábanas de 90 años, quémenme ahora.

El cohete amateur estallará en el aire. No sentiré nada en el momento del accidente. Nos convertiremos en una bola de fuego. La explosión semejará confetis futuristas y plano normalito de película de acción. La gente de mi calle, mirando al cielo, aplaudirá. Todos desearán lo mismo: que salga el sol en Alaska, por favor.




James Franco - Chalunga y purpurina

Chalunga y purpurina

Martica Minipunto

Si nos sentáramos en La Chalunga, yo le contaría el millón de discriminaciones que sufro todos los días por ser gorditamujer y tortillera; le hablaría de la perdedera gubernamental y le enseñaría una libreta en la que voy anotando las similitudes entre la violencia de género en Cuba y el marabú.