Cuba es un país atrapado en promesas y preso de la esperanza.
Cuba es un proyecto que se escribe en futuro, que se piensa en futuro.
Cuba escapa de su presente, turbio y enfangado, poniendo su fe en promesas intangibles.
La nuestra es una historia de posibles. El anhelo martiano de una Patria “con todos y para el bien de todos”, donde la ley primera de la República fuera el culto a la dignidad plena del hombre, fue aprovechado por el discurso de republicanos de chambelona y comparsas de barbudos. Una Patria construida sobre ideales, apartada de la realidad y prostituida en consignas.
El cubano se harta de promesas incumplidas y grita; el cubano se hastía de apagones y colas y estalla; el cubano camina, sin saber bien a dónde, y el poder, una vez más, usa la misma carnada: el futuro luminoso al que no se puede llegar por el pretexto universal: el bloqueo, la mafia mayamense.
Es complicado responder si el embargo es positivo o negativo. Por una parte, enerva que la excusa medieval justifique a un gobierno que ha llegado a su nivel máximo de incompetencia, y por la otra, que algunas de sus restricciones afecten a mi pueblo. Lo cierto es que la excusa suena vacía, rota de tanto usarse.
El embargo del gobierno de los Estados Unidos no es responsable de que este 11 de julio los cubanos salieran a las calles a exigir libertad y democracia. El embargo no es responsable de un gobierno autoritario y dictatorial; el embargo no es responsable de miles de fusilados; el embargo no es responsable de los miles de arrestos arbitrarios, condenas ajenas a derecho, secuestros y prisión domiciliaria que se han convertido en la cotidianidad de la Isla.
El embargo no es responsable de un sistema fallido que subsiste por la obcecación de una casta militar que se ha abrogado el derecho a decidir por todos los cubanos.
El proyecto socialista cubano en su diseño ha eliminado el concepto de ciudadano como gestor último de la voluntad de pueblo. El anhelo fundacional de “Patria y Libertad” fue sustituido por el de “Patria o Muerte”, el primero suma, el segundo excluye. El ciudadano es un apestado para una dictadura que tiene en los “compañeros y compañeras” a los súbditos fieles y esperanzados en la promesa eternamente incumplida de un futuro mejor.
La Historia reciente es rica en ejemplos de sus mentiras: más leche y queso que Holanda, el hombre nuevo, la termonuclear de Jaraguá, diez millones de toneladas de azúcar, un vasito de leche para cada cubano, el mercado paralelo, el plan milagro, alimentos subsidiados, ahora sí vamos a construir el socialismo, cuarteles en escuelas, la historia me absolverá, la moringa como fuente inagotable de riqueza, la microbrigada, los pedraplenes, los contingentes, los médicos de la familia, los mejores médicos del mundo, los mejores maestros, los mejores deportistas, el futuro luminoso de la Patria…
El anhelo como combustible de la dictadura tiene el atractivo de que su incumplimiento siempre puede ser culpa de un tercero, nunca de la incompetencia de quien lo ha prometido.
Las manifestaciones de este 11 de julio también son expresión de un anhelo, pero esta vez de cambio. Las promesas ya no pueden contener a quienes pasan hambre y sufren eternos cortes de una electricidad que pagan a un precio más elevado que el que pagamos en Miami. (Y que, además, en muchos casos, también pagamos desde Miami).
El discurso del anhelo trae consigo que el pueblo, sus emigrados, la oposición y el gobierno discursen en niveles paralelos que nunca se tocan. Conviven sin encontrarse, dialogan en la exclusividad de su propio nicho.
Díaz-Canel enarbola el discurso arcaico del castrismo, herencia envenenada de Castro Primero, con la esperanza de que funcione en un sector del pueblo aún avasallado por las consignas y esclavo de su propia historia personal. El discurso oficial del régimen crea verdades emocionales sin asidero en la realidad.
La construcción del enemigo, a lo que tanto discurso dedicó el primer Castro, no caló únicamente en los defensores del régimen, también en quienes se oponen visceralmente a él. Una intervención militar, improbable en las actuales condiciones, es enarbolada en la Isla como elemento de unidad y reclamada en el exilio como solución de todos los males.
La postverdad, como estrategia de permanencia, no es tan reciente. El discurso del bloqueo, de las tropas yanquis listas para invadir y de la mafia anticubana de Miami, ha construido una relación macabra y emocional con la mentira, que la dictadura alimenta continuamente, usando sin pudor para este fin el sistema educativo y el monopolio que ejerce sobre los medios de comunicación.
Tan falso como el discurso del bloqueo ha sido el cúmulo de noticias falsas, sin importar la buena intención de las mismas. No hay tropas listas para intervenir saliendo de la Florida, tampoco se ocupó el ICRT. La desinformación no ayuda, por el contrario, se convierte en argumento valioso para la dictadura.
Y a Díaz-Canel le digo: no son grupos contrarrevolucionarios pagados ni “revolucionarios confundidos” es un pueblo cansado y dolido.
Hoy nada se parece más al discurso del bloqueo que las peticiones de intervención militar exigidas desde un sector de la oposición cubana. El primero se diluye en su uso justificativo por parte del régimen dictatorial y el segundo en su improbabilidad. Son narrativas ineficientes, construcciones abstractas que se muerden la cola.
Dentro del panorama discursivo a quien poca atención se presta es a ese sector colaborativo que se da en llamar “intelectualidad crítica”.
Existe, en la Isla, un grupo importante de intelectuales, periodistas, juristas y analistas extremadamente “críticos” que aún vive la promesa de una sociedad justa, perfeccionable, con errores, pero posible. Una vez más el discurso del anhelo rige el pensamiento, para este sector criticar no es oponerse, es esperar que la solución del problema cubano venga de los actuales dirigentes. La intelectualidad crítica no se opone al sistema, no disiente del mal estructural, lo justifica en su crítica, lo avala y perpetúa.
Su discurso se pone al lado del pueblo, protestan junto al pueblo, son parte de ese pueblo. Pero su adhesión al sistema, su confianza en sus gestores los hace cómplices dolosos de una dictadura que los usa y los desprecia.
El reformismo socialista deja en gestores de probada ineficiencia la solución de los problemas actuales, les exige mejoras y cambios, y como escudo protector, advierte que su crítica viene de sus profundas convicciones socialistas y de izquierda, sin tener en cuenta que el proyecto cubano nunca llegó a ser socialista y dudo que alguna vez fuera de izquierda.
Ni la riqueza se distribuye de manera igualitaria ni el acceso a los medios de producción está en manos del pueblo. Castro Segundo, además de militarizar el aparato estatal y las instituciones, las convirtió en chivos expiatorios y en su lugar, creo GAESA entidad supragubernamental que detenta todo el poder económico, político y militar en la Isla.
Las instituciones cubanas no responden a la lógica de sus propias reglas, no existe un sistema regulatorio que pueda enarbolarse como garante de derecho. El reformismo colaborativo cae constantemente en esa trampa y, aunque denuncia que en Cuba no se cumplen ni sus propias leyes, no entiende, o no parece entender, que una dictadura se caracteriza por la perfomatividad de su acción represiva.
Una joven sin delito, Karla Pérez, con ganas de ejercer su profesión, limpia de historias y de compromiso es desterrada e impedida de entrar a su propio país. Un joven sin delito, incisivo e inteligente, Hamlet Lavastida, es apresado por la policía política al llegar a su país y se le fabrica un proceso penal bajo una premisa insalvable. Muchos activistas llevan meses en prisión domiciliaria sin saber cuáles son los delitos que han cometido, sencillamente porque alguien ha decidido que las calles de su país les están prohibidas.
El 11 de julio es un llamado de atención, es la evidencia de una desesperación extrema. Sus causas son muchas: la acumulación de carencias, de dolores; absoluta precariedad e ineficiencia en el manejo de la pandemia, hospitales colapsados, fallecidos que superan la capacidad de los servicios funerarios; uso propagandístico de las brigadas médicas cubanas en el exterior y escasez de profesionales en el propio país.
Más allá de las razones coyunturales está, sobre todo, la crisis terminal de un modelo, el fracaso de una ideología y el agotamiento de un discurso. El futuro ha dejado de ser un anhelo para convertirse en una utopía.
Repito, el 11 de julio es un llamado de atención. Sus causas son muchas y también una sola: falta de libertad.
La ausencia de liderazgo no significa que en Cuba exista un vacío de poder. Díaz-Canel vive en el síndrome del vaivén, en la incapacidad absoluta de tomar decisiones. En sus intervenciones públicas recientes es evidente su miedo, su nerviosismo, su falta de seguridad, la necesidad de asirse a símbolos tardíos, extemporáneos y obsoletos. La incompetencia del presidente cubano no debe ser confundida con el poder real que radica en la cúpula militar y los herederos de la generación histórica de la Revolución del 59. El verdadero peligro está en ellos, en sus armas y en su capacidad para usarlas.
Algo ha cambiado, algunos despiertan de su silencio. Leo Brouwer y Chucho Valdés, quienes en 2003 estuvieron de acuerdo con fusilar a compatriotas, hoy se ponen del lado de los que sufren. La “generación de la lealtad”, como la llamara Eduardo Heras León, ya no es tan fiel.
Este estallido, espontáneo y sin líderes ni convocatoria, evidencia que el cubano está harto de promesas, de mentiras, de justificaciones. La verdad está en los videos y testimonios, en las madres llorando a las que nadie pagó desde Miami y en los policías —que sí reciben prebendas y dineros de la dictadura—, disparando y golpeando.
Cuba se rompe en mil pedazos mientras el discurso del odio se apodera de unos y otros. Las piedras y bofetadas se cruzan ante una misma necesidad. La catarsis no puede ser baldía, la violencia no debe ser la vía.
Por una vez el cubano asumió su derecho al grito y se manifestó en presente, dejando atrás la farsa de un pasado glorioso y de un futuro luminoso. Libertad, democracia, Patria y vida: reclamos que encierran un anhelo que por primera vez ha puesto a temblar a una dictadura caduca y agonizante.
“Si Cuba está en la calle, Miami también”
“Hoy sí se acaba esto. Tiene que ser el día”. Ese era el sentimiento general en el Versailles, lugar siempre catalogado desde Cuba como el “epicentro de la gusanera”. Si lo que hace falta para ser un gusano top, es ir ahí, que nos vayan poniendo la medalla.