Hay borrachos en New York y en La Habana
Preguntan si me gustaría irme del país, no sé qué responder. miro a mi alrededor, intento descifrar en qué momento cambiamos el tema de conversación, todos me miran atentos, esperan a que abra la boca, para ellos todo es cuestionable, todo menos su opinión, pertenezco a la generación de los que no se equivocan, menudos comepingas —sostengo un vaso con whisky— lo que está en el boom ahora es emigrar —confirman—. Trago y saboreo la madera. —Si todos emigran de qué se valdrá el país—, ¿pero te gustaría o no? —insisten— en cualquier sitio hay miseria y pobreza, en cualquier ciudad hay calles poco asfaltadas y callejones oscuros donde peligra tu vida. En cualquier país, en Estados Unidos, por ejemplo, hay miles de tabernas, con idiotas debatiendo sobre política, literatura o emigración, justo como nosotros. Me da igual irme o no del país, al final del día, hay borrachos en New York y en La Habana.
Siempre gris
La celda es ámbito de malditos/
Insidia para adjudicar el quiebre/ la torcedura/
Milho Montenegro
I
Mi tiempo en este lugar maldito se agota. La crueldad de los barrotes sin prisa me succiona, hunde su óxido en mí. Fragmentos de vida se escurren por el tragante, arrastrados por la misma agua con que asesinos, ladrones y drogadictos bañan sus cuerpos tan culpables como yo. Pabellones, rejas, motines: todo gris, tan gris como la ropa que llevamos nosotros los convictos, víctimas de una esperanza sin color. Rondo los pasillos enrejados, ansiando un pedazo de cielo y sol. Pronto me darán libertad y llegará el momento del adiós definitivo. Dejaré atrás esas almas sedientas de poseer mi certeza.
II
El reloj de mi pulsera marca dos años de atraso y las agujas no se mueven. Camino bajo la luz del día, comprendo el valor de lo que he tenido y perdido. La gente y el paisaje no dejan de parecerme extraños. Estoy desorientado, demasiado anacrónico, como un objeto sin función. Pero estoy libre, lejos de la celda y el llanto de la escoria. Respiro mi dolor y sé que vivo. Ahora me alejo de ese sitio en el que todos terminan torcidos, rotos. me reciben en casa y siento el filo de mi realidad atravesándome: ni las sonrisas, ni el calor de los abrazos logran borrar el espanto de esos años que tornaron escarcha mi piel.
© Imagen de portada: Jhan Asher.
Odette Alonso
El verso de Odette Alonso desmenuza el tiempo rescatado del recuerdo; una memoria como espejo roto, cuyos fragmentos revelan pedazos de isla, una familia, la silueta borrosa de una niña, el perfecto doblez de una garza de origami, el olor del mar.