Ya pende la ruina sobre todos vosotros.
Homero, Odisea
La Justicia habitaba en el mundo subterráneo, al cuidado de eminencias científicas y de las fuerzas militares más selectas. El mundo subterráneo abarcaba toda la isla y el populacho, siempre más acertado que las élites a la hora de nombrar las cosas, lo llamaba El Infierno. El Infierno albergaba ciudades tecnológicas donde vivían las clases dirigentes, complejos industriales, y gigantescos laboratorios donde celebrados científicos se dedicaban al desarrollo de armas apocalípticas que defenderían la isla de un ataque desde Tierra Firme.
El plan de Tierra Firme y lo que quedaba de Europa era aniquilar a los habitantes de la isla, definidos como especie inferior no humana eliminable durante el Primer Reorden Mundial. Pero. Hubo de ser pospuesto cuando el Nuevo Gran Líder de la isla amenazó con lanzar Misiles Ébola y una nueva cepa supermutante del Virus Chino, a la atmósfera del planeta, si la isla era atacada. No era una amenaza que pudiera desatenderse. Según informes de las agencias de espionaje de Tierra Firme y lo que quedaba de Europa, la isla se había convertido en una fábrica de virus. La isla virus, se le llamaba en la jerga especializada del mundo exterior. Si en algo destacaban los científicos isleños era por su capacidad para convertir cualquier virus (incluso algunos en principio inofensivos) en armas mortíferas. En eso coincidían todos los expertos.
Tierra Firme se vio obligada a suspender el ataque hasta que se descubriera una vacuna o alguna manera de contrarrestar la amenaza vírica que representaba la isla. Algunos especialistas, entre los que me incluyo, recomendaron un ataque atómico, pero, desgraciadamente, su recomendación no fue tenida en cuenta.
De El Infierno, afirmaba el Gran Nuevo Líder, saldrían, en caso de un ataque enemigo, maravillosos engendros de destrucción para salvaguardar la soberanía del país. Pero. Sin descartar que eventualmente aquellos engendros maravillosos salieran a la superficie, lo primero que emergió de las profundidades fortificadas de la isla fue La Justicia. Eso confirmó la percepción general de que el Gran Nuevo Líder y Jefe Máximo de la Revolución Definitiva, era un hombre justo.
Desde su primera salida, las apariciones de La Justicia se sucedieron regularmente. Los culpables eran muchos. La ascensión de La Justicia se consideraba una fiesta nacional. Era un deber ciudadano y una obligación moral asistir a estos eventos que según el Gran Nuevo Líder y Jefe Máximo de la Revolución Definitiva, constituían una prueba irrefutable de la grandeza de la Nueva Revolución y del compromiso del Gran Nuevo Líder con la justicia.
El último culpable sometido a La Justicia, había sido el famoso comandante Barba Roja. Barba Roja estuvo a cargo del espionaje, de los asesinatos políticos, y de la organización de los órganos represivos del régimen de los Dos Hermanos, felizmente derrocado por el Nuevo Gran Líder. Se trataba de un hombre de gran talento para las intrigas del poder y para las conspiraciones y asesinatos, dentro y fuera del territorio de la isla. Un hombre despiadado, y sobre todo sumiso a los Dos Hermanos, lo que era condición indispensable si se quería sobrevivir y prosperar en el régimen de los Dos Hermanos. Barba Roja había muerto un siglo antes, en un sospechoso accidente de coche. Escapando así, o eso se pensó en su momento, al castigo que merecían sus crímenes.
La Justicia condenó al comandante Barba Roja a la pena capital.
Alabado sea el amado Nuevo Gran Líder.
La plaza donde se celebraban los juicios estaba junto al mar. Era un espacio en el que podían reunirse más de un millón de personas y a su alrededor se levantaban los colosales Complejos Habitacionales. Después de la Primera Guerra del Reorden, a pesar de que sufrió contados ataques directos de parte de las potencias en conflicto, se trataba a fin de cuentas de un territorio insignificante, la mitad de la población de la isla murió de hambre, o a causa de la radiación y la isla quedó devastada. La reconstrucción duraba ya mucho tiempo, pero se limitaba, en general, a restablecer algunas vías de comunicación y a la construcción de los Complejos Habitacionales, conocidos popularmente como Pajareras, donde vivía apiñada la mayor parte de los habitantes de la isla.
Abreu es uno de los escritores más interesantes, imaginativos, libres y estilizados del hoy literario en nuestra lengua. Michael H. Miranda
Una épica en prosa, una prosa que violenta la sintaxis hasta dejarla desnuda como un niño recién nacido y que alcanza, en más de una ocasión, el poderío del poema. Julieta Leonetti
Un enorme agujero en la capa de ozono impedía parcialmente la vida diurna. Por eso, los espacios entre Pajareras estaban cubiertos por techos de plástico infinito que protegían de los efectos del sol desnudo. Con el mismo propósito, en la capital de lo que quedaba de los antiguos Estados Unidos, ahora Tierra Firme, se estaba construyendo a marchas forzadas El Cielo, una cubierta que abarcaría toda la ciudad y permitiría a los habitantes de NewManhattan hacer vida normal. Pero un proyecto de tamañas dimensiones no estaba al alcance de los recursos económicos ni tecnológicos de la isla.
Hoy ascendería La Justicia para juzgar a los Dos Hermanos[1].
El Nuevo Gran Líder, desde su llegada al poder, había prometido al Pueblo que ningún criminal del régimen anterior escaparía impune. El Nuevo Gran Líder cumplía sus promesas.
Alabado sea el amado Nuevo Gran Líder.
Caía la noche sobre el mar grasiento y sus criaturas ácidas cuando se abrieron las puertas de El Infierno y ascendió La Justicia. La puerta de El Infierno se hallaba a escasa distancia de la Plaza de la Revolución Eterna. Resonó un trompeteo ensordecedor. Una bandada de pájaros sulfurosos levantó el vuelo en los basureros lejanos. En el cielo sobre la plaza, podía verse el chisporroteo de las naves nodrizas de las Tropas de Control Perpetuo al activar los escudos miméticos. Cuando La Justicia arribó a la Plaza, un murmullo reverente escapó de la multitud congregada. La Justicia era de un color indefinido y medía, aproximadamente, cinco metros de alto por tres de ancho, aunque en verdad su tamaño variaba a medida que se movía. Recordaba a uno de esos animales que se propulsan mediante un sistema de aspiración y expulsión de líquido. Nadie sabía qué era La Justicia. En un lugar donde todo era secreto, la naturaleza de La Justicia era el secreto mejor guardado. ¿Era La Justicia un producto tecnológico o un engendro orgánico producto de la ingeniería genética, una máquina o un ser vivo, nacido? Preguntas sin respuesta. Tampoco era saludable especular al respecto pues estaba severamente castigado hablar de La Justicia.
Una poderosa escolta acompañaba a La Justicia, que levitaba a poca distancia del suelo sin producir sonido alguno. Sólo el chasquido de las pisadas de los militares resonaba en el silencio. De La Justicia emanaba un vaho vagamente eléctrico. Ora semejaba un huevo de mercurio del que brotaban diminutos rayos sólidos terminados en amenazantes garfas, ora una montaña de carne rubicunda, de recién nacido aumentado, ora un círculo acerado de púas vivas, ora un vientre de sangre áurea y fulgurante, ora una verdad acorazada.
La Justicia se desplazaba majestuosamente hacia la engalanada plataforma donde tendría lugar el juicio. El silencio de la multitud tenía un tono esponjoso, tumefacto, a juego con la noche, que se disponía a caer. En un árbol petrificado por la radiación de las bombas calcáreas y el sol desnudo, una pareja de sparrones de plumaje fluorescente y ojos numéricos, contemplaba la escena. Todas las ventanas y balcones de las pajareras gigantes que formaban la ciudad estaban abarrotados, así como los caminos de tierra que desembocaban en la inmensa plaza. No cabía duda de que la nueva aparición de La Justicia había concitado el interés general, al margen de que asistir a la ceremonia fuera obligatorio. Del mar cercano llegaba el ruido de las olas al romper contra la costa llena de alambradas mortíferas. Era el sonido ideal para acompañar la ceremonia que estaba a punto de comenzar.
Primero irrumpieron en la plaza los flotadores[2] de las Fuerzas del Orden, verdaderas fortalezas flotantes, seguidos por las naves de vigilancia de las Milicias Revolucionarias y de los cederistas artillados de las Brigadas de Vigilancia Perpetua. Todos volaban a baja altura y giraron en torno a la plaza mientras tomaban posiciones defensivas. El enemigo siempre amenazaba la isla siempre planeaba atacarla y siempre estaba a punto de invadirla y el estado de sus habitantes era de alerta constante.
Cuando La Justicia y su escolta se detuvieron frente a la tarima donde tendría lugar el juicio, aparecieron dos funcionarios del Ministerio de Memoria Histórica. Vestían túnicas verdes, el color oficial, largos guantes, y sombreros altos terminados en punta. Cargaban una caja metálica. De ella, extrajeron una bolsa que contenía fragmentos de piel, dos calaveras, algunos huesos, y trozos de material inidentificable a simple vista, pero que con toda seguridad pertenecían a los despojos mortales de los Dos Hermanos. Luego de mostrarlos a la multitud, que estalló en vítores y aclamaciones, los arrojaron a la boca brillante de La Justicia. La Justicia era ahora un agujero hirviente.
Transcurridos algunos minutos, el agujero hirviente comenzó a girar sobre sí mismo mientras emitía un ulular que recordaba al de los caimanes acorazados en época de apareo. Una cadena de amplificadores estratégicamente colocados alrededor de la plaza, hacían que el ulular de La Justicia se escuchara perfectamente de un extremo a otro de la isla.
Abreu es uno de los escritores más interesantes, imaginativos, libres y estilizados del hoy literario en nuestra lengua. Michael H. Miranda
Una épica en prosa, una prosa que violenta la sintaxis hasta dejarla desnuda como un niño recién nacido y que alcanza, en más de una ocasión, el poderío del poema. Julieta Leonetti
La Justicia era un artilugio (o ser) asombroso. Ahora desplegaba una tupida membrana a manera de cabellera o corona. A continuación, mil apéndices incandescentes. La multitud comenzó a aplaudir presa de un ferviente sentimiento tribal. La Justicia era el circo maternal y el padre feroz. El azar vencido y la felicidad militarizada. De súbito, escupió sobre el suelo de la plaza dos bultos gelatinosos de proporciones humanas. La muchedumbre profirió un alarido. Los funcionarios del juzgado se adelantaron y procedieron, con gran pericia, a retirar la capa gelatinosa que cubría los bultos expelidos por La Justicia. Cuando concluyeron la tarea, sobre el suelo de la plaza estaban tendidos, en medio de un charco nanorobótico, los Dos Hermanos. Volvían a la vida luciendo sus uniformes militares de gala. Se les veía jóvenes y saludables. Allí estaban otra vez, devueltos a la vida por La Justicia. La Justicia era un Resucitador.
Enormes reflectores iluminaban la escena. Un grupo de miembros de las Fuerzas Especiales y un equipo médico se aproximaron a los cuerpos tendidos. Permanecieron inclinados sobre ellos un momento y, cuando se incorporaron, lo hicieron a su vez los Dos Hermanos. Sus semblantes reflejaban un enorme estupor. Miraban en derredor con una mezcla de incredulidad y horror. Sus cuerpos temblaban. En el grueso silencio, resonaron algunas risas provenientes del expectante gentío.
La Justicia permitía elegir la etapa de la vida del acusado que se resucitaba. Se había decidido que los Dos Hermanos volvieran a la vida jóvenes, cuando estaban en la cúspide de su poder político y físico. Así la venganza sería más completa. Recordarían sus años de madurez y vejez, pero físicamente serían jóvenes y experimentarían la ejecución como la experimenta un hombre lleno de vida.
Unos metros más allá del lugar donde habían resucitado, se hallaba el tribunal y el patíbulo. El patíbulo consistía en un grueso muro rescatado de una antigua y ya desaparecida fortaleza donde los Dos Hermanos habían torturado y fusilado a miles de habitantes de la isla. El muro, cuando fue desenterrado, pasó a manos de un equipo de arqueólogos y conservadores que lo habían restaurado de tan exquisita manera, que podían verse en él las manchas negras de la sangre de los fusilados y hasta astillas de huesos incrustados en la argamasa del paredón.
El juicio fue breve y didáctico. No se trataba de probar la culpabilidad de los acusados, de eso se había encargado el tiempo y la Historia. Sus víctimas directas e indirectas se contaban por millones. El juicio consistió en recordar (todo minuciosamente reflejado en una gran pantalla holográfica) a los acusados sus crímenes (a veces la memoria sufría lapsus durante el proceso de resucitación). Pero el objetivo fundamental de la ceremonia era que tuvieran plena conciencia de que no habían podido escapar a La Justicia. Ni siquiera la muerte los había librado de ella. La otra muerte, la injusta, la rodeada de familiares amorosos y disfrutando de una impunidad absoluta, había sido un episodio pasajero, y ahora tenían que enfrentarse a la muerte definitiva y a la justicia verdadera.
El proceso de someter a La Justicia a los Dos Hermanos había comenzado mucho antes de que La Justicia saliera aquella noche de las profundidades de la isla. No era cuestión de someter a La Justicia sólo a los Dos Hermanos, eso hubiera sido aplicar una justicia parcial e incompleta. El proceso justiciero culminaba con la ejecución de los Dos Hermanos. Cierto. Pero. El propósito de La Justicia era exterminar todo rastro genético de los Dos Hermanos. Era lo justo, había ratificado el Pueblo en varios referéndums y consultas populares convertidas en ley por el Nuevo Gran Líder. La Justicia abarcaba a todos los familiares de los Dos Hermanos. La ley disponía que todo vestigio genético de los hermanos debía ser eliminado para que La Justicia fuera total.
Los hijos y nietos de los condenados (y todos los funcionarios del antiguo régimen reclamados por La Justicia) fueron perseguidos durante años por las Brigadas Justicieras, y cazados en los más diversos lugares del planeta. Al hijo mayor de uno de los hermanos, mientras se hallaba en el puerto de Atenas a bordo de su flamante yate. Miembros de las brigadas enviaron peces-minas bajo el casco de la embarcación que fue convertida en una enorme bola de fuego que consumió a todos los que se hallaban a bordo. Fue una operación perfecta porque el hijo mayor estaba acompañado de sus hijos y sobrinos por lo que se eliminaron varios objetivos de una vez. Al tiempo que se evitó el proceso incinerador al que se sometía a todos los elementos con carga genética de la familia de los condenados.
Los Dos Hermanos tenían abundante descendencia. La cacería duró años, porque a medida que iban cayendo, los perseguidos se ocultaban en lugares cada vez más remotos y fortificados. Pero era tarea imposible escapar a las Brigadas Justicieras. Sus asesinos eran producto de experimentos genéticos e injertos tecnológicos que habían llegado a producir una generación de asesinos isleños casi tan mortíferos, según algunos especialistas, como las legendarias Monjas Impolutas que servían de guardaespaldas a la famosa terrorista Orlán25[3]. Tomó algún tiempo borrar de la faz del planeta la estirpe de los Dos Hermanos.
Cuando al fin se consiguió la llamada muerte genética de los Dos Hermanos, el Nuevo Gran Líder pronunció un emocionante discurso ante una enfervorizada muchedumbre, que lo interrumpía con atronadores aplausos a cada frase, y proclamó el compromiso irrevocable de su régimen con La Justicia. A los asesinos más destacados se les impuso la Gran Orden de la Patria Invencible. Los habitantes de la isla, que habían sufrido durante más de un siglo la brutalidad y las penurias impuestas por el régimen anterior, se sintieron vindicados.
Transcurridos algunos minutos, el pelotón justiciero estuvo listo y se condujo a los reos ante el muro. Los fusiles que se usarían en la ejecución eran modelos antiguos, los mismos usados en los fusilamientos en tiempos de la Primera Revolución que llevó a los Dos Hermanos al Poder. Las armas desintegradoras, destripadoras o descuartizadoras actuales, los proyectiles caníbales, hubieran desvirtuado La Justicia.
Abreu es uno de los escritores más interesantes, imaginativos, libres y estilizados del hoy literario en nuestra lengua. Michael H. Miranda
Una épica en prosa, una prosa que violenta la sintaxis hasta dejarla desnuda como un niño recién nacido y que alcanza, en más de una ocasión, el poderío del poema. Julieta Leonetti
La multitud, a pesar de estar constituida, como toda la población de la isla, por chusma, esbirros y esclavos, gente toda que nunca había vivido en libertad y a causa de esto se habían envilecido hasta niveles irredimibles, se comportó correctamente. Salvo alguna alharaca ocasional y algún conato de conga, mantuvo un respetuoso silencio. Era como si se percataran de la importancia de esta ejecución, una más entre miles bajo el régimen del Nuevo Gran Líder, y sin embargo revestida de una significación especial. Con los Dos Hermanos había comenzado el proceso de envilecimiento general de la isla, y a pesar de su naturaleza degenerada, los espectadores lo percibían.
Ante aquella multitud silenciosa, cualquier observador ajeno a la historia de la isla hubiera podido pensar que la belleza de la justicia, por fin conseguida para millones de esclavizados y asesinados los alcanzaba, los iluminaba y dignificaba con su puro resplandor vengativo. Pero era una ilusión. Ya la naturaleza de la población se hallaba tan degradada que era incapaz de tolerar, no digamos ya apreciar, ningún tipo de belleza.
Los Dos Hermanos fueron colocados contra el muro. La voz de mando resonó firme. Las balas eran de plomo, fabricadas especialmente para la ocasión, e hicieron un ruido apedreado al impactar en los condenados. La tela de los uniformes humeó. Los cuerpos se derrumbaron. La sangre volvió a salpicar el viejo muro, tantas veces ensangrentado. El jefe del pelotón, adelantándose, descargó tres tiros de gracia en la cabeza de cada uno de los hermanos. De la multitud escapó un suspiro de alivio. O algo parecido. ¿Cómo saberlo? Y así más de un siglo después de su muerte, los Dos Hermanos fueron alcanzados al fin por La Justicia.
Sant Cugat del Vallés, Barcelona, septiembre de 2021
[1] Existe una crónica del día de la ejecución de los Dos Hermanos, escrita por el condecorado novelista oficial de los Dos Hermanos, Leonardo Pajura. Pajura es también condecorado novelista oficial del Gran Nuevo Líder. El señor Pajura ha conseguido vivir casi trescientos años gracias a un tratamiento a base de células mamarias de jutía conga, un roedor autóctono de la isla, ya extinguido
[2] Ver Las moscas verdes, José Abreu Felippe.
[3] Ver El gen de Dios (Hypermedia, 2018).
Habana Underguater
Lo que pasó: me encerré en el búnker un sábado por la noche a leer Habana Underguater. Era fan de Erick J. Mota por esos días y un tipo obeso y paranoide me cambió una edición improvisada de Habana Underguaterpor un DVD original de Blade Runner.