A Liana, a Amílcar, al Mola.
Estoy en fisioterapia por culpa de La Roca. Hoy es mi cuarto día de la segunda sesión de corriente y láser sobre el hombro izquierdo. La primera sesión fue hace casi un mes y no me hizo ni pinga. Volví a sacar turno para el fisiatra. El fisiatra estuvo primero mirando la placa, después me trasteó el hombro y después me mandó a repetir otros diez días de corriente, láser y ejercicios. Todo ídem a la primera sesión.
“Igual yo ahí no te veo ná. Si no resuelves vas a tener que virar pal ortopédico”.
La segunda sesión es en otro policlínico, porque en el policlínico de la primera se han roto los dos aparatos de la corriente. Justo hoy, después del láser y la corriente, paso directo al área del gimnasio. En ambas sesiones, el gimnasio empieza a partir del cuarto día. Por tanto, los otros seis días que me quedan serán así: corriente, láser. Y al final: gimnasio.
(Dejemos claro que a partir de ahora cuando estemos hablando del gym no estamos hablando del gimnasio de la fisioterapia. ¿Ok?).
Un día cualquiera. A finales de mayo.
Unas diez personas en el gym. En este gym llevo menos de un mes. Siempre hago ejercicios por la tarde, pero hoy vine por la mañana. Acabo de calentar y ahora mismo estoy en mis tandas de barras.
“Tú sigues haciendo muy mal esa espalda con poleas”, le dice el dueño del gym a un fuertecito, que sigue encorvando la espalda como si con él no fuera. El fuertecito también se tambalea todo haciendo el predicador.
Yo sí sé del predicador porque una vez escribí sobre Larry Scott, el primer Mr. Olympia, el creador del predicador. Ese aparato que igual llamarían Curl Scott por el apellido del culturista. Fue un texto corto. Recuerdo una parte donde yo decía algo así como que estar anclado en esa posición de predicar para levantar peso, era como si estuvieras dentro de una iglesia, era casi lo mismo que pedirle a Dios que te construyera los bíceps. Esa parte me la mandaron a quitar.
“Esto no es un blog evangélico”, me escribió el editor en una hojita naranja de post it que aún conservo. No sé bien por qué pinga he guardado la hojita esa. Llegué a aquella revista digital a escribir críticas de arte y me quedé como un año escribiendo refritos que bajaba de internet sobre aparatos de gym. Escribía dos o tres párrafos, menos de una cuartilla. Mis párrafos se leían en una ventana minúscula de una página web de quinta categoría que pretendía ser lo más cercano a una página de Sport&Fitness.
“Igual ya veo que tú eres un porfiao, pero a mí no me hagas caso. Por mí te puedes desbaratar la espalda. Con que tú me pagues, es tu problema. Pero mira, te voy a hacer un favor. Vamos a preguntarle a La Roca”, le dice el dueño del gym al fuertecito.
Era casi seguro que lo que venía era Internet. Que el dueño del gym iba a sacar su cell, iba a activar sus datos y a poner en Google algo como lo que pondría yo para dejar bien claro lo que es un efectivo trabajo de predicador, minuciosamente demostrado por un experto. Pondría algo así:
dwayne Johnson+the rock+curl scott+iron paradise gym
Me gustaba la idea de que pusiera en la búsqueda el verdadero nombre de La Roca. Si alguien dice que va a preguntarle algo a La Roca es porque es tan fan a La Roca como yo. Y debe también referirse a La Roca, a veces, como Dwayne. Con que pusiera La Roca, o The Rock, Google iba a responderle, igual de efectivo; pero poner Dwayne Johnson tiene su swing, su caractico. Estuve a punto de decirle palabras claves sobre Dwayne y su rutina de ejercicios, sobre el gimnasio en el que entrena ahora mismo y desde donde postea sus últimas fotos. Todo para que la búsqueda del dueño del gym fuese un total éxito.
Pensaba en eso mientras subía y bajaba en la barra. Y se empezaron a mezclar en mi cabeza algunas imágenes recientes que recordaba de Dwayne en Instagram: su boda en Hawái, la dedicatoria a su brother Paul Walker (donde escribió aquello de que él nunca postea nada de Paul, porque prefiere mantener esa unión quieta y en privado), su nueva colección de zapatillas y ropa deportiva: Iron Will Collection, y su show del que ya viene una segunda temporada.
Pero, chico, el dueño del gym no sacó el cell. Lo que hizo fue abrir la puerta y entró La Roca.
Justo yo estaba pasando la cabeza por detrás de la barra, cuando moví un hombro ante aquella entrada despampanante. Mi hombro reaccionó atónito (distensión muscular, escribiría el ortopédico meses después). Desde aquel momento me quedé con este dolor que no se ve en una placa. Pero que duele, a veces, con pinga. Sobre todo por la noche.
Me dejé caer de la barra con la vista clavada en aquel tipo, que no era Dwayne Johnson pero que se parecía con cojones a Dwayne Johnson. Estaba boquiabierto. ¿Cómo carajo el dueño del gym sabía que iba a entrar, justo ahí mismo, este tipo casi ídem a La Roca?
“Es que este parquea la moto y ya yo sé que está ahí”, dijo el dueño del gym con la puerta en la mano. Como si me respondiera.
Un día cualquiera. Cuatro meses después de ver por primera vez a La Roca.
Hoy estoy en mi cuarto día de la segunda sesión de corriente y láser sobre el hombro izquierdo. Estoy en un policlínico que no es el policlínico de mi primera sesión. Mi turno de fisioterapia es por la tarde, pero hoy vine por la mañana. Terminé la corriente y ahora voy caminando por un pasillo hasta el gimnasio.
Abro la puerta y vuelvo a quedar con la vista clavada en aquel tipo que no es Dwayne Johnson pero que se parece con cojones a Dwayne Johnson. La Roca lleva una bata blanca y es uno de los técnicos del gimnasio. Ya yo he dejado de asombrarme con ese tipo de eventualidades: encontrarme a x persona en x lugar inesperado, o encontrarme a la misma persona una y otra vez. Siempre hago como si eso fuera muy normal. No hay por qué asombrarse de que el tipo por el que te despingaste el hombro sea ahora el que te lo va a meter en caja.
Igual no te miento: estoy un poco con la boca abierta. No tan abierta como cuando el dueño del gym abrió la puerta, pero sí ligeramente abierta.
La Roca atiende a dos mujeres a la vez. Ayer hablé con las dos. Bueno, ellas hablaron conmigo. Una tiene lío en una rodilla y no sabe qué carajo va a hacer con su vida. No puede parar de coser porque dice que su vida es máquina y chequera. La mujer cose para la calle en una máquina Singer. Que su máquina es Singer me lo repitió como tres veces. Tampoco quiere volver a pasar hambre y le parece que vienen tiempos de hambre. Esto lo repitió las mismas tres veces que la marca de la máquina de coser. La otra mujer solo me preguntó la edad.
Las técnicos del láser y la corriente siempre ponen música. De momento sonó It must have been love, de Roxette, y aquella mujer empezó a tararear la canción en un inglés bastante macarrónico. Y ahí, sin ton ni son, fue que me preguntó la edad. Por suerte me llamaron para el láser, porque yo no tenía ningunas ganas de hablar y a ella se le notaban unas ganas tremendas. No verme demasiado emocionado porque sonara It must have been love, después de decirle que yo tenía 43 años, era motivo seguro para otras muchas preguntas.
“Cantar siempre salva. Y ahora mismo el que en este país no cante yo lo veo bien-bien jodío”, fue lo último que le oí. Tuve ganas de decirle que yo también estaba tarareando la cancioncita. Pero para adentro. Sin su entusiasmo.
La Roca le soltaba y le cogía la rodilla a la costurera. Mientras, ella llevaba y traía suavemente la pierna hasta la altura de la cadera. La fan de Roxette, acostada en otra camilla, hacía el mismo ejercicio que tengo que hacer yo con un palo: moverlo por delante y por detrás de la cabeza.
“¿Tú no vas al gym del Deivi? Espérate ahí, que ahora El Conde te atiende”, me dice La Roca.
Respondo con la cabeza que sí, que sí voy al gym del Deivi (guao: La Roca ha reparado en mí) y que espero al tal Conde.
Pongo mi tarjeta encima de las tarjetas de las dos mujeres. Los días de fisioterapia te los van marcando en unas tarjetas de cartón. Al lado de las tarjetas hay una revista Elle y una Another. Son revistas de ahora mismo. Lo sé porque sigo en Instagram a la belleza que está en ambas portadas. Cojo la revista Another.
Y como aquí todo se trata de abrir una puerta y parecerse a alguien, pues se abre la puerta del gimnasio y aparece un negro que lleva un pañuelo de bolas de colores en la cabeza y la misma bata blanca de La Roca. Ese es El Conde.
Aunque no tanto, no como La Roca del gym y del policlínico se parece a Dwayne Johnson, El Conde se parece un poco a Billy Porter, el actor de la serie Pose. Y El Conde lo sabe. Porque si no, no tuviera sobre la mesa los dos últimos números de Elle y Another: ambas portadas con Indya Moore, la transexual de Pose que le tiene la boca hecha agua a medio mundo.
Casi con la misma actitud de reinona y el desparpajo con que Billy Porter ha construido a su personaje Pray Tell para Pose, El Conde da dos palmadas en el aire y dos chasquidos a la par con los dedos, y exclama pomposo desde la puerta mientras se me acerca:
“¡Después de cambiarle el agua a los pececitos el mundo se ve más bonito! ¿Qué problema tienes tú, muñeco? Acabas de entrar al templo que realmente arregla coyunturas. Así que habla, que este te arregla. Y no me robes esa revista. Vamos”. El Conde da un golpecito en la mesa. Como diciéndome: deposítale esa revista aquí a su dueño.
(Dejemos claro que a partir de ahora La Roca no va a tener más diálogo que ese que tuvo al yo abrir la puerta del gimnasio. Si te parecía que La Roca iba a desarrollarse más como personaje, te aclaro que eso no va a pasar. La Roca es, hasta el final, cuando más, un secundario más bien pasivo: como tú, sin voz ni voto).
Le digo a El Conde que yo sé quién es Indya Moore y que recién ayer he terminado de ver la última temporada de Pose. Que cómo es posible que él tenga esas dos revistas de ahora mismo. “Uno tiene sus contactos, muñeco, ¿y a ti la serie te gustó o no te gustó?”, me pregunta.
El Conde me ha empezado a dar masaje en el hombro; no le respondo. Me señala a La Roca. Dice que desde que le trajo la serie, a ese no le importa que Indya Moore sea una trans, que está como enamorado desde que la vio en el primer capítulo.
Justo La Roca ha terminado con las dos mujeres y se sienta a hojear la Elle. Al gimnasio ya no va a entrar más nadie porque soy el último paciente de los de la mañana.
―Entonces, ¿te gusta o no te gusta? ―me dice El Conde.
―Como serie no mucho, la verdá.
―¿Y como qué te gusta entonces, muñeco?
―Como mera mariconería.
―Pero niño, qué fuerte tú eres. A ver: ¿a qué fiesta de diez pesos tú fuiste en los noventa?
―Al Periquitón.
―Ná. Esa no se vale. Esa la conoce tó el mundo por el showcito ese de la recogida aquella, el mismo día que fueron Almodóvar y Jean Paul Gaultier y aquella otra que se me olvidó el nombre…
―Bibiana Fernández. A ver, no sé: la fiesta de Patrocinio, el otro Periquitón de Mantilla, la de Oquendo y San Lázaro, la fiesta del Chaple… eh… ―me quedo pensando. Iba a soltar la del Castillo de Madrid, pero pienso en aquella que no me acuerdo bien dónde era, aquella en una fábrica abandonada. Recuerdo una concretera. Y maleza alrededor de todo.
―Ya, ya. Aprobado. Míralo, tan zorro ―me dice El Conde. El Conde me hala un cachete.
Cómo le explico yo a este hombre, que evidentemente es muy fan de Pose, que a mí lo que más me gusta de la serie (igual seguro que a La Roca) son los planos sobre Indya Moore; que me gustan los atuendos de Pray Tell cada vez que entona un The category is… y lanza el desfile por venir; que me gustan la estatura y la gestualidad de Dominique Jackson para hacer aún más descollante a su Elektra Abundance; dos gustos más y Patti LuPone. Lo demás ya olería, por momentos, a crítica de La Gaceta de Cuba. Algo en este tono:
Pose es más el disfrute performático por recrear la drag ball culture, toda esa euforia de los bailes y desfiles temáticos de travestis y sus competiciones entre houses en el New York de los ochenta, que el modo ficcional desde donde esa subcultura se construye. Por ello es más eficaz ahí el oropel que cualquier pulsión dramática en cualquiera de sus dos temporadas. Justo por eso es que yo no soy fan de Ryan Murphy, el creador de la serie, porque es demasiado su regodeo lastimero cada vez que apuesta por el drama y viene a enfatizar su historia, una vez más, desde lo gay. Pose no da para más.
Me gustaría que ahora mismo bajara una pantalla para proyectar en esta sala de rehabilitación el Paris is burning de Jennie Livingston. Paris is burning recrea el entorno de Pose desde el documental. Desde una realidad más cruda y dura. Aunque bell hooks diga que lo debió filmar una negra.
Es necesario que El Conde conozca a la Venus Xtravaganza de Paris is burning. Es necesario que La Roca vea ahí a Octavia St. Laurent posando como Angel, el personaje de Indya Moore. Ya sabemos que Jennie Livingston es asesora de Pose y por ello hay ciertas similitudes. Ahora mismo estoy ahí, con El Conde y La Roca, subidos los tres en una camilla, husmeando en los entuertos de la House of Xtravaganza que documentó la Livingston.
Salgo de esa idea porque El Conde cambia el sentido del masaje sobre mi hombro. Después que me haló el cachete se mantiene cantando lo mismo en un inglés bastante macarrónico. Es casi: Come on, vogue. Let your body move to the music.
Parece que me está calentando el hombro para que ensayemos Vogue. El gran tema ritornelo de Pose. Y es que el Vogue de Madonna es para la ball culture lo que fue la cámara de Livingston. Solo que Vogue, tal vez, fue más. Demasiadas semanas en lista. Demasiado trans alucinando. Aunque bell hooks piense que Madonna es otra blanquita que se asomó al baile solo desde la puerta, para escoger bailarines. Y aquí tal vez tenga razón.
―Pero Madonna sí te gusta, ¿no?
Me estoy demorando mucho en responder. Yo no sé si Madonna me gusta todavía. Mientras, La Roca suelta una revista y coge otra. Creo que voy a pedirle una revista a El Conde. La Another mejor.
Rooney & Joaquin
Uno de mis abuelos era más comunista que el otro. Uno de mis abuelos escuchaba a Chibás. Uno de mis abuelos y su banda tomaron el control del pueblo por un mes y la Guardia Rural tenía que pedir permiso para entrar y salir. Uno de mis abuelos se apuntó para ir a la Guerra Civil española. Mis dos abuelos repitieron alguna vez: “Yo no luché por esto ni por aquello”.