Damaris Betancourt: “Es difícil fotografiar la tristeza”

Damaris Betancourt es una fotógrafa cubana residente en Zúrich. Aunque desde el año1993 vive fuera de la Isla, su manera de fotografiar Cuba es persistente y aguda. En cada uno de sus viajes ha narrado con imágenes las historias de personas, monumentos, sitios, costumbres, prestando atención a detalles que los cubanos, tanto dentro como fuera, podemos identificar y reconocer como nuestros. 

El trabajo de Damaris es una obra de archivo visual imprescindible para entender la Cuba contemporánea. Algunas de sus series más conmovedoras son Habana Siglo XXILos judíos de CubaHabana en los noventa o A solas con el socialismoDiez días en Mazorra; esta última convertida en libro (Rialta Ediciones, 2021). Sus trabajos se han expuesto en Suiza, Estados Unidos, Italia y América Latina. Además, ha colaborado en proyectos fílmicos, corporativos y de redacción para varios medios y empresas internacionales. Con ella conversamos sobre las escenas cotidianas captadas por su cámara, la cultura material cubana y la relación con la comida que representan sus imágenes.


Damaris, en otras entrevistas has contado cómo te acercaste a la fotografía, tus primeras influencias. Sin embargo, me gustaría saber más específicamente sobre tu interés en mostrar la fisonomía de la Habana y sus habitantes de la manera en que lo haces. Pienso que hay una mirada de incertidumbre, de estoicismo cansado en los paisajes y en las personas que capturas con tu cámara que es muy peculiar en tu trabajo.

Fue la distancia la que me fue desvelando la fatídica realidad de La Habana. Cada vez que regresaba a mi barrio, no solo me saltaba a la vista lo desvencijado, lo desaparecido, sino también cómo las personas se iban acoplando con ese entorno en todas las formas posibles: en su apariencia, en su manera de moverse, de presentarse, de interactuar, de vivir. 

Ya se ha hablado mucho de las ruinas de La Habana y ahí siempre me gusta marcar una diferencia: no son ruinas; son escombros. Las ruinas son bellas y altivas, los escombros son deshechos. Comprendí que esa pasividad de la sociedad cubana no solo proviene de la desesperanza y de las imposibilidades tangibles con las que tiene que lidiar a diario, sino también por las condiciones en que vive, que son muy desalentadoras. Probé alejarme para ver el plano general y empecé a ver y retratar la ciudad como ese gran escenario donde transcurre nuestra existencia.


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De la serie: «La espera» / La cocina de Yahíma. El Vedado, 2009.
Después de esperar por la electricidad, también esperar por el alimento.
© Damaris Betancourt


Tu trabajo es una taxonomía de la memoria material cubana de los 90 en adelante: encontramos refrigeradores americanos Frigidaire engalanados con magnetos de cisnes, lavadoras rusas Aurika, televisores Caribe, champús Sedal y desodorantes Sport organizados de modo meticuloso en mesitas de noche, girasoles de plástico, Budas de porcelana, entre otros objetos que han acompañado a las casas cubanas en las últimas décadas. ¿Qué significan para ti estos objetos? ¿Qué importancia tiene su representación en la fotografía?

Con la crisis de los 90 en Cuba perdí mi ingenuidad. Yo era muy joven, tenía apenas 21 años cuando me propuse entrar sola y por primera vez en El Fanguito y hacer fotografías de aquel lugar, que en mi figuración era una especie de ideograma de lo pobre. Aunque El Fanguito y La Timba son barrios céntricos y accesibles, yo nunca había estado tan cerca de esa realidad. Ese trabajo me puso en contacto con vivencias desgarradoras y con personas en situaciones de total indefensión. Y estas personas me permitieron entrar en sus casas, mostraron ante mi cámara su desvalimiento, su angustia y buscaron consuelo en mí. Es difícil fotografiar la tristeza. Así como la realidad se desplaza en un abanico de perspectivas, lo emocional también puede mostrarse desde diferentes distancias, niveles, planos. Los detalles del espacio que habita una persona pueden ser muy elocuentes y son como una ventana que permite asomarse a su mundo interior sin llegar a violentar su integridad.

En la serie La espera encontramos una ciudad detenida, sus habitantes parecen aguardar sin muchas expectativas, sentados, en colas… Así como has mostrado objetos cotidianos, ¿te parece la espera una práctica nacional? ¿Qué crees que viene después de esa espera? 

Esperar en Cuba se ha convertido en una especie de “postergación”. Uno sabe que nunca recibirá aquello por lo que espera y en esa constante negación transcurre la vida. Es una existencia resultante de imposibilidades, carencias, despedidas, abdicación y conformidad. 

La gente en Cuba desconoce su potestad sobre su propia persona, el ser dueños de su propia autoridad. Desconoce esa línea fina pero determinante que enmarca la dignidad inmanente, que en las sociedades plurales se reconoce como individualidad y se respeta. 


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De la serie: «De lo cálido y lo exiguo» / Ración diaria de pan para una familia. La Timba, 2006.
El racionamiento en Cuba fue establecido por Fidel Castro en 1962 con la Libreta de Abastecimiento. Desde entonces los cubanos han vivido en un sistema permanente de cuotas, que no solo se limitó a los alimentos, sino a todos los artículos de primera necesidad.
© Damaris Betancourt


La gente ya ni percibe la gran humillación que supone tener que hacer colas interminables por un poco de alimento durante toda la vida. Esperar en Cuba se ha convertido en la séptima función vital. Desechar el valioso y escaso tiempo de vida de un ser humano en esperar por la no materialización de un absurdo es de las peores formas de humillación y anulación a la que puede ser sometido un individuo. Para responder resumidamente a tu pregunta: después de la espera viene el vacío, nada más. Si no conseguimos movilizarnos de ese letargo, nuestra existencia se diluirá en la nulidad.

Muchas de tus escenas tienen como protagónicos los comedores obreros, las cafeterías del Estado, las cocinas. Estas últimas son espacios íntimos, donde transcurre una buena parte del día para el cubano, habituado a las cocciones lentas. En los 90 eran las cocinas y los comedores los espacios para las conversaciones más discretas, así como para las burlas políticas más veladas. ¿Qué interés, qué importancia encuentras en estas zonas de las casas cubanas para tu fotografía?

Como para muchos cubanos de mi generación, mi abuela fue determinante en mi vida y en mi formación. Yo pasaba bastante tiempo con ella, casi siempre estaba cosiendo o en la cocina. La cocina era en nuestras vidas el lugar de encuentro, del buchito de café, de robarse un tostón, de raspar la cazuela de la natilla o del arroz con leche. 

Mi abuela era muy anticastrista y se quejaba a menudo y en voz alta de la escasez. Y eso que no vivió para ver la crisis de los 90… Tenía una frase muy simpática pero rotunda: “Cuando yo era pobre, comía mejor”, apuntando con sarcasmo a la propaganda oficialista que día tras otro proclama los “beneficios” de un sistema que solo consigue producir y repartir equitativamente la escasez. A pesar de eso muchas veces se las agenciaba para cocinar platos y postres cada vez más inaccesibles, cuando conseguía los ingredientes en el mercado negro. 


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De la serie: «Gente que no conocí» / Huevos para la cena. El Fanguito, 1992.
Durante el Período Especial el huevo pasó a ser un manjar de lujo para los cubanos, y el único proveedor fiable de proteína en la alimentación.
© Damaris Betancourt


Me contaba recurrentemente de las Navidades, de los turrones, las nueces, las aceitunas, las alcaparras, las uvas, los vinos… Eso en la Cuba de los 70 y los 80 ya entraba en la zona de lo conspirativo. Por mi abuela, por su fervor por la costura y por la cocina, tuve la suerte de conocer algo de la Cuba anterior. 

Hoy en día la cocina cubana, y me refiero al espacio, al recinto, podría convertirse de repente en una barricada, porque el hambre puede hacer erupcionar un volcán extinto. La cocina de una casa cubana es el rostro de una pobreza perversamente diseñada, absurdamente sostenida para amordazar a las personas. Es la evidencia de todo lo que falta y que no solo se limita al alimento. No hay ninguna explicación terrenal para justificar que en Cuba haya habido tantas carencias durante tanto tiempo.

Como artista, ¿cuáles son para ti los referentes visuales más importantes para describir la identidad cubana en las últimas cuatro décadas? ¿Y en la comida? ¿Si te interesara retratar rituales y alimentos significativos para el cubano, a qué prestarías atención?

Un referente visual que nos representa universalmente es para mí el mar. Y en las últimas seis décadas incluso con un simbolismo bifurco, porque encarna para nosotros tanto la libertad como el encierro. He tenido la oportunidad de visitar algunas de las islas vecinas. Haber crecido rodeados de mar marca el carácter. Y sobre todo de un mar tan universal como el Caribe, que acoge entre sus costas disímiles lenguas, culturas, etnias, estilos musicales, historias; para finalmente convertir todo eso en un gran mélange, ese mestizaje del cual me atrevo a decir que es inigualable. Y específicamente en la comida: “moros y cristianos”; la mezcla, el claroscuro y todas las gamas intermedias, una especie de sinopsis de la nación cubana, que es mestiza en todas sus expresiones. No he conocido a nadie que no le guste. 


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De la serie: «Los 90 en La Habana o A solas con el socialismo» / Vísperas de Nochebuena en la cocina de mi madre. La Habana, 1992.
Fuimos de los pocos privilegiados que pudimos esperar el año 1993 con un trozo de carne en la nevera. No hubo fiesta, simplemente una sobria cena familiar.
© Damaris Betancourt


Si pudiera retratar toda una sesión culinaria cubana, de la verdadera, prestaría mucha atención en recalcar la abundancia de condimentos, los trucos, los tiempos y el disfrute de cocinar y compartir con otros; la cocina como punto de encuentro e intercambio. Vivimos a contrarreloj, cocinamos y comemos muy de prisa, pero la cocina cubana, y lo acentúo otra vez, la verdadera, es muy sensual y fotogénica; quizás por eso de las preparaciones largas y los guisos y potajes de cocciones lentas.

¿Buscas en tus fotografías recrear alguna idea previa o encuentras las composiciones de manera espontánea? ¿Cuál es tu experiencia al retratar escenas callejeras? ¿Te ha confrontado alguna persona a la que has fotografiado? 

La realidad es de una profundidad y de una diversidad ilimitadas. Lo que me interesa surge de mis observaciones de mi entorno. Descubro cosas, reflexiono sobre ellas y trato de visualizarlas. Me interesan más las historias que las imágenes sueltas. Cuando fotografío en la calle soy absolutamente discreta; quiero mostrar, no insinuar. 

Hoy en día hay turistas por doquier y es más fácil camuflarse entre ellos. Algunas personas, al verme fotografiar con una cámara de formato medio, me ceden el espacio, lo cual es muy cordial. Es muy diverso como la gente reacciona. Solo en Cuba he sido confrontada directamente por personas en la calle. Sobre todo cuando comencé a principios de los 90 y me acercaba a una cola para fotografiar, a menudo alguien me increpaba. En aquellos tiempos solo andaban por la calle con una cámara turistas, por lo que yo parecía ser alguien sospechoso. En mis últimas visitas a Cuba esto ha cambiado un poco, algunos piensan que soy turista y me ignoran. Pero también me ha pasado que alguien, a sabiendas de mi verdadero propósito, muy delicada y discretamente, se ha detenido frente a mí posando con toda intención, como quien en su desespero confiesa sus cuitas a una desconocida.


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Autorretrato. Schattdorf, Suiza, Agosto 2020

Damaris Betancourt.


Aun cuando entras en espacios íntimos, cuando retratas recuerdos que conservan los sujetos que fotografías, hay un sentido histórico importante en tu trabajo. Si volvieras a una Cuba pospandemia, pos-11J, ¿qué buscarías o te gustaría retratar?

¡Oh, tantas cosas! De los sucesos del 11 de julio ya existe una imagen muy contundente y nítida hecha a partir de las tantas secuencias que se publicaron ese día. La gente salió a la calle y se documentó a sí misma, protagonizando un suceso histórico sin precedentes en los últimos sesenta y tres años de historia de Cuba. Pero ese acontecimiento tuvo un antes y tiene un después. Yo he tratado de documentar algunos rasgos del “antes”, y ahora me interesaría fotografiar el rostro del “después”.

Entiendo mi trabajo como una faena silenciosa, a fin de ir compilando testimonios visuales de la realidad cubana. Ante todo esa realidad que no alcanza las primeras planas de la prensa, ni los museos, ni las galerías de arte. Y espero con ello contribuir a la preservación de nuestra memoria. 

Por último, ¿trabajas en algún proyecto actualmente? ¿Alguna idea que quisieras compartirnos?

Tengo una lista larga de deseos que quisiera cumplir, pero prefiero no ser golosa. Si puedo continuar mi inventario visual de La Habana, estaría más que complacida.


Redes sociales:
Sitio web: www.damarisbetancourt.com/
Instagram: @damarisc.betancourt


Claudia González Marrero es Investigadora de Food Monitor Program.




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Claudia González Marrero

Para conservar la memoria nacional se necesita, ante todo, transparencia en la información, datos al alcance de todos, libertad para el análisis y confrontación de cifras. Nada de eso existe actualmente en Cuba”.