De un ya lejano y olvidable encuentro de críticos e intelectuales cubanos con el funcionariato cultural, solo recuerdo una disonante intervención del crítico y profesor Gustavo Arcos Fernández-Britto, en la que alentaba a indagar no solo cuáles tipos de cine se rodaban en el país, sino qué imágenes filmaban los cubanos sobre Cuba. Qué imágenes de la nación le interesaban a los nacionales registrar con sus dispositivos mínimamente aptos para filmar, cuya proliferación, entre gran parte de la población durante el siglo XXI, arrebató para siempre a los realizadores y técnicos profesionales la exclusividad en cuestiones de representación audiovisual de nuestro contexto.
Hablaba Gustavo, a quien conocía poco entonces, del desbordamiento del canon fílmico tradicional a favor de la construcción de un Imago Cuba insondablemente complejo, que ya se perfila inabarcable, pues en la Isla —y en el mundo— se filma sin pausa. Las imágenes a las que se refería responden a necesidades conscientes o subconscientes de quienes las generan y consumen con avidez.
Y es que el eros es una sed que nunca se sacia, ni en Cuba ni en el mundo. El campo pornográfico cuenta, quizás, con tantas o más horas que el resto del territorio audiovisual.
Desde hace casi un cuarto de siglo, Arcos imparte clases sobre las imágenes en movimiento en la Facultad de Medios Audiovisuales (FAMCA) de la Universidad de las Artes (ISA), gran epicentro institucional nacional de la formación de creadores.
Como profesor, se ha aventurado a proponer modelos de análisis donde la pornografía no es tabú, y a favor de su normalización como parte también del cine. Sobre estos temas y problemáticas, accedió a darme una entrevista.
¿Arte y pornografía son campos inconciliables?
Todo es relativo y depende del modo en que se mire. También de los prejuicios o formas de entender ciertas prácticas culturales, sociales. Lo que en una región puede ser considerado “normal”, en otra puede provocar que te lapiden. Se trazan líneas morales, normas “de buen comportamiento” que al final cosifican (bien-mal) cuestiones tan naturales y universales como los deseos y el placer.
De manera lamentable, se ha construido una narrativa descalificadora, políticamente intencionada e hipócrita sobre el sexo, la intimidad, el cuerpo. Por eso, durante generaciones, la gente ha sentido vergüenza de hablar sobre estos aspectos. La represión de los instintos, como le llamaba Freud.
Durante siglos esos asuntos se han visto asociados al pecado, lo sucio e inmoral. Cuando esas prácticas son visualizadas de forma directa, explícita, se les llama despectivamentepornografía.
El término tiene múltiples interpretaciones: las que imponen las autoridades con sus leyes y las que traemos nosotros mismos como individuos. Tiene que ver con nuestra educación y también con determinados hábitos o tradiciones que heredamos.
Como cada país tiene su forma de interpretar el fenómeno, se trata de construcciones culturales. Hay quien dice que lo pornográfico no está en la obra u objeto, sino en el espectador.
Gustavo Arcos Fernández-Britto.
En su definición más popularizada, la pornografía (en el ámbito audiovisual) no ofrece mucho espacio a la imaginación, ya que la exploración de ese universo no es lo suyo. Sería como agarrar a alguien (a veces a muchos) “con las manos en la masa”. No tienes escapatoria.
Entonces, si opera sobre lo evidente, lo reconocible y además se estructura visual y dramatúrgicamente sobre una rutina secuencial cuyo mensaje se agota con rapidez, el arte tiene pocas oportunidades de desarrollarse aquí. Por eso se ve como algo vulgar o grosero, de escasa relevancia.
Paradójicamente, conocemos de obras literarias, pinturas, esculturas, bajorrelieves, dibujos, que a lo largo de siglos se han inspirado en estos asuntos, reproduciendo de forma realista el desnudo y los juegos sexuales. Muchas de ellas son hoy veneradas y consideradas obras de arte. La cuestión para darle valor (o quitárselo) a una obra no radica en el asunto o el sujeto de atención, sino en la forma en que son “leídos” por eso que llamamos civilización.
Desde luego, también tenemos a los artistas cuyo talento y habilidades les permite convertir un lienzo, una roca, “la nada”, en arte. No olvidemos que el David de Miguel Ángel (un inmenso hombre desnudo que muestra sus genitales) fue primero una piedra de mármol, extraída de una cantera.
Desde una perspectiva histórica, ¿cómo ubicarías la pornografía en el devenir del cine a escala mundial?
Antes de la aparición del cine ya existía “lo pornográfico”, cuya etimología tomada del latín sería: escribir sobre prostitutas. Esa conversación sobre el sexo impregnaba la poesía, la literatura, la pintura o incluso ciertas obras teatrales. La palabra no tenía un carácter peyorativo ni se le asociaba a cuestiones obscenas o perversas, como ocurriría luego y por muchos siglos. En la India (Kama-sutra, Ananga ranga), Grecia, Japón o China proliferaron textos e ilustraciones acerca de ello.
Cuando aparece el cine a finales del siglo XIX, esas representaciones explícitas “de lo sexual” son miradas de otra forma, incluso castigadas, asociadas a perversiones y actos paganos, propios de personas enfermas. Cada religión interpretó de manera crítica y persecutoria ese relato sobre las prácticas sexuales y el arte del amor. Fue algo discriminatorio que legitimó, además, una cultura machista y falocéntrica, donde solo los hombres podían disfrutar del placer y los deseos.
Se ha constatado que desde los mismos inicios del cine, entre 1894 y 1895, tanto en Estados Unidos como en Europa se filmaron escenas de sexo explícito para consumo mayormente masculino. En Argentina, por ejemplo, hay copias de El Sartorio, un breve filme de 1907, considerado el primero, con argumento, de su tipo.
Aquí, en Cuba, antes de 1959 se filmaron muchísimas películas pornográficas que nutrían un mercado secreto alrededor del turismo y los prostíbulos, pero eso cambió con la Revolución, sus leyes y los nuevos programas sociales. Tal vez, eso fue lo que quería decir Carlos Puebla con aquello de: “se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar”.
Por varias décadas las representaciones de cuerpos desnudos y escenas sexuales fueron muy limitadas en las producciones cinematográficas comerciales de todo el mundo. Rara vez aparecían desnudos en los filmes, pues se aplicó el modelo de Hollywood donde se castigaban o censuraban las películas que contenían este tipo de escenas. El llamado Código Hays, impuesto a finales de los años 20 del siglo XX en ese país, trazaba una serie de patrones morales que no debían romperse.
Gustavo Arcos Fernández-Britto.
Los besos estaban limitados y también las relaciones interraciales u homosexuales. Todo debía ser sugerido a través de diálogos, miradas. ¡Hasta las camas matrimoniales desaparecieron de la pantalla!
Los países nórdicos fueron algo más permisivos en ese sentido, pero en general tuvimos que esperar a la década de los 60 para ver la piel de los personajes. Se rodaron entonces cientos de filmes que incluían cuerpos desnudos (mayormente femeninos), con clara intención comercial.
El destape de los 60, muy ligado también con todas las corrientes artísticas y discursos contraculturales de la época, abrió las puertas al cine de contenidos sexuales más explícitos que había sobrevivido por décadas en pequeños guetos y locales asociados a la prostitución.
El extraordinario éxito en Norteamérica de filmes como Garganta profunda (Gerard Damiano, 1972) y Tras la puerta verde (Artie J. y James L. Mitchell, 1972), exhibidos en salas de cine, significaron una revolución en la forma de consumir el género.
En Europa triunfaban filmes que exploraban zonas más cercanas a lo erótico, pero con numerosas escenas de desnudos como Emmanuelle (Just Jaeckin, 1974) y La historia de O(Just Jaeckin, 1975). Fueron películas de enorme impacto en la cultura popular de varios países, obras que poco a poco sirvieron para que el cine comercial generado en los grandes estudios se aproximara a temas y formas de representación visual más realistas, que le estaban prohibidas.
Ya para 1967, el ridículo Código Hays había desaparecido por inoperante, siendo sustituido por el sistema de clasificación de películas según las edades (en Estados Unidos: G, PG, R, NC-17, X).[1] Quizás, obras como El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972) o El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976) le deban sus atrevimientos visuales a la naturalización en el consumo popular de esos filmes de fuerte contenido sexual que ya venían realizándose.
Con mucha frecuencia, vemos obras realizadas por reconocidos autores de disímiles tendencias estéticas, como Lars Von Trier, Gaspar Noé, David Cronenberg, Tsai Ming-Liang, Nagisa Ōshima, Chantal Akerman, Virginie Despentes, Larry Clark, François Ozon, entre otros y otras, que ofrecen escenas explícitas, incluso con sexo no simulado.
La llegada del video y su expansión durante los 80 y 90, los satélites, la televisión por cable, los DVD, la cultura del blockbuster, el Internet y el streaming han transformado toda la industria cinematográfica y las formas de producir y, sobre todo, consumir las películas. Hoy, en la web (hacia donde se ha desplazado casi totalmente el género), existe una enorme cantidad de filmes pornográficos, para todo tipo de gustos y disgustos.
Su existencia ha traído también fuertes movimientos de rechazo entre grupos con distintos intereses. Feministas (que con razón sienten que hay una excesiva explotación de la mujer, relegadas a meros objetos de placer), académicos (que los han incorporado a sus estudios socioculturales), políticos (que recurren a ellos para controlar y estigmatizar a determinadas comunidades), sicólogos (que estudian conductas sexuales y lo sugieren en terapias de parejas) o religiosos que apelan a los valores familiares, la decencia y la moral tradicional violentadas, según su punto de vista, por tales obras, han mantenido activo el debate sobre su funcionalidad, peligros y alcance.
¿Además de contenido, qué ha aportado al cine la pornografía a escala de lenguaje y forma?
La pornografía se nutre de los mismos procedimientos del cine comercial ligado a los grandes estudios o instituciones. Utiliza técnicas y recursos artísticos: decorados (se han realizado adaptaciones de clásicos literarios), puestas en escena, diseños de producción; tiene sus propios festivales, premios, circuitos de exhibición y, por supuesto, estrellas que hasta son recordadas en un paseo de la fama, a pocos metros de sus similares del cine de Hollywood.
Gustavo Arcos Fernández-Britto.
No creo que tenga un aporte sustancial al desarrollo del cine como lenguaje. Está consagrada a la explotación de un deseo, una fantasía. Tiene sus nichos y toda una cultura alrededor. Funciona como mecanismo del placer, cuya articulación se produce de manera puntual y superficial. Gusta y es consumida en la medida que ofrece un divertimiento momentáneo que nos permite, en muchos casos, trasladarnos a zonas y experiencias que nunca transitaríamos en la vida real.
En general, son películas sin mucho argumento ni diálogos, con personajes sin historias de vida. No nos engañan en materia de discurso, pues sabemos lo que de ellas se espera.
Durante un tiempo, en los 60 y 70 colocaron sobre la mesa de discusión social diversos asuntos que, ya sea por prejuicios o intereses ideológicos, se preferían callar. Cuestiones como el placer femenino, el orgasmo, el sexo oral o anal, la masturbación, las relaciones interraciales u homosexuales, el sadomasoquismo, el bondage, las fantasías fetichistas, los juegos de rol y muchas otras prácticas humanas y milenarias cobraron protagonismo y se popularizaron.
La pornografía fue parte importante de todo el movimiento contracultural que existió en aquellos años. Creo que por algún tiempo fue una movida regeneradora, que rompió múltiples tabúes y dotó de nuevos sentidos a nuestra existencia.
¿Debe o no incorporar un estudiante de cine en la contemporaneidad el audiovisual pornográfico, sus códigos estéticos y discursivos a su corpus gnoseológico? ¿Por qué?
El amor o el desamor han movido a toda la historia de la humanidad. Una dualidad que ha generado las grandes conquistas, luchas, obsesiones y desvelos de hombres y mujeres desde que surgió el mundo. Es raro encontrar una película donde no aparezcan estas pulsaciones humanas, donde los personajes no articulen sus ideas alrededor de los deseos, de las tensiones entre el placer y el pecado, como diría Luis Buñuel.
Desde hace bastante tiempo, los temas sobre el sexo son los más buscados en Internet. Los jóvenes hoy en día pueden acceder a estos contenidos con solo un par de clics en sus móviles. La mayor parte de los anuncios publicitarios, los videos musicales, las portadas de las revistas o las imágenes que consumimos a diario utilizan el cuerpo como discurso.
La moda, los gestos, los realities, las promesas de los políticos, utilizan el eros, el deseo, los instintos para generar todo tipo de sensaciones en el espectador. Es necesario hablar de ello en las escuelas y universidades, discutir sobre esa hipersexualización de los contenidos en las culturas contemporáneas.
Cuando hace veintitrés años llegué a la Facultad de Medios Audiovisuales del ISA, ese debate apenas existía, nunca se hablaba sobre ello en las clases o cursos, no estaba en el programa de ninguna materia. Yo lo incluí en mi curso de Apreciación Audiovisual.
Desde entonces, cada año, tenemos dos o tres clases dedicadas a ver y debatir sobre lo erótico y lo pornográfico en la imagen. Hablamos de cómo pueden decirse muchas cosas a través del cuerpo desnudo. Sí, vemos fragmentos de filmes pornográficos en clase; incluso una vez puse un examen utilizando como referente Garganta profunda. He propiciado, además, esas discusiones en otros espacios, organizando talleres en la UNEAC, el ICAIC o en eventos de crítica cinematográfica.
En Cuba está prohibida legalmente la producción y distribución de material pornográfico fílmico y gráfico en sentido general, realizado con talentos locales. ¿Por qué persiste hasta el presente esta postura oficial de tolerancia cero?
Porque somos un país bastante mojigato y machista, lleno de prejuicios en las representaciones visuales de prácticas sexuales. Cuando los medios oficiales se acercan al tratamiento de la sexualidad, lo hacen mayormente para sermonear u ofrecer alertas sobre el uso del condón y enfermedades.
Gustavo Arcos Fernández-Britto.
Cuando hace unos años, se exhibió un corto de tres minutos realizado por una alumna de FAMCA, titulado El grito (Milena Almira, 2008), en un programa de la televisión local en la provincia de Granma, algunos televidentes se mostraron escandalizados por “las imágenes pornográficas y obscenas que veían”. La histeria desatada fue tal, que los realizadores del espacio televisivo donde fue exhibido resultaron sancionados por pornógrafos (¡!) y separados de su trabajo.
Ellos hicieron una reclamación legal que duró meses y el asunto llegó ¡hasta el Tribunal Supremo del país!, que finalmente votó a su favor y ambos debieron ser reincorporados a sus puestos, más de un año después.
Es una historia que pocos conocen, pero demostró el enorme vacío y atraso cultural que aún podemos encontrar en el país, cuando de hablar o entender estos temas se trata. No existe un discurso público que naturalice cuestiones tan humanas como el deseo o el placer; y cuando lo hay, adquiere matices didácticos. Es un terreno que parece interesarle solo a los académicos o especialistas, reducido a eventos y reuniones puntuales.
Muy pocos filmes nacionales (los de Jorge Molina serían la excepción) se adentran en los tratamientos de lo erótico, en el reconocimiento del cuerpo. Así que imagina cuán lejos estamos aún de visualizar algo más explícito.
A pesar de ello, con la introducción generalizada de dispositivos móviles (celulares, tabletas, memorias y discos duros) se han filmado de manera aficionada, muchas veces rudimentaria y vulgar, una cantidad nada despreciable de filmes “caseros” de contenido pornográfico. Parejas que se graban a sí mismas, teniendo, disfrutando del sexo. Una sex-selfie. Luego, se produce una circulación soterrada, irregular, no comercial, pero sí curiosa y con mucho morbo, de esos materiales.
Cuando en la televisión aparece un personaje o relación homosexual, mucha gente llama a los estudios para quejarse por considerar que es algo inmoral. Hace unos años, en un teleplay, creo que dirigido por Elena Palacios, aparecía una mujer que, dando rienda suelta a su fantasía erótica, se masturbaba en la ducha.
Las críticas no se hicieron esperar. Uno de los directivos de la televisión se vanagloriaba de todas las escenas de sexo y desnudos “gratuitos” que él había cortado en su paso por la redacción de cinematografía y eso ocurrió en pleno siglo XXI.
Hay leyes en el país que penalizan la producción y distribución de la pornografía. Pienso que son interpretaciones jurídicas que hay que revisar y actualizar. Se entiende que sus prácticas están encaminadas a la explotación de la mujer o los hombres con fines comerciales. Que tal realización solo generaría circuitos de prostitución y marginalidad; cosas que, por cierto, existen ya en el país y no debido a que alguien se filme con un celular.
Si les preocupa la marginalidad o la violencia contra la mujer, la atención debería estar en otro sitio, pero es más fácil encorsetar algo que solucionarlo. Hasta el otro día, estaba prohibida la entrada a Cuba de juguetes sexuales y, desde luego, nunca han existido tiendas ni espacios públicos para ellos. En alguna instancia del poder siguen considerando ese terreno como algo decadente, alejado “de los principios de la moral socialista” (¡!). Hay un control de la fantasía y el deseo, algo típico de sistemas cerrados y autoritarios a los que la libertad les da urticaria.
© Imágenes de interior y portada: Cortesía de Gustavo Arcos Fernández-Britto.
Nota:
[1] Según la clasificación actual de la Motion Picture Association: G, para todos los públicos; PG, puede contener material no adecuado para niños, se sugiere la supervisión de los padres; PG-13, advertencia a los padres, puede contener material no apropiado para menores de 13 años ; R, restringido, se recomienda que los menores de 17 años la vean acompañados por un adulto; NC-17, solo para adultos, prohibidas para menores de 18 años. La etiqueta NC-17 vino a sustituir la clasificatoria X utilizada antes de 1990, aunque esta última se siguió utilizando en la cultura estadounidense para identificar las películas con contenido pornográfico.
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