Permíteme comenzar esta columna con una pregunta tramposa: ¿cómo podríamos liar a Gustav Mahler y a Guillermo Cabrera Infante en una misma oración?
No coincidieron en el tiempo, sus mundos fueron distintos y lo mismo podemos decir de las artes que cultivaron. Sin embargo, ambos fallecieron a causa de una de las enfermedades más antiguas que se mantiene sin solución: la sepsis. Y este punto los une, al menos para mí.
Aunque no es una rareza perecer debido a una sepsis —diría que todo lo contrario—, es infrecuente escucharla como causa de fallecimiento. Mas, si vamos a las estadísticas, la realidad es abrumadora: alrededor de 2 millones de personas la padecen en Estados Unidos cada año y, de ellas, casi 300 000 fallecen.
En España las cifras no mejoran: al año, 50 000 personas la sufren y aproximadamente 17 000 mueren debido a ella. Los números provenientes de países con sistemas sanitarios precarios son mucho peores, aunque la misma precariedad los lleva a no poder aportar datos precisos; este último es el caso de Cuba. En total, la sepsis detiene la vida de más de 6 millones de personas cada año.
¿Sepsis en un mundo aséptico?
Parece una broma, más aún si sabemos que Homero hablaba de ella en la Ilíada e Hipócrates la introdujo en su obra magna Medicina. Sin embargo, no hemos podido vencerla; la sepsis sigue abofeteando nuestras caras de humanos en pleno siglo XXI.
Su incidencia y mortalidad supera a la del cáncer de mama, colon, recto, páncreas, próstata, el infarto agudo de miocardio o el ictus. Sin embargo, esta patología no ha logrado meterse en el argot popular y la prensa apenas habla de ella.
Aparentemente, nadie muere de sepsis; pero los datos dicen todo lo contrario. Lo cual tiene una consecuencia aún peor: los fondos que dedicamos a la investigación en este campo son mínimos y, por lo tanto, las soluciones seguirán esperando los futuros tiempos de bonanza.
Entonces, ¿qué es la sepsis?
Entendemos por sepsis la disfunción de órganos causada por una respuesta descontrolada del cuerpo frente a alguna infección. Es decir, se pone de manifiesto cuando nuestras propias defensas, en su empeño por eliminar un patógeno invasor, dañan los órganos que nos permiten vivir e incluso, por una inacción posterior, permiten nuevas infecciones.
Aunque me disgusta decirlo, la sepsis es compleja. Para que ocurra, tiene que existir antes una infección; es decir, una bacteria, un virus o un hongo debe entrar en nuestro cuerpo infectándonos. Luego, en el intento de eliminar la infección, las propias defensas causan estragos en los órganos vitales, comprometiendo seriamente la vida del paciente.
Al estudiarla en profundidad, nos percatamos de que consta al menos de dos fases: la primera se conoce como inflamatoria —momento en que nuestras defensas se esfuerzan en exterminar al patógeno invasor—; mientras que la segunda tiene características de inmunosupresión con una profunda falta de respuesta frente a nuevas infecciones.
Es decir, al principio, el sistema de defensa despliega su artillería pesada para eliminar la infección. Y luego viene una especie de cansancio durante el cual una gripe nimia puede causar estragos.
Mas no todo es blanco o negro, ambas etapas se pueden solapar para complicar aún más su estudio y tratamiento. Puedo decir que hoy seguimos tratando la sepsis con antibióticos para eliminar la infección y fluidos para estabilizar al paciente. Luego, esperamos a que la inmunología trabaje sola.
¿Por qué no parece ser una causa frecuente de deceso?
En este caso, la respuesta es sencilla: debido a que la dinámica de esta enfermedad va provocando fallos en varios órganos, se suele dar como causa de la muerte la disfunción del último órgano afectado: fallo renal, paralización del corazón, fallo hepático. Un matiz que ha hecho invisible a una enfermedad tan longeva como poco presente en las tramas de películas y series.
Sin ir muy lejos, el gran ejemplo que me viene a la mente es Juego de tronos. Recuerdo que, al verla, arribé a una conclusión: ni en los Siete Reinos, ni más allá del Muro Helado, existió nunca la sepsis. Amén de la violencia extrema, las incongruencias del libro y otros mil despropósitos, es la sepsis la gran olvidada en esta trama de intrigas con sangre por doquier.
Perplejo me quedaba cada vez que veía heridas abiertas, suturas con hilos de dudosa esterilidad y amasijos bacterianos en cada arista de la pantalla sin que apareciese una fiebre desorbitada, los temblores y las alteraciones del nivel de consciencia que puntúan para un síndrome, potencialmente mortal, asociado a una infección, es decir, una sepsis.
Lo anterior me hace pensar que, más allá de la falta de sapiencia de los guionistas, está la poca popularidad de un mal que sigue azotando nuestro mundo “estéril”.
¿Qué se hace desde la ciencia?
La evidencia científica dice que la estrategia hasta ahora seguida de bloquear la primera fase, la inflamatoria, con probados antiinflamatorios y otros factores, no es efectiva. Hay un dato crucial, al que quizá no le estemos prestando la suficiente atención: la mayor mortalidad se debe a la inmunosupresión —la segunda fase— en la que cae un importante número de pacientes.
Desde el laboratorio, pensamos que la solución está en evitar que se corte la comunicación entre los diferentes agentes que deben orquestar la defensa. En este sentido, vienen tiempos cargados de esperanzas.
Ya son unos cuantos los grupos de investigación que sugerimos, con datos, el uso de inhibidores de puntos de control inmunitario[1] para reactivar la defensa durante una sepsis. En palabras más sencillas: reactivar la defensa en la segunda fase de la enfermedad. Esta es una estrategia importada desde el área de la oncología que puede ser la solución para esta veterana enfermedad.
Mientras tanto, animaría a guionistas y seguidores de series a tener en cuenta la existencia de la sepsis. Sería un paso importante que la sociedad supiera de su presencia y, para ello, un poco de presión mediática no vendría nada mal.
Nota:
[1] Los puntos de control inmunitarios forman parte del sistema inmune. Su función es evitar que la respuesta inmunitaria sea tan intensa que dañe a las células sanas del organismo. Los inhibidores de puntos de control bloquean las proteínas de puntos de control y están aprobados para combatirciertos tipos de cáncer: seno, vejiga, cuello uterino, colon, cabeza y cuello, linfoma de Hodgkin, hígado, pulmón, células renales, piel (incluido el melanoma), estómago, recto, y ciertos tumores sólidos.
Amelia de los Milagros
Los cubanos tenemos la paciencia más grande de este mundo. Llevamos esperando por una vida mejor más de sesenta años.