A los intercambios en la esfera pública también se les llama ahora “conversación”. La que sigue forma parte de una conversación mayor —casi una conspiración— que empezó en La Habana hace casi veinte años y ha recorrido varias ciudades de Estados Unidos.
Pero así como el marxismo —el de Groucho— aconseja que no milites en un partido que sea capaz de aceptarte a ti como miembro, no nos interesan los lectores que puedan encontrar algo interesante en aquello que se dicen o dejan de decirse dos escritores ya desleídos, mentalmente arruinados. Por eso la presente entrevista parte de un motivo concreto: nuestro amigo y colaborador Orlando Luis Pardo Lazo acaba de publicar, en Editorial Hypermedia, un título de resonancias martianas, Espantado de todo me refugio en Trump. Aprovecho también para ofrecerle alguna palabra introductoria —se la debíamos— sobre “Uber Cuba”, la serie de “autoficción” —nunca mejor etiqueta— que desde hace algún tiempo acoge Hypermedia Magazine y que, como todo lo demás, es OLPL en estado puro. Estado disociativo, o muerte.
Tu columna en Hypermedia Magazine ya supera las cuarenta entregas. ¿Cuántas tendrá?
La cifra mágica está anunciada desde la primera entrada de “Uber Cuba”, en agosto de 2018: serán 1959 episodios. Ni uno más, ni uno menos.
Háblanos sobre lo que te has propuesto con esa serie de textos breves. ¿Se convertirán en otro de tus libros?
Sí, será solo cuestión de publicar todas las entregas en un libro titulado Mausoleo de la Novela de la Eterna, donde el personaje de La Eterna es, por supuesto, la Revolución Cubana, esa Elena de Elenas tan elegante como elocuente. Y, por supuesto, tan delincuente como delicuescente.
Sé que me tardaré acaso un post-quinquenio gris en lograrlo, pero de que las 1959 van, van. Semejante mamotreto, a la manera de un Macedonio remanente del marxismo insular, ha de constituir nuestro humilde “hogar de la no existencia”, como “un soñar sin límite y solo soñar”, de manera que ningún cubano en ninguna parte pueda jamás “tener idea de lo que sea un no-soñar”.
Es decir, estaremos por fin, después de tanta literatura literaria, ante una historia onírica de nuestra Edad de Horror. Siempre supe que tendría que hacerla yo, siempre supe que tendría que ser yo. Enhorabuena.
¿Y por qué “Uber Cuba”? ¿Qué representan para ti los Uber?
Los taxis Uber son puro Ur-castrismo encapsulado: una microheterotopía magnífica, donde encarna hasta la excelencia el fracaso de la Utopía a nivel local y global.
Sin embargo, cada taxi Uber es a la vez el triunfo definitivo de la retórica socialista. Dentro de cada uno de esos carritos se cocina el colapso del capitalismo del siglo XXI, una muerte a cuatro manos propinada en parte por la justicia social y en parte por un lenguaje de géneros neutrales, neutralizados por la idiotez ideológica de izquierda. Todos los choferes de Uber son más o menos especialistas espontáneos en Foucault, a la par que proselitistas voluntarios de Fidel Castro.
En tanto exiliado cubano sin licencia de conducción, debo de haberme montado por lo menos en diez millones de taxis Uber desde que me fui de Cuba, el martes 5 de marzo de 2013. Este libro será entonces, sin duda, mi autobiografía definitiva: la autorizada por el autor. Es decir, mi testamento (sabiendo que, en cualquier caso, será solo un libro tan poco nuevo como la voz más elemental de los colegios: un mundo de cosas que ustedes, los cubanos, jamás creerían).
Luego de varios libros de relatos (casi todos publicados en Cuba), armaste un volumen de no-ficción con el título Del clarín escuchad el silencio (Hypermedia, 2016). ¿Qué relación hay entre ese libro y el que publica ahora Hypermedia: Espantado de todo me refugio en Trump?
Son la primera y la segunda parte de un mismo libro. De hecho, ambos comparten la misma portada, pero con los colores invertidos (en la medida en que el blanco y el negro sean una inversión mutua del espectro).
Del clarín escuchad el silencio son mis crónicas de despedida de Cuba, con toda su carga de criminalidad a nombre del Estado, pero también con todo mi incomparable coraje en medio de la pendejez de unos escritores cubanos que no aspiran más que a un viajecito a alguna feria internacional. Mientras que Espantado de todo me refugio en Trump es mi diario de bienvenida al sistema tardocapitalista norteamericano, donde hoy por hoy ya es irreversible el triunfo tétrico de la corrección política en tanto aberración mental, el odio adolescentario a la democracia, y un complejo de culpa del coño de su madre a todo lo que representa la economía de mercado.
Por Del clarín escuchad el silencio me expatriaron de por vida de Cuba hacia los Estados Unidos de América. Por Espantado de todo me refugio en Trump espero me deporten de vuelta a Cuba desde los United Socialisms of America.
Además, este libro es una casa de citas incitante: me da mucho placer la cantidad de contrabando textual con que sale publicado. Ver juntas las caras de Ana Dopico y Aron Modig, de Zoé Valdés y Edmundo García, entre otros, en una larga lista de OLPL que remezcla gente del Planeta Cuba que ahora oficialmente me odia (después de la consabida tentación carnal conmigo, claro).
Además de refugio, ¿qué es Donald Trump para ti? ¿En quién te vas a refugiar cuando él no esté?
Trump es un hombre de la Providencia. Un norteamericano rico, como tantos norteamericanos. Un hombre blanco, heterosexual y mujerizador, como tantos norteamericanos. Decente, divertido, pragmático, vitalista y un tin pujón, como tantos norteamericanos. Primero Demócrata, luego Independiente, y a la postre Republicano, como tantos norteamericanos. Por supuesto, para nada racista (racista es la izquierda cazadora de racismos).
En el pueblo hay muchos Trumps. Y este tipo en específico llegó para escupir en la cara de la corrección política castrista Made in USA: un fenómeno fundamentalista que abiertamente defiende a una policía del pensamiento y que solapadamente aspira a la abolición de la Constitución de los Estados Unidos de América.
Trump me salvó la vida, cuando parecía que el Apóstol que hay en mí iba a morir. Hay Trump para rato, por lo menos hasta el lunes 20 de enero de 2025.
¿Hubiera sido tan diferente para ti vivir bajo el régimen demócrata de la Clinton?
A Hillary Clinton la vi hablar un día de 2015 en la FIU. Lucía desquiciada: sabía que estaba contra las cuerdas, al límite mismo de la cordura. Imagínate lo que es ser una mujer que desde 1999 nunca más ha podido practicar en privado una felación. La espermatopenia mata. Y la Clinton estaba ya haciendo los consabidos contactos con La Habana para comenzar a eliminar físicamente en USA a los enemigos a muerte del castrismo. En mi caso particular, no me hubiera dado tiempo ni a terminar esta entrevista.
Es de suponer que la Cámara de Comercio iba a estar involucrada hasta los tuétanos en esta matanza tipo mafia. Y espero que también estuvieran implicados algunos intelectuales de la talla de Jon Lee Anderson, Noam Chomsky y Oliver Stone (los que hicieron del exilio cubano una tara de Caracortadas, a la par que canonizaban el biopic ubersemiótico de Ernestito Guevara de la Serna, aka El Che).
Entiendo que la corrección política puede ser castrante pero, ¿por qué dices que es castrista? Hay “policía del pensamiento” y hay fuerzas que sí son verdaderamente policiales… ¿Tú percibes zonas de continuidad, o de contigüidad, entre la actual democracia liberal estadounidense y la dictadura cubana?
Muchacho, hay más que continuidad al respecto: los liberales y los castristas son ya indistinguibles entre sí. Cada académico se comporta como si tuviera grados de teniente-coronel de un Ministerio del Interior Made In Cuba. Las denuncias anónimas hacen ola (a mí en la Universidad me acusaron de misógino a la vez que de acosador de mujeres, sin transparencia y sin contradicción). Orwell era un bebé. Ya no hace falta ninguna policía del pensamiento: ahora el pensamiento mismo es el policía.
Cada liberal debe viajar a la Isla de la Utopía al menos una vez por año (esta fe es más fundamentalista que el islamismo radical), y los ensayos donde teorizan el triunfo de Marx sobre el Mall los escriben mirando hacia la meca habanera de la Plaza de la Revolución. Por supuesto, la Revolución Cubana no se puede criticar ni un tantito así, sea en The New York Times o en el Missouri Eastern Correctional Center, una prisión del estado donde estoy impartiendo un taller de escritura.
Por cierto, los presos tienen mucho más talento que mis colegas del doctorado.
Sobre ese doctorado que estás por terminar, Literatura Comparada en la Washington University de Saint Louis… ¿Sientes que la experiencia en la academia norteamericana te ha modificado en alguna medida como lector y como escritor?
Lo único que siento es asco, asco profundo.
La academia siente asco de la literatura y, como tal, aspira a la aniquilación absoluta de la literatura. De la academia hay que huir, como de la cubanía.
Sin embargo, aún quedan en el búnker de la biblioteca universitaria un buen número de libros contracubanos entre los cuales camino de madrugada, a la luz del alma, oyendo el ruido de esa lengua leporina que fue mi infancia y la ilusión de una adultez no adulterada. Allí yacen nuestras grandes letras muertas empolilladas: autores que solo son sacados de sus estantes cuando alguna tesista latinoamericana quiere acusarlos de misoginia.
Por pura piedad de compatriota, en más de una ocasión se me ha ocurrido darle candela a todo ese archivo humillado por el multiculturalismo y los estudios poscoloniales. Si he de hacerlo, he de hacerlo ya. Oxígeno contra celulosa. Quemar, también, aquí pronto dejará de ser un placer.
¿Impartes clases fuera de la prisión? ¿Cómo es tenerte de profesor?
Impartí clases en la Universidad de Brown (Providence, Rhode Island) en la primavera de 2015, donde empecé enseñando Escritura Creativa y terminé difundiendo las tesis textroristas de Kenneth Goldsmith sobre Escritura Increativa y sobre el Plagio como último resquicio para practicar la originalidad (por cierto, a ese tal Kenny G. lo pueden localizar en Cuba, pues cada año va a hacer catarsis pretecnológica en la Fábrica de Arte Cubano de X Alfonso).
Los estudiantes de Brown me amaron: no podían concebir tanta libertad luminosa en un aula (jaula) norteamericana.
Ahora enseño Clásicos de la Literatura Española en la Universidad de Washington (Saint Louis, Missouri). Les leo en voz alta cómo el Mio Cid sale al exilio “por los ojos llorando”, y la voz se me raja de pena, no por mi propio exilio, sino por recordar a aquellas magnificentes maestras de literatura en la secundaria Félix Varela y en el preuniversitario Cepero Bonilla: mujeres rebosantes de belleza y eternidad, atrapadas en unos cuerpos todavía inaccesibles de mediados de los ochenta en Lawton y en La Víbora. Por ellas fue que me hice el mejor escritor vivo de Cuba. Porque ellas son las que saben querer, aunque ya están todas muertas y enterradas en medio de la desidia digital de la neocubanidad.
Mis alumnos de hoy quisieran amarme también, pero Barack Obama les impuso tiránicamente una oficina paralegal llamada Title IX, la cual prohíbe y penaliza cualquier interacción emotiva entre los seres humanos, dentro o fuera del aula (como sabes, esta es una de las premisas del socialismo: la sospecha mutua y las denuncias al por mayor ante Papá Estado).
A los cubanos nos salió muy malo y mierdero el mulatico en la Casa Blanca. Solo en el Agente Naranja nos queda ahora alguito de esperanza.
¿De qué va tu tesis de doctorado?
Estoy estudiando las escrituras de los llamados “peregrinos políticos” o “viajeros a la Utopía”: es decir, los compañeros capitalistas que se fascinaron con la Revolución Cubana y la pusieron como el ejemplo ideal de lo que deberían ser los Estados Unidos de América, por ejemplo.
A la Cuba de Castro vino todo el mundo, desde intelectuales y terroristas hasta putas ideológicas en busca del falo perdido. Yo los detecto en las bases de datos, los leo a destiempo (cuando ya a nadie le importa ni siquiera la Revolución Cubana), me enamoro de toda aquella estupidez, los perdono en nombre de Miguel Díaz-Canel, y de paso me hago de un título universitario en la patria de Donald Trump, que es el nuevo Lincoln del siglo XXI: el presidente que nos liberó de la esclavitud cultural a la que siempre aspira la izquierda norteamericana.
Danos un ride por Saint-Orlando-Louis: las autovías que cruzan el Midwest pero también tu cabeza. Tú eres el conductor. ¿A quién o a quiénes te gustaría montar en tu carro? ¿Qué sitios recomendarías?
Muy bien. Un paseo en taxi Uber por Saint Louis, con Orlando Louis como guía neoconservador y supremacista blanco, según me han acusado mis coleguitas de habla hispana… (PhD significa HdP: son los mismos que te decía, los que viajan a La Habana para aplaudir al apartheid de blancos de un régimen que no me permite a mí el regreso; comparado con Díaz-Canel, Pinochet sería poco menos que un santo patrón: dejó regresar a los terroristas y les permitió formar partidos políticos). Para un paseo así, tendríamos que montar en el carro ante todo a Rex Sinquefield, el millonario trumpista que compró el archivo del campeón mundial Bobby Fischer y creó aquí el club de ajedrez más grande del mundo, casi en la esquina de mi casa. Y también habría que montar, como copiloto, a Lázaro Bruzón, el Gran Maestro tunero (vecino de Eliecer Ávila) que vino a Webster University para quedarse y de paso soltar sus jugarretas cívicas en Facebook, de donde todo el mundo lo cita como si de un autor de culto se tratara: un contracapablanca.
Y el viaje tendría que ser, por supuesto, hasta el pueblo de nombre Cuba que hay en Missouri, una aldea abandonada en la Ruta 66 histórica, fundada en 1857 por esclavistas sureños que querían hacer la guerra contra España en nuestra islita, para evitar a tiempo, con la independencia de Cuba, la abolición de la esclavitud.
Por último, montaría en el carro a Leonardo Padura y a Chucho Valdés, dos connotados cubanos que pasaron por aquí y a ambos los miré con ojos de perro sin patria, pero con amo. Y también a la poeta cubana de extramuros Alessandra Molina, que vive en el pueblo de al lado refugiada en Oppiano Licario y espantada de mí.
Y Leinier Domínguez, ¿no estuvo también por la esquina de tu casa? ¿Qué se cuenta del ídolo de Güines?
Pues sí. Aquí en Saint Louis vi jugar al primero de nuestros Grandes Maestros, con la banderita cubana al borde de su tablero, a pesar de que la federación cubana de ajedrez lo trató como a un apestado, como si ya fuera un gusano incapaz de desarrollar, si no una apertura agresiva, al menos una defensa cubana decente (tendría que ser algo con el caballo rey, supongo).
Vi jugar a Leinier y tuve que retirarme de inmediato del Chess Club de Central West End. Te juro que no podía parar de llorar de la emoción. Llorar a Cuba viva. Llorar a trebejos, a escaques, a peón por peón al paso. Llorar de fidelidad, de enroque largo, doble, al descubierto. Llorar de columna H abierta al hastío de la historia, llorar de columna C quijotescamente cerrada a cal y canto. Llorar de oposición perdida. Llorar de tablas de ahogado. Llorar de ELO, llorar de Oliverio Girondo, llorar de Saint-Orlando- Louis…
Con el tiempo y un ganchito, cuando pasa por fin sobre nuestra biografía sentimental aquella agónica águila sobre el mar, en todos los escritores cubanos se manifiesta el conmovedor síndrome de Bonifacio Byrne: ese es nuestro Alzheimer apátrida, el sitio en que el castrismo tan bien está.
Ahora que hablamos de esto: en tu blog, en tus artículos, en tus videos, has dopado con todo tipo de metáforas la experiencia de vivir en el exilio; pero en mi opinión una figura fundamental, tal vez la más concreta, la menos retórica, de tu condición de “cubano sin Cuba” —para usar una frase tuya— ha sido precisamente el tablero de las 64 casillas. Me gustaría que comentases un poco sobre este tema. Parafraseando aquel discurso de Bolaño: ya no El Exilio y la Literatura sino El Exilio y el Ajedrez.
También Capablanca fue un exiliado. De hecho, bien hubiera podido ser el primer campeón mundial de ajedrez norteamericano, pero decidió cubrir de gloria eterna a nuestra pequeña islita, país donde sigue siendo un jugador bastante desconocido (más allá de su rimbombante apellido) y donde ni siquiera le alcanzó el tiempo para morirse.
No conocemos a nuestro Capablanca. Habría que revisar sus partidas a inicios del siglo XX, sus partidas de simultáneas en el Moscú de las purgas estalinistas (mientras se acostaba con rusas sobrevivientes a la matanza blanca), y las que jugó anónimamente en los clubes de Manhattan cuando la cabeza, literalmente, le estalló. Capablanca es el ajedrecista cubano desconocido, como el ajedrez mismo es un misterio inaccesible para nuestra mentalidad provinciana.
Cada referencia literaria al ajedrez, empezando por las pajarerías palabreras de Paradiso, resulta de una ridiculez insostenible. Damos pena propia. En mi caso, como en el de Lezama Lima, el ajedrez no es más que la sombra insepulta de mi padre, quien me enseñó de niño a jugarlo en un portal de Lawton, rodeado de vecinos amables y analfabetos. Juego ajedrez en el exilio para que mi padre no muera, para que su muerte nunca llegue del todo a ocurrir.
En el club de ajedrez de Saint Louis me enfrento cada semana a afronorteamericanos encallecidos por la gentrificación, a niñitas asiáticas con instinto de Kill Bill, a indios de la India con halitosis de especias y espiritualidad Taj Majal, y a norteamericanitos transparentes, de buen corazón, que llevan décadas con el mismo coeficiente ELO de nivel kindergarten. Y desde la pared del club, un retrato de Capablanca me mira, sonrojado. Yo le pido puntualmente perdón cada vez que muevo una pieza, y él me comprende: sabe que, más allá de Leinier Domínguez y Lázaro Bruzón, quien le habla es el último de los ajedrecistas cubanos.
Asistimos al fin de la literatura cubana y al inicio del nuevo ajedrez que vendrá: una lengua intraducible, irreconciliable e inconsolable. Tierna y terminal.
Has sido un invitado frecuente de varios programas de radio y televisión de Miami, como escritor y como activista político. Para ti, ¿qué ha sido lo mejor y lo peor de esos medios?
Lo mejor: cuando en el verano del 2015 acusé en público al cardenal católico cubano Jaime Ortega y Alamino de ser el Ministro de Religión del Castrismo. Mi voz retumbó en el estudio de Oscar Haza como si fuera el último aldabonazo de un neoloquito Chibás.
Lo peor: ver noche tras noche a Jaime Bayly entristecer como un Toqui solitario en cámara, con Silvia o sin Silvia, pero rodeado siempre de los mismos negrones luminotécnicos que yo vi en el ICRT y en el ICAIC, en La Habana, burlándose homofóbicamente de los varones desnudos de Tomás Piard.
Lo peor de lo peor: cuando Pedro Sevcec (los uruguayos son cobardes, son como benedettis de la política), por encargo de los agentes del G2 productores de su programa, me acusó (en ausencia) de tumbar las Torres Gemelas el 9/11, ¡y todo por haber yo defendido a las estatuas de los confederados!
Lo mejor de lo mejor, francamente, fue declararme “fascista” en 2018, durante una transmisión en vivo de Radio y TV Martí, cuando noté que los invitados venezolanos defendían que las democracias fueran tolerantes con el socialismo, pero intolerantes con el fascismo.
Pobre fascismo, Jorgito, pobre fascismo: Ezra Pound debe de estar revolcándose en su tumba con Leni Riefenstahl, ¡y todo porque se perdió una guerra en contra del socialismo! En el siglo XXI, nos hace falta un fascismo de rostro humano.
¿A qué se parecería ese fascismo del siglo XXI?
Ese fascismo se parecería a la felicidad, por supuesto, que es fascismo por antonomasia. Se parecería a la Cuba de La historia me absolverá, por ejemplo, que fue un momento maravilloso, incluida su conexión cómplice entre el Moncada, Mañach, y la Constitución de 1940: ese documento despótico que borró toda posibilidad de existencia para una derecha decente en Cuba.
Recuerda que “fascismo” simplemente significa “unidad”. Fascismo es fundamentalmente Fidelidad. Recuerda que el fascismo, en sus orígenes, fue apenas un movimiento de salvación nacional, populista, orgullosamente anticapitalista, socialista y estatal. El lado correcto de la historia. Recuerda que los líderes fascistas fueron aclamados por todas las democracias del mundo, incluido Gandhi y sus cartas de casi amor a Hitler.
Y recuerda que el fascismo también fue el gran aliado del comunismo soviético, con el cual llegaron incluso al más importante pacto militar de la historia de la humanidad. En Estados Unidos, la izquierda académica y mediática atacó al gobierno de Washington tan pronto como este se decidió por fin a atacar al fascismo en la II Guerra Mundial. Contra los Estados Unidos, todo.
El fascismo, en su momento, era la causa progresista de la izquierda intelectual infiltrada en las democracias occidentales: el fascismo fue su Vietnam de aquella época. Es una lástima que el fascismo les haya durado tan poco: tal vez por eso ahora todo el tiempo repiten la palabra “fascismo”, “fascismo”, como locos. Pero la verdad es que el fascismo fue entonces la esperanza de los proletarios libres del mundo, antes de que se tornara un fenómeno genocida, traicionado por los propios fascistas en el poder.
Todos los liberales del mundo hablan hoy de que el comunismo no es criminal, de que el socialismo se merece una segunda oportunidad con rostro humano en el siglo XXI, ¿no? La izquierda repite como un mantra que si el comunismo salió malo, la culpa fue de los comunistas concretos, no del sistema comunista como tal, el cual pertenece por entero al futuro, pues un mundo mejor es posible. Creo que tampoco deberíamos tener prejuicios discriminatorios en contra del fascismo, como si fuera una cosa mala en sí misma. Si el fascismo salió malo, la culpa entonces debe haber sido de los fascistas concretos, no del sistema fascista como tal, el cual también debiera de pertenecer por entero al futuro, como otra alternativa para una mejor justicia social de la que hoy nos ofrecen los capitalistas sin corazón.
Un fascismo del siglo XXI, en puridad, debiera ser tan legítimo como el socialismo del siglo XXI. De hecho, estamos hablando esencialmente de un solo fenómeno: el odio intelectual a la democracia representativa y el desprecio liberal a todas las libertades individuales, consideradas como una decadencia burguesa.
Es una hipocresía hijadeputa estigmatizar tanto al fascismo, mientras al mismo tiempo se aplaude al comunismo.
Pero, ¿no es el ideal de la democracia tal como la conocemos —en rigor, yo no la conozco— lo que pondría siempre ese “rostro humano”? Entonces se podría ser fascista y demócrata a la vez…
No, Lage. El único rostro humano, para los anticapitalistas antinorteamericanos, es el rostro de Fidel Castro.
¿Y para ti?
Es un problema de perspectivas perversas: dentro de la democracia, se cree que el rostro humano consiste en atacar a la democracia y aplaudir a las dictacracias de los shithole countries. En este sentido, Cuba necesita un rostro inhumano. Y mucha, mucha injusticia social. O, como diría Orwell: echar ácido en la cara de los niños.
¿Con qué objetivo?
Con el objetivo de I wanna break free, de romper lo ridículo de las retóricas socialistas (y toda retórica es siempre de izquierdas: hablar en sí mismo es un acto de izquierdas, igual que leer). Fuera del socialismo no hay nada: el paraíso mismo es una socialistada del coño de su madre a perpetuidad.
Con el objetivo de emanciparnos exquisitamente la mente y dejar de comportarnos cómplicemente como esclavos edípicos del Estado.
Con el objetivo de contar con una Primera Enmienda de tres pares de cojones en la Constitución canija de Cuba, un alarido atroz de amo de nosotros mismos: tener derecho a pensar y decir lo que nos venga en ganas pensar y decir.
Con el objetivo de que los cubanos no volvamos a ser nunca más comemierdas kitsch del Bien y la Risa de los Ángeles, sino soldados ríspidos de lo Real, que es caos demoníaco y horrenda orfandad humana, demasiado humana.
No sé si te sigo. Tú hacías una analogía entre socialismo y fascismo, con respectivos rostros humanos, para abogar por el segundo. Lo que yo quería saber es si tu apreciación de la democracia, como conjunto de valores, se ha devaluado desde que vives en el exilio (en ese mismo choque con lo Real). ¿El fascismo humanizado —en USA, en Cuba, o como régimen abstracto, a mí me da igual— representaría una alternativa a la democracia o sería más bien su radicalización?
La democracia necesita urgentemente de una narrativa legitimadora. Pero eso es lo único que ningún intelectual parece dispuesto a darle. La degradan a propósito, mientras alaban al Castro exterior que todo norteamericano tiene al otro extremo de su pasaporte.
No hay alternativa a la democracia: es el único sistema humano de la humanidad (y el único sin rostro). Y eso es una conquista de Occidente.
Tengo miedo por los Estados Unidos de América, el único país libre que queda en el mundo. Tengo miedo de que todos estén enfermos y extenuados. Tengo miedo de que Cuba gane.
Parezco un Virgilio Piñera del siglo XXI, pero igual eso es todo lo que quería decir al respecto. Como Fidel en la Biblioteca Nacional, yo tampoco soy un enemigo de la libertad.
¿Por qué te borraste de Facebook y Twitter? ¿Leíste el manifiesto de Jaron Lanier Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato?
No deja de maravillarme cómo desde la Cuba de Castro tú sigues siendo el Primer Lector de la Nación, mientras que yo, con todos los recursos a mi alcance y con el tiempo tedioso del exilio por delante, sigo siendo aquel mismo analfabeto de Lawton: un troglodita.
No he leído a Jaron Lanier, por supuesto, pero ya mandé a pedir su libro en mi universidad filocastrista. Ahora puedo escanearlo en pdf y mandártelo para Cuba vía email. Pero leerlo, no sé. No creo que lo haga. He perdido la fe en los norteamericanos pasados de peso (la mayoría son paradójicamente abúlicos y/o bulímicos). En cambio, escribí yo mismo mi propio manifiesto en mi blog Lunes de Post-Revolución.
En esa columna, “¿Por qué me fui de Facebook y Twitter?”, me parece que de algún modo menciono que, tras diez años en las redes sociales (socialistas) a diario, ya iba siendo la hora de escuchar menos al otro y de ser yo (todavía más) un individuo único, irrepetible. Tenía que salirme de una vez de todos los debates y de todos los consensos. Tenía que ser, con esa fuerza más, absolutamente individualista: imponer yo los tópicos y las narrativas (también los estilos). No quejarme nunca, nunca pedir perdón. Meter el gaznatón en la otra mejilla y ni siquiera lavarme las manos. Quitarle la voz a los que de todas formas nunca iban a tener voz.
Las redes sociales de pronto se me revelaron como lo que siempre han sido: un gran Comité de Defensa de la Revolución. Una institución inevitable e intransigente. Para colmo, gratis, gratuita, centralizada pero a la vez igualitaria, despótica y a la par pacata, con una lógica edípica-paternalista de sospecha y delación permanente. Pasto para oportunistas pendejos. Mediocridad marxista a mansalva.
Después de mí, el cubano que siga en las redes sociales, sépalo o no lo sepa, le está haciendo el trabajo sucio a la Seguridad del Estado cubana.
¿La Seguridad del Estado es eterna, como los CDR?
La Seguridad del Estado está muerta y enterrada dentro del significante vacío del cambolo que guarda las cenizas fake del Comandante en Jefe. Lo trágico es que sus funcionarios de verde olivo aún no lo saben. O lo saben pero no lo dicen, por modestia, por no hablar de sí mismos (pese a que ignoran que alguna vez fueron los hombres color del silencio).
Mi padre llamaba a esto ser un “alma en pena”. Y me daba pavor oírlo, contándome aquellos cuentos de aparecidos, como si fueran la nana más natural del mundo para dormir a los bebés del Quinquenio Gris.
Las listas con los nombres de las víctimas para encausar al gobierno cubano en una corte penal internacional no serán listas de desaparecidos, sino de aparecidos. Espectros nada más, entre tu vida y mi vida. Residuos, restos, sobras nada más. Entre mi desamor y tu desamor.
En Hypermedia TV has colaborado con comentarios de libros. ¿Has pensado en hacerte booktuber? Yo creo que pudieras llegar a convertirte en poco tiempo en el booktuber cubano #1.
El secreto de un buen booktuber es no leerse los libros que va a comentar en video. Hay que ser festinado, distorsionar la materia primaria. Y eso he intentado hacer hasta ahora. Pasarle por arribita al libro: masticar su flujo discursivo sin paladearlo mucho, ya es bastante con regurgitarlo. Leer lo que nos salta a la vista, lo que nos asalta. E irrumpir como un okupa descarado en el contexto del libro original.
Por último, por supuesto, hay que visibilizar con violencia esos tweets que, como supercuerdas mínimas, componen la estructura secreta de todo relato. Comentar libros en video es la mejor manera de decir: es decir, de contradecirlos.
En la contraportada de Espantado de todo me refugio en Trump irrumpes también, como okupa apócrifo, en una cuenta de Twitter; haces que un tal @realDonaldTrump te promocione escribiendo: “This isnʼt some game. This book will rock a lot of people”. ¿Todavía se puede sacudir así a la gente, cautivarla o “noquearla”, con el juego de la literatura? ¿En qué clase de lectores estás pensando?
Por desgracia, no. Ya no se puede estremecer a nadie con nada. Vivimos en un mundo donde las redes sociales nos han robado, en efecto, el alma, y hacen imposible todo contacto humano que no sea considerado como un acto de violencia y violación (en ambos casos, denunciables en público de inmediato por Achy Obejas, por ejemplo, tal como le pasó a su traducido Junot Díaz, por ejemplo, por más que se disfrazó de gay y antitrumpista).
Así que Espantado de todo me refugio en Trump, además de ser una obra maestra, es un tesoro enterrado en el modo subjuntivo de la literatura cubana: es lo que pudimos ser y nunca seremos. Radical, vomitivo, inocente, tierno. Es el diario que debí de haber escrito tan pronto como aprendí a leer en la escuelita primaria Nguyen Van Troi, supongo que en alguno de esos viernes de fin de curso de 1976 o 1977.
Me gusta lo del modo subjuntivo… ¿Cuál viene siendo entonces el modo indicativo de la literatura cubana actual, y qué opinión tienes de ella?
El modo indicativo de la literatura nacional es la Revolución Cubana. No hay literatura cubana después de la Revolución. Yo pondría a Fidel Castro en el centro de nuestro canon y de todos los diccionarios de literatura. Esto lo digo sin ironías. Es un detalle que se le escapó por completo a Harold Bloom, cuyo canon, por cierto, carece de ironía.
Yo soy el último de los escritores que extraña no solo al realismo socialista malo, sino también al realismo socialista bueno. Todo lo escrito por un cubano de entonces me parece rodeado de un aura única. Debió haber sido formidable estar vivo en los años setenta en Cuba. El llamado Quinquenio Gris fue una época más bien luminosa: el gris debió de haber sido como el nuevo arcoíris. En esto nos falló la carabina de Ambrosio Fornet. Había tantos escritores vivos de tantas generaciones vivas…
Ah, mi amigo, que tú escapes de aquel grandioso país donde Daína Chaviano pudo haberse acostado con Onelio Jorge Cardoso: ¡ese sí que hubiera sido el parto entre un gato de piel shakesperiana y estrellada con una marta de ojos fosforescentes!
Solo por eso valió la pena que existiera la Revolución Cubana: por la belleza engendrada a pesar de la propia Revolución Cubana.
Hasta aquí ya has mencionado como diez veces a Fidel Castro; parece una pulsión o un Síndrome de Tourette. Vicio o círculo vicioso: casi todo lo haces girar en torno en él. ¿Encontrarás una salida? Dado que ese nombre le importa cada vez menos —por no decir que ya no les importa en lo absoluto— a tus compatriotas de cualquier parte del mundo, ¿no temes, en algún punto, quedarte sin interlocutores y no estar diciendo nada?
No temo, sino que aspiro, en algún punto, a quedarme sin interlocutores y no estar diciendo nada.
Viví la parte más feliz de mi vida bajo la égida eternizante de Fidel Castro. De manera que sus dos muertes, en 2006 y 2016, las asumí como una traición personal de su parte, una grosería doble que vació de sentido a mi biografía. No voy a renunciar así como así a ese aleph maléfico.
Defenderé a mi Fidel Castro al precio que sea necesario. Fuera de Fidel, nada. Hay que devenir Castro, hay que darle seguimiento y continuidad a su monstruosa mediocridad como ser humano. Hasta conseguir que me haga su maldad feliz.
¿Dirías que en el diario, en la serialidad blog, en la crónica, has dado con tu escritura ideal? ¿No te interesan otros formatos? ¿Qué hay de la narrativa de ficción?
Desde que empecé a escribir, sentí que solo el columnismo, y en especial el quintacolumnismo, eran nuestra última válvula de presión para descompresionar del totalitarismo insular, con todos sus arcaicos orígenes y sus despóticas teleologías.
La crónica, tal como yo la ejecuto, es una escritura instantánea, sin patéticas revisiones ni elitistas ediciones. Al pecho, a pelo. Sin tachaditos experimentales ni atormentamientos de autor: es el fluir fácil del quod scripsi, scripsi.
Una escritura que se escribe por mera curiosidad de ver cómo luce escrito esto o aquello, y que por eso mismo se atreve a dinamitar todos los tótems y tabúes por pura apatía, por indolencia, por inhumanidad.
Una escritura donde la ficción no necesita de los artificios de la ficción: cero personajes, cero contexto, cero arco dramático, cero corriente subterránea de sentido, cero revelación, cero etcétera. Narratividad a pulso, descoyuntada. Freección.
Esta es una libertad que yo y todos los cubanos desconocíamos, pero que solo yo de entre todos los cubanos he llevado al extremo de su excepcionalidad ejemplar. Ahí están todas mis columnas, en mi blog Lunes de Post-Revolución, todavía sin leer por ninguno de los cubanos, como una nave lanzada a ese espacio sideral que se llama el futuro, a donde ninguno de los cubanos pertenecemos.
Sin embargo, Espantado de todo me refugio en Trump viene con el rótulo de “novela” en la portada. ¿Por qué?
Es una errata estrafalaria de la Editorial Hypermedia. Mis abogados pro-bono ya están demandando en corte por ese crimen de lesa literaturidad. Por supuesto, lo estoy haciendo en el 9no Circuito Federal de Apelaciones. Solo Donald J. Trump entiende por qué.
En las páginas finales del libro, incluyes un texto titulado “Primer capítulo de la novela inédita Espantado de todo me refugio en ti (Hypermedia, 2020)”. ¿Es un adelanto real? Ahí sí parece haber personajes, artificio, etc. ¿Tiene el espantado Orlando Luis Pardo Lazo una “novela” en proceso de escritura?
Ningún adelanto es real: toda potencialidad es real, pero su ejecución es imposible.
Ese capítulo ni siquiera está incluido en el índice de mi libro: es solo una lectura fantasma. Una lonja de literatura: una lisonja. Y pertenece al género dramático del espejismo: único movimiento literario al que con gusto pertenecería.
Pero si me dices “novela”, yo te digo “la tuya”: de mí los críticos nunca tendrán el patetismo de una novela. Por favor, repara y respeta mi sobresaturación de “dos puntos”: en inglés a este signo ortográfico le dicen “colon”. Así que no descolonices mi escritura: antes bien, los cubanos necesitamos de urgencia una recolonización sintacticívica.
Hablando de recolonización: ¿te ves regresando del exilio algún día?
Como la pastora y el deshollinador de los muñequitos rusos, toda vez que nos hemos asomado a una esquina del mundo ancho y ajeno, ya hay cero alegría para nosotros, los sobremurientes.
No pertenecemos a ninguna parte. Ni a la Cuba desconocida de un siglo en el que ninguno de nosotros quiso habitar, pues representaba justo lo que representa hoy: un futuro fósil; ni a la Cuba irreconocible de un exilio sin exiliados donde los cubanos se miran entre sí como máscaras huecas, fantasmas fallidos, animales que adolecen de amabilis amnesia.
No puedo regresar a Cuba mientras quede vivo en la Isla un solo asalariado del Ministerio del Interior, porque, te lo puedo garantizar, mi cabeza tiene puesto precio por la sauriocracia de los militares cubanos: ellos saben que Orlando Luis Pardo Lazo es el bebé cargado de visiones que un Día de los Inocentes de 1971 se escapó de milagro al hacha en jefe de Herodes.
Solo les digo una cosa: volveré. Y mi regreso a Cuba va a significar una emancipación para el país y su gente: un reavivamiento, una apoteosis, otra era. Así me fue vaticinado, tras recibir mi bautizo de fe, por tres negros brujos que vivían al fondo de mi casita de maderas machihembradas, en el cuchillo de Fonts y Beales. Cubansummatum est!
Suena supermesiánico. Háblame entonces del país, o de la ciudad, que esperas encontrar en tu regreso.
Es una visión mucho más que mesiánica: es apocalíptica, de libro final; el colofón del Moncada y el Maine juntos.
Cuando se hayan quemado todas las naves, cuando los insignes disidentes hayan ardido en la antorcha cívica del totalitarismo y los tenientes-coroneles de la Seguridad del Estado se terminen de exterminar entre sí a golpes de buchitos de café con polonio, cuando el paisaje de la Isla sea el de una plantación depauperada entre el genocidio y el color del verano, entonces, solo entonces, a las ocho menos un minuto de la tarde, me será posible anunciar en Cuba una Restauración.
Lo haré desde la autoridad que confiere el Premio Nobel de Literatura 2059 y con la caballerosidad recombinada de un José Martí jugando ajedrez con Valeriano Weyler en el castillo lezamiano de la Cabaña, ante la mirada cuatroañera de un vecinito de ambos, que resultará ser el benjamín de la familia cubanoamericana de los Capablanca y Graupera.
Sinceramente, Orlando, ¿qué opinión tienes tú de Hypermedia Magazine?
Eso tendrías que preguntárselo a su administrador Ladislao Aguado, el hombre más buscado de la whatsapposfera cubana. Fíjate que me han dicho que emplea varios cientos de teléfonos para despistar a los putativos colaboradores de la revista, los que no paran de mandarle notificaciones desde los cuatro puntos cardinales del camping cultural cubano, que son tres: La Habana y Miami.
Ya lo he hecho: esa persona niega toda vinculación no solo con esta web, sino con la editorial que te publica; por eso te pregunto a ti. ¿Sirve para algo Hypermedia Magazine? ¿Se está moviendo algo distinto por aquí?
Ya que insistes, te lo digo sin peros en la lengua: Hypermediaes el último coletazo de la ballena insular, el telón de la teleología.
Una vez muertas todas y cada una de las revistas literarias cubanas, lo que queda es una especie de eco cuasi cultural, un equito o cuacuacuá remanente de la explosión del 2006 o 2016, cuando despedimos al cuerpo que, te repito, estaba en el centro (yo diría en el corazón mismo) de nuestro canon: Fidel Castro.
Hypermedia es la mortaja de una escritura nacional acéfala, descastrificada, un lenguaje lobotomizado a falta de Revolución, que ahora se revuelve como un pollo sin cabeza en la lidia idiopática de los que alguna vez fueron tenidos por Amires Valles, Néstores Díaz de Villegas, Duaneles Díaz, Rafaeles Rojas, e incluso Rufos Caballeros y Albertos Garrandeses.
¿Algo más que desees añadir, de pura exuberancia, antes de terminar?
Cubanos, os he amado. ¡Estad alertas!
Espantado de todo me refugio en Trump
El libro más reciente de Orlando Luis Pardo Lazo.
“El escritor cubano más audaz, el más incorrecto, el más sincero. Un libro que no te puedes perder”.