El Movimiento San Isidro, tanto en la forma que se plantea como en la forma que se reprime, no es un hecho aislado en las dinámicas culturales y políticas del sistema totalitario cubano.
El sonido ensordecedor de una pistola golpeando una mesa, y el testimonio angustioso y terrible de Virgilio Piñera reconociendo que tenía miedo (y no sabía cuánto aún), fueron la obertura para una sinfonía patética.
La escobita nueva —made in Cuba— barrió bien y sin pensarlo dos veces agitó la alfombra, y al abismo del exilio, del insilio o del ostracismo cayeron todos los rezagados “burgueses” de una república no siempre de generales y doctores.
P.M. fue secuestrada. Nos quedamos entonces sin Lunes… y sin Revolución, aunque después vino Herberto Padilla y “confesó” su supuesta culpa, y un Caimán Barbudo se instaló en las antípodas de un Puente. Los segregados de estas exfoliaciones fueron llegando a Camagüey, para expurgar a sangre y fuego, sudor y lágrimas, los demonios de sus identidades proscritas.
Un congreso nacional que no era ni de educación ni de cultura, pone grava y cemento a los pilares de lo que puede estar dentro —todo— y fuera —nada— y, en una mezcla nada heterodoxa, crea una institucionalidad que debió haber sido cultural, pero que salió política. Y como salió política, los políticos, algunos más comisarios que otros, otros más comisarios que políticos, la dirigieron hasta el suicido no siempre político.
Y comenzó un quinquenio, un decenio que eufemísticamente llamaron gris, pero que tampoco fue quinquenio ni decenio sino una eternidad que aún hoy, de cierta manera perdura… Y Alfredito Rodríguez, con su melancolía, haciéndole homenajes Jorge “Papito” Serguera con girasoles y velas. ¿Ignorancia? ¿Ignominia? ¿O fue desidia? Hace falta una carga para matar bribones…
El exilio, el insilio y el ostracismo se volvieron compañeras inseparables y vórtices desgarradores de esta tríada antihegeliana convertida en principio y el fin de todas la cosas… “Que se vayan, no los queremos, no los necesitamos…”, y los fueron acorralando para expulsarlos a golpe de gritos de pinga y cepillo y cabilla soviética hasta el antiguo cacicazgo aborigen llamado Marien, que después fue Mariel, y aunque de esta experiencia se hicieron revistas y memorias, lo que ha perdurado en la conciencia ha sido la forma brutal en la que los condenados fueron expulsados de la tierra prometida.
¿Dónde quedó el “con todos y el para bien de todos”?
Los ochenta arribaron llenos de espejismos, de altruismos fatuos, como los niños pobres de Fernando —otro Fernando—, pero esta vez Pessoa. Y los espejismos tuvieron su performatividad en la rectificación de errores y tendencias negativas, sin señalar al culpable o a los culpables de las tendencias y los errores. Y la comida en los supermercados generó la ilusión de bienestar: barriga llena, corazón contento. Pero lo fundamental —la libertad— seguía pendiente. Bastaba levantar la cabeza para que los políticos-comisarios —a lo Aldana— de las instituciones político-culturales chapearan bajito, de forma no siempre efectiva pero siempre virulenta.
De alguna manera, los ochenta generaron una sistematización en el activismo desde el arte y fue como una avalancha indetenible, pese a que todo terminó en un juego de pelota, y una vez más los exilios, los insilios y los ostracismos se volvieron compañeras inseparables y vórtices desgarradores. Los culpables de las tendencias y los errores seguían sin ser nombrados, apoltronados en los palacios robados, convertidos en oficinas o cuarterías pestilentes.
San Isidro, como la Cátedra de Arte Conducta y el Instituto Hannah Arendt (INSTAR) han tenido la agudeza de llamar a las cosas por su nombre, sin eufemismos, sin imágenes, sin hipérboles, sin el didactismo performático que las instituciones y el poder totalitario han impuesto a los cubanos. La visibilidad nacional e internacional que han tenido estas estrategias cívicas, en su convocatoria y repercusión, no tienen precedentes.
La avalancha ha comenzado: nada la detiene, es una cuestión de tiempo; ellos lo saben, y también saben que no hay reunión con flemáticos viceministros, alcoholizados y cobardes, ni con mediadores que confunden “momentos gloriosos de diversidad y debate” con lo que verdaderamente fueron los años sesenta en la Cuba ¿revolucionaria?.
San Isidro está en movimiento, y ha enfrentado el cinismo de un sistema totalitario que aspira a la eternidad en cuerpo y alma.
El país donde vivo
Hoy se sienten seguros de que ganaron la batalla. Porque, para ellos, la diversidad de criterios sobre cuestiones políticas solo merece guerra y aniquilación. Pero lo cierto es que han perdido, estrepitosamente, la confianza de muchos. Han perdido ellos y hemos perdido los demás, que aún no sabemos articular un pacto cívico.