A finales de 2017 aparecía por la editorial Bokeh, en Leiden ―que dirige el narrador y ensayista cubano Waldo Pérez Cino―, un libro prometedor dentro del campo de las escrituras y narrativas de vida cubanas. Prometedor porque ofrece un camino al trabajo de lo autobiográfico en muchos sentidos. Se trata de Escenas del yo flotante. Cuba: escrituras autobiográficas, editado por Idalia Morejón Arnaiz y Carlos A. Aguilera, y con prólogo de Adriana Kanzepolsky.
El volumen reúne escritos de Reina María Rodríguez, Néstor Díaz de Villegas, Roberto Uría, Rolando Sánchez Mejías, Omar Pérez y de los propios editores. Además, reproduce obras de Sandra Ramos, autora de un trabajo artístico marcadamente autobiográfico. De la lectura que realicé del libro salió la reseña “Narrativas de vida cubanas: nuevos espacios para su lectura”, publicada en la revista A Contracorriente. Y de ahí surgió este diálogo con Idalia y Carlos, guiado por algunas interrogantes y preocupaciones que me despertó la publicación. Publicación y trabajo editorial que ponen indicadores dentro de los estudios y las investigaciones sobre lo autobiográfico cubano, tal vez uno de sus espacios más porosos y más raramente atendidos en los estudios literarios cubanos.
¿De dónde les vino la idea de hacer un volumen con el denominador común de lo autobiográfico?
Idalia Morejón: Pensamos que el tema de lo autobiográfico, tan presente en la literatura contemporánea, y bastante estudiado también por la academia, no era objeto de estudio ni tampoco objeto de escritura suficiente en las letras cubanas de las últimas décadas, especialmente allí donde la singularidad de cada vida puede pensarse desde la intimidad, y no, fundamentalmente, desde una idea de lo autobiográfico como experiencia de vida colectiva, como registro de un imaginario común a varias generaciones de cubanos. Desde luego, que no descartamos el vínculo tan significativo entre el sujeto y la historia.
Carlos Alberto Aguilera: Sí, eso era lo importante, como dice Idalia. Y no la autobiografía como memoria o documento de vida, aunque tampoco desechábamos esto, tal y como se puede ver en el libro.
Es decir, ante la ausencia de una tradición cubana de la autobiografía en general (es decir, existen textos aislados que nunca han sido procesados como una máquina antropológica o cultural), e incluso, ante la nula tradición de lo autobiográfico (lo autobiográfico en el mundo cubano casi solo ha sido entendido como testimonio), quisimos mostrar varios puntos donde todo esto pudiera verse.1 De ahí que aparezca entonces un texto como el de Roberto Uría, que es más un recuento, un acta de vida, y aparezca un texto como el de Rolando Sánchez Mejías, donde lo autobiográfico está construido como ficción, como algo que no importa si sucedió o no, ya que su relevancia está en que fue “vivido” como escritura.
De hecho, mi primera idea era esta: mostrar lo autobiográfico como dispositivo, como algo que se construye, que se escribe, que se raya, que se crea. Y no como algo que se testifica. Para que exista lo autobiográfico no tiene que haber necesariamente “experiencia biopolítica de vida”, ya que esta, como los recuerdos, también se inventan.
¿Cómo hicieron para “convocar” las colaboraciones, a los colaboradores?
Idalia Morejón: Redactamos una convocatoria y se la enviamos a artistas y escritores que, consideramos, tenían historias interesantes para contar, hasta donde nosotros sabemos.
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Ahora me pregunto ―no sé si sea pertinente la interrogante― si contaron con más colaboraciones que las publicadas, si tuvieron que desechar alguna.
Idalia Morejón: No, al contrario. De los artistas y escritores convocados, muy pocos enviaron sus “autobiografías”. De hecho, demoramos casi cinco años para conseguir reunir los textos que aparecen en el libro.
Carlos Alberto Aguilera: Para ser sincero, yo pensé que los textos de la antología iban a ser más desterritorializados, más lúdicos o plurales. Más en riesgo. Evidentemente se generó un desfase entre nuestra idea del libro y lo que la gente al final necesitaba hablar o mostrar. Creo que el lado “espectáculo” de lo biográfico, al final, dejó medio paralizados a muchos.
La idea original fue publicar “escrituras autobiográficas” inéditas. Adriana Kanzepolsky lo comentó en el prólogo al libro, y en efecto, la convocatoria —leo ahora— pedía que el “texto que no haya sido publicado antes”. Pero lo de Rolando Sánchez Mejías y el tuyo propio, Carlos, no cumplen con este requisito. ¿Cómo y por qué cambió la perspectiva?
Carlos Alberto Aguilera: Cambió porque en la idea inicial, si mal no recuerdo, iban a escogerse solamente textos de otros (no de los hacedores de la antología). Y por eso a todos se les pidió un texto que se suponía no tenían.
Al final, el libro demoró tanto en hacerse y estaba tan incompleto (muchos de los convocados sencillamente no aparecieron más después de aceptar escribir) que tuvimos que replantearnos la antología. Y por eso entran textos que ya estaban en la net.
De todas maneras, y lo veo en mi propia contribución o en la de Rolando, cuando un “relato” entra a formar parte de una “comunidad”, ahí se lee, se piensa y se posiciona de otra manera. No solo por el diálogo con los otros, sino por el no-diálogo, por la otredad. Y desde este punto de vista, que algo sea inédito o no ―por lo menos para mí― pierde importancia.
Idalia Morejón: La cuestión de la ineditez debe pensarse también como la cuestión de la dificultad para escribir en primera persona, cuando lo hacemos dentro de las convenciones de la autobiografía, ateniéndonos al pacto de verdad que se establece con el lector. Creo que eso dificultó la organización del libro en tales términos.
Sin embargo, recuperamos textos que pueden ser leídos como géneros diversos, y eso plantea una cierta complejidad para leer las Escenas… El hecho de que un texto fuera inédito o no, nunca estuvo en cuestión. Nos interesaba más el “retablo” que esas autobiografías podían construir.
Sin embargo, las diversas formas de escritura que recoge la antología, lo que cada autor decidió recuperar de su propia vida, nos muestra también cómo ellos piensan lo autobiográfico. Vivimos una época de expansión y desborde de los lenguajes, de ahí que trate de leer esos textos que citas como siendo los más alejados de lo autobiográfico en la antología, como procedimientos de escritura en los que el yo no sostiene ningún pacto con el lector.
Por cierto, el relato de Rolando me recuerda una entrevista apócrifa de Piñera a Sartre, en la que Piñera se mide de igual a igual con el francés. Divertida.
El poema de Néstor Díaz de Villegas también está a medio camino entre lo inédito y lo publicado. De casualidad encontré en un blog suyo —lo supongo de él, aunque no tiene autor— que reunía lo mismo pero en formato prosa. El blog es de 2007. Esto atañe más bien a una cuestión filológica: la evolución de un proyecto autobiográfico que puede ser que se haya desarrollado mucho más en sus más recientes libros Sabbat gigante. Libro primero: Hojas de Rábano (2017) y Sabbat gigante. Libro primero: Saigón (2018), que no he leído.
Carlos Alberto Aguilera: Puede ser. Ya sabes, uno refunde, articula, desarticula, acopla, descabeza textos. Esto es algo consustancial al Dasein escritor.
Lo que me gustó especialmente de lo de Néstor fue que, más allá de lo que narra, su contribución pasara por la poesía, dándole al self un impulso paródico-romántico por así decir, llegando a lo que se le pedía por otro lado (por otro lado que no fuera la prosa).
Néstor Díaz de Villegas es, desde hace años, nuestro cruce más perverso entre el Hölderlin de El archipiélago ―si cambiáramos a Grecia por el castrismo― y el Frankenstein de Mary Shelley.
No he podido estar al tanto de su obra más reciente, por eso quería saber si la colaboración de Reina María Rodríguez es inédita. Formulo esta pregunta con la idea de pensar las coordenadas de su poética en prosa, como las de Variedades de Galiano, que tienen un resquicio de escritura del yo: un libro muy íntimo, una manera de pensar el yo autobiográfico en relación con la ciudad.
Idalia Morejón: Sí, sí. Lo es. Reina fue muy generosa. Nos ofreció la posibilidad de seleccionar otro texto inédito que no fuese el que envió y publicamos. Sin embargo, ella misma señaló que todo lo que escribe está atravesado por una cantidad expresiva de contenido autobiográfico. En su colaboración se autofigura más bien como lectora, que como escritora, lo cual nos pareció una contribución importante, puesto que vida y escritura en ella se encuentran profundamente entrelazadas.
Idalia, ¿cómo se articula tu colaboración de Escenas del yo flotante con tu proyecto autoficcional, si así lo podemos catalogar, de Una artista del hombre? Imagino, y espero, que la “invención” de Poquita Cosa tampoco haya acabado en las páginas de Una artista del hombre.
Idalia Morejón: No considero que tenga un proyecto autoficcional2, de hecho, el nombre de la protagonista de Una artista del hombre no coincide con el mío en tanto autora, tampoco todo lo que cuento en ese libro son experiencias de vida concretas. No obstante, los elementos autobiográficos son muchos, siempre trabajados desde la forma, que es algo que me preocupa bastante.
Ahora bien, lo que se cuenta sobre Poquita Cosa en las Escenas… es la síntesis de momentos marcantes, vuelvo sobre vivencias que no queremos encarar ni en el psicoanálisis. Me sirvo de Poquita Cosa porque ella me evita tener que lidiar con las convenciones del género autobiográfico; es también una máscara para protegerme del miedo a encarar la memoria. A eso le agrego mi perspectiva sombría del mundo, que es la que selecciona los “recuerdos”.
La escritura me permite, al menos, desfigurar la memoria para sobrevivirla, transformarla en algo patético y, a veces, gracioso. Poquita Cosa me aleja de lo testimonial y al mismo tiempo me permite configurar una secuencia dentro del fragmento, que es a lo que podríamos llamar proyecto. Si lees Cuaderno de vías paralelas la verás nuevamente, así como en algunos cuentos y poemas que he escrito. Ella es algo así como una querida muñeca de la infancia, una muñeca calva, sin un ojo.
Si en algo coincido con ella es en el malestar que me causa la solemnidad, la ceguera que nos impone el ego, la hipocresía. Gracias a ella soy menos cobarde. De hecho, ahora escribo un librito donde Poquita Cosa prácticamente desaparece y soy yo, Idalia, la que cuenta algunas escenas en que la ropa aparece como dispositivo de memoria. Se titula Nunca fui una Barbie.
La colaboración de Sandra Ramos nos saca de la costumbre de lo autobiográfico visto solo como expresión escrita, como grafía. ¿Fue con estos dibujos como Sandra Ramos colaboró con ustedes? ¿Qué relación tiene el texto de Eugenio Valdés con la obra de Ramos y de dónde proviene exactamente? Es que no empato su texto con las obras reproducidas por ustedes. Lo veo como un texto que introduce a Ramos, aunque he pensado que realmente está sustituyendo la instalación Testamento del pez, aparte de la serie de Acuariums y de “Autorreconocimiento del pez”.
Carlos Alberto Aguilera: Me alegro que preguntes esto porque es de las cosas que, pienso, ha generado más dudas en el libro.
La obra de Sandra Ramos, como de sobra es conocido, tiene gran fuerza autobiográfica, en su sentido clásico además: experiencias o afectos que ella vivió en Cuba y que casi cualquier cubano de su generación firmaría como vida propia. De hecho, ese personaje que de manera sostenida aparece en sus imágenes casi desde el comienzo es, visualmente hablando, muy parecida incluso a la propia artista, a la Sandra niña (como se hace visible en las piezas La inconformidad del caracol o El lugar de todos los naufragios, por ejemplo).
El texto de Eugenio fue el texto del catálogo a esa exposición en los años 90, Testamento del pez, donde Sandra se apropia de la simbólica de Gastón Baquero en el poema homónimo: la inocencia, la soledad, la espera, etc., para reproducir algo a lo que siempre ha aspirado lo autobiográfico, aunque a veces le falle: el sentimiento o las subjetividades de una época. Por eso decidimos publicarlo junto a las piezas, no para que explicara la obra (o el libro), sino para mostrar de manera integral ese hábitat (imagen + texto) en que la serie fue pensada, exhibida y otro-territorializada por primera vez.
Otra de las cosas que era importante mostrar en la antología, aunque de manera mínima, es que cuando se habla de textos no se habla solo de grafía, “coso” escrito, sino de algo más grande, con menos límites, más inusual además, y para eso (o por eso) la obra de Sandra era ideal, a mi entender, para lo que nos proponíamos. Mirando en retrospectiva yo diría que es incluso de las transgrafías más íntimas del libro.
Idalia Morejón: Coincido con Carlos. El tema de lo autobiográfico, en la obra de Sandra Ramos, funciona como espejo en el que más de una generación podemos reconocernos, por los símbolos marinos, por el agua, y fundamentalmente por el uniforme escolar, la pañoleta, que simbolizan con su mejor ironía el destino del hombre nuevo, su deriva, y la memoria que carga consigo.
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Quiero volver a Rolando Sánchez Mejías. A mí me sigue costando mucho interpretarlo desde lo autobiográfico propiamente dicho, cuando relata una historia que no tiene relación con la “experiencia de vida” del autor. ¿O sí? Coincido plenamente con lo que Carlos dice (como los recuerdos, la experiencia vital también la podemos “inventar”); pero, ¿pensar un cuento como este dentro de lo autobiográfico no nos hace correr el riesgo de perder los límites?
Carlos Alberto Aguilera: Puede ser, pero, ¿por qué no? El límite de lo autobiográfico, a diferencia de lo que comúnmente se supone, es muy ancho. Lo autobiográfico pasa por las memorias y el testimonio, el diario y la biografía, la fotografía y el performance, el teatro y la utilización de ciertas experiencias propias junto a ciertos deseos y cierta reflexión sobre el Yo-Ficción.
De hecho, lo autobiográfico como ficción, como te decía antes, es (era) de lo que más nos interesaba. Y en este terreno es que se mueve el texto de Rolando: un escritor con experiencias y palabras y mentalidades que de alguna manera podemos asociar al escritor Rolando (no importa si lo conocemos o si es real o no o si vive aquí o allá) y que se coloca en una zona donde el deseo, lo político, lo literario y la historia construyen su propio cuerpo.
¿Algo más autobiográfico que el hecho de construir (literatura mediante) a ese otro que a la vez puede ser uno mismo? Pensemos en la “paradoja Piñera”, el de Aire frío y La carne de René, y ahí tendremos una especie de respuesta. Nada más autobiográfico que esos textos. A la vez, nada que escape más rápido de esa clasificatoria. El in-between, para decirlo rápido y mal, es lo autobiográfico mismo.
Además, algo que estaba implícito en el proyecto desde su mismo inicio es eso que Idalia llama en una de las respuestas anteriores “pacto de verdad”. Que pudiéramos reposicionar y hasta poner en duda ese pacto, para mí en especial era muy importante.
Idalia Morejón: A mí también me resulta incómodo ese texto, sin embargo, me hace pensar lo autobiográfico como el rastro que deja el propio acto de la escritura, sea cual sea su contenido.
Después de leer la obra de un escritor tan contemporáneo como Mario Bellatin, donde el yo acaba siempre transformado en otro, nada me sorprende.
Por cierto, ¿consideraron o considerarían colaboraciones cubanoamericanas, o cubano-“cualquier-cosa”? ¿Pensarían Waiting for Snow in Havana, Next Year in Cuba, The Write Way Home, Finding Mañana o “Juban America”, de Carlos Eire, Gustavo Pérez Firmat, Emilio Bejel, Mirta Ojito y Ruth Behar respectivamente, en un hipotético segundo tomo de Escenas del yo flotante cubanas?
Idalia Morejón: Diría que ahí hay un corpus diferente; no se trata de textos de pocas páginas, sino de libros enteros que podrían ser pensados, en su conjunto, como un punto de inflexión dentro de ese catálogo todavía amorfo de las escrituras autobiográficas cubanas, libros que están vinculados a episodios traumáticos, como la operación Peter Pan en Carlos Eire o el éxodo del Mariel en Mirta Ojito. Pero sabemos que todo lector es un antologador en potencia.
Carlos Alberto Aguilera: Eso habría que pensarlo más detenidamente, ya que una de las cosas que nos interesaba era la salida del código Historia o el código Política, tal y como usualmente ha sido “sufrido” en el mundo cubano.
No quiero que esto se interprete como una crítica a esos códigos, ya que a la vez que editoriales como Casa de las Américas u otras han provocado una saturación del self político (el self y sus hagiografías), reduciendo casi cualquier publicación autobiográfica a su condición turbocastrista, no deja de ser cierto también que muchos de los libros escritos bajo esa variante han sido necesarios para conocer de primera mano la represión y el desastre revolución.
Me vienen a la cabeza dos: Cómo llegó la noche, de Huber Matos, y el libro del guardaespaldas de Fidel Castro, Juan Reinaldo Sánchez; libro importante para conocer el tamaño de la mentira en la que hemos crecido todos.
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Una última pregunta: ¿qué sentido le quisieron dar ustedes a la cuestión de lo “flotante” en este yo autobiográfico? ¿Fue un aspecto determinante en el proyecto inicial, o llegó al final? ¿Querían alejarse de algo específico?
Idalia Morejón: El título fue lo último que pensamos, ya que había pasado mucho tiempo y lo que armamos no era exactamente lo que buscamos en un principio. Creo que la colaboración de Sandra Ramos nos dio la clave.
Carlos Alberto Aguilera: Lo de flotante fue un hallazgo feliz, creo, ya que precisamente queríamos otra manera de pensar lo biográfico, otra manera de entrar y salir de él. Lejos de los modelos “pesados” a los que comúnmente se refiere el término autobiografía en el caso Cuba. Término que como todos sabemos está demasiado referido a la política, a su tragedia, a su escenario, al secreto, a su “peso”.
Y este peso que no solo es histórico, sino civil y represivo, ocupa mucho territorio en el imaginario de la isla. En su representación y autoritas. Y la cosa en la antología iba más por lo ligero, lo que sin renunciar a determinados escenarios civiles tiene otro flow y, por lo tanto, puede y tiene que ser narrado de otra manera.
***
A continuación se reproduce el texto de la convocatoria con que Idalia Morejón Arnaiz y Carlos Alberto Aguilera invitaron a participar en Escenas del yo flotante.
Pocas veces se tiene la posibilidad de contar con la fuente del trabajo editorial y su lectura pudiera servir mucho para establecer coordenadas críticas en una de las partes implicadas en la concepción/construcción/“invención” del yo del sujeto autobiográfico.
No olvidemos que las Confesiones de Rousseau nacieron del pedido particular de su editor. Y para no ir tan lejos, en el contexto cubano: una autobiografía como Aquellos tiempos… Memorias de Lola María, fueron escritas porque un editor, Fernando Ortiz, las había solicitado expresamente para la revista qué entonces estaba dirigiendo.
Proyecto de antología sobre autobiografías
¿Es posible aún escribir una autobiografía? O mejor, ¿es posible, de alguna manera, escribir una autobiografía en un máximo de veinte páginas?
Los autores de esta antología consideramos que sí. De hecho, pensamos que el estrecho marco de veinte páginas es un espacio ideal. No porque ahí se pueda escribir mucho, claro; sino, más bien, por lo contrario. El que escriba tendrá que “cerrar” su relato lo más posible para poder contar su propia experiencia y ofrecernos algo que más que como auto-biografía pueda entenderse como un juego, una anécdota, una pieza de teatro, un monólogo, una ficción.
En este sentido queremos aclarar que entendemos por experiencia algo que rebasa el testimonio, la anécdota, un caso particular y concreto (aunque todo lo que se escriba y todos los que escriban en esta antología estarán hablando de su propio caso concreto) o lo político. La autobiografía, más allá de la realidad que contiene adentro, es un hecho de ficción, algo que ha tenido que pasar por nuestra cabeza y nuestra propia lucha con lo cotidiano para auto-realizarse; algo que incluso tendrá que haberse “inventado”, tal y como hizo Flaubert al narrar gran parte de su viaje a Oriente (ahora sabemos que en verdad nunca pasó de Egipto, y que la mayoría de sus descripciones de prostíbulos orientales tenían más que ver con la literatura que con lo “real”).
De ahí que los autores convocados no tendrán necesariamente que hablar de un periodo de su vida que tenga que ver con lo cronológico (sobre todo no con lo cronológico, aunque esto será a elección propia) sino que podrán narrar la vida que quieran, la que han visto o soñado en algún momento, esa que solo pegándola a cierta veracidad adquiere fuerza o interés para los otros, y no necesariamente es “cierta”.
¿No ha sido precisamente esto lo que en su momento hicieron Michaux, Arenas, Esterházy, Max Frisch o Piñera? Y por supuesto, que no hablamos del Piñera de La vida tal cual, sino del de Aire Frío, La carne de René, La gran puta. Ese que supo combinar realidad con locura, ironía con espacio civil.
Para esto, entonces:
- Un texto que tenga como máximo veinte páginas y como mínimo 15.
- Un texto que pueda ser entregado a más tardar el 30 de marzo del 2012.
- Un texto que no haya sido publicado antes.
Los convocados para esta antología deben saber que no todos los autores del libro serán escritores (también nos interesan creadores de otras disciplinas), y que la idea, como ojalá haya quedado mínimamente clara en lo antes escrito, será mostrar ese otro lado de la autobiografía que ya nada tiene que ver con lo anecdótico, tal y como comúnmente se entiende esto, sino con los procesos de ficción a que sometemos nuestras obsesiones, nuestras ideas en general e incluso nuestra idea de nosotros mismos (si es que al final una o la mitad de una tenemos).
¿Puede ser la autobiografía algo más que un retrato intelectual o moral de una persona? Tengamos paciencia y veamos qué escriben nuestros autores.
Nosotros, los antologadores, creemos que sí.
Notas:
1 La cuestión de la ausencia es un tema pendiente. Yo hice un rastreo y tengo apuntadas más o menos unas trescientas autobiografías/memorias, entre publicadas como libro o en revistas, algunas inéditas, incluso escritas en inglés o en francés, desde 1831 hasta hoy. Pueden ser menos, faltaría aún rectificar ese corpus bibliográfico, pero creo que es un número interesante (aunque los números no signifiquen calidad). Y no cuento otras formas de escrituras del yo, como el relato de viaje, las crónicas, el diario, la novela autobiográfica, o muchísimo de lo publicado como “testimonio”, que, se mire desde donde se mire, es una forma de escritura de vida. Lo significativo, a mi parecer, es que de esas casi trescientas autobiografías, se cuentan con los dedos de las manos las que la crítica literaria ha trabajado. Algo así como que no se sale de la condesa de Merlin, la Avellaneda, Manzano, en el XIX, y de Padilla, Cabrera Infante y Arenas, en el XX. No hay ausencia entre las del XIX y las del XX, solo que nadie las ha visto. Volviendo a la Molloy: efectivamente, el problema está en “cierta” incapacidad para leer las escrituras del yo, o la autobiografía en particular, y montar sus lecturas en una perspectiva más literaria, lejos del egodocumento ―como hablan los historiadores―, registro de la realidad “para la historia de…”. Es por eso que un volumen como el de Escenas… me resulta un excelente momento que interroga y saca a la luz el escenario de las escrituras autobiográficas cubanas hoy día.
2 Idalia tiene razón. Más que proyecto autoficcional, de una complejidad muy diferente, mejor habría sido pensar en un proyecto autobiográfico, en el que la ficcionalización de trozos referenciales desempeña un rol importante.