Acepté organizar este dosier por placer y vanidad. Me di cuenta de que tenía en las manos un atisbo de poder: juntaría en un solo Word a poetas cubanos que admiro, con cariño desconocido e incomprensible. El cariño de la poesía, debe ser. Un deseo, de nuevo.
Martha Luisa Hernández Cadenas se negó y me pidió disculpas por su desánimo. Le respondí que no había nada que disculpar porque yo también lo estaba; lo que pasa es que yo me había convertido en una vieja formal, alguien que ha ido aprendiendo a disimularlo (casi) todo. Convencerla de que aceptara fue un añadido poético que me hizo pensar, con curiosidad, en la poesía.
Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía, en el que la escritura se lleva a cabo y en el que se construye la instalación a base de una o más sílabas.
Estoy profundamente interesada en las sílabas. Este dosier también es un impulso. Los autores que me vinieron a la mente y que con tanto gusto aceptaron mi invitación, irán apareciendo por orden de llegada, como aquellos poemas que solo están disponibles después de formularse en el pensamiento durante, como mínimo, un segundo.
Legna Rodríguez Iglesias
Lleny Díaz Valdivia: Ante mis ojos
Los 6 libros que han estado ante mis ojos en 2022 y que volvería a leer:
- Poesía vertical, de Roberto Juarroz.
- Algunas elegías por Huck Finn, de Frank Abel Dopico.
- Cartas de cumpleaños (ha sido el mejor regalo de cumpleaños que me han dado), de Ted Hughes.
- The Complete Poems, de Anne Sexton.
- Los textos del yo, de Cristina Rivera Garza.
- The Father, de Sharon Olds.
Javier Marimón: Leer está sobreestimado, teniendo a Bach
Cualquier buen escritor debería realmente dejar de leer:
- Letra de la canción Você é um perrito, del cubano Marien Fernández Castillo.
- Letra de canción Genís, de Rosalía (G3 N15).
- Relecturas aisladas de Emily Dickinson.
- Relecturas aisladas de William Blake.
Michael H. Miranda: Los libros de un lector de poesía
Mi año lector de 2022 comenzó con LT, de Larry J. González, un poeta que no conocía. “El conquistador ni espera ni quiere mis servicios. Aun así, cada día en Coral Gables es mayor mi deuda con el navegante que me acercó a La Florida”. Descubro que puedo conectar otra vez con una poesía de pantano y juego, de barroco-viruta, como me sucedió tiempo atrás con algunas otras (Juan Carlos Flores, Carlos Augusto Alfonso, Carlos A. Aguilera, Rolando Sánchez Mejías, Rito Ramón Aroche, Soleida Ríos, Javier Marimón, Pablo de Cuba Soria…).
Mis exploraciones “cubanas” podrían avanzar y avanzan por esa senda: Jamila Medina, Legna Rodríguez Iglesias, Oscar Cruz, el flaco Javier Mora… Y siguió ese año con Incurable, de David Huerta; Poema a la duración, de Peter Handke (otra vez); Float, de Anne Carson; El hombre de acero, de Cristián Gómez Olivares; Dársenas y Cortar las muñecas, de Reina María Rodríguez (“Te rodearán las altas montañas / de ese antiguo país al que siempre has temido”); Imago Mundi V de José Kozer, que presenté en Miami la noche antes de una final de Champions; una Antología de Rafael Cadenas, y otras de Raúl Zurita, Lorenzo García Vega y Gerardo Deniz.
También una de poetas neobarrocos y otra de neorrabiosos, esta última solo en redes. Los Cantos de Ezra Pound. Y cerró con Elogio de la piedra caliza, de W.H. Auden; y Hospital Británico, de Héctor Viel Temperley (“Soy feliz. Me han sacado del mundo. Mi madre es la risa, la libertad, el verano. A veinte cuadras de aquí yace muriéndose… La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás otro hombre podrá ver mi esqueleto”).
Todos esos libros y aun otros que este año apenas hojeé, pero a los que regreso (Dickinson, William Carlos Williams, Stevens, Eliot, Lezama, Ashbery, Vallejo, Pessoa, Hirsch), me han revelado que la poesía que frecuento es aquella que elabora un mundo propio a partir del lenguaje, que convierte a la común palabra en un estallido de rebeldía, que la pervierte en función de revelar lo que uno calla.
El sentido de la poesía que busco y leo es el de corromper los paseos entre palabras. Si no puedo tomar nada de ella, si no puedo decir que debo hacerla mía, no me interesa. Puedo leer una egregia novela soporífera. Lo que despierta en mí la poesía indaga siempre en otra dirección, está siempre intocado y renovándose.
Hay un yo lector que es siempre marginal, en perpetuo movimiento, en negación perenne de la legibilidad del mundo. No hay lugar. No ha lugar. Ese lector no exige una ética de la palabra, ni una afirmación de método, ni una cívica del significado: nada puede ni tiene que ser afirmado ni descifrado. Ese lector no es dueño de una obsesión, de la misma forma que el poeta no es esclavo de la palabra. Se suceden acciones, se sospecha, pero fuera de su universo, el mundo entero es ese lugar desconocido, visto al pasar, extraño.
© Imagen de portada: Evelyn Sosa.
Damaris Calderón, Dolan Mor y Antonio José Ponte
Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía.