Barato me liquido

Una mulata delgada y joven, brava cabellera negra; la chica, confundida entre quienes aguardan por la hora de entrada al teatro, de súbito muestra una sonrisa en cuarto creciente y se presenta e invita a los espectadores. Ella forma parte del elenco de actores. Es la nueva entrega de El Ciervo Encantado: ¡¡¡Guan melón!!! ¡¡Tu melón!! Yindra es el nombre gritado por esta chica, personaje interpretado por Yindra Regüeifero en calidad de artista invitada, ante el umbral de la sala. Además, le espeta al público su condición de estudiante de la Facultad de Teatro de la Escuela Nacional de Arte. Viniendo de El Ciervo Encantado, o de la cabeza de Nelda Castillo, ese parlamento no es puro adorno.

Una vez en la sala, al centro del escenario se verá una cubeta-islote con dos buscavidas sobrevivientes o “sobremurientes” de una suerte de naufragio. Se les ve armados hasta los dientes, vestidos de campaña; detrás, un faro. La torre de luz para guiar/atraer la nao confortable con los viajeros. El terreno ha quedado listo para la llegada de los cruceros.

Es un team de asalto formado por dos personajillos, que no homúnculos, entrenados para lo suyo. Cargan instrumentos musicales y esas son sus armas. Muy simples. Para defenderse. Para vivir. Y van vestidos con indumentaria llamativa con el único fin de “matar”, “matar jugada”, o atraer la atención de los turistas de paso por La Siempre Fiel Isla de Cuba. El de talla alta y magras carnes, llevado a escena por la artista visual e invitada Olivia Rodríguez, se sitúa en el territorio de la duda: ¿un travesti?; lo suyo es hacer “la pala” o la segunda en el negocio y la música, a pesar de su voz en extremo grave y las ropas para féminas. El personajillo corto de extremidades y envuelto en carnes sí representa a una mujer; interpretado por la actriz Mariela Brito es a la sazón “voz líder” del “curralo” y del dúo.

¿Hay en estos personajes un link al escabroso asunto de Género y Diversidad Sexual? Pensemos que no y sigamos; al menos no creo que el hipervínculo contemple un propósito crítico, de análisis, sino que la inclusión del mismo es la certeza de que en un mundo mejor, o peor, todo es posible. Tod@s somos candidatos en tanto protagonistas o actores sociales secundarios.

No pocos turistas arriban dispuestos a descubrir al buen salvaje en su entorno natural: el paraíso —paraíso en estática milagrosa; hablo aquí, por supuesto, de la masa arquitectónica de la ciudad, del país. Esos hombres y mujeres, de paso por el país, no escatiman en regalarse un aluvión de rayos UVA bajo este sol del mundo moral en una tumbona o en caravanas de viejos autos americanos convertidos en convertibles clásicos —pobreza de lenguaje, sí, para ajustarse a la realidad, o al reality show, porque de eso se trata. Combinan daiquirís con viejos números musicales puestos en circulación a finales del siglo XX por Juan de Marcos González, Ry Cooder y Win Wenders con el Buena Vista Social Club.

Hablamos de color local. Disculpen: del falso color local. Porque tabaco, ron, clases de baile, chocolate traído del lejano oriente cubano, la sonrisa y el cuerpo fibroso de la mulatica Yindra enfundado en un aparatoso traje de carnaval, y la música tradicional ejecutada en serie y no en serio por el estrafalario dúo, no son más que colores primarios de una estampa en cuyo interior subyace un entramado cultural, social y económico complejo. Colores primarios, muy subidos de tono, de una estampita nacional. ¡¡Guan melón!!! ¡¡Tu melón!! se apropia de la carrera de resistencia o triatlón que es la vida en Cuba para hablar de los tonos de la vida en nuestro paisito.

Vender. Se trata de vender, de atrapar una horda de neófitos, de engatusar a viajeros cuya filosofía al parecer es similar a la de la mosca de la fruta. Las agencias de turismo han incorporado “lo cubano” en la poesía de la venta del producto Cuba; para ilustrarlo, este fragmento del programa de mano, a su vez tomado del sitio web autenticacuba.com: “Desde la forma de vestir, bailar, crear, el habla y hasta de llevar la vida, el cubano es muy peculiar. Siempre tiene el chiste de ocasión o la sonrisa sedante, incluso hasta en los momentos de mayor tensión. Apasionado, responsable, sociable, trabajador, amante de los deportes, de la música, bailador, apegado a sus tradiciones. Del cubano se ha dicho que es único e irrepetible”.

Quienes no forman parte del Ministerio del Turismo, pero cuya fuente de ingresos proviene de la llamada Industria del Ocio, no olvidan que “Cuba es hechizo en madrugadas de rocío y calor en las venas en noches de amor. Es café, ron, tabaco, baile, jugar al béisbol”. Esos dos homúnculos —que no personajillos— al interior del recipiente-islote, lo saben. Al igual que Yindra; la mulatica fibrosa tal parece decirnos: “Barato me liquido”.

Para muchos, se trata de vender o venderse a precio de liquidación. En ese contexto están cifradas sus esperanzas. Si agitar maracas y desafinar, disfrazados, sirve para sobrevivir o “sobremorir”, con igual fin la mulatica brinda sus saberes adquiridos en uno de los tantos programas ejecutados por la Revolución a lo estrecho y largo de La República toda: islas, cayos, ciénagas, sierras, islotes.

Desde el empirismo o la academia, la puesta en marcha de un sistema para amortiguar la sucesión de los días. A como dé lugar.

Aunque Cuba sea, según estadísticas, noticiarios y periódicos nacionales, un país para viejos, al parecer no es país para gente triste. La tristeza no tiene lugar aquí, ese parece ser el eslogan traducido en la sonrisa de la mulatica estatua viviente-profesora de baile-vendedora de típicos productos cubanos-guía turística. Tomando en cuenta la manera con la que los miembros de El Ciervo otorgan orden y sentido a sus obras, porque para sus textos llevados a escena lo aprovechan todo, ¿acaso esas múltiples profesiones realizadas por una sola persona son parte de la experiencia de vida de algún actor, en este caso experiencia de vida de Yindra? Digamos sí a manera de respuesta, aunque como certeza tenga solo una corazonada. Por cierto, la tristeza tampoco tiene lugar en la música de quienes en la obra amenizan el paso de los turistas.

¡¡Guan melón!!! ¡¡Tu melón!! enmarca un contexto en el cual no son pocos los actores sociales, y donde marginales y marginados también se cuentan por legión. Muchos van a lo suyo a su cuenta y riesgo, detalle evidenciado en la obra con solo un alarido: “¡Agua…!”. Ese grito avanza por los meandros de la economía formal e informal cual pólvora encendida. Se trata de estar a la viva. Como suricatas. Regar la voz cuando aparezca el peligro, enrocarse antes de la llegada de inspectores o policías y hacerse pasar por otro. Entre pillos anda el juego. Porque al final del día el “melón” debe estar en el bolsillo para “derretirlo” según mande la necesidad, la carestía y las ganas del cuerpo.

Si bien esta puesta en escena queda a la zaga de Triunfadela —porque en Triunfadela se concreta el performance de funcionarios, políticos y afiliados a organizaciones políticas y de masas desde una suerte de “neolengua”, balbuceo o discurso vacío, o vaciado de significados, que, paradójicamente, establece un diálogo expedito con el público, un delirante diálogo que revela cinismo, hipocresía, prepotencia, ineptitud, ineficiencia, incluso ingenuidad, típicos no solo de nuestro diario acontecer en tanto país, en tanto sociedad, en nuestro devenir político; por cierto, tampoco puede pasarse por alto el environment y el vestuario en Triunfadela—, si bien esta puesta en escena queda a la zaga de Triunfadela, no puede obviarse que en ¡¡Guan melón!!! ¡¡Tu melón!! se ejecuta un discurso con características similares, pero solo le habla directamente a nuestra realidad.

Puesto casi en el final, varias interrogantes vuelven a mi cabeza una y otra vez. Si no pocos estudiantes en medio mundo tienen que compartir jornadas de estudios con otras faenas para agenciarse algunos ingresos, si en El Caribe, por ejemplo, para el turismo se explota “lo auténtico”, “lo local”, ¿qué vuelve significativo el tema de esta obra, o a la obra toda?

Un amigo cubano que reside hace más de diez años fuera de Cuba, tras ver la puesta, me dijo que no vio en la obra la gran pregunta filosófica. Supongo que buscaba el detalle significativo espetado al público desde un parlamento o escena más o menos solemne para evidenciar un conflicto personal, nacional o de alcance todavía mayor.

¿Por qué es significativa la obra? Porque se trata de Cuba post 1959, porque de la épica de un relato de sacrificios el grupo de teatro no apostó por héroes y tumbas, sino por tres tristes tigres trepanando turistas, es decir: intentando saquear sus billeteras. Porque desde el absurdo, desde la caricatura, esa caricatura de país vendido por las agencias de viaje, de la caricatura de país narrado por buscavidas, se proyectan o representan los malabares de una población no empoderada ya sean profesionales o no, jóvenes o adultos de la tercera edad, dispuesta en no pocos casos a lo que fuere. Porque se intenta buscar una respuesta o preguntas en un contrarrelato, en cuanto subyace bajo todo eslogan o campaña turística o, incluso, ideológica.

Ya que hablo de modos particulares de enunciar, aprovecharé otro eslogan: “Hacer más con menos”. Pienso en la posibilidad de perforar el tejido social con un instrumento bien absurdo, aparentemente impráctico: la chinche arrancada de un viejo mural, o el clavo recuperado tras arrancarlo de una puerta de pino careada por el comején, al instrumental de sala de cirugías y la anestesia. Encajar, horadar y arrancar. La biopsia que propicie el diagnóstico certero.

El eslogan anterior encierra una estrategia: quitarse de arriba el peso de cualquier ideario en el instante de traducirlo a parlamentos o intervenciones cuando la intención no es otra que asomarse a eso llamado Realidad, y, desde el aparente falso color local, poner en matices fragmentos de la vida de casi todos nosotros. Desde lo hilarante o patético, según se quiera, desde la total ecuanimidad, más que solemnidad, si se trabaja con íconos o símbolos del santoral religioso o patrio, desde el absurdo total. El empaque es otro asunto. Un asunto de astucias. Sí, de astucias. Los de El Ciervo Encantado lo saben. Ser ladino: ejecutar, en este caso, la escritura y puesta en escena de una obra tal cual se filtra un gol en la cancha contraria.