Miami, 13 de marzo de 2020
A: Gobierno cubano.
Hoy voy a escribir sobre Luis Manuel Otero Alcántara.
Una de las efemérides más importantes de la Historia de Cuba —que nos obligan a memorizar en los años escolares—, son los asaltos al Palacio Presidencial y a Radio Reloj, ocurridos el 13 de marzo de 1957, con igual propósito: el de “ajusticiar al tirano [Fulgencio Batista] en su madriguera”.
Hoy se cumplen 63 años de aquella acción revolucionaria que falló, pero que “demostró la vulnerabilidad de su trinchera [la de Fulgencio] en el centro de la capital, allí donde se encontraban los estados mayores de los cuerpos represivos”. En su nota el año pasado en el periódico cubano Juventud Rebelde, la Dra. Graziella Pogolotti (¡con apellido italiano, oh Dios!), comienza un párrafo así: “El sacrificio humano fue inmenso. Se desató una cacería implacable”.
Narrar la historia de la Revolución cubana podría constituir una de las mejores novelas cómicas, siempre de ficción, que un escritor perspicaz se embullaría a escribir. La dramaturgia risible de los hechos concatenados, los nombres de los hechos y sus héroes histriónicos, y luego los libros de texto que reproducen la misma historia, “inolvidablemente” valorada por historiadores contratados para que la valoren, y luego, luego, luego, la espiral insostenible.
Trece de Marzo también es el nombre de un remolcador cubano, un medio de transporte de navegación, que otro día 13, pero de un mes diferente y del año 1994, fue embestido con mangueras de agua a presión, derribado a presión en el mar, hundido, discriminado, masacrado, abortado, asesinado. Los actores y directores de cine Lynn Cruz y Miguel Coyula dieron fe de esos hechos en una obra de teatro que vi embarazada, en un patio de Miami, a oscuras, clandestinamente, hace tres años. Persecución del número tres. Trinidad.
Voy a copiar, si me lo permiten, de la Enciclopedia libre, porque las palabras se me atoran en los dedos y no tengo tiempo, ni ganas, de hacer una búsqueda más exhaustiva, aunque prometo editar y corregir la redacción final de la enciclopedia:
El hundimiento causó la muerte a un grupo de personas que trataban de abandonar el país, dejando un saldo de cuarenta y un muertos, de los cuales diez eran menores de edad. Según testimonios de los treinta y un sobrevivientes, la tripulación de los también remolcadores Polargo 2 y Polargo 5, embistieron intencionalmente al Trece de Marzo y negaron auxilio a las personas que se encontraban en el agua. Durante más de una semana los medios de comunicación cubanos mantuvieron silencio en torno a los hechos, a pesar de las insistentes denuncias en los medios internacionales. Posteriormente, el 5 de agosto del mismo año, el presidente cubano Fidel Castro calificó como “esfuerzo verdaderamente patriótico” la actuación de las personas involucradas. Hasta la fecha el gobierno cubano asegura que el hecho fue un accidente; y no ha juzgado, ni condenado, a ninguno de los participantes en este hecho; a pesar de que el Código Penal establece en su Artículo 48 sanciones a los delitos cometidos por imprudencia.
Trece, además, es este viernes nada santo y sí atropellado, confuso, horrible. Mi hijo tiene un moco verde que le sale por la nariz y que aún no sabe expectorar con eficacia. Así que le coloco una manguera en un agujero primero y en otro agujero después, y chupo con todas mis fuerzas, con todo mi amor, con todo el deseo de sacar lo malo. No quiero que lo malo se quede en su interior. Moviéndose en la circunferencia de su cabeza como una mala idea, como una cizaña. Catarro y cizaña son lo mismo.
Trece, además, es este viernes bisiesto. Hoy hace trece días que el hombre llamado Luis Manuel Otero Alcántara permanece preso en una cárcel cubana llamada irónicamente Valle Grande.
Al parecer, soy de las pocas personas que no conocen a Luis Manuel Otero Alcántara. Personalmente, no lo conozco. Todo lo que conozco de él ha sido a través de páginas web, revistas digitales, redes sociales y comentarios de personas, periodistas, artistas y escritores que aprecio como personas, periodistas, artistas y escritores. A veces una cosa no deriva en la otra. Hay líneas invisibles que alteran los significados. Significados muy personales.
Sin embargo, me basta. No necesito conocerlo personalmente ni tocar una de sus esculturas, para creer. Estoy lejos de llamarme Tomás y ya superé aquello de “ver para creer”. Escribo en nombre de lo desconocido y lo inmenso. Escribo en nombre de un pensamiento fijo que va ligado a un sentimiento fijo que va ligado a un tipo de expresión humana, un tipo de poder sobre la faz de la tierra. El poder de escribir. Escribir por una razón en la que yo creo fehacientemente.
Estoy lejos, también, de llamarme Ariadna, nunca estudié a profundidad la mitología griega, soy superficial y hago asociaciones como un niño. Tengo un niño y lo amo. Me gusta así. Me gusta tomar caminos laberínticos y dramáticos, me gusta seguir el hilo. Mi propio hilo. Un hilo Rodríguez Iglesias Hernández Moronta Del Valle Novoa Socarrás Pacheco. Un hilo que hoy me lleva a Luis Manuel Otero Alcántara. Abraxas. Longaniza. Alcántara se escribe con mayúscula y tiene tilde en la segunda A. Alcántara y Ariadna empiezan con A y empiezan por el final, el final que todos desean, la última letra en reversa de un alfabeto enfermo, hostil, revolucionario y mentiroso. Deliro.
El contexto en el que se produce el encarcelamiento de Luis Manuel Otero Alcántara (en lo adelante escribiré su nombre completo, para, de algún modo, conservar en mis palabras al hombre completo), es un contexto clínico-social-internacional grave. Las instancias del Coronavirus coronan un estado de alerta, emergencia y alarma mundiales. El trastorno de todos nosotros juntos nos desnuda y deja huérfanos de cualquier frontera que no sea la de conservar la vida.
Así, tomar preso a un hombre por razones políticas subjetivas y evidentemente desproporcionadas, que naufragan solas en sus propias aguas, pierden importancia frente al mundo y ceden al caos mayor de la desaparición humana. Como si los motivos jurídicos para encarcelar a un hombre fueran una manifestación del arte o de la poesía, polisémicos, lúdicos y amorales. Hay que cuidarse.
La escritora Martha Luisa Hernández Cadenas escribió una nota sublime en solidaridad con Luis Manuel Otero Alcántara y luego se preguntó a sí misma si sus palabras eran profundas, si lo que había escrito era profundo. No solo llegó a preguntárselo, sino que nos envió un mensaje afirmando que lo que había escrito no era profundo, pero que había que decirlo. “¿Qué es lo profundo?”, le pregunté. Porque en este caso, carajo, lo único profundo es el bosque negro de un Valle Grande, la garganta mecánica donde permanece un hombre libre preso.
Facebook bloqueó al dramaturgo cubano Rogelio Orizondo por intentar publicar una foto donde aparece su madre abrazando a una bandera, la bandera cubana de la que tanto se habla. Una bandera cualquiera en brazos de una mujer cualquiera que a Facebook no le reporta ganancia alguna. Una mujer que existe en la memoria de un hombre que existe fuera de la circunscripción de un símbolo patrio más o menos destituido.
Lo otro es darme cuenta, sin que nadie me extorsione ni me pague, de que Luis Manuel Otero Alcántara, más allá de ser un hombre con una mirada estremecedora, que aturde y abruma, es realmente un artista. Las fotos de su trabajo que encuentro por ahí, navegando en las páginas de un Internet feroz, expresan el deterioro del pensamiento, la podredumbre social y la letra Pi constante de una expresión contemporánea discapacitada, ¿arte menor?
Los artículos de Anamely Ramos González y María de Lourdes Mariño Fernández, sobre la obra artística de Luis Manuel Otero Alcántara esclarecen mejor que yo mis palabras. Sigo oscura. Tengo el mínimo deseo de jerarquizar.
Luis Manuel Otero Alcántara construyó una Virgen de la Caridad/Ochún y la caminó de La Habana a Santa Clara. Ochún y Obbatalá rigen este año, el año chino de la rata. Ochún es la madre de todos los cubanos. Las ratas están por todas partes. Yo misma soy rata en el horóscopo. Qué tristeza. Esa foto me ha dejado intranquila, inconforme conmigo misma frente al gesto de un hombre lleno de creencias, lenguaje y con seguridad, ilusión.
Lo otro es darme cuenta de que la situación del Coronavirus se prolongará. Ya cancelaron las actividades de la Feria del Libro en Miami, cerrando hasta nuevo aviso los edificios donde esas actividades se llevan a cabo. Cada vez hay más personas mayores contagiadas con el Coronavirus, personas adultas y mayores, parece que el virus funciona como eutanasia, algo que me decía ayer la poeta cubana Damaris Calderón.
Lo otro es darme cuenta de que el encarcelamiento de Luis Manuel Otero Alcántara, como una corona de incomprensión y desánimo, se prolongará. Debe prolongarse. Debe servir de escarmiento. Debe establecerse e inmiscuirse en la mente de un pueblo cubano que duda, todo el tiempo duda. No puede haber lugar a dudas.
De todo lo que quería escribir solo me queda una palabra: minotauro. De cualquier tema que hablo siempre termino en mi hijo. Se me ocurre una lista de palabras difíciles que a mi hijo le costará pronunciar, porque apenas ha cumplido veintidós meses de vida, porque le están saliendo los segundos cuatro pares de muelas y la boca le duele.
Esa lista de 13 palabras difíciles sería:
minotauro,
democracia,
esternocleidomastoideo,
adenoides,
amígdalas,
biotecnología,
tentempié,
ornitorrinco,
boniato (cuando yo era niña nunca pude decir boniato),
raspadura,
guataca,
murciélago,
coronavirus.
Yo sería muy estúpida si creyera que mi escritura va a salvar a ningún hombre de ninguna cárcel. Mi escritura es algo diminuto en un escenario terrorífico auspiciado, instituido, por una dictadura y un régimen que necesitan hacer demostraciones. El mensaje de los médicos, enfermeros y trabajadores de la salud internacional es simple y directo. Con solo tres palabras aconsejan lo único que podría librarnos de la epidemia: quédate-en-casa.
Luis Manuel Otero Alcántara, arbitrariamente, no se quedará en casa. No existe su casa. Casa borrada, hombre reducido, pensamiento nulo. Trinidad. Tiene lógica y retórica. La historia se repite.
Mi escritura este día trece solo me salva a mí. Puedo ser lírica, egoísta, imprecisa y sintáctica, pero no puedo dejar de escribir: en contra. Estoy en contra. Conmigo está mi hijo. Conmigo están mis libros y mis recuerdos. Conmigo está una música de fondo, caribeña. Conmigo están los valores que Roselia Moronta me enseñó. Roselia Moronta era mi abuela y solo tenía segundo grado de escolaridad. Cuando no había qué cocinar decía: “Estoy entre dos y tira bordada”. Creo que hablaba de otra cosa.
Conmigo está Vallejo. A los dos nos sale espuma.