Desde las márgenes del mainstream literario, Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953), ha ido construyendo una de las obras más originales, variadas, influyentes y sólidas de la literatura española de los últimos veinticinco años. Poeta, ensayista, novelista y editor, habituado a sentirse a contracorriente en tanto que difusor de gustos, géneros y opiniones a contrapelo luego puestos de moda[1], es sobre todo conocido por la serie de sus diarios, reunidos bajo la denominación global de Salón de pasos perdidos.
Entre El gato encerrado (1990) y El jardín de la pólvora (2005), han aparecido regularmente trece volúmenes de creciente extensión[2], siendo el caso que lo que en un comienzo no era sino una modalidad más y un complemento del resto de su obra como escritor, se ha ido convirtiendo en su obra mayor y más reconocida, reconocimiento del que dan muestra tanto su inclusión en el reciente canon propuesto por el profesor Mainer[3], como el hecho de que le han convertido en un verdadero autor de culto en la red, donde sus diarios son discutidos con pasión en blogs y foros expresamente a él dedicados, no siempre bien recibidos por el autor[4].
Entre las principales características de sus diarios, podrían destacarse las siguientes:
- No fecha las distintas anotaciones, aunque estas se ordenan de modo cronológico dentro del tomo correspondiente a cada año, a los que siempre da comienzo el día de Año Nuevo y pone fin en 31 de diciembre. El lector en ningún momento se siente desorientado, pues el flujo de las anotaciones contiene frecuentes alusiones al ciclo estacional.
- Al consistir buena parte de la materia narrada en su vida como escritor—la escritura y marketing de sus propios libros, sus complicadas relaciones con otros colegas y los críticos, su actividad como editor—, no suele nombrar a los personajes reales conocidos por su nombre, sino mediante una “X” o con sus iniciales. Se evita así el constante name-dropping de una crónica social o literaria, alcanzándose una mayor abstracción literaria y universalidad en la presentación de los casos.
- La distancia entre la escritura y la publicación del diario ronda siempre los cinco años, así en este sentido Do fuir, el diario correspondiente al año 1995, se publicó en diciembre del 2000. El texto definitivo del diario se alcanza tras una selección y reelaboración de los apuntes originales tomados por el autor en su día.
- El particular mundo del autor es materia recurrente a lo largo de los trece volúmenes de sus diarios aparecidos hasta la fecha: su familia (su mujer M. y sus hijos R. y G.; sus padres y hermanos, residentes en León), sus paseos por las calles madrileñas, su casa de campo (Las Viñas, en la extremeña Trujillo), sus visitas dominicales al Rastro, su afición por las librerías de viejo. Este mundo familiar sólo se abandona brevemente por motivos de trabajo, cuando va a regañadientes a dar una charla o a promocionar uno de sus libros por los más diversos lugares de la geografía española, o más ocasionalmente con el placentero motivo de viajar con su mujer e hijos, o con pocos y buenos amigos, a alguna de esas ciudades afines a las que siempre vuelve: Roma, Venecia, París, Lisboa…
- Partiendo de la base de la característica hibridez genérica y heterogeneidad formal de sus diarios (un cajón de sastre en el que caben el suma y resta del día a día, la crónica de la vida literaria, el relato de un viaje, un apunte de novela, un poema en prosa o un aforismo …), la argamasa que sostiene todos los diversos elementos ha sido la creación de un narrador que logra mantener el tono de su voz a través de lo que ya es un ingente número de páginas, y la consideración del conjunto de la obra como ‘novela en marcha’ —así reza el subtítulo del Salón de pasos perdidos—, explicitada por el epígrafe general a todos los volúmenes, ‘Por doquiera que el hombre vaya lleva su novela (Fortunata y Jacinta, I, 3, III)’.
Do fuir, diario correspondiente al año 1995, contiene entre sus páginas la narración por extenso de un viaje efectuado a Cuba[5].
La ocasión del viaje fue su participación en los actos celebrados en paralelo a la exposición “Libros de España”, que tuvo lugar entre el 29 de septiembre y el 15 de octubre en el Capitolio de La Habana. La exposición, organizada por el Ministerio de Cultura de España a través de la Dirección General del Libro y comisariada por Carlos García Gual y Emilio Muñoz, consistía en una selección de 6000 libros y 270 revistas publicados en España en los diez años previos.
Dichos fondos, así como las mesas, lámparas y estanterías de madera que acompañaban la instalación, pasarían a ser propiedad de la Biblioteca Nacional de Cuba una vez acabada la muestra. Libros y revistas se encontraban exhibidos de modo que los visitantes pudiesen sentarse y hojearlos tranquilamente[6].
Escoltando la exposición bibliográfica tuvo lugar una serie de conferencias, lecturas y mesas redondas en que participaron escritores, intelectuales, críticos y editores españoles, y en el caso de las mesas redondas algunos de sus colegas cubanos.
Entre los españoles que viajaron a la isla, figuraron entre los más conocidos, por orden alfabético, J. Armas Marcelo, Manuel Borrás, Carlos Casares, Rafael Conte, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Gala, Carlos García Gual, Miguel García Posada, Luis González Seara, Emilio Lamo de Espinosa, Javier Lostalé, Juan Marsé, Carmen Martín Gaite, Álvaro Martínez Novillo, Antonio Martínez Sarrión, Emilio Muñoz, Lourdes Ortiz, Gonzalo Pontón, Luis Racionero, Xavier Rubert de Ventós, Luis Suñén, Jenaro Talens, Manuel Toharia, Javier Tussell y Chus Visor, además de Andrés Trapiello. José Manuel Caballero Bonald no viajó a última hora, no obstante constar su participación en el programa impreso[7].
El encuentro cultural con Cuba no se limitó a lo literario, pues durante ese otoño hubo exposiciones de artes plásticas —principalmente, una muestra dedicada al Equipo Crónica—, un ciclo de cine dedicado al director Jaime de Armiñán, así como espectáculos de danza y teatro.
Al Ministerio de Cultura de España le costó todo el encuentro unos 150 millones de pesetas de entonces. Todos los participantes en los actos literarios cobraron idénticos honorarios —según fuentes de la Dirección General del Libro, aunque esto es siempre difícil de confirmar—: cien mil pesetas brutas.
Viajaron a la isla en clase preferente y se les pagó la estancia en el hotel Comodoro, de cuatro estrellas, en la zona residencial de Miramar.
La Cuba en la que aterrizó la expedición de escritores españoles es la Cuba del “periodo especial”, en la que se viven las consecuencias devastadoras que tuvo sobre la economía de la isla el colapso del bloque socialista a partir de 1989: reducción de la capacidad importadora en un 75%; reducción de la disponibilidad de energía y combustible en un 50%; desaparición casi al completo de la producción agrícola, lo que dio como resultado una gran escasez de productos alimenticios y un descenso del 30% en el consumo diario de calorías.
El gobierno cubano respondió a la fortísima crisis sustituyendo en su enroque la retórica del marxismo-leninismo por la del nacionalismo revolucionario (‘patria o muerte’), al tiempo que llevaba a cabo una cierta apertura económica al facilitar las condiciones necesarias a la inversión extranjera (las joint-ventures, sobre todo en el sector turístico y minero) y consentir ciertos espacios a la empresa privada y familiar (agricultores, taxistas, restauradores, libreros …), todo ello al objeto de generar divisas del modo que fuese.
En esta nueva economía se produce una pirámide social invertida, pues un taxista o un camarero, al reunir buena parte de su salario en dólares, obtiene unos ingresos totales superiores a los de un médico o un ingeniero en el sector estatal[8].
La España de la que se ausentan los viajeros es la de los meses finales de la tercera legislatura socialista, inaugurada en junio de 1993 y pronto lastrada por numerosos casos de corrupción económica y política (Ibercorp, Roldán, Ollero, Urralburu, GAL, Lasa y Zabala, escuchas del CESID…), que alimentarán la guerra mediática —El País y la SER, frente a El Mundo-ABC y la COPE— que corre paralela al enfrentamiento político entre PSOE y PP.
Aunque en ningún momento se formuló públicamente, es indudable que el encuentro cultural con Cuba, del que formó la parte más destacada la exposición “Libros de España” y sus actos literarios anejos, tuvo un evidente sentido político.
Pareció factible en esos meses que el régimen de Fidel Castro, en razón de su aislamiento tras la transformación de los regímenes comunistas, de la catastrófica situación económica que parecía sin salida y el extremado padecimiento del pueblo cubano, accediese a comenzar a negociar algún tipo de transición política.
No sólo apostaba por ello el gobierno de González, que presidía ese semestre la Unión Europea, coincidían también en esos esfuerzos el papa Juan Pablo II, cuya diplomacia sentaba por entonces las bases de una visita a Cuba del pontífice, y el presidente Bill Clinton, empeñado en suavizar las condiciones del bloqueo, levantando las restricciones de viaje a la isla para misiones de tipo educativo, religioso y de derechos humanos ante la oposición de las mayorías republicanas en Congreso y Senado[9].
La repercusión en la prensa española de la exposición “Libros de España” y su programa de actos en La Habana, fue muy destacada y, en numerosas ocasiones, marcadamente polémica.
El diario conservador ABC comenzó la andanada el 29 de septiembre desde su suplemento cultural, dedicado por completo al evento. Un editorial titulado “Cuba: exigir la libertad” señalaba que “los escritores, profesores, críticos y artistas españoles desplazados hasta allí deben realizar una declaración expresa, concisa y rotunda en la que se exija la libertad de expresión para los cubanos y la libertad de los presos políticos”, advirtiendo que “los que disfrutan estos días en Cuba deben recordar que desde la atalaya de la libertad que es la España democrática les contemplamos con lupa en mano”[10].
Por su parte, la columna de opinión de ‘Juan Palomo’, a menudo reveladora de opiniones off the recordvertidas en los mentideros literarios madrileños, aludía con Schadenfreude a las caídas de última hora en la lista ministerial de viajeros a Cuba (Vázquez Montalbán), añadiendo sarcásticamente que “qué importa que se vayan a La Habana algunos de los que dicen ser y no son”[11].
Sin embargo, las páginas más opuestas fueron las que recogían las declaraciones al periódico efectuadas por el novelista cubano exiliado Guillermo Cabrera Infante.
Este arremetía contra el encuentro —“Toda esta mascarada forma parte de la política del Gobierno de González para mantener vivo al moribundo régimen de Castro. Es una versión felipista del Caso de M. Valdemar en que Edgar Allan Poe mantenía un cadáver vivo por medio de la hipnosis”—, contra la ausencia de la literatura del exilio y la participación de escritores cubanos “funcionarios del régimen” —aludiendo a Cintio Vitier—, o antiguos represaliados de nuevo en manos del sistema —nombra aquí a Antón Arrufat: “es él el que ha cambiado, no el régimen”.
Termina con un pistoletazo contra el presidente del gobierno español: “Todo es un montaje español, porque es el Gobierno, aun tullido como está, quien tiene que prestar sus muletas a Castro. Curiosamente, Felipe González es el último cómplice que le queda a Castro. Todos los otros (Carlos Andrés Pérez y Noriega están en la cárcel; Salinas está en fuga), han tenido que responder a la justicia. Sólo González sigue libre”[12].
Este comentario de doble sentido coincidía en el tiempo con la estrategia de desgaste de la prensa de oposición española durante ese final de legislatura en que, día sí y otro también, hacía responsable directo de los casos de corrupción política y económica al presidente del gobierno en portadas y grandes titulares.
La presión del ABC sobre la vertiente política de los eventos en La Habana fue, desde un principio, muy intensa. De la ministra de Cultura, Carmen Alborch, desplazada a la inauguración, se publicaron en días casi consecutivos fotos en la sección de Actualidad Gráfica con el idéntico pie “La opinión pública española, a la espera de una declaración de la ministra Alborch y sus acompañantes contra la dictadura castrista y a favor de la libertad de expresión en Cuba”, destacándose sus declaraciones acerca de que esperaba “un gesto” de Castro[13].
Durante un encuentro-cena política con Castro de siete horas y media de duración en el Palacio de la Revolución, Alborch le entregó una lista con los nombres de las presas políticas cubanas —“He entregado a Castro una lista con los nombres de las presas políticas de la isla. Son unas cuarenta y cinco. Su respuesta ha sido que la liberación de estas mujeres es difícil, pero que se iba a interesar por los casos. Me ha dicho que me fuera tranquila”[14].
Lo sibilino de la contestación de Castro fue muy comentado, comparándosele con Franco —“Fidel Castro, como Franco, ejerce de gallego, y de esas frases de doble sentido a las que no les falta la retranca y la múltiple interpretación”—[15] pero, ni que decir tiene que el gesto no se produjo entonces ni durante toda la duración del encuentro cultural con Cuba y la presidencia española de la UE.
La polémica siguió su curso con la intervención de uno de los pesos pesados de la literatura y la política latinoamericana, el novelista Mario Vargas Llosa, que el 8 de octubre publicó en el diario El País un artículo de opinión titulado “Vamos a La Habana” en que tras denunciar el encuentro como un balón de oxígeno para el desfalleciente y arrinconado gobierno de Castro, lo explicaba por la circunstancia de que todavía, para gran parte del gobierno, los intelectuales y los españoles en general, el régimen totalitario de Castro seguía siendo la romántica revolución de sus comienzos.
En su opinión, cualquier resistencia cultural, posible incluso en dictaduras autoritarias como las de Pinochet o Franco, era imposible en Cuba, al no existir un mercado libre o semilibre. Por todo ello, los homólogos cubanos con los que supuestamente iban a dialogar los escritores españoles no eran sino funcionarios escogidos por el régimen. Para Vargas Llosa, los verdaderos escritores independientes estaban “en el exilio, muertos, en la cárcel o viviendo a salto de mata”.
Finalizaba su artículo manifestando su desprecio por cínicos como aquel editor madrileño que había declarado días antes al ABC literario que iba a Cuba sólo por las mulatas, asimilando su comentario a la lacra del turismo sexual[16].
Una semana después, Guillermo Cabrera Infante volvía a la carga, esta vez desde El País, con un artículo de opinión dedicado a glosar las figuras de los hermanos Arcos —Gustavo, Luis y Sebastián—, que de héroes y partidarios de la Revolución, pasaron a ser sus opositores, pagando muy cara su disidencia. Consideraba su destino comparable al de los Atridas en la antigua tragedia griega, con la salvedad de que, en su caso, los Arcos fueron destrozados no por dioses implacables, sino por tiranos más implacables aun como Batista y Castro[17].
El de La Habana, fue el primer viaje internacional al que las instituciones culturales españolas de la democracia invitaban a Andrés Trapiello en casi veinte años de escritor[18]. “Es la primera vez que me han invitado a algo así. […] Uno se pregunta siempre, ¿por qué yo y no otro cualquiera? Pero desde el momento que lo llevan haciendo doce años con los demás, llega uno a cambiar el sentido de la pregunta: ¿Por qué a todos los demás sí y a mí no?” (394).
Debería participar en dos actos el mismo día: una lectura de sus poemas y una mesa redonda sobre el tema Viejos y nuevos caminos de la poesía, en compañía de los españoles Luis Alberto de Cuenca, Jenaro Talens y Antonio Martínez Sarrión, y los cubanos Cintio Vitier, Reina-María Rodríguez y Alberto Edel Morales.
Trapiello no estaba en la lista original de participantes confeccionada por la Dirección General del Libro y fue descartado en un par de ocasiones ante la oposición personal a su inclusión por parte del director general, Francisco Bobillo, con el que había tenido algún encontronazo anterior, pero a finales de julio llegó la contraorden, al parecer tras la caída del novelista Antonio Muñoz Molina: “Puedes ir a Cuba. Se ha caído Fulano del cartel y ya es tarde para sustituirlo” (396).
Significativamente, a lo largo de sus diarios, Trapiello se ha mostrado siempre como un activo denunciante de los favoritismos y exclusiones que usualmente caracterizan la intervención de las instituciones públicas en el mundo de la cultura, denominando a ese moderno Parnaso subvencionado con fondos públicos el “Club de las almendritas saladas” (394-95): “De modo que aunque es un asunto inmoral, por una vez diré que sí, y todos, vosotros, los demás, a los que nunca han llevado a ninguna parte, adiós, parto, vedme comiendo esta almendrita” (395)[19].
El diarista, a la altura del verano de 1995, constata con ironía cómo ya se va haciendo evidente a todo el mundillo de escritores subvencionados que el periodo socialista, estrenado en octubre de 1982, se encuentra en su ocaso, por lo que hay que comenzar a desligarse de éstos por lo que pudiera pasar: “El barco socialista se hunde y habrá que evitar en lo posible las turbulencias, los remolinos. Cualquier cosa antes que la acusación de pesebristas” (396)[20].
Curiosamente, dos de los viajeros a La Habana, el poeta Luis Alberto de Cuenca y el ensayista Luis Racionero ocuparían importantes cargos dentro del entramado cultural del gobierno del PP[21].
La narración del viaje en avión a Cuba en compañía de otros ocho o diez escritores, combina escenas de hilarante ironía (como el semi-motín que se organiza en primera clase al advertirles la azafata que no podían utilizar el cuarto de baño de gran clase, reservado únicamente a la ministra de Cultura, Carmen Alborch), con brochazos de un sarcasmo lacerante al dejar constancia el diarista de su sensación de intrusismo ante la frialdad con que es acogido por los viajeros de la primera división literaria.
Así, todavía en el aeropuerto madrileño, un eminente colega le saluda con un:
—Hombre, Mengano, ¿y tú qué haces aquí? […]
—Falló Fulano, que no quiso venir en el último momento, y me llamaron a mí —respondí con irreprochable modestia, en mi opinión. […] Se dio media vuelta y me dejó en compañía de mi equipaje, mucho más hospitalario. (399)
A todo lo largo del relato de su viaje a La Habana, el narrador protagonista se caracteriza como un solitario que huye la compañía de los otros escritores viajeros, su presunto grupo natural; un flâneur en la estela de Baudelaire y Benjamin que se lanza a pasear sin rumbo, a perderse, por la ciudad a la que ha llegado, a semejanza de lo acostumbrado en Madrid: “se acercaban a mí diversas gentes, muchachos, jóvenes, viejos, después de mirarme los zapatos. Quizá les extrañase verme solo, aunque les desconcertaba que caminase no de la manera que suelen hacerlo los turistas, con la cabeza hacia arriba […] sino con la vista al frente, como si alguien me estuviese esperando en alguna parte” (419).
Su simpatía de individualista la guarda para otros solitarios como él, personajes con los que siente una conexión inmediata y que le parece arrastran tras de sí la novela de su vida.
La Habana del viajero Trapiello, antimoderno militante en quien son habituales los alegatos contra la fealdad y la pérdida de carácter paisajístico y humano que la modernidad ha infligido en el campo y las ciudades españolas, es “con Venecia, la ciudad más hermosa del mundo, por lo que tiene de imprevisible. […] El comunismo y la pobreza llegó a ella en el justo momento, y evitó que el dinero la destruyera, como ha destruido tantas otras. La pobreza es la gran aliada de la belleza, como las higueras y las ortigas lo son de las ruinas” (390).
Pero este tipo de comentarios, más que manifestar una postura reaccionaria o el paternalismo de un europeo ante lo exótico pintoresco, es fruto de una verdadera nostalgia ante la conciencia de la destrucción imparable de un modo de vida a escala de lo humano efectuada en la mayor parte de Europa.
La Habana, asimismo, para el diarista, es una de esas ciudades constituidas en un verdadero mito literario, como lo pueden ser Roma, Venecia o París, por efecto de estar cimentadas en un rico sustrato de obras y destinos literarios: Dulce María Loynaz en su casa de El Vedado donde se hospedó Lorca, J. R. J. en la primera etapa de su exilio, Gastón Baquero y los poetas de Orígenes y, especialmente, la omnipresente figura de José Lezama Lima —cuyos Tratados de La Habana (1958) relee en el avión—, de la que el expolio y abandono sufrido por su casa-museo en el 162 de la calle Trocadero en el barrio de Centro Habana deviene en simbólico del cometido con todo un pueblo (475-77).
El escritor cubano Antón Arrufat, a quien Trapiello conocerá en la ceremonia de inauguración de la exposición bibliográfica, será el Virgilio que guiará al viajero-diarista por los nuevos círculos infernales de la ciudad de La Habana.
Se trata de otro solitario, del que desconfían unos y otros entre los escritores viajeros, semejantemente a como desconfían de Trapiello:
Ya sabe todo el mundo en nuestro hotel que quedo citado siempre con X, el escritor cubano, lo que me ahorra un gran número de citas con los colegas españoles. […] Según aseguran los pocos anticastristas españoles de nuestra expedición, se trata de un escritor oficial, del Régimen, y por esa razón han venido a prevenirme: no te fíes. […] Según los adictos, en cambio, lo consideran un hombre tibio, alguien que ya ha obtenido demasiadas ventajas del Régimen, sin contraprestaciones por su parte que justificaran el trato de favor del que sin duda disfruta. […] Quizá yo mismo sea un reaccionario consumado o demasiado tibio o ambas cosas al mismo tiempo. Es posible que piensen que quizá sea yo también gay. (437)
El diarista relata la historia del cubano (su depuración y reeducación política, su posterior rehabilitación por el régimen: “me han dejado por imposible, y yo escribo mis libros”), mientras Arrufat le sirve un humilde té en su casa de la calle Trocadero llena de escombros desde hacía dos años, tras acabarse el cemento para terminar las obras, entre libros precariamente apilados cogiendo polvo, donde “sólo una pequeña lámpara Tiffany, auténtica, en un rincón, recordaba con su luz de esmeralda y de ópalo que aquello algún día fue parte de la civilización” (463).[22]
En sus páginas, “actas de lo que ve” (452), el diarista ensarta toda una serie de viñetas y escenas inconexas de La Habana del periodo especial, piezas auténticas encontradas aquí y allá de un rompecabezas que ni se pretende ni sería posible completar[23].
El traslado de los escritores del aeropuerto al hotel en una lenta camionetilla, mientras un guía ministerial va presentando retóricamente los logros del gobierno socialista, al tiempo que el narrador fija su atención en cómo una cabra de las permitidas por Fidel a cada familia, tras devorar la hierba de una rotonda, se estaba comiendo los cables pelados de un semáforo, sienta ya las coordenadas de absurda realidad que sorprende al visitante en la Cuba socialista (402-07).
La esforzada lucha por el cotidiano salir adelante se apunta tanto en ese vendedor ambulante de libros que sale de su casa arrastrando su carricoche a las cuatro de la mañana para poner su puesto a las ocho en los soportales de la Plaza de Armas, como en la gobernanta del hotel que se lleva a casa la ropa sucia del escritor, que lava sin lavadora, ante la mala conciencia del viajero.
Todo ello en un ambiente de omnipresente dolarización: “No hay conversación en la que no aparezca el dinero. En ninguna parte se hablará tanto de dinero, de lo que cuestan las cosas, de dónde las dan más baratas, de cómo conseguirlas” (422)[24].
La incipiente actividad privada se retrata en su lograda descripción de la librería de viejo La Fijeza, entonces la única de la ciudad, cuyos precios se tasan de acuerdo con el catálogo de la sevillana Renacimiento (419-22)[25].
Estampa conseguidísima es la de la visita junto a su editor M. B. —Manuel Borrás, de Pre-Textos— al domicilio de la pareja de poetas del régimen, “decanos de la poesía cubana”, fácilmente identificables para el lector como Cintio Vitier y su mujer Fina García Marruz, supervivientes del grupo Orígenes: “Mientras hablaban M. B. y ellos dos, yo me dediqué a observar la casa. Viven pobrísimamente. Cualquier obrero en España vive hoy mejor que ellos. Cada cuarto de hora la mujer se tenía que levantar y comprobar si les habían dado por fin el agua, para recoger algo en la bañera y en los cubos, porque sólo puede acopiarla durante una hora al día. Como no esté uno atento, se queda sin agua hasta el día siguiente” (516-20)[26].
La imperturbabilidad de la revolución sobrevive, sin embargo, en la decoración de bares temáticos para turistas como Floridita:
Aquí se queda la clara montaña de transparencia de tu querida presencia, comandante Che Guevara… Era agradable tener así la Revolución, inocua para nosotros, como las ruinas de una vieja fábrica, en los altavoces de aquella musiquilla, bebiendo daiquirís, con dólares americanos en el bolsillo, con camaradas camareros que salen corriendo detrás de la barra cada vez que alguien hace chascar los dedos o enarbola un billete verde, apremiándole para que se cobre sus consumiciones, con una ciudad afuera, tanto más hermosa porque se había quedado detenida en 1959, esperándonos… […] Brindemos, y el tercer daiquirí entraba solo. Tres daiquirís, el sueldo de un mes de ese camarero. Camarero, tómese usted uno. Por la libertad, la conciencia, la transparencia y la presencia juntas. (438-39)
Pero, sin lugar a dudas, la más dura y reiterada denuncia llevada a cabo por el diarista es la del fenómeno de las jineteras, variante cubana del turismo sexual surgida en la intersección de la creciente importancia económica de las joint-ventures turísticas, la permisividad de un régimen necesitado de divisas y la desesperación personal y voluntad de salir adelante de muchas mujeres.
Así, el diarista nos presenta una ocasión de abuso sexual a una menor por parte de un turista alemán (409-10) o la escena de vulgaridad y prepotencia que contempla en el bar de un lujoso hotel, propiedad de una cadena española:
Al rato llegó un nutrido grupo de empresarios españoles, ocho o diez, de entre los treinta y cinco a los cincuenta años, acompañados cada uno de ellos por una muchacha del país, esculturales ellas y afásicas, porque no hablaban, no sonreían, no decían nada ni hacían nada que no fuese quedarse al lado cada una del suyo. Ellos parecían unos infelices, cohibidos, paletos, vulgares. Las habían obsequiado con unos bolsitos muy parecidos a los que utilizan las jineteras, sólo que en los suyos estaba escrito con letras alarmantes Bodegas El Toboso. Resultaba cómico, quizá sólo por el patetismo que encerraba la escena, verlas a todas ellas con aquel bolsito idéntico colgando del hombro, sus minifaldas escandalosas, su cara de aburrimiento cuando no de impaciencia, aguantando a aquellos animales que llegaban ya bastante borrachos y que aún estaban en esa fase en la que pueden prescindir de las mujeres y dedicarse a contarse chistes de hombres, o sea, de mujeres, e historias que sólo les incumben a ellos, historias privadas de un país que se encuentra a miles de kilómetros de distancia (434-35)[27].
Su mayor indignación la reserva, no obstante, al registrar en el diario episodios de abuso sexual y vanidosa e insultante ostentación machista, protagonizados por un trío de miembros de la expedición literaria:
—Ayer no tuve más remedio que subirme a una mulata de cincuenta dólares al hotel.
[…] Por un momento parecía que estuviésemos en un casino español, hacia 1920 o hacia 1942: mujeres y dinero, conversación predilecta. […] Lo contaba delante de tanta gente que sólo cabía suponer que si así lo hacía era porque deseaba que se supiese y lo propalasen las generaciones futuras. (411-12).
Si en este primer caso, el retratado se esboza como hombre de una cultura de derechas, en una segunda ocasión denuncia el fondo machista de unos hombres de izquierda:
Y no es la doble moral, el hecho de que estén casados, de que se consideren socialistas y partidarios de los cien años de honradez (Pablo Iglesias, ¿dónde estás?), de que no hayan dejado de proclamar a los cuatro vientos que este régimen es también cojonudo, como las mulatas. No. A ninguno de los dos se les ha pasado por la cabeza que no se han acostado con una mulata, sino con la miseria (469-71).
Aunque el diarista no nombra a los protagonistas de estas escenas, los retrata de modo que es posible, aunque no inequívoca, su identificación.
El diarista es un hombre con opiniones. Una de estas es su asimilación del régimen cubano de 1995 con el franquista de los años 60, semejantes ambos en su indiferencia frente a los deseos y necesidades de sus ciudadanos, en lo vacuo de su retórica política y en su culto al dictador.
Curiosamente, siempre que aparece un televisor encendido a lo largo de estas páginas, menciona que “¡… otra vez la entrada de Fidel en La Habana! Ese hombre lleva entrando en La Habana cuarenta años. Se pasan el día metiéndole en La Habana encima de un carro de combate. Es la manera de recordarles que también se lo han metido en sus casas y en sus vidas” (466 y 440).
Otra, es su certidumbre de que “no tiene uno derecho a decir nada, marchándose como nos marcharemos dentro de unos días. Eran odiosos aquellos extranjeros que venían a España principios de los setenta, y nos decían lo que teníamos que hacer y no hacer para acabar con Franco, en unos años en los que la frase preferida de todos era, como aquí, esto ya no puede durar mucho” (448).
Ante la evidencia de la realidad cubana del año 95, el diarista registra las diferentes reacciones y actitudes entre sus acompañantes españoles de izquierdas. Están en primer lugar los desengañados, añorantes del idealismo de su juventud. Anota, en este sentido, la desilusión del “novelista X”, que:
aseguraba que ya había visto todo lo que tenía que ver. No pedía otra cosa que volverse cuanto antes al hotel, a comer. La constatación de la realidad le fastidiaba de una manera patente, pero aseguraba a cada paso que no se arrepentía de ninguna de las ideas que le habían llevado a apoyar en su día al comunismo de Castro. Más que con el presente, estaba a tortas con su pasado, en un intento desesperado de conciliar ambos. Daba la impresión de que se había tomado aquel asunto como algo personal, culpándose de que las cosas hubieran salido tan mal (439).
El retratado en este camafeo no es otro que el novelista barcelonés Juan Marsé, que viajó a Cuba en el año 1967 y en 1971 fue uno de los firmantes europeos de la carta a Castro tras la detención de Heberto Padilla.
Algunos de estos añorantes, prefieren no enfrentarse siquiera a la realidad, como el sesentaiochista que “ayer mismo […] nos confesaba en el hotel que la entrada de Fidel en La Habana había sido determinante para su generación. ¿Qué generación? ¿Cuántos? Y sin embargo no quería salir del hotel para no deprimirse viendo en qué se ha convertido todo” (489)[28].
Los recalcitrantes partidarios de la Revolución entre los expedicionarios, los que “cuando hablaban de Fidel Castro, lo llamaban El Comandante” (397), son ya pocos y el diálogo de Trapiello con éstos es de sordos y en ocasiones violento, como es el caso de la emblemática escena del encuentro en Floridita hacia el final de la estancia, en que a su comentario “¿Qué, os vais convenciendo de que Cuba es el país más cojonudo que existe?”, responde el protagonista: “Sí, si no fuera por las ratas muertas que hay en la calle”.
Continúa: “Cuando habíamos subido M. B. y yo por la calle del Obispo habíamos visto tres, como papeles secos ya, una en mitad de la calle, otra junto a la boca de una alcantarilla y otra un poco más allá, donde jugaban unos niños a la pelota.” Le dicen: “Eso es mentira”, tras de lo cual el grupo sale a la calle y se cuentan las ratas: una, dos y tres. Increpándosele a continuación al protagonista: “Joder, Fulano, ¡tú sólo ves ratas! […] Pues yo llevo viniendo aquí desde el año 82, no, 84, no, 82, y no he visto nunca una rata. Desde el año 84, no, 82, y jamás, en fin, las jodidas ratas…” (509-11)[29].
El único suceso que rompió la normalidad con la que iba transcurriendo el encuentro cultural hispano-cubano fue la eliminación a última hora de la conferencia que el profesor Antonio Fernández Ferrer iba a pronunciar con el título Gastón Baquero cabe en la azucarera.
Parece ser que la exigencia cubana de eliminar del programa este acto dedicado al poeta de Orígenes, exiliado en Madrid desde 1960, fue aceptada sin resistencia por el ministerio de Cultura de España, lo que fue muy criticado por el ABC, y provocó que Trapiello y Cuenca aprovechasen su intervención en la mesa redonda en el Capitolio sobre Nuevos caminos de la poesía para hacer un recuerdo de sus versos y su figura.
El primero puntualizó que:
habría preferido que este lugar se utilizara para lo que fue creado, o sea, hacer política, y a uno le habría gustado que a los poetas nos hubieran llevado a otro donde hubiese un poco más de silencio o que invitase a él, y […] un régimen que mete a los poetas en el lugar donde se debería hacer la política y lleva la política a dónde sólo tenía que haber poesía, es un régimen pervertido (486-87)[30].
Regresada la expedición de escritores a España, tras casi tres semanas de estancia en La Habana, se involucró Trapiello en la polémica que contemporáneamente al viaje había tenido lugar en la prensa, contestando a Cabrera Infante y a Vargas Llosa con un artículo, publicado en El País[31].
Este elocuente artículo se presenta en primer lugar como una síntesis de las diferentes cuestiones reelaboradas en el diario: la desesperada situación del pueblo cubano, la lacra del turismo sexual, la denuncia del régimen de Castro, asimilado al franquismo.
“Creer que cincuenta escritores pueden apuntalar una ruina como aquella es pura demagogia, o una voluta de la fantasía”. Declara que junto a los desengañados a su pesar y los aún partidarios del régimen, “hubo también en esa comitiva quienes llegaron a La Habana con el propósito de poner su pequeña verdad, honesta y sentimental, a favor de los más desfavorecidos, que fueron para ver al pueblo cubano, y no a sus gobernantes. Nada más. Y volverse. Hablar con unos y con otros, con la gente de la calle, decir la pequeña verdad en cuanto lugar público pusieren a su alcance, y salir de allí, antes de morir de asfixia”.
Trapiello contesta a los que afirman que “no quedan escritores independientes en la isla”, presentando la figura de Antón Arrufat, escritor del exilio interior cuya obra surge en el espacio de la calle Trocadero en Centro Habana, el mismo de Lezama, en cuyas azoteas se fabricaron las balsas de los huidos de Cuba el año anterior: “en medio de tanta soledad y tristeza, admira encontrar páginas tan hermosas donde alguien secretamente nos habla de la belleza de los cocuyos [luciérnagas] en las noches de estío o de los viejos carruajes de La Habana o de la palabra de todos aquellos, Lezama o Piñera, que se quedaron en una ciudad que era más que su propia vida”.
Acaba su artículo con una estocada contra Vargas y Cabrera:
Los países y las reconciliaciones hay que hacerlos con todo el mundo. Hay que desconfiar de los que hablan de política y fuman puros al mismo tiempo. Sean de un lado o de otro. Por otra parte, tiene uno la sensación de que los que fuman puros y hablan de política al mismo tiempo suelen ser siempre de un mismo bando. Si hay algo tanto o más cargante que un profesional de la revolución es un profesional de la contrarrevolución. A un escritor, de aquí o de allá, le quedan siempre las pequeñas cosas. Aunque la ciudad se venga abajo y un dictador demente crea que a él también le queda algo por aniquilar.
En las páginas de su relato de viaje, el diarista no ha olvidado incluir alguna de esas pequeñas cosas, testimonio para él de la corriente imparable de la vida y la cultura a pesar de la dictadura castrista.
Son esas instantáneas halladas por sorpresa en su flaneo, que el diarista engasta dentro de su relato cuando y donde las encuentra —un grupo de niños pequeños, con el atuendo de los pioneros, de paseo con su maestro, cogidos todos de la mano (417); el ensayo de una obra de Beethoven por una orquesta en un viejo casino en Matanzas, escuchado a través de los ventanales abiertos (500-01); la figura del pianista ciego Frank Domingo, que conoció a Lorca y a Lecuona, en el salón-cantante del hotel Meliá (432-34); la belleza afirmativa e indoblegable de la resistente Carilda Oliver (503-07)—, con las que “era sencillo trascordar que estábamos en Cuba y comprender que aquí, pese a todo, la vida tampoco se ha interrumpido. Y que se podría sobrevivir. Incluso vivir” (417)[32].
En Andrés Trapiello, comprometido con el lector a publicar anualmente un nuevo volumen —se anuncia para las próximas semanas la aparición de la entrega decimocuarta del Salón de pasos perdidos: La cosa en sí—, el diario ya no es un texto para uso y servicio del que lo escribe, y difusión generalmente póstuma tras una transcripción en bruto.
La originalidad de su obra surge del refinamiento y la buscada abstracción de lo referencial, conseguida mediante la difuminación de las coordenadas temporales generalmente muy marcadas en dicho género, la creación de un narrador que con su carácter y el tono de su voz dota de unidad a toda la longitud del texto, y su característica ocultación y disfrazamiento de la identidad real de un gran número de personajes mencionados.
No en vano, Trapiello ha subtitulado el conjunto de su obra diarística como “novela en marcha”. Es posible que, en un futuro, mediante la consulta de los manuscritos, sea posible determinar la transformación llevada a cabo entre los apuntes diarísticos surgidos en la inmediatez de los hechos y el producto final publicado cinco años después.
Nuestro propósito, al considerar la unidad que dentro de Do fuir representa la narración de su viaje a Cuba, ha sido revelar el contexto referencial de un episodio del moderno ‘club de las almendritas saladas’ o ‘club de los escritores subvencionados’ de la España democrática, motivo siempre tangente en la narración de los entretelones de la vida profesional del escritor que es Trapiello.
El encuentro cultural hispano-cubano del año 1995, sufragado por el Ministerio de Cultura de España, del que formaron parte la exposición Libros de España y la presencia de una representación —escogida— de nuestros escritores, fue un comodín táctico dentro de la estrategia de la política exterior española del gobierno González, encaminada en este caso a facilitar una transición negociada del régimen cubano de Castro.
Este episodio no debería pasar desapercibido cuando se aborde el necesario estudio general de las diferentes operaciones culturales generadas por los gobiernos de la Transición y la democracia española.
El desvelamiento de la polémica que rodeó a esta expedición literaria a Cuba en los meses finales del último gobierno González, su aprovechamiento en el enfrentamiento político y mediático, sugieren también el interés que tendría investigar la historia de la cambiante recepción de la revolución cubana y el castrismo por parte de los intelectuales y los escritores españoles de izquierda, y su funcionalidad en la vida intelectual española.
Testimonios como el de Trapiello, no dejarán de ser tenidos en cuenta.
Notas:
[1] Destacaría aquí, en este sentido, títulos como Las tradiciones (Granada: Comares, 1991), bajo el que ha recopilado su obra poética, sus ensayos Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (Barcelona: Planeta, 1994) y Los nietos del Cid: la nueva Edad de Oro (Barcelona: Planeta, 1997), sus novelas El buque fantasma (Barcelona: Plaza & Janés, 1992) y Días y noches (Madrid: Espasa-Calpe, 2000), su ‘relato real’ La noche de los cuatro caminos: una historia del maquis (Madrid: Aguilar, 2001) y su labor como editor en los primeros ochenta, en que publicó bajo el sello independiente de Trieste, dentro de una misma ‘Biblioteca de Autores Españoles’, a escritores entonces raros y olvidados como Sánchez Mazas, Ruano, Solana, Gómez de la Serna y Gaya, junto a contemporáneos como Puértolas, Martínez Sarrión, Martín Gaite y M.-V. Atencia.
[2] En efecto, si El gato encerrado (Valencia: Pre-Textos, 1990), primera salida del diario, llegaba a las 198 páginas, su última entrega, El jardín de la pólvora (Valencia: Pre-Textos, 2005), alcanza las 789.
[3] ‘No sé yo cuánto tiempo seguirá Trapiello en este empeño de índole inacabable […] Lo que ya es seguro es que los diarios de Andrés Trapiello figuran entre las obras definitivas de la literatura de los últimos veinticinco años españoles’ (José-Carlos Mainer, ‘Mirar es comprender [para unos diarios]’, en Tramas, libros, nombres. Para entender la literatura española, 1944- 2000 [Barcelona: Anagrama, 2005], 248-54 [p. 254]).
[4] Véase al respecto su prólogo a El jardín de la pólvora, 11-17.
[5] Andrés Trapiello, Do fuir (Valencia: Pre-Textos, 2000), 389-524. Las referencias subsiguientes se indicarán en el texto.
[6] La lista de los libros y revistas expuestos puede consultarse en un disquete rotulado ‘Libros de España. Bibliografía’ que acompaña a la publicación Exposición ‘Libros de España’. Centro Capitolio de La Habana del 28 de septiembre al 15 de octubre de 1995 (Madrid: Ministerio de Cultura de España, 1995).
[7] Se trata del tríptico ‘Libros de España’, con depósito legal M-26703-1995.
[8] Véanse Carmelo Mesa-Lago, ‘La crisis del socialismo real en Cuba: situación económica actual y perspectivas’, Revista de Occidente, 131 (1992), 101-21 y Miren Uriarte, ‘Social Policy Responses to Cuba’s Economic Crisis of the 1990s’, Cuban Studies, 35 (2004), 105-36.
[9] Pueden verse, entre otros, los artículos de T. Szulc, ‘Plan del Papa para lograr un cambio pacífico en Cuba’, El País, 29 de septiembre de 1995, pp. 2-3; A. Caño, ‘Clinton levanta algunas sanciones a Cuba para promover ‘‘el libre flujo de ideas’’ con EEUU’, El País, 7 de octubre de 1995, p. 3, y J. M. Calvo, ‘El Senado norteamericano aprueba el reforzamiento del embargo sobre Cuba’, El País, 20 de octubre de 1995, p. 7.
[10] ‘Cuba: exigir la libertad’, ABC Literario, 29 de septiembre de 1995, p. 4.
[11] ‘Octubre, octubre’, en la columna ‘La papelera’, ABC Literario, 29 de septiembre de 1995, p. 6. Esta columna estaba firmada por ‘Juan Palomo’, pseudónimo colectivo de distintos colaboradores del suplemento, especialmente utilizado por la periodista Blanca Berasátegui.
[12] ‘La Habana, al son de España’, ABC Literario, 29 de septiembre de 1995, pp. 17-18. A continuación, en una ‘Carta abierta a los escritores españoles’, ABC Literario, 29 de septiembre de 1995, p. 19, la escritora cubana María Elena Cruz-Varela hacía hincapié en la dolorosa amputación de la literatura de los exiliados de la memoria cultural de la isla.
[13] S. Castelo, ‘Alborch dice en Cuba que espera ‘‘un gesto’’ de Castro’, ABC, 30 de septiembre de 1995, sección ‘Cultura’, p. 48. Las fotos de la ministra se difundieron en los ABC de 30 de septiembre de 1995 y 2 de octubre de 1995, sección ‘Actualidad gráfica’, pp. 10 y 9, respectivamente.
[14] A. García, ‘Castro asegura a Alborch que se interesará por las presas políticas cubanas’, El País, 2 de octubre de 1995, sección ‘La Cultura’, p. 37.
[15] S. Castelo, ‘Alborch pide a Castro la liberación de medio centenar de presas políticas’, ABC, 2 de octubre de 1995, sección ‘Nacional’, p. 25.
[16] M. Vargas Llosa, ‘Vamos a La Habana’, El País, 8 de octubre de 1995, sección ‘Opinión’, pp. 13-14. La afirmación del editor y librero madrileño, participante en una mesa redonda, la comenta G. Cabrera Infante dentro de sus declaraciones contenidas en ‘La Habana, al son de España’, ABC Literario, 29 de septiembre de 1995, p. 18. Una carta al director de El País, titulada ‘Las mulatas cubanas’ y firmada por C. Cabrera —no es el novelista—, ruega ‘coherencia a los simpatizantes del castrismo por vía genital. Si os atracáis de sexo barato en La Habana, no vengáis luego a emborronar los periódicos y revistas con las desventuras del sufrido pueblo cubano por culpa del feroz bloqueo’, El País, 16 de octubre de 1995, p. 13.
[17] G. Cabrera Infante, ‘Los Arcos’, El País, 15 de octubre de 1995, sección ‘Opinión’, pp. 13-14.
[18] El jardín de la pólvora, 430-515, último tomo de los diarios publicado hasta la fecha, contiene la narración de un viaje a Buenos Aires y Montevideo, efectuado en 1999 a invitación del Instituto de Cooperación Iberoamericana, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores español.
[19] Es verdad que, en otras ocasiones, esta denominación también la aplica a aquel grupo de escritores de la primera división de las letras, que vive la vida literaria en el pleno disfrute de todas las ventajas sociales y mediáticas que proporciona el moderno marketing editorial, así por ejemplo en el volumen de su diario Las cosas más extrañas (Valencia: Pre-Textos, 1997), 133-34, en que narra la sobremesa de la presentación de su novela El buque fantasma.
[20] La campaña de Trapiello contra el dirigismo de la vida cultural por el estado, continúa tras la victoria del Partido Popular en marzo de 1996. Son hilarantes las páginas de su diario en que relata una reunión en La Moncloa con el vicepresidente del Gobierno Álvarez Cascos a fin de organizar una exposición de pintura bajo el título ‘Rastro del 98 en la pintura española’, en el año del centenario de la generación del 98; vid. Andrés Trapiello, El fanal hialino (Valencia: Pre-Textos, 2002), 152-61.
[21] Luis Alberto de Cuenca ejerció la dirección de la Biblioteca Nacional entre junio de 1996 y mayo de 2000, en que fue nombrado secretario de estado de Cultura. Luis Racionero sustituyó a Jon Juaristi en abril de 2001 como director de dicha Biblioteca, cargo en que se mantuvo hasta mayo de 2004, tras el triunfo del PSOE en las elecciones del 14 de marzo, en que se encomendó la dirección a Rosa Regás.
[22] La historia de Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 1935), se refiere en 461-64. Trapiello prologó posteriormente su antología de prosas De las pequeñas cosas (Valencia: Pre-Textos, 1997), libro con el que el escritor cubano se dio a conocer en España. En El fanal hialino, 452- 53, alude a las envidias que provocó su patrocinio del cubano.
[23] ‘Temen que levante uno demasiadas actas de lo que ve, y dé testimonio de ello. Aquí, de momento, sólo puede uno ser testigo’ (452).
[24] El apunte del librero ambulante, en 419-20; el de la gobernanta del hotel, en 436-37.
[25] El nombre La Fijeza corresponde al de un poemario de Lezama Lima de 1949.
[26] Para la trayectoria de Vitier en su cambiante relación con el poder político en Cuba, véase Rafael Rojas, Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (Barcelona: Anagrama, 2006), 228-43.
[27] Semejantemente, el poeta Luis Antonio de Villena, en el relato del viaje que efectuó a La Habana en mayo de 1993, al reflejar un contacto humano con unas jóvenes jineteras, denuncia la hipocresía y el puritanismo del régimen castrista: ‘Jamás he visto mayor desdén por la política. Mayor desdén tácito por el castrismo: una chica negra quería ser golfa, decente y feliz —todo al tiempo— y no podía. Estaba indignada. Era una hija del coraje hacia la libertad. Era anticastrista —muda— por amor al chachachá. O simplemente porque libertad es, así de simple, poder vivir. Poder salir, poder ligar, poder pasárselo bien sin miedo a la represión. Sin sabuesas ascensoristas. ¡Cómo deseé que aquella guapa negra, con labios rojos, fuera —como merecía— libre y feliz!’ (Luis Antonio de Villena, ‘Precisiones y recuerdos —crítica y elogio— de mi viaje a La Habana’, Encuentro de la Cultura Cubana, 10 [1998], 19-30 [p. 24]).
[28] Parece ser que se trata del poeta Antonio Martínez Sarrión, que refleja sus impresiones del viaje a Cuba en Esquirlas: dietario 1993- 1999(Madrid: Alfaguara, 2000), 109-20.
[29] Quizá se esté aludiendo aquí, con la mención de 1982, a un tipo de intelectual español de castrismo más reciente y ligado a los privilegios que la victoria socialista del 28 de octubre de 1982 pudo repartir entre los hombres de la cultura asociados con el PSOE.
[30] El título de la conferencia del profesor Fernández Ferrer jugaba con el de la conocida canción protesta ‘La política no cabe en la azucarera’ del cantante de la novísima trova cubana Carlos Varela (nacido en 1963), incluida en su álbum Como los peces (1995). Las reacciones a la prohibición del acto en el ABC son la columna ‘En la azucarera’, firmada por J. Palomo —‘Menos mal que Andrés Trapiello y Luis Alberto de Cuenca, chapó, chapó, comenzaron su recital poético con versos de Baquero en lugar de versos suyos, mientras la ministra, sonriente y de fiesta en fiesta hacíase tirar los caracoles por un santero a ver qué le depara su inseguro futuro inmediato’ (ABC Literario, 6 de octubre de 1995, p. 6), y la tribuna abierta de J.-J. Armas Marcelo, ‘La Habana paladar. III’ (ABC, 13 de octubre de 1995, p. 34). El episodio completo de su intervención en el Capitolio se narra en 485-91.
[31] Andrés Trapiello, ‘De las pequeñas cosas’, El País, 20 de octubre de 1995, sección ‘Tribuna’, pp. 13-14. Curiosamente, Luis Antonio de Villena cierra la narración de su viaje transcribiendo el párrafo inicial de este artículo de prensa del diarista.
[32] La única salida de La Habana efectuada por la expedición de escritores durante las casi tres semanas de su estancia, fue una excursión de un día a Matanzas, donde asistieron a un recital de poemas de la poetisa Carilda Oliver Labra (Matanzas, 1922).
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