¿Sigo siendo un disidente cubano?

El pasado 30 de abril un grupo de cubanos se reunieron en la calle Obispo, en el parque de Sancho Panza, para reclamar el respeto de los derechos humanos en Cuba. Fue un acto en solidaridad con el artista Luis Manuel Otero Alcántara, quien se encontraba en huelga de hambre, demandando sus derechos y denunciando la opresión por parte del gobierno cubano.

Ese día rompí en llanto. Desde la lejanía una vez más, una vez más ese llanto de desolación, de tristeza profunda por ver otra lucha, como la que fue mía, siendo atropellada por aquellos que, para mí, son tiranos. Lloré también por ese pueblo semiinmóvil, que se agitaba al ver la injusticia de la policía uniformada, pero que no intervenía frente a la policía de civil. 

Yo conozco todos esos sentires. Fui pueblo, fui juventud, fui disidencia y viví bajo un trauma tal, que hoy puedo ponerme en la piel de cualquiera de esos “oficiales operativos” y de sus víctimas.

De mi experiencia han pasado más de diez años; sin embargo, ni un bando ni otro han cambiado. O tal vez sí: se han desarrollado y ramificado con diferentes herramientas, soportes y procederes, a partir de una misma base que se regenera una y otra vez, pero que no les permite, ni a un bando ni a otro, ganar la pelea del destino del archipiélago cubano. 

Luego de analizar algunos de los archivos de ese día, me sentí bien inconforme. Una vez más la Revolución tomaba el control de la situación, a solo segundos de perderlo por completo. Ese sentimiento de inconformidad no me era ajeno, lo sentí desde el primer día de mi “disentir”, hace más de diez años: la Revolución tenía, de nuevo, el control. 

¿Cómo salir entonces de ese impasse? ¿Cómo ganar la batalla de la libertad? ¿Cuál es el plan? ¿Qué nivel de pertenencia tiene uno con su pueblo, con su país y con su Historia? ¿Cuándo es que un artista o intelectual deviene disidente? ¿Cómo se desenvuelve el disentimiento bajo el gobierno de la Revolución? ¿Por qué tomar las calles ya no es una solución? ¿Cómo estar en paz en un terreno de guerra?

Preguntas, comentarios, postshashtags, ensayos, artículos, gritos que se ven a diario. Sin respuesta. Solo inconformidad, con un sabor amargo de déjà vu: Revolución en el poder.


Por los años 2006-2008, muchos proyectos artístico-culturales independientes estaban naciendo y creciendo en Cuba, principalmente en La Habana. Agrupaban una juventud de diferentes generaciones, procedencias y manifestaciones artísticas. En mi entorno estaba Matraka, con la fuerza del Festival Rotilla; los intelectuales de Observatorio Crítico; el proyecto Love In Festival; el grupo de poetas y artistas de Demóngeles; el ya reconocido colectivo Omni-Zona Franca, y otros que representaban la “alternatividad”. 

Cada uno de esos grupos y proyectos mantenían y reivindicaban su independencia cultural, artística y de creación al margen de cualquier institución. Incluso, al margen también de las estrellas de la “oposición”, como los blogueros Yoani Sánchez, Orlando Luis Pardo Lazo, Claudia Cadelo; y de aquellos de quienes se hablaba bajito en los preuniversitarios, como Oswaldo Payá o las Damas de Blanco. También Los Aldeanos desbordaban con un mensaje rapeado de cambio, alto y valiente. El ambiente social de los años 2000 estaba bien revuelto.

Los artistas y activistas también se nutrían de los cursos y seminarios impartidos por una aguerrida y muy respetada Yoani Sánchez, o en reuniones de amigos donde lo documental tomaba el espacio principal. Los blogs pasaban de mano en mano en el Parque G, en CD o folletos. En las tardes y noches del Vedado se respiraba un cambio. 

Los jóvenes de Demóngeles tenían un pequeño espacio en la Casona de Línea, y allí provocaban con una poesía erótica o romántica. Muchos esperaban Rotilla, el festival que crecía cada año con la audacia de sus productores. Con Omni-Zona Franca, cada llamado a Alamar era una orden por la cultura: ¡cuántos “camellos” se llenaron de una frikandá multiforme! 

Los conciertos de spoken word, el rap en las madrugadas, el Festival de Cine: todo este submundo halaba una comunidad artística del underground, de las partes más pobres de los barrios de La Habana, autodidactas que leían y crecían como seres sociales y como líderes de pensamiento. El club del Brecht no existía, y la Fábrica de Arte era para los jóvenes de la burguesía revolucionaria cubana: la “alternatividad”, en aquel entonces, eran personas que venían de la calle o que la conocían muy bien. 

Yo llegué a ese mundo por casualidad; comencé como asistente en el grupo de productores del Festival Love In. Realizamos actividades en La Madriguera, casa experimental de hip-hop y otros ritmos; en la Casa de la Cultura del municipio Plaza, que también acogió a muchos proyectos; en los Jardines de la Tropical, que a veces propusieron sus tarimas. Las instituciones colaboraban con nuestro trabajo, pero la Institución no tardó en darle la vuelta a su chaqueta. Nos reunieron a todos y a cada uno de esos nuevos proyectos culturales en la sede de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y nos propusieron unirnos a su “destacamento”, pertenecer a la “Cultura” a través de la AHS. 

Nuestro interlocutor (el mensajero) era uno de aquellos gestores de propuestas alternativas que en ese momento guardaba su manto de espiritualidad rastafari y su discurso esotérico para atraernos gentilmente a la boca del lobo. Creo haber sido el primero en tomar la palabra: ni yo ni mi grupo aceptábamos la propuesta de la Institución. ¿Por qué federarnos a una asociación que no nos representaba? La cultura estaba siendo generada por la alternatividad sin necesidad de recursos, herramientas o ideas procedentes de la Institución, entonces la respuesta fue: No. Shoot the messenger.

A partir de ahí todos sabíamos que, en algún momento de nuestras actividades y creaciones, iba a intervenir el Departamento de Cultura de la Seguridad del Estado. Porque, naturalmente, la respuesta de la Institución fue que, si no aceptábamos, tal vez no podríamos realizar algunos de nuestros proyectos. De esa reunión con los súbditos de la AHS salieron dos corrientes: aquellos que esperarían el momento del “acercamiento” con la SE, deseando que no sucediese; y aquellos que decidimos que no era el momento de esperar, sino de tomar la Cultura como lo que era: nuestra. Queríamos imponernos como seres sociales artísticos, pedir libertad de creación y de pensamiento, de movilidad, de elección; queríamos un cambio en la Institución de la Cultura y, ya que estábamos en ese nivel de sentir cívico, queríamos también (aunque a veces muy bajito) un cambio de sistema.

Hasta aquí, creo que la experiencia de diez años atrás en cuanto al sentir de la juventud, la posición del gobierno y las instituciones que lo sostienen, la posición de la disidencia y de la intelectualidad alternativa, de los artistas y de los grupos de oposición en el arte, es semejante a la de hoy. Tal vez no en el proceso de “despertar”, sino en la experiencia vivida durante el proceso de pedir un “cambio”. Sin embargo, lo que sería una diferencia superficial y, no obstante, poco banal, es que el “sentarnos a dialogar” no era una propuesta por nuestra parte, de ninguno de nosotros. 

Cuando las instituciones nos alertaron de nuestro porvenir, decidimos crear un grupo alterno, que primeramente se llamó Movimiento de la Pluriestética, luego Renacer y al final Amistad. Casi todos éramos bien jóvenes. Amistad quería un cambio de gobierno; a pesar de que nunca nos definimos como tal, éramos un grupo de activistas sociales que defendíamos las libertades ciudadanas y reclamábamos el respeto de los derechos humanos en Cuba. Ya en ese momento nos preparábamos para manifestaciones pacíficas, a partir de documentales y libros sobre la caída del Muro en Berlín, el movimiento polaco Solidaridad o las manifestaciones por los derechos civiles en los Estados Unidos. Cuando el DSE llegara, ya habría un mínimo de educación, pues los métodos de la Stasi son un patrón de la policía política cubana. Éramos inocentes y sin experiencia, pero para combatir al DSE nos sentíamos listos. 

Todo esto se pensaba y se hacía sin el apoyo de los cubanos de fuera de Cuba: nadie nos conocía, el efecto redes sociales no había llegado a la isla en el año 2008. Nuestras acciones no tenían visibilidad, nadie se hacía eco, solo algún que otro bloguero que reportaba de a poco a través de un viejo Nokia y ciento cuarenta caracteres de Twitter. Recuerdo que en algún momento Yoani Sánchez dejó su teléfono grabando dentro de su bolso en la estación de policía: un documento bien interesante. El poder del smartphone y de no se podía aprovechar como ahora; he aquí, tal vez, otra diferencia superficial entre los de hoy y los de ayer. 

Hoy, con las redes sociales y la ayuda de la diáspora, un cubano en Somalia puede conocer a las acciones del MSI, un opositor puede transmitir la violencia cotidiana que lo persigue, ya existe una red de pensamiento enfrentada al gobierno cubano. Sin embargo, un polvo de inmovilidad aún se despliega en los cubanos dentro de la isla. Muchos han sido los sucesos que les hacen pensar a los de afuera: “se caerá mañana”, y poco después el tablero vuelve a virarse y estamos en la posición de partida otra vez. Por momentos, el devenir aparece más implosivo que explosivo.

El año 2008 fue un comienzo sentimental de lo que pensábamos como el fin de la política cultural revolucionaria. Uno de los eventos más significativos de aquella época fue el fortalecimiento de la producción discográfica del grupo de rap Los Aldeanos, con el CD Miseria humana y el single del mismo nombre (que hubiese podido llamarse “Miseria cubana”). El disco no solamente representaba el espíritu y el modo de vivir “del barrio”, sino también la cotidianidad de cualquier cubano. Pocos escaparon a la fuerza y al talento de esa melodía de piano triste, que se repite como un rodar sin fin. El retrato de una sociedad era expuesto con tristeza y filosofía.

En ese año 2008, el cine Riviera acogió la primera edición de Puños Arriba, festival de rap independiente efectuado bajo el sello de Matraka y otras pequeñas productoras. Primera vez que un festival de rap ocupaba el centro del Vedado, reuniendo mucha juventud, mucha prensa extranjera, muchos artistas e intelectuales de pensamiento crítico: una mixtura bien indeseable para el gobierno. 

En el festival se premió, inevitablemente, un nuevo álbum de Los Aldeanos, que eran imparables. Ese año y esa primera edición del Festival Puños Arriba se contorsionaron con el álbum El Atropello. La intro del disco estaba firmada por Luis D., poeta de Demóngeles, amigo conspirador y líder de pensamiento del movimiento Amistad. Él elaboró un discurso solemne y callejero, con un mensaje para el pueblo y el Poder: “¿Saben ustedes qué es el Rap? Mandatarios, supositorios del progreso: no es desinfectar el alma con Ópera y DrapTap, sino vomitar saludos al mismísimo Congreso. ¡Salve Democracia! Los que van a morir te saludan”.

El álbum El Atropello, en su totalidad, no se quedaba detrás; canciones como “El rap es guerra” dejaban un mensaje claro sobre el carácter íntegro y honesto de esa nueva revolución de jóvenes. Es importante anotar también que este álbum cargaba mucha rabia, frustración e impotencia por parte de Aldo y El B; a este último ya le habían negado un par de veces la salida del país. El grupo estaba siendo censurado, y sus presentaciones se hacían con un fuerte convoy policial. 

El Atropello era un documento de pura disidencia y crítica social. Ejemplo de esto son canciones como “Niñito cubano” y “Mangos bajitos”; sin embargo, el verdadero himno, por el cual ya Los Aldeanos fueron directamente perseguidos por el DSE, fue la canción “La naranja se picó”. Así se estaba viviendo por esos años: como si algo se hubiese roto o picado; era todo o nada, no había diálogos, no se entendía otra idea que no fuese: ¡cambio, cambio, cambio! “La naranja se picó” fue un grito por la independencia y la libertad, no solamente nacional sino también personal y espiritual.

Premiar este disco no fue un acto inofensivo: fue un desafío de los artistas hacia las instituciones. Y no se premiaba solamente el contenido del discurso de Los Aldeanos, sino la obra artística, que merecía el mayor reconocimiento. Minutos después de esta premiación apagaron las luces del Riviera. Cuando se encendieron de nuevo, el cine-teatro desbordaba de policías uniformados y otros no uniformados, que forzaban a todos a salir del lugar. Clima confuso y nervioso, pero el Estado estaba haciendo un statement y nosotros, la Cultura, el Arte y la sociedad cubana, también. 

Momentos como este fueron el cotidiano de esos años. La juventud no paraba de expresarse, de contestar a través del arte del performance o de la música. La contestación era cada vez más fuerte. Los grupos de producción independientes, de audiovisuales o de artes, se reunían, se grababan, se hacían de un nombre entre la juventud e intentaban crear consciencia política y social. Sentarse a reflexionar sobre un asunto equis era simplemente un acto de autoeducación, de conspiración, de sentir y de pensar. No había campañas de redes ni hashtags: las acciones en aquel momento se hacían en la calle, confrontando todo y a todo el mundo. 

El 2009 fue un año de horror; lo viví un poco alejado, encerrado por el no deber del Servicio Militar Obligatorio. El enfrentamiento y los “conversatorios” con el DSE estaban in crescendo. Al aparato de la Seguridad le tomó un año rearmarse, colocar agentes en puntos claves y reelaborar una estrategia, pues este grupo de jóvenes, activistas y artistas, crecía cada vez más. Incluso en la televisión nacional aparecían algunos grupos que hacían un festival o participaban en la Feria del Libro de La Habana; estábamos en todos lados. 

En octubre de 2009 aconteció la huelga del ISA, que si bien fue un acto aislado de reclamación por mejoras en las condiciones alimentarias de los centros de estudio, también fue un ejemplo de colaboración entre los estudiantes, para cambiar y cuestionar una situación que llevaba años. La Institución intentó convencerlos de elevar las demandas al Comité Central, a los ministros y funcionarios correspondientes, pero la posición de los estudiantes fue la de pie firme, exigiendo que el debate se realizase en la propia sede de la Universidad frente a todos los estudiantes. Así eran los gestos, cada vez más: el debate debía ser público, la cita con la Institución debía ser frente a todos los involucrados en el asunto.

Dentro de estas protestas también se encontraban integrantes del grupo Amistad, que para noviembre de 2009 tenía pensado hacer una marcha corta (entre G y 23 y Coppelia) pero con la visibilidad suficiente para exponer un problema real en Cuba: la violencia epistémicaLa Marcha por la No Violencia se llevó a cabo el 6 de noviembre del 2009. Los carteles decían: “No + Violencia”, “No + Represión”, “¡Súmate!”. El método empleado para la organización era la espontaneidad: un grupo restringido planeó las diferentes posibilidades para manifestarse, pero la gran mayoría fue invitada repentinamente. 

Poco a poco el DSE fue cercando a los invitados a la marcha, acorralándolos. Algunos consiguieron llegar, otros no. Yoani Sánchez, Orlando Luis Pardo Lazo y Claudia Cadelo, por ejemplo, nunca llegaron; fueron golpeados y agredidos verbalmente. La esquina de G y 23 era un mar de tiburones policiales vestidos de civil, sin ningún interés en disimular su presencia. La marcha se realizó con éxito, pero el DSE ya había soltado a los perros. 

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en su Informe Anual del año 2009, en su Capítulo IV, “Situación de Derechos Humanos en Cuba. Punto III, Artículo 227”, expone: “Durante el año 2009, la CIDH recibió información que indica que el gobierno cubano viene adoptando una táctica de represión política sobre la base de arrestos sistemáticos por varias horas o pocos días, amenazas y otras formas de hostigamiento contra los activistas de oposición. La represión política en Cuba se ha caracterizado por el intento sistemático de eliminar cualquier posibilidad de disidencia política o de expresiones y acciones tendientes a promover el ejercicio de los derechos humanos fundamentales. Esta situación se profundiza en un Estado que no permite la institucionalización de la oposición política”. 

Se instaló un cuadro sombrío. La primera acción de la Seguridad del Estado fue buscar a los organizadores; la principal pregunta en los “encuentros” con ellos era: “¿Quién preparó la marcha?”. Todos sabían, pero nadie sabía realmente. Se decía que un grupo de artistas, etc. 

El 20 de noviembre de 2009, el escritor y bloguero Reinaldo Escobar citó en esa misma esquina de G y 23 a uno de los oficiales que agredieron a su esposa Yoani Sánchez, para pedirle explicaciones. Allí, junto a un pequeño grupo de amigos y prensa extranjera, Reinaldo fue víctima de uno de los mítines de repudio más tenebrosos de la historia de la Revolución. La DSE había conformado un operativo que incluyó hasta una comparsa para ocultar las agresiones bajo un manto festivo. Las imágenes de ese día son escalofriantes, como el rostro de Reinaldo, quien era “protegido” y golpeado al mismo tiempo por oficiales que lo lanzaban y lo recogían de los golpes y empujones de las brigadas de respuesta rápida. 

La Seguridad siguió buscando, y encontró. Cuando salí del Servicio Militar me reuní con mis colegas. Triste noticia la de aquellos días. A uno de los líderes de la marcha lo expulsaban del país. El DSE empezaba a desestabilizarnos. Luis D. fue la primera torre en caer. Lo fueron enrolando en una cadena de encuentros y acusaciones como “traición a la Patria”. Esto no fue suficiente: lo que hizo a Luis D. irse del país (por un tiempo) fue la amenaza de que dejarían ciega a su abuela, que vivía con él y tenía una cirugía agendada. El DSE ya le había conseguido todo: pasaporte y visa para que fuera a visitar a su padre en Trinidad y Tobago; “al menos por un tiempo”, le decían los segurosos.

Antes de que él se fuera, el DSE nos convocó a una de las unidades de policía en el Vedado. A las 7:00 a.m. estábamos todos en una oficina cualquiera, con policías de uniforme que no conocían la razón de nuestra presencia, mientras los no tan uniformados nos sometían a la espera. Allí se gritó, se bailó, se fumó; teníamos una especie de visa de provocación, lo cual era inevitable, pues a la mayoría nos daba igual. Uno a uno fuimos interrogados. La Seguridad quería demostrar que tenía información interna, y algunos sucumbieron al truco.

Luis D. se fue, y casi todo se fue desmoronando: quien quería un espacio de expresión, lo obtenía; quien quería un puesto de trabajo en el ámbito cultural, lo obtenía; viajar era posible si lo deseábamos. El DSE les dio oportunidades a aquellos que no “conspiraron”, y a la vez sembró la semilla del “policía infiltrado”. Unos y otros nos señalábamos buscando al infiltrado. Un dolor muy grande para muchos. La frustración nos invadía poco a poco. Los encuentros con los oficiales se hacían regulares, y la respuesta en aquel entonces era sentarse y hablar: se sucumbía al diálogo obligatorio. 

Luego vino 2010, y el comienzo de la desarticulación total del movimiento alternativo.

En febrero, el realizador Maykel Pedrero presentó en el cine Chaplin el documental Revolution, sobre el grupo Los Aldeanos: un “a flor de piel” cinematográfico, la simple y transparente realidad de dos muchachos que abogaban por su país. Más estridente que la película fue su première. Ese día la calle 23, entre 12 y 10, en el Vedado, estaba repleta de policías, agentes de la Seguridad, artistas y público en general que quería entrar al cine. Entre el molote que no pudo contenerse, el realizador Fernando Pérez abrió las dos puertas del Chaplin y dejó entrar a todo el mundo; pero a unos cuantos, como el músico y compositor Ciro, o la bloguera Claudia Cadelo, se les expulsó del lugar.

Tanto fue el impacto nacional e internacional de este documental que, para bajar la atención y la tensión, Los Aldeanos tuvieron un espacio de concierto en el Acapulco, en abril, solo dos meses después. Pero se hizo una lista de quienes no podían entrar al cine-teatro, las puertas eran controladas por agentes del MININT y la cartelera anunciaba un filme de Sherlock Holmes y un espectáculo del grupo infantil La Colmenita. El DSE expandió un cerco policial atemorizante en los alrededores. Durante los ensayos pude ver la lista de canciones, y temas como “La naranja se picó” no estaban en el programa. Cuando pregunté, me respondieron que el programa lo habían hecho los propios artistas. En aquel momento entendí que aquel concierto no era una batalla ganada, sino lo contrario. Al final Los Aldeanos sí cantaron “La naranja se picó”, una sorpresa, pero solo los versos menos problemáticos; luego de aquellos minutos vino un silencio: la silenciosa frustración. 

Ya en agosto, los ánimos estaban bien entristecidos. El verano llegaba y, con él, el Festival Rotilla: esperado evento que sería nuestra bocanada de aire en un verano gris. Ese año, la duodécima y última edición del festival fue trascendental. Incluso el gobierno, en sus programas culturales, reconocía que el Festival Rotilla era la mayor celebración de la cultura alternativa en Cuba organizada de manera independiente. Pero, por primera vez, allí había tantos productores y staff como oficiales de la vigilancia estatal. Rotilla representaba economía, pero también subversión. Lo que nadie esperaba era el concierto de madrugada de Los Aldeanos. En aquella playa llena de miles de personas, Bian (El B.) tomó el micrófono y, a capella y sin mucho preludio, dijo: 

“Yo soy un cronista del barrio, un liricista, realista en pistas, guerrero de la tinta, que a diario lucha porque supuestas mentes inteligentes se abran, y son tan imbéciles que solo oyen malas palabras. Bueno, ¡pinga pa’ ustedes! ¡Pal Ministerio de Cultura! ¡Pal gobierno! ¡Los grupúsculos internos, la censura: ¡pinga! (…) Te voy a hablar más claro a ver si me entiendes, compadre: contrarrevolucionario es el coño de tu madre!”.

Luego de estas palabras, no solo se desató la euforia de un público maravillado y apasionado, sino que también se engrandeció la ira de los detentores del Poder. En el mes de diciembre de ese mismo año, el grupo Omni-Zona Franca fue expulsado de su sede en Alamar. Al año siguiente, a Michel Matos y a su equipo ni siquiera le notificaron que el Festival Rotilla ya no existía: las instituciones simplemente tomaron el mando de “Verano en Jibacoa”, el nuevo evento propuesto por las autoridades. Los proyectos socioculturales alternativos fueron desapareciendo, como se fue perdiendo, otra vez, la libertad de Cuba. 


Por aquellos años se crearon varios espacios de diálogo y conversatorios donde sentarse y reconocerse como alternativo, como disidente, como opositor; de ahí nació Estado de Sats. Uno de aquellos conversatorios, que reunió la palabra del arte disidente, alternativo o independiente, fue el llamado “Proyectos independientes y censura”. En ese episodio de Estado de Sats se respiraba la locura; en algún momento le comenté a Raudel Collazo que si el Estado tuviera más recursos, podía hacer una redada ese día y desaparecer veinte años de disidencia. Allí estábamos casi todos. 

Sin embargo, infelizmente, el discurso de los invitados a aquel panel era de paños tibios y de súplica: se rogaba, se alegaba que solo se quería crear, y que no necesariamente esas creaciones eran contra el Estado o el Poder. En cada una de sus palabras se percibía el dolor y el horror del cual estaban siendo víctimas; el público sentía igualmente cierta inconformidad. En algún momento, Reinaldo Escobar tomó la palabra para cuestionar a los panelistas: ¿cómo no estar contra la institución cuando se está fuera de la institución? Por su parte, el escritor Agustín López les preguntó a los panelistas si se consideraban opositores y si estaban de acuerdo con la forma del socialismo en Cuba. Recuerdo que las respuestas fueron rodeos o evasivas. 

Ese evento fue como un preludio para las nuevas acomodaciones de la disidencia y el arte independiente en Cuba. Después de eso muchos se fueron del país; el consuelo en las drogas también fue un problema para muchos. Los que quedaron, fueron apaleados en cada oportunidad. Así terminaba un período, extinguido por el trabajo del DSE desde el exterior y desde el interior de todos los grupos. 

Maniobras muy similares a las que utiliza hoy: la historia vivida con la oposición, con la intelectualidad y con los creadores independientes es semejante a la de hace diez años. El DSE se ha diversificado, y hasta ha llamado a artistas populares para que sean representantes del poder represivo de la Revolución. En 2010, el gobierno creaba el programa Razones de Cuba para desacreditar a los opositores y manipular la información; hoy ya se le habla directamente al pueblo y a la oposición (de cualquier índole) a través de la voz de Humberto López.

Al final de aquel período, algunos creímos que algo sí se podía lograr, pero estábamos solos y aislados. Fueron más las críticas entre nosotros mismos que la voluntad para llevar a cabo un cambio en Cuba. “Disidentes lights”, nos llamaba la escritora Zoé Valdés, para quien nuestro aval tenía que venir de la porrada de un oficial del MININT, no de nuestro pensar y sentir. La escritora estaba equivocada, nuestra disidencia no era light por la falta de golpes: esa ligereza venía con la modernidad de una generación que quería un pequeño pedazo y luego fue por más, pero el terror nos atrapó en una nube tal que, al sacar la cabeza, no sabíamos ni dónde estábamos ni qué queríamos. Así, el Estado Revolucionario tomó el control. Cero “independiente”, cero diálogo, cero festival, cero conversatorio: solo repudio y represión. 

Diez años después, esta postura estatal no ha cambiado. Sin embargo, la postura de enfrente regresa de nuevo con flores y abrazos, como si no hubiera un precedente. Algunos actores sociales de hace diez años discursan y se proyectan de la misma manera y en el mismo sentido, sin aplicar la experiencia. El proceder actual es, en la superficie, un push and backcomo una salsa colombiana: dos pasos para adelante y dos para atrás; un movimiento rutinario. 

Hoy soy testigo semimudo, escuchando y observando a través de un aparato electrónico las nuevas voces, los nuevos rostros; sufro por ellos y río y lloro proyectándome en su andar sin entender cómo se sigue discursando en letanías. Ni siquiera el dedo acusador está siendo extendido: el culpable se regodea frente a todos y el tiempo para deslegitimarlo se pierde en puntos de vistas y gritos innecesarios, pues el (los) dinosaurio(s) todavía está(n) allí.

Los proyectos de la primera década de los 2000 se autodestruyeron cuando comenzaron a ser un peligro para el Poder. Cuando se tomaba el espacio público, el Poder se anulaba; proyectos culturales dirigidos a varias generaciones de la sociedad cubana desestabilizaron al Estado solamente haciendo crecer al pueblo en la calle, en el barrio. El terreno de los agentes es en las sombras: cuando son expuestos, se volatilizan. Lo que no espera y no desea este tipo de metodología es la luz, la transparencia, la claridad… 

Uno de nuestros últimos alaridos fue la convocatoria a Un metro cuadrado de libertadAquella vez, la Seguridad del Estado ya sabía del proyecto con anterioridad: yo me encargué de llevarles la información. No fue un acto de valentía, sino de método. Las ratas necesitan roer los dientes, pues les crecen todos los días; el DSE necesita de roer información para esconder con represión la mentira que no cesa de crecer. En Un metro cuadrado de libertad yo proponía un metro, sin ninguna conspiración, para ejercer lo que nos pertenece: la libertad, y para exigir lo que es nuestro: Cuba.

El Poder es el desarrollo brutal de una idea: Cuba es Revolución. Es esa la gran lucha por décadas: mi Cuba, nuestra Cuba, madre Cuba, patria Cuba, sangre Cuba. Al menos, es ese significante en el lenguaje de la lucha cotidiana. Cuba, como concepto, nos resulta individual, y a partir de ahí muchos nos proyectamos sin ver la colectividad que implica Cuba, la diversidad Cuba como experiencia de vida. Esa Cuba en lateral es desapercibida por muchos, y etal vez eso es un fallo, un retraso que sostiene la mano del Poder. 

No colectivizar y no masificar el tema Cuba, está dejando a un lado el por quién, el para quién, el de quién. El pueblo, el gran pueblo, el que no se ve ni después de la palabra “pueblo”, nos conoce mayormente por el prisma del boletín informativo del Estado. Pocas puertas se tocan, pocas son las uniones de Oriente a Occidente fuera de la nube (cloud). Tal vez es tiempo de escuchar y de bajar de esa nube. Inconscientemente, la gente reclama juventud, propuestas, cambio; que alguien les diga a dónde ir y qué decir, ya no como un líder mitificado sino como uno más de la masa: uno más que no tiene agua ni jabón. 

A través de todos estos años nos hemos envuelto en el discurso de apropiarnos del sujeto, de exponer pertenencia “en lo suyo”. Disentir es, obligatoriamente, oposición, ruptura, rebelión, insumisión. Una vez que se disiente no hay forma de mantener un discurso ético, moral y transparente, si no se está (si no se vive) todo el tiempo en disentimiento. La ingenuidad de los medios términos es comprensible en un comienzo, sin precedentes y sin experiencias vividas; una vez pasado y entendido esto, hay que ser consecuente con el enfrentamiento conceptual, ideológico y físico que se está teniendo, pues, ya el gobierno revolucionario está acercándose a su aniversario 63 y, en Cuba, la situación Vida solo empeora. 

Es imposible no encontrar en todo el país un asunto, un paraje, un argumento, que no esté totalmente socavado y destruido por la ideología. El discurso revolucionario solo exprime ilusiones, mentiras y disimulación. El tejido revolucionario está más que desgastado; la falacia es cubierta de crueldad y tirantez. Lo que se percibe es la censura, apagar y desaparecer, instalar el miedo, hacer crecer el miedo. Esta realidad no es solo del conocimiento de aquellos que disiden: la Institución, en un nivel medio alto, conoce y sabe también. Sin embargo, lo confortable del sillón, y el temor a las represalias de un lado y de otro, son sentimientos más robustos. 

El espíritu del macho caribeño está en el accionar del Estado: piensan que Cuba les pertenece. La ambición tirana es tanta que: “Cuba es de los revolucionarios”. Para los autócratas, Cuba no existe. En su imaginación dictatorial, bien profundo, está la fantasía de Revolucionalandia. Literalmente demencial. Entonces, no habrá una divergencia placentera, un cambio apacible y sesgado por el bien vouloir de un ejecutivo. Es falaz esperar por cierto civismo o por actos tradicionales de una democracia. El sistema de gestión cubano es mayoritariamente incompetente y baldío. Pretender un gesto mágico y repentino es presumir que en los olmos nacen peras.

Cuba, como tópico, es infinita; como archipiélago no. Tal vez estamos contando los años erráticamente, sin numerar cuánto tiempo le queda a la sociedad cubana en su estado actual. ¿A la infraestructura de La Habana, o al suelo campesino de cultivo, qué tiempo les queda de vida? La realidad Covid es una tumoración agregada a una sociedad en metástasis, que se ha desarrollado hasta hoy a partir de un tumor primitivo (revolucionario) que ha atacado los pulmones, los huesos y el cerebro del país. Save our Souls (S.O.S): salven nuestras almas. 

Cuando se dice Cuba, no puede decirse entonces más que eso: S.O.S.


© Imagen de cubierta: Anthony Bubaire.




Luis Manuel Otero Alcántara

Luis Manuel Otero Alcántara: “Yo sé que el cuerpo es finito”

Claudia González Marrero

“Soy un tipo conectado con ese pie descalzo que se arrastra hasta El Rincón, pero me interesa también el ‘mainstream’, y a la vez estoy pegado a la política. Me interesa el arte como plataforma de incidencia en la política, no como un adorno de la política”
(Extractos de una entrevista grabada el 3 de diciembre de 2019).