Jorge Olivera Castillo (Habana Vieja, 1961) es el mayor de cuatro hermanos y fue criado por su mamá, Cristina Nilsa Castillo González, y su abuela materna —ambas afrodescendientes— en el barrio de Belén, durante los primeros años de la Revolución, a solo unas cuadras de la casa natal del Apóstol José Martí. Y, como ocurrió con la vida emblemática de Martí, la de Jorge Olivera ha sido afectada profundamente por sus experiencias inolvidables en la guerra (Angola), en el presidio político —como unos de los 75 activistas y periodistas condenados durante la Primavera Negra de marzo de 2003— y ahora en el exilio.
Exiliado en Estado Unidos desde diciembre de 2020, vive con su esposa —la Dama de Blanco, activista feminista y de los derechos humanos Nancy Alfaya— en Pittsburgh, Pennsylvania, como escritor invitado del programa City of Asylum. Pero, siguiendo de nuevo la trayectoria insigne de Martí, Jorge Olivera ha respondido a los muchos desafíos vivenciales que relata con detalle aquí, a lo largo de los treinta años que van desde 1993 y que incluyen el sindicalismo y periodismo (independiente), la denuncia política (anticomunista) y la poesía.
Tanto durante su niñez como ahora, la mayoría de los pobladores en su barrio natal provienen de familias pobres de la raza negra. Físicamente, él tiene facciones bastante mezcladas dada la ascendencia mestiza de su padre comunista, Marcos Orlando Olivera Sardiñas (1926-2003) . No obstante, a pesar de la fama de marginal y criminal —o marginado y criminalizado— del barrio, insiste en que su niñez allí fue “feliz y harmónica” gracias a los esfuerzos constantes y al carácter recto de su abuela materna, Rogelia González Guillot.
Aunque no tuvo una relación estrecha con su padre, Marcos Orlando Olivera Sardiñas (1926-2003) debido a un temprano divorcio, desarrolló una confianza tardía con él después de regresar de 26 meses como soldado cubano en la guerra de Angola en 1983, a los 22 años.
Olivera padre había sido miembro del Partido Socialista Popular (PSP) en su juventud, durante los años 40, y coordinador de varias células de la clandestinidad contra la dictadura de Batista en la década de 1950. Después del triunfo de la Revolución, había pasado de ser un corrector de pruebas en el periódico comunista Hoy a hacer el mismo trabajo en Granma el nuevo vocero del Partido Comunista de Cuba, tras el cierre de Hoy y Revolución —del Movimiento 26 de Julio— en 1965.
No obstante, el historial militante de su padre terminó perjudicándolo. De hecho, entre 1967 y 1968 fue uno de los 38 miembros del PSP arrestados, interrogados durante meses en Villa Marista y condenados en juicios sumarios a prisión por su participación en el llamado proceso de la microfracción. Fue sentenciado a diez años de prisión por “desestabilizar” y atentar contra la Revolución, y, por presuntamente, trabajar a favor de los intereses de una potencia extranjera. Fue liberado después de cuatro años y tres meses, en 1972, gracias a las denuncias de los encarcelamientos y las presiones de casi todos los partidos comunistas de la región. Debido también en parte a esta experiencia carcelaria, no pudo estar presente durante años clave de la niñez de Jorge. Como resultado de haber sido un preso político comunista en un país supuestamente dedicado al comunismo, durante la segunda mitad de la década de 1980 se convirtió en una fuente de información valiosísima sobre la microfracción y en inspiración para Jorge cuando este comenzó a asistir a una serie de tertulias informales en casa de su padre, en Santo Suárez, donde se hablaba sobre —y se aprobaban— las políticas reformistas de la perestroika y la glásnost en la antigua Unión Soviética.
Con una conciencia crítica ya en creces, la combinación de la política de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas impuesta por Fidel Castro a partir de 1986 junto con la llegada del Período Especial a inicios de la década de 1990, fue quizás lo que empujó a Olivera romper finalmente con el sistema. Pero, antes de salir del closet político, juntarse a las filas de la oposición y empezar una práctica constante del periodismo independente desde 1995 hasta su propio encarcelamiento durante la Primavera Negra de marzo del 2003, había tratado de irse del país, a principio de los años 90, como un “balsero”; la vía más común y más peligrosa en aquella época.
Dejando atrás sus casi diez años de trabajo como editor de televisión en el ICRT, Olivera se lanzó al mar en agosto de 1991 con un grupo de amigos de Belén. Enseguida fueron apresados en alta mar por la guardia fronteriza cubana, multados y puestos en libertad al día siguiente. No obstante, este intento fallido de escapar del “país del futuro” le sirvió como “la última gota” para convencerlo de que ya no tenía nada que perder. Desde entonces decidió que iba a vivir en Cuba como un hombre libre y a aceptar las consecuencias.
Su primera decisión fue rechazar una oferta para regresar a trabajar en el ICRT como informante encubierto de la Seguridad del Estado para recabar datos sobre sus colegas de trabajo. Pidió la baja y se lanzó ya no al mar, sino a una nueva vida contestataria y tan independiente como arriesgada.
Jorge Olivera con su madre y su hermana.
En septiembre de 1995 se sumó como corresponsal de la agencia independiente de noticias Habana Press, fundada por Rafael Solano y Raúl Rivero en mayo de ese mismo año. Para 1999, después del exilio forzado de Solano y de otros directores, Olivera se convirtió en el director de Habana Press y trabajó codo a codo con Raúl Rivero, director entonces de Cuba Press, la otra agencia independiente cubana insigne de los años 90. Durante los ocho años entre mayo de 1995 y marzo del 2003, mandaron un sinfín de reportajes desde dentro de Cuba al mundo por teléfono, desde casa de Estrella García, en el Barrio Chino, en Centro Habana.[1]
Pero esta etapa pionera y fructífera del movimiento de periodismo independiente cubano llegó a su fin en el mes de marzo de 2003, cuando Olivera y Rivero, junto a 73 de sus colegas de la oposición y la prensa libre, fueron arrestados con la colaboración de varios agentes encubiertos dentro de las filas del periodismo independiente —incluyendo a Néstor Baguer y Manuel David Orrio— y juzgados por trabajar al servicio de una potencia extranjera bajo la infausta Ley Mordaza. Fueron condenados a largas sentencias de prisión en un operativo masivo que ganó el apelativo de Primavera Negra y la atención y las denuncias de prácticamente todo el mundo.
En las reflexiones políticas, profesionales y personales publicadas que Olivera testimonia a continuación, combina una memoria detallada sobre los eventos y las personalidades clave de su vida como activista, periodista independiente y poeta con un agudo análisis de la lucha para una prensa libre y un gobierno democrático en su isla natal.
¿Podrías describir tus orígenes familiares y sociales? ¿Qué trabajo o profesión practicaban tus padres y cuán “integrada” estuvo tu familia al proceso revolucionario durante tu niñez?
Provengo de una familia humilde. Nací en la Habana Vieja, en el barrio de Belén, uno de los barrios más históricos y pobres de la capital. Mi madre cursó estudios hasta el sexto grado. Trabajó en una fábrica textil y después se convirtió en ama de casa. Mis padres se separaron cuando yo tenía 2 años. Yo soy el mayor de cuatro hermanos.
Toda mi vida transcurrió en ese barrio pobre, habitado mayormente por población de la raza negra. A pesar de ser pobres, estuve rodeado de mucho amor por parte de la familia, sobre todo mi abuela materna, Rogelia González Guillot. Era muy recta y estábamos bajo su tutela.
Mi mamá tenía que trabajar, mi padre se había ido y prácticamente me crie con mi abuela materna. Ella fue la que nos dio la educación a todos nosotros, la que mayormente estaba con nosotros. Fue una infancia con pobreza. Eran personas humildes; en el caso de mi abuela, una persona analfabeta, pero que nos transmitió reglas de educación que nos han servido a todos, a mí, a mis hermanos, para toda la vida. Y eso es una cosa que se la agradezco mucho a mi abuela materna.
Puedo decir que quizá, en medio de esa burbuja de inocencia, éramos felices en ese sentido. En muchos sentidos, comparado como es la vida ahora, había los recursos mínimos. Todavía no estaba tan deteriorado el sistema educativo, por ejemplo. Teníamos qué comer. Había patrones educativos realmente muy superiores a los que existen hoy, que han sufrido un deterioro progresivo a través del tiempo.
Me crie básicamente con mi abuela y mi mamá. Éramos mi hermana y yo de un padre (Orlando Olivera Sardiñas) y luego, cuando yo tenía 10 años, llegó mi padrastro. Mi mamá tuvo dos hijos más con aquel hombre. Así que éramos dos hembras y dos varones. Fue un ambiente bastante armónico y ajeno a la política.
Con Nancy Alfaya poco antes de comenzar una serie de charlas en Dickinson College.
Es cierto que estábamos siendo adoctrinados, pero sencillamente no nos dábamos cuenta. Estábamos en esa vorágine que creó este proceso de manipulación y lavado de cerebro, pero no nos dábamos cuenta. En la medida del tiempo uno va creciendo en ese entorno y, sin darse cuenta, termina aplaudiendo al verdugo que no se presenta como verdugo, por supuesto. Tiene sus disfraces.
De eso nos damos cuenta muchas personas, unos primeros, otros después. Yo desperté después que vine de la guerra en Angola. Comencé a hacerme preguntas de mi vida, sobre por qué sucedían muchas cosas, y me acerqué a mi padre Orlando.
Pero de la infancia tengo buenos recuerdos. No tengo recuerdos traumáticos. Éramos pobres, pero, de cierta manera, felices.
Cuéntame algo de Belén. ¿Cómo es? ¿Cuál es su fama como barrio?
Belén fue un barrio, y es todavía aunque tal vez en menor medida, conflictivo. Sobre todo, antes del 59, era muy conocido por la prostitución. San Isidro, por ejemplo, me cuentan, era una calle donde había muchos prostíbulos. Lo tengo como referencia porque yo soy nacido en el año 61. A principios del siglo 20, allí vivió el famoso Alberto Yarini. Por eso es muy conocido. En la historiografía se menciona mucho ese personaje y su asesinato.
Él controlaba el negocio de la prostitución. Era una persona de raza blanca y fue muerto por un rival en este negocio. Si mal no recuerdo, mataron a Yarini en San Isidro. Era un chulo, un proxeneta muy famoso, que también estaba vinculado con políticos muy importantes. Por eso es una de las cosas que es conocida la Habana Vieja. También es un lugar muy histórico. Ahora, sitios emblemáticos como la Catedral de La Habana, en la Habana Vieja, han sido restaurados.
Específicamente en Belén, está la Avenida del Puerto y el Paseo de la Alameda. Yo vivía muy cerca de ahí, a dos cuadras de la bahía, por eso extraño mucho el mar. Siempre estuve muy cerca del mar. Está la terminal de ferrocarril, que es un lugar también importante.
Belén es un barrio muy conflictivo, sobre todo la calle de San Isidro, la calle Paula, que es donde nació el héroe nacional José Martí, el Apóstol. Yo viví en Merced. Y después está Paula. Ese fue el nombre que tuvo hace muchos años atrás. Ahora fue rebautizada Leonor Pérez, el nombre de la madre de Martí. Un lugar muy emblemático de Belén es la casa natal de Martí.
Hay todavía personas que viven en la marginalidad, muchos solares y gente que se mueve en un mundo un poco violento, de drogas, etc., que todavía existe, tal vez en menor medida, creo yo. No me atrevo a decirlo así categóricamente, pero es un barrio problemático. Siempre lo ha sido.
Jorge Olivera y Nancy Alfaya, 1997: “el año en que comenzamos nuestra historia de amor”.
Aunque muchas personas se han marchado del país (muchísimas contemporáneas conmigo), las nuevas generaciones crecen en un ambiente de miseria, de drogas, heredado de sus ancestros. Lamentablemente, no existen políticas para revertir esta situación por parte del Gobierno. O sea, a atender a estas familias, tratar de procurarles, encauzarlas en alguna medida. Tienen entonces que continuar todos estos flagelos, como es la criminalidad, el negocio del tráfico de drogas, etcétera.
¿Y antes, demográficamente, estaba poblado en su mayoría por habitantes de raza negra?
Sí, básicamente esa parte de San Isidro y Paula.
¿Tenías alguna conciencia de tu identidad como raza negra en tu juventud? ¿Había una conciencia o un orgullo de ser negro?
No. Eso lo adquirí mucho después. Yo diría que cuando empecé en estas lides de la disidencia, que surgieron movimientos en defensa de la raza y realmente vi, me di cuenta, descubrí todos los problemas que existían. En aquella época, y más adelante también, no tuve conciencia realmente del racismo.
Pero también hay que ver las características en Cuba respecto a la raza. Por ejemplo, en mi caso, yo estoy en el medio. O sea, ni soy muy oscuro ni soy muy claro. Son personas miradas de una manera diferente, no son tan discriminadas.Además, yo nunca crecí con esa visión de la raza porque mi padre era un mulato que podía pasar como blanco. Entonces, tengo hermanos blancos porque mi padre se casó con mujeres blancas y ya la descendencia se confunde. Lo negro, la herencia negra no está muy marcada.
Nunca, ni entre la familia, ni entre mis hermanos por parte de padre, tuvimos esa diferencia. Tampoco nunca lo padecí, honestamente, en la escuela. No recuerdo nunca ser discriminado por mi color. Repito, en Cuba, mientras más pigmentada uno sea, más discriminado es.
Durante los años en la disidencia, en el periodismo independiente, ¿alguna vez trataron de usar el racismo como mecanismo de manipulación? ¿El que uno, por ser negro, debía ser más agradecido?
Sí, en muchos casos. A mí no me ocurrió, pero sí escuché casos de disidentes o miembros de la sociedad civil u opositores que muchas veces les echaron en cara eso. “Parece mentira que tú seas negro y estés en contra” (o sea, contrarrevolucionario) y “todo lo que la Revolución ha hecho por ustedes, por su familia, por sus ancestros”. También hay un racismo solapado, no muy evidente. Incluso en todos los estratos. No vamos a decir Gobierno, policía, disidentes, sino entre las mismas personas.
Siempre hay un racismo, aunque no muy evidente. Estamos hablando que cada país tiene sus características en ese sentido. Cuando hablamos de racismo en Cuba, no podemos tener en la mente a Sudáfrica, por ejemplo. Es una cosa muy peculiar de Cuba.
“Mi padre, joven”.
Sí existe un racismo solapado cuando se ve al más pigmentado en una posición de jerarquía. Se mira con cierta reticencia, digamos, aunque no se manifieste de manera abierta. Siempre va a existir porque son cosas que traemos desde la colonia y subyacen en el tejido social. Eso, creo yo, va a ser imposible de erradicar cien por ciento.
Y aquí en Pittsburgh o en Cambridge o en Las Vegas, desde que has estado viviendo en Estados Unidos, ¿te ven como cubano, como negro, como caribeño? ¿Cómo es eso aquí? ¿Cómo has sido tratado o recibido?
Honestamente, tengo muy buena opinión, al menos en los círculos que he vivido aquí en Estados Unidos. No tengo quejas, realmente, de ningún tipo. Estoy hablando de los círculos en que me he movido, no soy un conocedor a profundidad. No tengo muchas experiencias que contar. Pero en las que hemos vivido mi esposa y yo no hemos sentido discriminación en ningún lado, ni siquiera en los lugares públicos ni en las universidades donde hemos estado.
¿Qué me puedes decir de tu padre, Orlando Olivera Sardiñas?
Mi padre estuvo preso, guardó prisión política. Él fue miembro del Partido Socialista Popular desde que era muy joven, en la época anterior al 59. El PSP era la organización de los comunistas, un partido marxista que respondía a los postulados de la antigua Unión Soviética y fue uno de los que tomó la bandera de la lucha contra el batistato.
Estuvo muy activo en la lucha contra el gobierno presidido por Fulgencio Batista, sobre todo después de que este diera un golpe de Estado en 1952. Dirigía ocho grupos clandestinos en la capital. Fue detenido en varias oportunidades por las fuerzas policíacas de Batista y amenazado, le hicieron registros domiciliarios. Afortunadamente, no sufrió torturas, pero sí detenciones y acoso.
Él siguió en esa lucha hasta que triunfaron en el 59 las fuerzas rebeldes que estaban en esta lucha, sobre todo el 26 de Julio. La lucha del PSP era básicamente en la ciudad, al igual que las personas del Directorio 13 de Marzo, repartiendo volantes, apoyando las huelgas, haciendo campaña de proselitismo, huelgas. Mi padre tomó parte en todo aquello a riesgo de su vida.
De muy joven, trabajaba como corrector de pruebas en Hoy, el periódico del PSP, un diario dirigido por Blas Roca. Hizo este trabajo hasta que se fusionó con el diario Revolución, que dirigía Carlos Franqui, en 1965. De esta manera surge Granma. Ahí mi padre desempeña las mismas funciones hasta finales de 1967.
Más tarde, entre 1967 y 1968, estuvo implicado en el proceso conocido como la microfracción, en el cual fueron apresados una treintena de integrantes del PSP y condenados a largas penas de prisión por oponerse a las políticas adoptadas por Fidel Castro. Fue sancionado a diez años de cárcel. Cumplió cuatro años y tres meses. Todos los encartados fueron liberados antes de cumplir el castigo completo.
He oído hablar de la microfracción, pero ignoro los detalles. ¿Qué me puedes decir de este proceso y el papel de tu padre en todo aquello? ¿Fue una crítica a la Revolución, un complot?
Cuando yo apenas tenía 6 años de edad, en octubre del 67, mi padre fue arrestado junto con un grupo de otros 37 viejos militantes del PSP. Estuvieron como cinco o seis meses en Villa Marista bajo interrogatorio y fueron llevado a juicio en febrero de 1968. Fue una redada masiva en toda Cuba. No fue solamente en La Habana, sino a nivel nacional. Mi padre y los otros fueron llevado a juicio. Fueron juicios estalinistas. No hubo defensa creíble.
Jorge Olivera y Nancy Alfaya, 2023.
Como eran personas que tenían un prestigio y que habían luchado contra el batistato, Fidel Castro las vio como una amenaza y las eliminó. Aprovechó para hacer una purga a nivel nacional, porque esto no se centró solamente en el proceso de los 38 condenados de la microfracción, sino que hubo una purga. Miles de personas en toda Cuba fueron expulsados de sus trabajos y enviados a campos de trabajos forzados a cortar caña.
Uno de ellos fue Carlos Quintela, que se exilió y trabajó en Radio Martí, donde tuvo un programa por mucho tiempo. Quintela había trabajado en Hoy y en el periódico Granma. Y también Rosa Berre, su esposa. Los dos eran muy amigos de mi padre. Rosa Berre, que ya murió, fue una de las fundadoras del periodismo independiente cubano acá en Estados Unidos y mucho tiempo, hasta que murió, la directora de CubaNet.
Había tres mujeres a quienes les dieron prisión domiciliaria. Mi padre estuvo seis meses en Villa Marista, después en la prisión de La Cabaña y después en la prisión del Morro. Estas prisiones no existen ya, desde hace mucho tiempo. Creo que fueron cerradas y ahora son museos.
¡Terrible! Después fue a una granja de trabajos forzados en Melena del Sur, que es un poblado en al sur de La Habana. En total, mi padre estuvo tras las rejas alrededor de cuatro años y tres meses.
Hubo dos suicidios, cuando los arrestos, en los arrestos de Villa Marista. Uno de ellos se llamaba Eurípides Hernández.
Pero ninguno se autoinculpó. Ninguno. No pudieron presentar vídeos de estos juicios estalinistas.
Cuando Fidel Castro viaja a Chile en 1970, lo cuestiona el Partido Comunista Chileno. Todos los Partidos Comunistas latinoamericanos estaban en contra de eso, todos se pronunciaron.
Fidel Castro viaja a Chile, donde está veinte días, para hacer campaña a favor de Salvador Allende, del partido Unidad Popular; algo inédito para un jefe de Estado en la historia de las relaciones internacionales, el hacer campaña a favor de un candidato en otro país. Allí, en una rueda de prensa, creo que en la Universidad de Antofagasta, le preguntan: “Comandante, si usted es comunista, ¿cómo tiene presos a los comunistas? No entendemos”. Yo no sé si fue pública o privada esa pregunta. Lo cierto es que a su regreso, liberó a la mayoría de la microfracción y dejó a los que consideraban más recalcitrantes.
Además, en 1968, ocurrió un evento importante: la Ofensiva Revolucionaria, en que fueron confiscados los pequeños negocios que quedaban del capitalismo. Para mi entender, el totalitarismo en Cuba comienza en el 68, cuando le dan el tiro de gracia a lo que quedaba de la propiedad privada. Ahí es donde la Revolución termina. La Revolución fue efímera.Creo que la Revolución duró siete u ocho años, ya después lo que vino fue un totalitarismo brutal. Creo que todas las esperanzas murieron allí, en el año 68.
¿Y cuál era el cargo, de qué fueron culpables oficialmente?
Desestabilizar la Revolución. Eran acusados de conspirar para desestabilizar la Revolución.
A mí me parece muy interesante hablar de ese tema porque muchas de las personas, sobre todo la juventud, no conoce este proceso. Y yo creo que es importante conocerlo. Es increíble y puede resultar un poco paradójico porque, en este caso, Fidel Castro, que se proyectaba como un revolucionario, como un comunista, les hace la guerra a los comunistas.
Muchas personas, desafortunadamente, no conocen este proceso importante dentro de la historia de la llamada Revolución. Fue un proceso que demuestra la naturaleza política del modelo, la intransigencia, el abuso, el acoso. Porque estas personas nunca buscaron la violencia, solo emitían un criterio discrepante del Partido, estando ellos mismos dentro del Partido.
“Con mi hijo y nieto. 2021. New Jersey”.
El PSP era un partido pro soviético. Pero en aquella época una de las premisas de la Unión Soviética era que la revolución nada más que se podía hacer dentro de las fronteras nacionales. Estaban en contra de la exportación de la revolución. Y Fidel Castro estaba influido por el Che Guevara, quien estaba más cerca del maoísmo y era opuesto a esas doctrinas. Había un enfrentamiento, una división interna en el Partido por esto.
También criticaban a Fidel Castro. Entre las cosas que le manifestaron en el juicio, le criticaban a Castro el mesianismo y el afán de controlarlo todo. Otra cosa que criticaron fue la confiscación de los pequeños negocios y el exceso de gratuidades. O sea, el populismo económico. Por ejemplo, se entregaron casas a bajo precio, facilitaron a la gente una casa barata, el alquiler bajo, las tarifas eléctricas muy bajas. Ellos criticaban eso, entre otras cosas.
¿Por insostenible y también por quitar el incentivo al trabajo?
Efectivamente. También criticaban el trabajo voluntario, que fue uno de los inventos del Che.
Hay un enfrentamiento porque eran personas que tenían un historial en la lucha urbana contra Batista, que fue la que desarrolló fundamentalmente el Partido Comunista de antes (el PSP).
Pero resulta que, durante los años 60, ellos, los del PSP, ya venían siendo espiados.
Se enfocó como si fuera un complot para derrocar la Revolución, pero no era así. No era la intención. Simplemente ellos creían que la Revolución iba por un mal camino.
¿Se consideraban revolucionarios, pero querían que la Revolución cogiera otro camino?
Otro camino, sobre todo alineado a los soviéticos, porque siempre fue un partido soviético. Eso nadie lo puede negar. Pero no había un complot estructurado ni nada parecido.
¿Seguían órdenes, orientaciones de la Unión Soviética? ¿O fue algo que nació en ellos?
Nació en ellos porque los comunistas eran fieles a la política de Moscú. Mi papá me lo dijo. Ellos no tenían esa estructuración para crear un complot ni intención de derrocar nada. Simplemente querían llamar la atención, al menos desde la perspectiva de mi padre, de atajar un proceso para que no se descarrilara, según su punto de vista. Por eso fueron acusados de trabajar al servicio de una potencia extranjera.
Que fue la Unión Soviética. ¡Qué ironía!, ¿no?
Sí. De contribuir a desestabilizar el orden interno. Raúl Castro dio un discurso larguísimo y muy agresivo. Mi padre fue condenado finalmente a diez años.
El líder, Aníbal Escalante, fue condenado a quince años. Escalante, incluso antes, había sido desterrado a la Unión Soviética por discrepancias. Estuvo un tiempo allá y regresó a Cuba. Pero lo habían mandado a la Unión Soviética para castigarlo, para que estuviera lejos. Posteriormente, estando en prisión, muere de una apendicitis, según informó el Gobierno.
“En las Vegas, con Nancy, mi hijo y mi hijastro. Fue durante los 5 meses que estuvimos en la Universidad de Las Vegas. 2021”.
Después viene la lista de los doce años, en la que está Ricardo Bofill Pagés, uno de los principales más conocidos.
Quien termina siendo un luchador por los derechos humanos…
Es fundador del Comité Cubano Pro Derechos Humanos.
¿Él empezó como parte del PSP?
Sí. ¡Él era de la microfracción! Cuando vas a la lista de los de doce años está Aníbal Escalante. Después vienen como seis o siete con doce años de prisión y el primer nombre que está es el de Ricardo Bofill Pagés. Era el miembro más joven de la microfracción. Mi padre no lo conocía. Incluso al principio, él no se mezclaba (mi padre me contaba) porque era muy joven y parece que tenía desconfianza. Mi padre establece comunicación con él en la prisión porque no se conocían de antes.
¿Tu padre sale de la prisión en 1972?
Así es. Pero, a diferencia de otros, mi padre nunca se metió en nada más ni se fue al exilio. Salió de la cárcel muy afectado de los nervios. Consiguió trabajo en una dulcería, haciendo cakes, y ahí se retiró. Ya no pudo hacer más como linotipista, como corrector de pruebas, que era lo que había desarrollado durante toda su vida.
Hay tres que se integran al movimiento de derechos huamnos y que son fundadores del Comité Cubano Pro Derechos Humanos: Ricardo Bofill Pagés, Félix Fleitas Posada y Edmigio López Castillo. ¡Esos son los miembros fundadores del movimiento de derechos humanos en Cuba, tres miembros del viejo PSP!
Otro de los principales fundadores del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, fue Gustavo Arcos Bernes, del movimiento 26 de Julio y asaltante al Cuartel Moncada, donde recibió una herida de bala en la columna vertebral. En la década del 60, fue embajador de Cuba en Bélgica.
Mi padre no quiso nunca integrarse. Salió de la prisión muy afectado. Incluso yo recuerdo que me aconsejaba: “Tú no sabes quiénes son esta gente”. Y, cuando yo ya estaba en el movimiento, me decía: “Yo pienso mucho en ti, porque esta gente son… Y mira lo que yo pasé”.
Pero mi padre nunca claudicó de sus ideales, estuviesen equivocados o no. Y eso es admirable. Nunca claudicó, nunca quiso irse de Cuba teniendo la oportunidad como prisionero político. Nunca quiso venir para acá. Murió en enero de 2003, siendo comunista, como dos meses y medio antes de que me arrestaron durante la Primavera Negra.
“Con mi hija, en La Habana. 2016”.
Cuando estaba en esa vorágine de la detención, del arresto, yo recordaba a mi padre y toda la odisea que pasó. Eso me dio fuerzas. Mi padre no claudicó.
¿Cómo fueron tus experiencias educacionales hasta el preuniversitario?
En mi caso, me desenvolví como un ciudadano normal durante la niñez y la juventud. Cursé estudios hasta el nivel medio. En 1976, cuando yo tenía unos 15 años, fue mi época en la secundaria. Guardo bellos recuerdos de la secundaria. Primero estuve en Eduardo García Delgado, estudiando control automático y electrónica. Después, fui becado en el Instituto Politécnico Oswaldo Herrera. Ahí me gradué en 1980 de técnico medio especialista en equipos de transmisiones. Oswaldo Herrera es un tecnológico que queda en la avenida Boyeros.
¿Qué recuerdas de ese proceso de la beca?
La beca realmente no era lo que se decía. Yo me di cuenta de que era una manera de quitarle la potestad a los padres. Como ha ocurrido durante todo este proceso, el Estado ha usurpado el espacio que les toca a los padres en el sentido de la educación. Y por eso todas las cosas que estamos enfrentando en esa materia, la materia moral y de ética, viene dado por eso mismo. Por la separación en edades realmente muy complicadas.
Yo creo que forma parte del adoctrinamiento del Estado. Es un programa que se ha ejercido para un fin mayor de control social, para manipular las mentes de los alumnos, de los muchachos, y desarraigarlos del seno familiar. Yo vi eso en la beca en Boyeros, que estaba a unos 15 o 20 kilómetros de mi hogar en la Habana Vieja, y en el Instituto Politécnico Eduardo García Delgado. Además, la mezcla de muchachas con varones resultó ser anárquica. No había nadie que velara por la conducta y por lo que pasaba dentro de los cubículos. Hablo categóricamente de que no fue un “error”, sino una política bien diseñada, con un fin muy bien definido.
No obstante, fue una experiencia de la que saco lo positivo. Conocí muy buenas personas. Pude hacer muy buenos amigos. Tuvimos nuestros primeros noviazgos en ese ambiente. También en esa época la mentalidad no se ha formado del todo. Uno piensa como muchacho tal y como es. Uno no ve las cosas claramente y se da cuenta luego, cuando ya se es más maduro, que piensa en retrospectiva. Pero en esa época, realmente, yo creo que la mayoría de los muchachos disfrutaban de ese ambiente, aunque sin darse cuenta iba a ser perjudicial para el futuro de muchos.
¿Qué hiciste después de graduarte en 1980?
De marzo de 1981 hasta mayo de 1983 pasé el servicio militar obligatorio en la selva angolana. Una guerra en la que el gobierno cubano estuvo implicado por más de quince años. Así que soy un veterano de guerra, que es algo me parece que me parece interesante compartir.
Fuiste a Angola como parte de la misión militar cubana durante más de dos años, ¿cómo fue esta experiencia y qué impacto tuvo en ti?
En Cuba, como se sabe, el servicio militar es obligatorio para los hombres. Yo me gradué como técnico de transmisiones en 1980 y unos meses después ya estaba reclutado para pasar el servicio militar. Fue cuando estaba en el apogeo la intromisión de Cuba en los asuntos internos angolanos. Cuba participó como parte de un escenario de la Guerra Fría. Junto a la exUnión Soviética, apoyó a una de las facciones rivales en el conflicto, con Estados Unidos y Sudáfrica por el otro.
Fue una guerra, desde el punto de vista psicológico y humano, devastadora para todas las personas que estuvieron allá, sobre todo porque éramos soldados muy jóvenes. ¡Imagínate! ¡Tienes con 19 años te pongan en una selva!
“Leyendo mis poemas en un evento auspiciado por City of Asylum”.
Me prepararon como mecánico de armamento de tanques T-34. Estuvimo en un lugar durante dos o tres meses en preparación combativa y después abordamos un barco civil. Nos transportaban en barcos civiles, vestidos de civil. Fue El Jigüe, un barco insignia de la marina mercante cubana. Estuvimos 17 días cruzando el Atlántico para llegar a Angola; 17 días sin bañarnos, sin apenas tomar agua, en condiciones infrahumanas. No nos dejaron salir a cubierta durante toda la trayectoria
¿La idea era camuflarse para que se pensara que eso no era una nave militar y que no tenía nada que ver con la guerra?
Era un barco que tenía cuatro bodegas para carga. Para nosotros habilitaron las bodegas con literas de tres compartimentos, creo que éramos mil o mil y tantos soldados. Y fueron centenares de viajes. Nos iban relevando cada dos años. Cuba participó hasta el final de la guerra en 1988. A mí me recordaba, estando en el barco aquel, a la trata de esclavos africanos. Yo me decía: “me siento como un esclavo en un barco negrero”. Ese fue un viaje terrible.
Al final, llegamos al puerto de Moçâmedes en el sur de Angola. Cuando por fin salgo a cubierta, que miro el paisaje, me digo: “¡Ay mi madre! Esto pinta mal”. El paisaje era tétrico, desolador. Nos dieron comida y tomamos un tren hasta Matala, un poblado en la plena selva angolana de la provincia Huíla, donde me ubicaron. Estábamos muy cerca del frente de la guerra, de la Namibia ocupada por Sudáfrica, al sur de Angola. Debido a que la distancia era corta y la aviación sudafricana podía bombardear, todos los campamentos estaban bajo tierra.
Tuve que dormir en un camión-taller porque no había literas. Estuve durmiendo afuera, en una oscuridad terrible en medio de la selva, con un miedo terrible, hasta que me consiguieron una litera y pasé a la brigada de reparaciones.
Nunca estuve en el campo de batalla. Fue una estancia de 26 meses haciendo guardia armada en una garita que estaba un poco lejos del campamento, todo bajo tierra. De vez en cuando reparando los tanques. Los T-34 casi siempre estaban rotos, por increíble que parezca. Eran tanques muy viejos, de la Segunda Guerra Mundial, construidos en las primeras décadas del siglo pasado.
Nunca pasamos hambre. Siempre se resolvía por lo menos algo que echar en el estómago. Pero sí me di cuenta de la diferencia con la alta oficialidad que estaba allí. Ellos vivían como grandes magnates, mientras nosotros vivíamos como mendigos.
¿Estás hablando de otros cubanos?
Sí, de otros cubanos, de la alta oficialidad: los coroneles, tenientes coroneles que estaban a cargo. Los diferentes oficiales militares, sobre todo los más altos, vivían en casas suntuosas que estaban en el pueblo, casas que habían dejado los colonizadores portugueses, con un avituallamiento y un lujo tremendos.
¿Tenías conciencia de la causa que supuestamente estabas defendiendo durante aquel tiempo? ¿Creías en ella? ¿O eso nunca pasó por tu mente?
En mi caso, no tenía esa conciencia. Primeramente, no tenía madurez política para hacer ese tipo de reflexiones. Nunca fui tan patriota ni un fanático. No, nunca tuve ese tipo de conciencia de estar ahí por una cuestión de defender otro país.
¿Te tocó por ser hombre, porque el servicio militar es obligatorio?
Sí. Obligatorio, pero como en todo tipo de totalitarismo. Es decir, todo es obligatorio de manera evidente o solapada. En este caso, había un lavado de conciencia y también una amenaza. Las personas que no iban no podían estudiar en la universidad. Iba a ser más difícil conseguir un buen trabajo. Había toda esa idea transmitida directa o veladamente. También uno lo sacaba por conclusión de acuerdo al contexto, uno podía descifrar. Es decir, se sabía que negarse tendría consecuencias y, en este caso, era la de no poder estudiar.
“Foto tomada en la localidad de Matala, Angola. Allí pase el servicio militar obligatorio. Fueron 26 meses sobreviviendo en albergues soterrados. 1982”.
En aquel entonces yo pensaba en el futuro. Tú sabes cómo funciona este sistema: todo es “voluntario”, entre comillas. No hay nada voluntario en un sistema totalitario. Si yo me negaba, me iba a cerrar puertas en el futuro. No iba a poder estudiar en la universidad. Estaría en una especie de lista negra por rechazar ir a ese lugar. Tampoco, tal vez por mi juventud, medí el peligro que me acechaba. Realmente, a esa edad, no tenía la madurez necesaria para interiorizar lo que me esperaba ahí.
Yo tenía en aquel entonces entre 19 y 21 años, y quería estudiar en la universidad. Quería estudiar Historia del Arte. Fui también un poco por embullo, aventura… Pero nunca tuve esa cultura política para decir “vamos a defender al gobierno angolano”. No, honestamente. Yo creo que la mayoría tampoco. La gran mayoría no tenía ese espíritu solidario o patriótico.
¿Había peligro? ¿Tenías miedo? ¿Fuiste herido?
A los tres meses estuve grave de muerte, pero no fue por combate. Tuve paludismo, una picada de mosquito con malaria. Pero se me complicó rápidamente. Tuve que ser trasladado en un avión militar hacia el hospital de Luanda. No podía sostenerme en pie, solo podía estar acostado. Yo estaba en Matala, en el profundo sur, a mil kilómetros de Luanda, que era donde estaban los mejores hospitales. Me puse raquítico, como en las películas sobre la reconcentración de Weyler. ¡Espeluznante! Se me veían todos los huesos. Yo pensé que era mi fin. Pero me llevaron junto con otros enfermos al hospital de Luanda, donde había los medicamentos necesarios. Ahí estuve casi dos meses ingresado y, afortunadamente, pude escapar a la muerte. Pensé incluso que me iban a enviar a Cuba, pero cuando me curé, me volvieron a enviar al mismo lugar.
Después de Matala, estuve en un lugar más al sur llamado Jamba, más peligroso aún. Allí sufrí dos bombardeos de la aviación sudafricana. Eso ocurrió el 14 y 15 de mayo de 1982. Esas fechas son inolvidables para mí porque primero bombardearon una pequeña y muy pobre ciudad en Jamba, cuando ya estaba cayendo el crepúsculo.
El segundo bombardeo, un verdadero bautismo de fuego, fue directamente en la unidad donde estaba la compañía. Por suerte, las pérdidas fueron leves porque el bombardeo ocurrió sobre las dos de la tarde. Todos ya habíamos almorzado y la mayoría de nosotros estábamos bajo tierra. Los cohetes y misiles de 500 libras, recuerdo, explotaron a 30 metros.
Supe entonces lo que era una onda expansiva. Es como un humo a presión, una humareda a presión caliente que te oprime el cuerpo como si te fuera a romper los huesos. Te alza y te lanza al piso. Y eso lo padecimos todos los de la escuadra de reparaciones, éramos seis o siete, que dormíamos en aquel hueco. Afortunadamente no sufrimos daños o lesiones de ningún tipo, ni hubo muertos.
¿Tu compañía perdió muchos combatientes? ¿Hubo muchos enfrentamientos con el enemigo?
Yo no peleé nunca. Por lo menos el batallón donde yo estaba, nunca peleó. Yo me imagino que otras unidades y la infantería sí. Pero yo estaba en un batallón de tanques y nunca estuve en el campo militar de enfrentamiento. Nunca percibí ni fui protagonista de una batalla real. Fue una vida monótona pero no por eso mucho menos peligrosa. La mayoría de los muertos fueron de minas antipersonales. No sé si ya habrán desminado al país, pero Angola era uno de los países con más alto índice de minas sembradas, sobre todo antipersonales. Esa fue la mayor cantidad de muertos que hubo en la zona donde yo estaba.
¿A qué fueron muchos cubanos jóvenes a la guerra de Angola?
A perder el tiempo; muchos, también, perdieron el juicio, terminaron locos. Fue una experiencia traumática, de un constante peligro, un constante sobresalto, y eso genera estrés. Es lo que pasa a las personas en la guerra, el estrés postraumático. Es justo eso, la tensión constante durante un tiempo prolongado en condiciones muy adversas. Fueron 26 meses de estancia en esas condiciones. El agua que nosotros tomábamos era carmelita, la colábamos con una funda de almohada. No había tiempo ni condiciones para hervirla. La comida era en conserva: básicamente, arroz y frijoles muy malos, y conservas que traían. Yo creo que la logística era aportada por la Unión Soviética; eso y los asesores militares.
“Nancy en una reunión de las Damas de Blanco en la casa de Gisela Delgado, a la derecha (Directora del Proyecto de Bibliotecas Independientes) y a la izquierda, la periodista Mirian Leyva, esposa y ahora viuda del economista, Oscar Espinosa Chepe”.
Muchas veces pensé que no iba a regresar con vida o que iba a regresar vivo, pero con alguna herida física o mental. Vi personas ahí, tanto oficiales como soldados, perder el juicio, volverse locas. Vi personas atentar contra su vida por una cuestión de depresión. Vivir en esas condiciones por 26 meses me parece que es demasiado. Yo, afortunadamente, no perdí mi capacidad intelectual para poder escribir y pensar. Regresé sano y salvo. No perdí ningún miembro de mi cuerpo.
Pero fue una lección. Me sirvió porque crecí. Fue un reto. Estaba muy joven. Nunca había estado alejado de mi familia. Nunca me había enfrentado a ese tipo de reto y lo vencí. Lo vencí y vine más fortalecido, desde un punto de vista moral y como hombre. Y eso me sirvió. Regresé, claro, con mis secuelas. Esa tensión constante durante tanto tiempo siempre deja secuelas, aunque uno no lo quiera; aunque uno muchas veces no se dé cuenta, siempre hay secuelas. Para mí, posteriormente, eso se agravó con el tiempo que estuve en prisión en Cuba. Pero haber estado en Angola me sirvió después para fortalecer mi carácter y enfrentar los retos que vinieron en el futuro, que no imaginaba siquiera que fuera la prisión.
Angola fue una de las tragedias de mi vida, pero yo creo que de todo lo malo podemos sacar algo bueno. Aunque parezca mentira, difícil o algo que estoy diciendo al azar. Las cosas más oscuras que uno tiene que enfrentar en la vida tienen su parte positiva.
A los 26 meses regresé de Angola en avión, en un Il-62, en condiciones muy diferentes del barco en que fui para allá. Al llegar aquí, nos dieron un dinero, que fue una humillación más bien. Para comprarnos unas boberías de mala calidad. Eso fue una humillación. Nos dieron una medalla, un diploma y ya.
¿Es al regresar de Angola que entras a trabajar en los medios oficiales, como editor en el ICRT?
Sí. Tras el regreso a Cuba matriculo en un curso para formarme como editor de televisión, comenzando a trabajar poco después en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). Allí permanecí cerca de diez años, participando en la realización de programas de diversos géneros y también en reportajes para los noticiarios.
¿Cómo fueron los diez años en que trabajaste como editor en el ICRT? ¿Cuál fue tu trabajo allí y fue agradable o desconcertante?
El hijo de una vecina del edificio donde yo vivía en Belén trabajaba en el ICRT como editor de televisión. A través de ella me entero de que hay un curso para trabajar ahí como editor. Así que me presento, hago las pruebas de clasificación y apruebo. En aquel entonces la formación como editor era más bien empírica. Las personas que entraban eran enseñadas por otros que llevaban mucho tiempo allí. Ya después, con el tiempo, nos evaluaron y nos otorgaron el calificador artístico.
Estuve exactamente diez años trabajando como editor en la televisión (1983-1993). En aquel tiempo había dos canales: el Canal 6 y el Canal 2. El Canal 6 era donde ponían los programas musicales, dramáticos, infantiles; y el Canal 2, los deportes y noticias. La mayoría del tiempo trabajé en el Canal 6, menos un corto tiempo en que estuve como editor de noticias y las deportivas, junto con los periodistas, en el Canal 2.
Yo creo que el aval de Angola me facilitó la entrada a este empleo. Tenía prioridad sobre otro que no había estado. Nunca me lo dijeron, pero creo que eso obró de manera positiva a mi favor, siendo un veterano.
Pero, al regresar de Angola, ¿dejaste de ser militar? ¿Saliste del ejército después de terminar los dos años y dos meses de servicio obligatorio en Angola?
Antes de ir a Angola, hubiera ido o no, me habían propuesto jurar como militar durante cinco o seis años. Pero a mí nunca me ha gustado eso de lo militar y dije que no.
Pero tampoco fuiste a la universidad…
No. No pude.
Entonces, ¿el ICRT fue más bien tu universidad, en el sentido de que entraste ahí después de un curso y aprendiste al andar?
Empíricamente. Así se enseñaba en aquel tiempo. Incluso los que nos precedieron, que fueron fundadores en la década del 70, fueron formados empíricamente por los directores que venían de antes. Ya después se complicó. El acceso se volvió más formal y restringido.
“Nancy en una reunión de las Damas de Blanco, al fondo Berta Soler y delante Julia Nuñez, esposa del periodista, Adolfo Fernández Saínz. 2003”.
¿Cuál fue tu trabajo? ¿Qué hiciste específicamente dentro de los medios?
El editor trabaja conjuntamente, es parte de un equipo, que incluye al camarógrafo, al musicalizador y al director, en el orden de los programas musicales, dramáticos, etc. El editor es parte del equipo que aporta ideas. Cuando estuve trabajando en el noticiario, en el Canal 2, el periodista y yo éramos quienes armábamos los reportajes sobre determinados temas.
En mi caso, en aquel entonces se trabajaba con cintas, con formato VHS. Había unas máquinas más grandes de cintas, marca U-matic. El editor tenía que saber dominar el arte de la fotografía, saber algo de cámara, de encuadres, y tener una veta, una sensibilidad artísticas. Todo lo aprendí trabajando con directores.
Participé en una novela. No me gustaban los proyectos esos largos. Nada más participé en la novela para poder evaluarme. Disfrutaba más realizar programas diarios, infantiles; no esos programas largos de muchos capítulos.
De hecho, trabajé de vez en cuando, entre 1989 y 1991, con Tania Quintero. Ella hacía un programa que se llamaba Puntos de Vista. Fui editor de los dos últimos que hizo a principios de 91: “Guajirito soy” (con la participación de Silvio Rodríguez) y “Las bicicletas”, un programa enfocado en el embajador de Holanda, que era un fanático de los Tours de France.
Tania era la periodista y yo el editor. Ella y yo juntos aportamos ideas para conformar el material. Fue un trabajo muy interesante y muy bonito, honestamenteNo solo fue cómodo, sino que lo disfruté.
Ella terminaría siendo periodista independiente también entre 1995 y 2003, junto a Raúl Rivero, en Cuba Press. A finales de 2003 se exilió en Suiza a raíz de la represión desatada durante la Primavera Negra.
Aunque te gustaba el trabajo dentro de los medios, fuiste un vocero del sistema. ¿Nunca sentiste el peso de la propaganda?
Sí, indudablemente. Yo me convertí en parte del mecanismo de censura. Un eslabón más. No era el principal, obviamente. Llegó un momento, sobre todo cuando trabajaba en noticiarios, que me di cuenta de que ya no podía más. Además, ya había retomado el contacto con mi padre. Ya me hacía más preguntas: ¿por qué esto y por qué lo otro?, ¿por qué sucede esto?
Encima, el salario que pagaban no alcanzaba, como sucede hasta hoy día. No podía conformar mi vida de acuerdo a como yo la había visto cuando era más joven. Me convertí en un mecanismo de manipulación también y de ayudar a facilitar la comunicación de estos mensajes a través de los aportes que yo podía dar al periodista y para que el mensaje fuera más efectivo.
Sí. Me daba cuenta. Pero me decía: “Tengo que seguir aquí. No tengo otra opción. Este es mi sustento. No puedo salir de aquí. ¿Qué voy a hacer?”.
Interiormente ya disentías, pero no habías “salido del clóset” todavía. ¿Fue durante esos diez años en que te reconectaste con tu papá y cuando asistías a las reuniones que él tenía en su casa con sus socios de la microfracción?
Sí. Eso fue una experiencia muy importante para mi formación y, eventualmente, para mi despertar. Mis cuestionamientos a la realidad social y política ya habían comenzado a finales de la década del 80, y busqué respuestas a través de mi padre y sus amigos. En aquellos tiempos, ellos se reunían en la casa de mi padre, en Santo Suárez, para intercambiar impresiones sobre los procesos de la perestroika y la glásnost que acontecían en la Unión Soviética. Cuando aquello, en 1986, Fidel Castro lanza lo de la ¡“Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”! Esos encuentros informales fueron de enorme importancia para tomar mayor conciencia de la situación y descubrir aspectos de la política y la historia, tanto cubana como mundial, que posteriormente resultaron de gran importancia para mi desempeño como periodista independiente. Ya era un disidente. Pero tenía miedo. Lo más temido era el salto a la cara descubierta.
“Nancy junto a Laura Pollán y Berta Soler, en una actividad organizada por el Club de Escritores Independientes y la embajada Checa. La Habana. 2008”.
Quienes iban a debatir a esos talleres eran algunos de los viejos comunistas que habían estado presos junto con mi padre y otros amigos. Yo recuerdo que iba a escuchar y esa fue una de las primeras motivaciones para asumir mi rol posterior, en 1993, cuando integré esta fuerza para luchar por una transición hacia la democracia y por un cambio social, político y económico en Cuba. Eso me gustaba. Aprendía cosas buenas, cosas que me interesaban.
Uno de los principales motivos que me motivó a dar este paso fueron las conversaciones con mi padre y el oír también todos los cuentos de sus amigos, sus experiencias, sus puntos de vista políticos. Incluso cuando en aquel entonces no puedo decir que fueran coincidentes porque yo recién comenzaba a pensar por mí mismo y a tener mi propia conciencia política. Me abría hacia un mundo inédito, que desconocía, el mundo de los intríngulis de la política. ¿Qué había pasado en la profundidad de la microfracción?, ¿cómo?, ¿cuál era la proyección de estas personas?
Me gustaron los debates, por la política, porque se daban entre personas que habían estudiado marxismo. Mi padre había sido comisario político en 1960 de una de las principales unidades del equipo blindado en La Habana. Dio clases de marxismo en el 60 y 61. Fue comisario político de la Unidad de Tanques de Managua, una unidad muy famosa en Cuba, muy importante.
Mi padre y su ejemplo fueron un motor impulsor, aunque estuviese equivocado y sus teorías, sus fundamentos, no coincidieran con los míos. Pero fue un hombre que yo admiré mucho, su convicción. Él nunca abandonó sus principios, murió creyendo en lo que había creído toda su vida, a los 75 años, en 2003. Sobre todo, mantuvo su postura en el juicio sumario que le hicieron después de estar casi seis meses en Villa Marista.
Irónicamente, a mí, siendo anticomunista, me tocó pasar algo muy similar a lo que sufrió mi padre comunista. Desde otra perspectiva, desde otra proyección. Yo nunca he sido comunista, nunca. Pero esa es mi historia. La de mi padre, para muchos desconocida, tal vez la comiencen a conocerla ahora.
¿Cómo y por qué decidiste dejar tu trabajo en el ICRT y lanzarte como periodista en los medios independientes, fuera de las instituciones del Estado? ¿Dejaste el trabajo que tenías por voluntad propia o te expulsaron?
En agosto de 1991 me vi en una situación en que no podía más y traté de irme de manera ilegal. Decidí probar suerte con un grupo de amigos del barrio. Fuimos apresados en alta mar por los guardacostas cubanos, después de doce horas, y liberados al día siguiente. Todos fuimos multados. Cuando me preguntaron por qué había querido irme, dije que por motivos económicos. Yo creo que me ayudó, también, a que me dieran otra oportunidad, el haber estado en Angola.
Me ubicaron en otro puesto de trabajo dentro de la misma entidad (ICRT), pero con un salario menor, en el departamento de escenografía, cargando muebles y todos los artículos de la ambientación de los sets; bajo el escrutinio de los miembros del núcleo del Partido y de la Juventud Comunista. En tales circunstancias, la alternativa fue abandonar, para siempre, los predios del organismo estatal encargado de las emisiones radiales y televisivas.
¿Cómo organizaron la salida?
Un grupo de cuatro amigos del barrio de Belén armamos una balsa en Santa Cruz del Norte, un poblado costero un poco después de Guanabo. Nosotros llevamos todos los implementos y alquilamos un almendrón o una camioneta, no recuerdo. Pero la balsa la armamos ahí mismo en la costa. Lo pienso ahora… y ¡era una locura! Había muy poca posibilidad de llegar vivo aquí. Fruto del desespero, el embullo, la aventura…
Armamos la balsa durante toda la noche y nos lanzamos al mar en la madrugada. Eran tres cámaras de camión que forramos con un saco de yute a las que hicimos un armazón de madera que colocamos en el medio. Eran tres catres, tres neumáticos, algo muy rústico. Sin tener conocimientos marítimos de navegación, ni nada. ¡Un suicidio!
En Pittsburgh.
Al amanecer, todavía se veían las montañas de Cuba, pequeñitas. Sospecho que estábamos solo a doce millas de la costa cubana. Los guardafronteras cubanos llegaron, nos rodearon y nos apresaron. Sin embargo, las lanchas siguieron patrullando y sorprendieron a más balseros. Una vez ya en cubierta de ellos, nos esposaron las manos. En una de las balsas había mujeres y hombres, algunos de ellos no querían subir y les viraron la balsa con una barra. Las mujeres no sabían nadar. ¡Fue tremendo lo que se formó…!
A nosotros nos escondieron dentro del barco para que no viéramos porque uno de los soldados había cogido la AKM para tirarle a la gente que no quería subir. Yo pensé que nos iban a matar ahí si los mataban a ellos. Pero nos metieron esposados en el cuarto donde estaban las máquinas y no supimos más de esa gente hasta que llegamos a la estación de Barlovento, donde hay una base de guardafronteras. O sea, que al final subieron. Ahí estuvimos como un día. Yo perdí los zapatos y tuve que regresar a mi casa descalzo.
Leí en alguna parte que, a raíz de este incidente, la Seguridad del Estado trató de reclutarte como chivato. ¿Es cierto?
Para la Seguridad del Estado, obviamente, eso es una vía de reclutamiento. Existen tres vías de reclutamiento: el dinero, la afinidad ideológica y el chantaje. En Cuba, la más utilizada es el chantaje. En este caso, también me condenaron a trabajar para la policía. Yo me negué, dando excusas, pero me negué. Creo que de cierta manera ya estaba perdiendo mi pena a perder mi puesto de trabajo, a vivir humillado…
Pero en todo ese tiempo que estuve ahí, todavía vivía con miedo. Es decir, aparte de la humillación, tenía temor. Me sentía vigilado, sentía que no era confiable para ellos, a pesar de perdonarme, de cierta manera.
Entonces empezó una contradicción dentro de mí. Básicamente era un disidente. No veía compatible el permanecer en esas condiciones ya creyendo lo que creía sobre el sistema y perdiendo la fe. ¡Ya no creía en nada de aquello! También estaba el recuerdo de mi padre, de todo lo que le habían hecho. Finalmente, decidí abandonar el trabajo en febrero o marzo de 1993. Yo mismo me fui.
Y la primera transmisión que hago en Radio Martí, precisamente en marzo de 1993, fue mi declaración pública, mi rompimiento ya con todo y mi declaración como disidente.
Imagino que ya habías escuchado muchas veces Radio Martí. ¿Cómo llegaste a ser alguien que hablaba en Radio Martí desde Cuba?
En Belén conocí a varios activistas. Había uno que vivía a dos cuadras de mi casa, que murió aquí, en el exilio, aunque no me acuerdo de su nombre. Él estaba vinculado a los sindicatos, que fue por donde empecé yo, por los sindicatos independientes.
¿Cómo se llamaba el grupo?
Es un nombre un poco rimbombante que no tiene nada que ver con la realidad: Confederación de Trabajadores Democráticos de Cuba (CTDC).
Yo no pertenecía a nada hasta ese momento. En la casa de este activista transmitían por teléfono analógico, que era lo único que había. Llego a su casa y le digo: “Ya renuncié. ¡Quiero declarar mi ruptura total! ¡Ya! A cara descubierta”. Y entonces, desde su casa, empiezo declarándome en Radio Martí y en el sindicato.
“Leyendo mis poemas en un evento auspiciado por City of Asylum, 2022”.
O sea, ¿te juntas a este sindicato al mismo tiempo en que te declaras disidente por Radio Martí?
Sí. Entonces paso a ocupar ahí un puesto, con un nombre también un poco rimbombante: Secretario de Divulgación y Propaganda. En Cuba, hacer una “confederación” con tan poca gente es un tanto ridículo. Pero bueno, por ahí empecé. Era un grupo pequeño de personas, como todos los grupos… Una resistencia simbólica más bien. Pero queríamos luchar pacíficamente por el derecho de los trabajadores.
De ahí vienen los primeros arrestos y mi primera visita a los calabozos de las estaciones de policía.
¿Esta ruptura fue una decisión rápida o un proceso de concientización más largo?
Realmente fue un proceso gradual de desengaño que tenía como antecedente el caso de mi padre que, en mi etapa adulta, resultó ser un catalizador de mis posturas contestatarias, como ya mencioné. Había madurado lo suficiente para comprender la esencia de una estafa y decidirme a ponerle voz al descontento y a dar rienda suelta al deseo de hacer algo que ayudara a un cambio de perspectivas en ámbito social, político, económico y cultural.
¿Cuáles han sido los costos y beneficios de esta decisión? Los costos han sido muy altos para mí y para mi familia, pero no me arrepiento de haber hecho tal elección. Simplemente, se me hizo insoportable continuar viviendo bajo el velo de la doble moral.
© Imagen de portada: Jorge Olivera Castillo.
Notas:
* Esta entrevista fue realizada a partir de un cuestionario contestado por correo electrónico en mayo de 2021, cuando Jorge Olivera estaba en Harvard University como invitado del programa Scholars at Risk. Sus respuestas originales fueron suplementadas con una entrevista más larga y detallada que le hice el 19 y 20 de febrero de 2023 en Pittsburgh, Pennsylvania, donde radica ahora como writer in residence en el programa City of Asylum. Finalmente, algunas respuestas han sido aumentadas con su entrevista dada a Juan Gómez Fernández y Rolando Rodríguez Lobaina para Palenque Visión como parte del proyecto Memoria de la Nación Cubana, el 19 de septiembre de 2018. Todas las fotos reproducidas aquí son de la colección personal de Jorge Olivera.
[1] Aunque hubo rivalidades entre los periodistas y agencias independientes durante estos años, entre 1999 y 2003, bajo la dirección de Olivera y Rivero, el trabajo fue más bien colaborativo y complementario, no competitivo ni antagónico.
Darcy Borrero: “La prensa oficial es una hidra que se come sus propias cabezas”
“Me expulsaron del diario ‘Granma’ por haber ganado un puesto en el concurso de reportajes de ‘Hypermedia Magazine’ por mi artículo ‘Misioneros… Huecos negros en sus batas blancas’, y porque ya les era incómodo mi trabajo en medios independientes”.