‘El lago de los cisnes’, Homero y la metástasis

Nunca me han gustado los compartimentos estancos ni las imposiciones. Nací en Jovellanos, tierra colorada y bembona de la isla metafórica conocida como Cuba, pero no quise ser agrónomo ni otras de las cosas que de mí se esperaba. 

Soy científico, mi trabajo me delata; mas me niego a reducir mi óptica vital al laboratorio y a las fórmulas. El mundo es ancho y la creación tiene mil caras, todas bellas. 

Siendo todo un balletómano —de acuerdo a la jerga popular—, una noche, en el Teatro Real de Madrid, me volví a entregar a la historia mil veces vista y bailada que narra el encantamiento de una princesa-cisne, cuyo hechizo solo puede deshacerse con la promesa de amor eterno… 

Pero algo me rondaba en la cabeza. Mientras el príncipe y la princesa hechizada desarrollaban la magia y el romanticismo, yo no dejaba de pensar en aquellas células que había visto con el microscopio antes de abandonar el laboratorio. 

El pas de deux del segundo acto de El lago de los cisnes es un momento emblemático de esta coreografía: la pareja baila en una especie de lucha por unirse y crear un ente único, poderoso, para luchar contra el hechizo que cada amanecer convierte a la princesa en cisne. ¡Un ente diferente, con una función nueva!

Entre mis sueños está comprender por qué ocurre eso que en griego antiguo significaba “más allá de la quietud”: la temida metástasis. Es decir, el proceso mediante el cual “algo” se mueve e invade sitios distantes. Hoy este término define un estado clínico en el que se constata la expansión de un tumor primario por otros órganos, alejados del original. 

Con los conocimientos y las herramientas actuales, poco se puede hacer en esa etapa de la enfermedad. Por lo general, los tratamientos que funcionan en los tumores primarios, los originarios de la metástasis, no frenan la expansión del tumor. 

El mundo es ancho y la creación tiene mil caras, todas bellas.

Las estadísticas son escalofriantes: la tasa de supervivencia relativa a 5 años de personas con cáncer de mama localizado puede llegar a ser de 99%. Sin embargo, si el cáncer se ha diseminado a una parte distante del cuerpo, es decir, si se ha producido una metástasis, la tasa de supervivencia baja hasta 27%. 

Está meridianamente claro que algo anda mal en la teoría que explica este proceso cuando no somos capaces de detenerlo. Conocemos cómo frenar el tumor en su primer hogar; pero, una vez que “migra”, somos incapaces de hacerle frente. ¿Por qué ocurre esto? 

Siempre digo que, si queremos combatir un mal, tenemos que conocerlo. Existe un número impresionante de enfermedades curables y esto se debe a que, en un momento determinado de la historia de la ciencia, fuimos capaces de entender el porqué de su ocurrencia. Con el cáncer pasa exactamente lo mismo. Aquellos tumores que hoy son curables fueron investigados a fondo para hallar sus puntos débiles; pero la metástasis se resiste. 

Según los textos científicos clásicos, la metástasis ocurre cuando algunas células tumorales se desprenden del sitio original, alcanzan el torrente sanguíneo, viajan a través de él y luego se emplazan en un órgano distante. 

Confieso que la primera vez que leí esta explicación, miré a mi alrededor, en busca de un grupo de bromistas que observaran mi reacción. Luego, me cercioré de que la fuente era fiable. Más tarde, pensé que aquello no era posible de ninguna manera. 

Vayamos por pasos.

Los tumores son células que pierden sus funciones y se multiplican sin control. A esa pérdida de funciones se denomina desdiferenciación, lo cual quiere decir que, poco a poco, tienen menos “habilidades”. 

Una especie de lucha por unirse y crear un ente único, poderoso.

Una de las “destrezas” que ciertas células logran en un proceso de especialización es precisamente la llamada migración; es decir, la capacidad de moverse, de caminar dentro del cuerpo. Las células tumorales no poseen esta habilidad; por tanto, el que se desplacen desde un sitio a otro usando el torrente sanguíneo es un tanto difícil que ocurra. 

Por otra parte, existe un gran problema. Supongamos que, de alguna manera, los tumores puedan abandonar su nicho original y alcanzar la circulación sanguínea. ¿Qué ocurre con las defensas? Me estoy refiriendo a esas células-antidisturbios que patrullan todo el cuerpo en busca de criminales para eliminarlos. Si varias células tumorales circularan por la sangre, probablemente serían detectadas por las defensas y eliminadas. 

Entonces, ¿cómo es posible que un tumor se expanda? 

Si vamos directamente al proceso, sabemos que, en cuanto se establece un tumor en un órgano, migran hacia dicho sitio las células de las defensas con el objetivo de eliminar el cáncer. Una vez allí, se establece una lucha entre las defensas (los antidisturbios) y el tumor (el criminal). En esta pelotera celular, suele resultar vencedora la defensa. 

Sin embargo, cuando esto no ocurre y el cáncer progresa, puede tener lugar un escenario propicio para el tumor, con procesos sorprendentes. Por ejemplo, se puede dar una fusión entre los “buenos” y los “malos”. Es decir, se puede generar una célula que es una mezcla entre el tumor y la defensa. El criminal corrompe a los antidisturbios. 

Si queremos combatir un mal, tenemos que conocerlo.

¿Cómo sería este nuevo ente? 

Tendría características de ambos. Por una parte, heredaría la capacidad de duplicación incontrolada del tumor y su posibilidad de sobrevivir en ambientes tóxicos, con bajos niveles de oxígeno y alto contenido de radicales libres. Mientras que, por la otra, las defensas aportarían su habilidad de moverse, migrar por el cuerpo y —un detalle extremadamente importante— una coraza que las haría invisibles a otras células defensivas que encontraran en su viaje colonizador. 

Si nos remontamos a la literatura clásica, este ente híbrido sería un perfecto caballo de Troya, cuya apariencia familiar ocultaría la carga mortal que guarda en su interior. ¡Bendito Homero y su Ilíada!

Seguro que a estas alturas te estarás preguntando: ¿esto es posible? Aparentemente, sí.

En mi laboratorio hemos puesto a “convivir” células de ambos tipos, tumorales y de las defensas, y, luego de pasado un tiempo corto, algunas de las células tumorales, en especial aquellas que llamamos células madre tumorales, se fusionan con los monocitos, una de las células pertenecientes a las patrullas antidisturbios. 

Todo esto parece fácil así contado, pero la realidad dista de una situación sencilla. Estos nuevos entes híbridos (los caballos de Troya) son capaces de moverse por el cuerpo y colonizar órganos distantes. Incluso, hemos comprobado su existencia en las metástasis de un gran número de pacientes. Por otra parte, su proporción en la sangre de los pacientes con tumores se correlaciona con la aparición futura de la metástasis en ellos. 

Estudiar las debilidades de los caballos de Troya para atacarlos cuando hayan colonizado sitios lejanos.

¿Estaremos frente a la explicación de la metástasis? 

De ser así —cosa que, aunque aparentemente tiene todas las probabilidades de ser cierta, hay que confirmar desde muchos puntos de vista—, se comenzaría a pensar en estrategias que frenaran el ansia colonizadora de los caballos de Troya. 

¿Cómo hacerlo? Las ideas son varias. Una de ellas sería evitar su aparición buscando sustancias que inhiban los procesos de fusión. Recordemos que esos proverbiales caballos de Troya son el resultado de una fusión entre “buenos” y “malos”. 

Sin embargo, ¿qué hacer una vez que existen? 

Una solución podría ser desenmascararlos frente a los antidisturbios. Conocemos algunas de sus características que podemos aprovechar para reeducar a nuestras defensas y que ataquen a los híbridos en circulación. Habrá que estudiar las debilidades de los caballos de Troya para poder atacarlos cuando hayan colonizado sitios lejanos. 

Queda aún camino por recorrer, preguntas por responder e investigación por financiar para entender la génesis de este proceso y plantear una solución clínica contundente. Mas la brecha está abierta. 

Los dos bailarines fundidos al final del pas de deux del segundo acto me hizo reflexionar sobre la generación de un nuevo ente.

Esta idea me asaltó mientras veía aquella función de El lago de los cisnes en el Teatro Real madrileño. Allí fui con la imagen de dos células fusionándose que había observado en mi laboratorio con el microscopio. Los dos bailarines fundidos al final del pas de deux del segundo acto me hizo reflexionar sobre la generación de un nuevo ente, resultante de una fusión con características nuevas. 

Siempre he pensado que los momentos “¡eureka!”, que tanto eco han tenido en la cinematografía y la literatura dedicadas a la historia de los descubrimientos científicos, no son más que exageraciones de los autores. Sin embargo, esto sucedió tal cual. 

Salí del teatro dándole vueltas a una hipótesis. Al día siguiente me reuní con mi equipo y planteamos, emocionados, una serie de experimentos para demostrar que aquello podría ser verdad y así encontrar una explicación palmaria de la metástasis. 

Los resultados de esta aparente locura experimental inspirada en un ballet ya son una realidad científica prometedora. 


© Imagen de portada: Ballet ‘El lago de los cisnes’.




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