Una de las cuestiones fundamentales del género policiaco del siglo XXI es que esta narrativa ha tomado carta de naturalización, en las últimas dos décadas, en todo el mundo.
Hoy en día, podemos encontrar, en los estantes de las librerías o en los portales de ventas, un gran número de autores de novela negra que cuentan los claroscuros de su propia sociedad desde el entorno que interpretan mejor porque es el suyo, el que habitan todos los días, el que conocen como la palma de su mano.
Y no hablo aquí de las ciudades importantes del planeta: Londres, París, Nueva York o la ciudad de México, sino de aquellos poblados, enormes o pequeños, donde estos narradores establecen sus reales para relatar lo que les interesa, lo que los conmociona, lo que los pone tras la pista de tal o cual crimen, de tal o cual historia poco difundida en los medios actuales.
En buena medida, escribir novela policiaca es, antes que otra cosa, rendir homenaje a la población donde se vive, a la urbe que se ama y se odia, que se padece y disfruta al mismo tiempo. Porque, para describir una comunidad en sus entrañas sanguinolentas, hay que explorarla en sus espacios más significativos, menos turísticos. Esos que responden al crimen, a la impunidad, a la corrupción galopante.
No se busca, en este género tan sensible del orden social, económico y político, solo mencionar los bajos fondos sino escrutar sus lugares de opulencia, exhibiendo en ambos sus ligazones, sus vínculos ocultos, sus trapitos al sol. Estos relatos son pruebas de que detrás del glamour están los dominios del hampa, que bajo el disfraz de la ostentación se esconde el rostro de la violencia.
Para entender la clase de civilización en que vivimos, el tipo de progreso por el que ahora se apuesta con febril codicia, hay que aceptar, como lo hace el creador de esta literatura, que la ley y la justicia son la ruleta rusa de los desesperados, el brazo armado de los poderosos, de los intocables.
En esta narrativa, reconstruir la escena de un crimen es reconstruir el alma vapuleada de una sociedad de mírame-y-no-me-toques, es recuperar el espíritu desgarrado de una comunidad que vive en la absoluta orfandad bajo el reino de la codicia predatoria, donde jodidos y triunfadores conviven en un mismo estanque tanto de sangre propia como ajena. Solo así se puede tener una imagen de cuerpo entero del caso que se investiga, de las redes de complicidad que lo obstaculizan, que lo distorsionan en aras del negocio pujante, de la rápida ganancia.
Por eso mismo, para contar la historia de un crimen, hay que relatar la ciudad en que este ocurre, la vida comunitaria que lo hizo posible. De ahí que Bandidos (Sudaquia Editores, 2022), de Pedro Medina León, sea tal clase de historia. Su autor nació en Lima, Perú, en 1977, pero es, como tantos latinoamericanos de nuestro tiempo, un migrante que hoy reside en Miami y que desde 2017 ha publicado novelas policiacas bajo la sombrilla de colores del noir tropical, como se le ha denominado.
Entre sus novelas, que cuentan como su protagonista a El Comanche, un investigador privado de origen cubano, se cuentan Varsovia y Americana, siendo Bandidos, publicada en Nueva York, su tercera aventura con este personaje. Un hombre que, en La Habana, ayudó al policía Mario Conde y que ahora, viviendo en una ciudad eminentemente turística y llena de celebridades, prefiere recorrer la parte sórdida del sueño americano antes que las playas bonitas, y apuesta por la condición humana en sus ejemplares más heridos, menos esplendorosos. En un mundo donde el mejor consejo dado es: no preguntes tanto, no te inmiscuyas en negocios que no son tuyos.
Medina León es un experto en contar los entresijos de Miami, de mostrar a sus personajes idiosincráticos: los viejos que todavía recuerdan Bahía de Cochinos, los migrantes centroamericanos de nuevo cuño, los negocios cerrados por miedo a la migra, la gente que vive cerca de las playas famosas y apenas se para en ellas porque andan tras los dólares para mal vivir.
Lo que narra nuestro autor es la existencia de una urbe llena de publicidad alucinante y trabajos mal pagados, de ilegalidades cubiertas con el prestigio de lo crédulo. Bandidostranscurre entre los años 80 y el presente, entre el escándalo Irán-Contras, en plena lucha contra el sandinismo en Nicaragua, y la muchedumbre de migrantes venida de todos los gobiernos fallidos al sur de la frontera:
Era una mañana de postal turística, como esas que vendían en las cajas registradoras de Walgreens o en las tiendas de souvenirs de Ocean Drive: el Skyline se alzaba imponente a la izquierda, con sus torres de cristal aguamarina donde se decidía el futuro económico de Latinoamérica, cercando Biscayne Beach, y a la derecha reposaban yates y veleros sobre el manto turquesa del Atlántico. Un recibimiento de catálogo para esos once cubanos, que llegarían a sumarse a esa porción invisible en la pirámide social que lavaba platos o limpiaba baños con restos de caca o estacionaba autos por doce horas diarias para, con suerte, pagar la renta… un entorno que el Comanche conocía muy bien.
El lazo que une estas dos épocas es un asesinato, el de Romano Valladares, cubano, encontrado “en una bolsa negra, envuelto en sábanas, en uno de los contenedores de basura de la puerta trasera del Winn Dixie de la Coral Way y la 22nd Street. Tenía contusiones en el cráneo, magulladuras en el rostro, costillas rotas”.
La propia policía, ante el callejón sin salida que se encuentra su investigación oficial, hace uso del Comanche para sacarla adelante, sobre todo cuando le informan que Valladares era informante de la policía de Miami. Y así, con su parsimonia y su don de gente, con su gusto por la música de Héctor Lavoe, el café con leche evaporada y el ron Bacardí, nuestro protagonista va descubriendo el hilo negro de los presuntos asesinos, las pistas reveladoras de lo que realmente sucedió:
La casa donde Valladares rentaba su efficiency se ubicaba a pocas cuadras del Sweet Dream, en una esquina. Era color melón y la flanqueaba una cerca de madera blanca. La dueña, doña Estela, una mujer mayor, con el cabello teñido del color de una butaca de teatro, que recibió al Comanche en bata y con los pies envueltos en unas medias rojas y unas chancletas muy grandes, no tuvo problemas en hacerlo pasar cuando este le explicó que estaba tras el caso de la muerte de Valladares. A ella le interesaba que se aclarara el problema y le desocuparan el efficiency para poder rentarlo.
El Comanche es un investigador-rastreador-husmeador al servicio de ciertos casos peliagudos en los que la policía no da pie con bola. En su travesía detectivesca, encontramos no solo las pistas de la investigación sino también guiños de complicidad con autores caribeños como Leonardo Padura y Reinaldo Arenas, tips de cocina cubana y cubano-americana, así como una memoria histórica de barrios y leyendas que hacen de Miami un fascinante deshuesadero de quimeras individuales y promesas colectivas. Un melting pot donde todo puede suceder por obra y gracia de las más variadas circunstancias que allí se cruzan y mezclan y conviven.
Y mientras Pedro Medina lleva, en Bandidos, al Comanche en un largo periplo para descubrir la verdad, su novela se vuelve una pasarela de los elementos esenciales que convierten a Miami en el orbe noir por excelencia: los negocios legales que son la fachada de lo criminal, el interminable flujo de personas que llegan a la ciudad a sobrevivir sin importar el precio a pagar, la luminosidad de la nostalgia por una ciudad que ya no es, que quizás nunca fue como se recuerda.
Esta obra es un auténtico tour de fuerza sobre la Florida del pasado y el presente. Crónica de fantasmas que aún son un peligro en marcha, una bomba de tiempo. Relatos de vida en pleno naufragio financiero. Mundo a la deriva donde los únicos salvavidas confiables son unos pocos amigos y la familia. La suma de la existencia comunitaria en sus afectos y compromisos, en sus querencias y deberes.
Como Élmer Mendoza con Culiacán, J. J. Aboytia con ciudad Juárez o José Salvador Ruiz con Mexicali, Bandidos le sirve a este narrador para presentarnos a Miami, la ciudad de sus agobios y querencias, como una corte de milagros al filo del Caribe, como un sentido homenaje a ese puerto donde colisionan las aventuras históricas con las pesadillas por venir.
Es una urbe de paso donde los residuos de otras vidas quedan en sus calles, en sus contenedores de basura, en sus bares de mala muerte. Una novela policiaca que va de la Nicaragua de Somoza a los Estados Unidos en plan multicultural.
Y aquí hay que precisar que Pedro Medina elige escribir en español, contar sus historias en castellano para recordarnos que la narrativa noir del país vecino no tiene una sola lengua oficial, sino muchos idiomas en uso. Que Bandidos es un relato que igual nos pertenece por derecho de ficción, por justicia poética, por terquedad imaginativa.
Es un Miami Soul Machine, a ritmo de tráfico humano. El lado más oscuro de la tierra de la esperanza. De esta forma, en estas páginas, El Comanche demuestra ser un testigo de honor por su olfato para seguir el rastro del trasiego, por su instinto para infiltrarse en todas partes, por su capacidad de ser un bandolero verosímil entre acreditados forajidos.
Con esta novela algo se cuece a fuego lento: el billar de las ilusiones perdidas, el warehouse del mito perdurable. Una península que es destino y trampolín, horizonte de triunfo y tumba sin sosiego. Un lugar idóneo para que el género policiaco viva a sus anchas. Un sitio ideal para que la atmósfera noir vibre bajo el sol en su desnuda indiferencia, en sus violentos desenlaces.
Sobre el autor:
Gabriel Trujillo Muñoz (Baja California, 1958). Poeta, narrador y ensayista. Entre sus libros más recientes están Vecindad con el abismo (2018), Shiashian (2018) y El hombre fuerte del circo (2020). Su obra literaria ha sido difundida y traducida al italiano, alemán, inglés y francés, y publicada por editoriales como Lumen en Argentina, Les Allusifs en Canadá, Feltrinelli en Italia, Unionsverlag en Alemania, Belacqua y Amargord en España, y Gallimard en Francia. Es miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2011.
El año nuevo
¿Para qué ha de servir este año nuevo, para acorralar más a los cubanos en su propia tierra, para debilitarles más el ánimo con la desconfianza de sí propios, para tirar unas cuantas piedras doradas y pulidas, como protesta única, a la cara de bronce del opresor?