El arte de hacer lo incorrecto

Me complace entrevistar hoy a mi colega Néstor Díaz de Villegas, quien debió ser descubierto, desde hace mucho, por mi primera agente literaria, la extinta Carmen Balcells. Si así hubiese sido, Díaz de Villegas sería hoy un fenómeno a lo Roberto Bolaño y su obra anduviera dando vueltas por las librerías de medio mundo, despertando sorpresa o sobresaltos, como lo hacen los afilados textos de su gran amigo Reinaldo Arenas, pero tal vez con la clave sensorial del gran Bukowski.

Quisiera preguntarte, para los lectores de Hypermedia Magazine, ¿por qué causa fue juzgado en el Cienfuegos de los años setenta un poeta como tú?

Cursaba el segundo año de preuniversitario en Cienfuegos y había escrito una oda en protesta por el cambio de nombre de la avenida habanera Carlos III, a raíz de la caída de Salvador Allende. Un año más tarde, Oscar Álvarez y Marianela Ferriol, dos compañeros de clase captados por el G2, amasaron un expediente con los poemas y textos que yo distribuía en copias al carbón. En octubre de 1974, la Seguridad del Estado vino a buscarme a la clase de Historia, dos agentes me condujeron en un carro patrullero hasta mi casa de Cumanayagua para un registro. Esa noche caí en una celda donde apenas cabía acostado. Luego de un mes de interrogatorios, fui condenado a seis años de cárcel, de los cuales cumplí cinco en el campo de concentración de Ariza. 

De niña recuerdo que tu nombre era asociado con una famosa lista de presos políticos liberados tras la negociación de un presidente norteamericano con el Gobierno cubano. Me gustaría conocer si esto es cierto y que me cuentes cómo fue este proceso que, tras tu partida, tanto escuché citar a mi madre.

Conocí a tu madre a través del pintor Leandro Soto, por la época de mi arresto. Albis Torres era un ser misterioso y muy atrayente. Cuando me indultaron en 1979, gracias a las gestiones del presidente Jimmy Carter, me largué de Cuba vía Miami, con rumbo a Los Ángeles. En el corto tiempo que pasé en la calle antes de partir, mis antiguos camaradas del preuniversitario me hicieron el cuento de la exposición para ilustrar mis delitos que la policía había montado en el vestíbulo de la escuela, lo cual facilitó que muchos de ellos copiaran los poemas y arrancaran las fotos del mural. Fue la primera vez que mi mala fama me hizo célebre. 

Los años de adaptación en Estados Unidos han creado alrededor de tu persona un halo, una leyenda repleta de acción, sexo, política, épica, literatura y puntos de giro contradictorios que seguramente tienen mucho de ficción. Néstor no es un simple emigrante, no es solo un autor literario, es ese personaje complejo que a cualquier escritor le gustaría crear. ¿Qué tiene de mito o realidad todo este misterio que te antecede?

Seguramente conoces la maldición china: “¡Ojalá que te toque vivir en una época interesante!”. Mi vida abarca el idilio prerrevolucionario y el delirio de la barbarie socialista; las concentraciones de niños en Topes de Collantes y también las escuelas de arte penitenciarias, con Leandro Soto, Zaida del Río, Flavio Garciandía y Gustavo Pérez Monzón adolescentes; La Habana de las recogidas, la del combo Los Almas y la banda Los Flores Plásticas, y la de un tipo oscuro de pelo ensortijado que escribía epigramas, como aquel que decía “Goyesca, enjoyada…”. También el Miami gótico de ese mismo personaje, que resultó ser Reinaldo Arenas, teletransportado a la patria de los infieles. Mi vida abarca la ciudad de Los Ángeles, la de Donna Summer y David Hockney, y la de MacArthur Park en la era del Disco. En fin, que mi existencia va de la Cuba castrista a la América del inframundo sadomaso, el sida, el desarraigo, la transvanguardia y el crack. Soy un sobreviviente por partida doble, y el cabal cumplimiento de la maldición de mi época.

¿Serán los intensos ochenta, hermosos y turbulentos, bien vividos junto a tus mayores testigos, artistas e intelectuales de la diáspora que no sobrevivieron al trastorno, Reinaldo Arenas, la generación de El Mariel, materia para tu próxima novela? ¿Sabes que muchos colegas, editores y amigos cercanos esperamos con ansias esta especie de segunda parte de Antes que anochezca? 

El espíritu de esos años está en mi poesía. Reinaldo Arenas fue el primer crítico, y también el primer entusiasta de mi libro Vida Nueva, de 1984, del que publicó el poema “Odas olímpicas” en la revista Mariel. Me dijo: “Debes publicar ese libro de inmediato, has creado una poesía nueva”. Por entonces no abundaban las editoriales españolas descubridoras de poetas cubanos, así que publiqué en mimeógrafo mis primeros dos libros. El sello Bokeh está sacando por partes mi novela-tratado Sabbat Gigante, la segunda debe aparecer próximamente. Es mi ajuste de cuentas con esa época sobrevivida, en el mejor y en el peor sentido de la palabra. Mi próximo libro será una novela: Fidelia. No sabía que se esperaba con ansiedad, pero te agradezco tu gentileza y tu confianza en mi obra.

Cuando estoy a tu lado siento que todo lo que vivo puede ser narrado de modo distinto, que cada cosa que diga puede ser transformada al entrar por un túnel infinito donde salte y se amplifique lo mejor o lo peor de cada vivencia. Colocarte y colocarnos a los extremos de un peligroso ejercicio es tu especialidad. ¿Es parte de tu estilo el arte de hacer o decir “lo incorrecto”? ¿Qué es lo incorrecto para ti?

Buena pregunta. ¿Qué es lo incorrecto? Tal vez en el fondo yo sea un moralista. No hubo, no hay nada vedado a mi escrutinio, ni aún los detalles más escabrosos. Cuando nos colocan un espejo delante saltamos, espantados, pues no nos reconocemos en el otro. Porque los espejos no reproducen la vida, como creía Borges, sino que la niegan, destruyen la ilusión, que es una ceguera divina. Enfrentarme a espejos que descubran facetas ilógicas, deformes y enfurecedoras, ha sido mi cuestión. Creo que lo que denominas “incorrecto” es para mí una postura artística y una estrategia ética. ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a ver el mal y a verme mal? Entonces, digamos que lo incorrecto es el punto de fuga de quien venció el miedo a desconocerse.  

Háblanos del homenaje que te hicieron en Miami y del libro que presentaste.

Celebramos los veinte años de la publicación del libro Confesiones del estrangulador de Flagler Street. Lanzamos, al mismo tiempo, Para matar a Robin Hood, que reúne mis críticas de cine de los últimos diez o doce años.

¿Cómo definirías tu retorno a Cuba después de tantas décadas?

Fue un viaje exploratorio parecido al del psicólogo Kris Kelvin en Solaris, la novela de Stanislaw Lem. Vi la casa donde nací, abandonada en un planeta de malas memorias y cochambrosa materia gris. Caminé por calles fantasmagóricas donde saltaban a mi paso adefesios políticos y diversos esperpentos históricos. Tomé el vuelo de regreso en la nave de American y escribí un libro titulado De donde son los gusanos, que verá la luz si los cazatalentos españoles deciden que el problema cubano es realmente un asunto con vida propia y no un mal sueño en la mente de la difunta Carmen Balcells.