Oscar Cruz: La nómina / Ibrahim Hernández Oramas: Libaciones / Jorge Luis Arcos: Relecturas

Acepté organizar este dosier por placer y vanidad. Me di cuenta de que tenía en las manos un atisbo de poder: juntaría en un solo Word a poetas cubanos que admiro, con cariño desconocido e incomprensible. El cariño de la poesía, debe ser. Un deseo, de nuevo. 

Martha Luisa Hernández Cadenas se negó y me pidió disculpas por su desánimo. Le respondí que no había nada que disculpar porque yo también lo estaba; lo que pasa es que yo me había convertido en una vieja formal, alguien que ha ido aprendiendo a disimularlo (casi) todo. Convencerla de que aceptara fue un añadido poético que me hizo pensar, con curiosidad, en la poesía.

Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía, en el que la escritura se lleva a cabo y en el que se construye la instalación a base de una o más sílabas. 

Estoy profundamente interesada en las sílabas. Este dosier también es un impulso. Los autores que me vinieron a la mente y que con tanto gusto aceptaron mi invitación, irán apareciendo por orden de llegada, como aquellos poemas que solo están disponibles después de formularse en el pensamiento durante, como mínimo, un segundo.

Legna Rodríguez Iglesias



Oscar Cruz: La nómina

  • Emily Dickinson: 50 poemas (trad. Amanda Berenguer y edición de Ignacio Batjer, Biblioteca Nacional de Uruguay, 2018).
  • Charles Baudelaire: Las flores del Mal/Diarios íntimos (Introducción de Arturo Souto Alabarce, col. Sepan Cuantos, no. 426, Ed. Porrúa. S.A., México, 1989).
  • Paulo Lemisnki: Aviso a los náufragos (edición de Rosalía Chavelas, Ed. Calamus , A. C., Conaculta, México, 2018).
  • Selma Ancira: Paisaje caprichoso de la literatura rusa (Prólogo de Juan Villoro, Fondo de Cultura Económica, México, 2021).
  • Cayus Generosus Erigo: Priapica/Carmina Sensualis Amoris (trad. Justo Ernesto Paladín, versión de Jandey Marcel Solviyerte, Eds. Letra Dorada-Eds. Cosa Nostra, Antioquia, Colombia, 2021).
  • Revista Literaria La Noria no. 21/22 (Santiago de Cuba, Cuba, 2022).
  • Ahmed Espino Daudinot: Los felices quebrados (Eds. Santiago, Santiago de Cuba, 2022).
  • Oscar Cruz: Sílex/seis poetas santiagueros (Eds. Santiago, Santiago de Cuba, 2022).
  • Nat Fleischer: Los colosos del boxeo. Historia de los campeonatos del mundo de los pesos pesados (Eds. Unsologolpe, México, 1976).
  • Nicolás Guillén: Obra Poética 1920-1958 (t. 1) (Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972).


Ibrahim Hernández Oramas: Libaciones

Me resulta difícil elaborar un listado sobre cuáles han sido los libros de poemas que he leído este año porque hace ya un tiempo he procurado incorporar la lectura de poesía a esas pequeñas pulsiones repetidas de la vida diaria. 

Sostengo la creencia personal, para nada original y hasta ahora inconfesada, de que, dentro de una existencia cada vez más aislada, determinada por relaciones virtuales y dinámicas que dispersan la atención, la lectura diaria de poesía viene a jugar un rol en cierto nivel terapéutico. Un modo de recorrer el desfase entre la vida efectiva y ese estar presentes en nuestra relación con los otros y las cosas en que desearía permanecer la mayor parte del tiempo.

Esta actividad diaria se convierte entonces en un vehículo para remontar esa angustia de baja frecuencia, pero no por eso menos presente, asociada a todas las ocupaciones prácticas y taras psíquicas, y se resume en la aspiración de asumir los más pequeños actos de una existencia en términos creativos. Se trata, para mí, de una suerte de libación a la que puedo recurrir varias veces en el día y que no solo refiere a nuevos textos, sino también a libros o poemas que me obsesionan desde siempre o por etapas, y a los que vuelvo metódicamente.

En este sentido, me gustaría comenzar esta lista paradójicamente mencionando unos textos en prosa que leí el pasado verano: el ciclo de novelas del poeta norteamericano Ben Lerner Saliendo de la estación de Atocha10:04 El instituto Topeka, que resultan hasta ahora el comentario más agudo que he encontrado sobre el lugar de la poesía en la sociedad contemporánea. La trilogía de Lerner narra el paso de la juventud a la adultez de un poeta, su conversión en narrador y la propia desubicación de un yo entregado a una tarea arcaica en un mundo donde la función social del poeta ha terminado por diluirse o solaparse con otras.

Lerner, quien ha escrito además el ensayo The Hatred of Poetry, es uno de lo más lúcidos lectores de la obra del también poeta norteamericano John Ashbery, a quien vuelvo constantemente y con quien tengo la particular impresión, como con ningún otro poeta, de que me habla directamente. Este año he vuelto a leer entresacados los dos libros de Ashbery (editados en español por Visor) que llevo conmigo a todas partes y han sobrevivido a mis cada vez más frecuentes mudanzas: Autorretrato en un espejo convexo Galeones de abril. Especialmente vuelvo al poema que le da título al último de estos libros y que termina hablando sobre “qué direcciones / tomaron los leprosos / para huir de esos ojos / los viejos ojos del amor”.

Sobre Ashbery, que hace un cameo en una de sus novelas, Ben Lerner ha escrito algo que captura, mejor de lo que yo pudiera decirlo, mi sensación de lectura con este poeta y que reproduzco aquí a riesgo de hacer cada vez más tedioso este intento de lista: “Los mejores poemas de Ashbery describen cómo es leer un poema de Ashbery; sus poemas se refieren a cómo su referencia se escapa […]. Es como si el verdadero poema de Ashbery se te ocultara, escrito al otro lado de una superficie reflectante y solo vieras el reflejo de la lectura. Pero al reflejar tu lectura, los poemas de Ashbery te permiten estar atento a tu atención, experimentar tu experiencia, posibilitando así una forma extraña de presencia”.

Además, este año he descubierto, gracias a la labor titánica de socialización de contenidos que realiza contra toda adversidad el poeta y traductor argentino Ezequiel Zaidenwerg, a otros dos poetas extraordinarios: el argentino Daniel Lipara, de quien leí su debut, la epopeya familiar Otra vida (publicada en Argentina por el sello Bajo la Luna y de la que reprodujimos fragmentos en Rialta), y la poeta norteamericana Robin Myers, que ha escrito, entre otros poemas impresionantes, uno que tiene lugar, mientras se filtra la luz a través de los vitrales, en una iglesia de Masaya, Nicaragua, y que se pregunta “¿De qué se trata en realidad, esta / necesidad de compararlo todo, / de hacer que cada cosa se parezca a / otra cosa, de abrirse paso a fuerza de metáforas / hacia un tipo de calma que no sea / parecida a un andamio construido / alrededor del aire, sino concretamente eso”.

También he descubierto a la poeta mexicana Paula Abramo, quien es traductora de Clarice Lispector y Sophia de Mello Breyner, y cuyo bellísimo cuaderno Fiat Lux, atravesado por las voces de los fantasmas de una genealogía, puede descargarse gratuitamente en el sitio Poesía Mexa.

He leído con fascinación muchos de los poemas que la enorme escritora canadiense Anne Carson incluye en Decreación (volumen publicado en edición bilingüe por Vaso Roto). Sobre todo, los poemas salpicados de escarcha sobre la madre que se agrupan en la sección “Stops” y, su reverso, el hermoso poema “Vacaciones de primavera”, que narra un viaje familiar. Antes había leído la edición en español del poemario de Carson Red Doc> (Trilce Ediciones), pero no me llegaron tanto aquellos textos, seguramente por limitaciones mías, como estos que leí en Decreación.

Por último, y cometiendo pecado de cercanía, me gustaría enlistar algunos poemas o poetas cubanos a los que vuelvo con admiración cada cierto tiempo, sin que este año sea la excepción.

Releo, mientras termina el año, los poemas del cuaderno inédito “Mazorcas”, de Reina María Rodríguez, algunos de ellos ya publicados en revistas online, y entre los que me gusta particularmente el que se titula “El baño”. Para Reina, la escritura constante parece ser una forma de tratar de perfeccionar e incidir en un lenguaje, por lo que muchos de sus libros pueden leerse como estadios de una búsqueda. En “Mazorcas” (que esperamos publicar en Rialta durante 2023), ese lenguaje suyo de los últimos años, en que el recuento de la experiencia se imbrica con la referencia cultural, alcanza el tono de naturalidad discursiva que caracteriza a sus grandes libros.

Por contraparte, he releído también la Poesía reunida de Alessandra Molina, que me envanezco de que hayamos publicado en Rialta. Alessandra es de esas poetas que parece participar de esa dolorosa “paciencia del poeta lírico” de que hablaba Saer con respecto a Hugo Gola, y aun así su obra de las últimas décadas, reunida en un cuaderno que apenas sobrepasa las 100 páginas, compite en relevancia con la más copiosa de la poesía contemporánea en lengua española. Recomiendo, sobre los demás, el único “Desmemoria”, un poema que busco para releer cada vez que me vuelve a la mente.

Frecuento, asimismo, algunos de los poemas que Antonio José Ponte reuniera en Asiento en las ruinas, un puñado de textos que provocan en mí el inusual efecto de reflotar ciertos recuerdos y sensaciones de la etapa de mi vida en que los leí por primera vez, cuando los tomé por comentarios a mi propia experiencia. Algunos, como el que trata sobre el final de un año y comienza “En diciembre, viendo volar los fuegos de artificio / pienso en el tiempo”. Los he, a fuerza de relectura, terminado por memorizar.



Jorge Luis Arcos: Relecturas

La generosa Legna Rodríguez Iglesias me ha pedido que escriba algo sobre poesía leída durante el año que termina. No he leído mucha poesía reciente, a no ser algunos poemas muy buenos publicados, por ejemplo, en la sección “De leer” de Diario de Cuba.

La última vez que leí excelentes libros de poesía insular fue cuando fui jurado del Premio Hypermedia de poesía. Ya no leo tanta literatura contemporánea como antes (aunque la poesía perdurable siempre es contemporánea). Por diversas razones, releo mucho: imparto cuatro materias en la Universidad: Introducción a los Estudios Literarios, Literatura Española y las dos latinoamericanas, por lo que siempre estoy leyendo a los llamados “clásicos”.

Tal vez escriba pronto algo sobre Rubén Darío, clásico entre los clásicos de la poesía en castellano, cuyo “Coloquio de los centauros” sigue desafiándonos. También, al escribir algunos ensayos este año, he releído, por ejemplo, entre otros, a Lorenzo García Vega, a Manuel de Zequeira, a Eliseo Diego, a Jorge Luis Borges, a Raúl Hernández Novás.

Pero el texto que he releído este año con más inquietud es el “Poema de Parménides”, sobre el que quiero hacer algunos comentarios. Cuando estudié y leí mucha filosofía en la universidad, me hablaban del esqueleto filosófico de los restos del poema, la unidad o ser parmeníado, sin reparar en que se trataba de un poema, ni siquiera literalmente filosófico. Un relato de viaje. Un viaje iniciático. O chamánico. 

El mago de Anatolia relata su viaje al otro mundo, al inframundo, a los profundos, que Zambrano llamará ínferos. ¿Es una transposición literaria? Puede leerse así, pero yo lo leo como una experiencia de la imaginación. Y para mí la imaginación es la realidad, o acaso la más intensa, como pensaba Ricardo Piglia. Desde esta perspectiva, aventuro que el viaje fue a la vez literal y simbólico, una suerte de simultánea doble visión, como preconizaba William Blake, y también Lezama. Fue la descripción de su transfiguración iniciática.

Como Parménides está en el borde de lo desconocido, podemos conjeturar. Decía Lezama: “ese misterio de las fuentes que nunca podremos precisar”. 

En su viaje, P. es guiado por unas doncellas, hijas del Sol, que vienen desde las Moradas de la Noche hacia la luz para guiarlo a la oscuridad, al otro mundo, al inframundo, a los profundos, donde “el que sabe” adquirirá un conocimiento lunar, mercurial. Unas yeguas conducen su carro. Repárese en que es un mundo femenino. Al final, lo espera “la diosa”, Perséfone, la que cura y mata, compañera de Apolo, también dios de la oscuridad (“Una oscura pradera me convida”, escribiría el Etrusco). 

Las puertas del inframundo en la Grecia antigua estaban presididas por Apolo, como destaca Giorgio Colli. Peter Kingsley comenta: “un mundo femenino de increíble belleza”. ¿Reminiscencias de la Diosa Blanca, que asedió tanto Robert Graves, y que, como advierte, hasta Shakespeare temía? 

Repárese en que la diosa triple es la dadora de la creación, de la Poesía, pero también de la muerte (ah, “la belle dame sans merci”). Una muerte iniciática (catábasis), para volver a nacer (anábasis). Descendimiento del héroe mítico, diría Joseph Campbell. Hay que morir antes de morir, para nacer de nuevo, como se escriben María Zambrano y Lezama en su epistolario. 

El inicio del poema es deslumbrante, por misterioso. ¿Quiénes son esas doncellas de la noche? Las “aurigas”, o kourai, precisa Kingsley. El carro donde viaja es conducido por unas sugerentes yeguas. Pero las yeguas (nightmare o pesadilla, discurre Borges) son atributos también de la Diosa: las yeguas de la noche.

Al inicio, el mago insiste en detalles, lo que le confiere un como exceso de realidad a su sueño, a su visión extática. “La prolijidad de lo real”, escribiría el ciego lúcido. “Sobrenaturaleza”, diría Lezama. Se escucha el sonido, el siseo de una flauta serpertina, “el sonido del silencio”, o esa “música callada”, que después nombrará el frailecillo incandescente…

Si alguien quiere profundizar en otros sentidos del poema puede leer el excelente libro de Kingsley, En los oscuros lugares del saber (In the Dark Places of Wisdom) (Girona, Atalanta).

Ante la densidad sapiencial del resto del texto, vale preguntarse por el sentido narrativo que tiene el inicio del poema. Kingsley marca un importante matiz: “los poemas que cantan no solo describen sus viajes; propician que los viajes se produzcan”. 

Es el relato del viaje hacia el conocimiento, hacia una sabiduría otra, que acaso hemos perdido, que después asediarían, entre otros, Dante en su Comedia, San Juan de la Cruz en su “Cántico”, Sor Juana Inés de la Cruz en “Primero sueño”, Vicente Huidobro en “Altazor”, José Gorostiza en “Muerte sin fin” y Lezama Lima en varios textos (¡y hasta Manuel de Zequeira en “La ronda”!).

Es la sabiduría que se canta desde la poesía por el mago, el sanador, el poeta órfico, el kouros (o puer senex), chaman (iatromantisphôlarchosouliadêsphysikos), que se sitúa en un punto intermedio, fronterizo, entre el Día y la Noche, entre la vigilia y el sueño.

Hay un verso inabarcable: “el camino abundante en palabras de la divinidad”. Poesía femenina, mágica, sapiencial.



© Imagen de portada: Evelyn Sosa.




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Damaris Calderón, Dolan Mor y Antonio José Ponte

Legna Rodríguez Iglesias

Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía.






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