Ángel Gaztelu en años de Revolución

Carlos Espinosa, in memoriam

Mario Parajón ha mencionado en un documental sobre Lezama la extrañeza que sintieron él y sus amigos de Orígenes ante aquel súbito cambio de principios de los años 60 que hizo que el cubano “se acostara católico, junto a una imagen de la Virgen de la Caridad, y al día siguiente se despertara diciendo que la materia valía más que el espíritu”. 

La Iglesia cubana, que en un principio había simpatizado con los revolucionarios, empezó a temer que aquella Revolución instalada en una isla del Caribe siguiera el ejemplo soviético. Las posiciones se fueron alejando y las pastorales de varios obispos causaron gran inquietud entre las autoridades, porque habían conseguido arrastrar a parte del pueblo.

Desde mayo de 1960, el difuso ateísmo del nuevo gobierno había puesto en pie de guerra a varios eclesiásticos, entre ellos al arzobispo Enrique Pérez Serantes, antiguo valedor de Fidel Castro, que lanzó una encendida pastoral, “Por Dios y por Cuba”, contra la penetración comunista y el materialismo dialéctico, cosas que, a su juicio, iban en contra de la doctrina de la Iglesia. 

La jerarquía eclesiástica quedó dividida entre quienes, como Pérez Serantes, denunciaban el nuevo rumbo prosoviético y una reducida “ala progresista” que criticaba esos gestos apresurados y apostaban por mantener el apoyo al gobierno revolucionario. Ángel Gaztelu, el llamado “cura de Orígenes”, que había tenido en los años anteriores numerosos contactos con los barbudos, era de estos últimos. 

En junio de 1960, por ejemplo, Gaztelu se entrevistó con el embajador estadounidense en Cuba, Daniel M. Braddock y sorprendentemente le dijo que la Iglesia no había sido perjudicada por el gobierno y que su impresión personal era que Fidel Castro “no va a hacer nada que obligue a la Iglesia a situarse en contra del gobierno, a pesar de su enfado por la pastoral de Pérez Serantes, que ha sido claramente precipitada, típica de su carácter impulsivo”.

Según Gaztelu, no había motivos suficientes para atacar al gobierno, aunque la extensión de la ideología comunista en Cuba (simbolizada por la invitación a Nikita Jrushchov para que visitara la Isla), era un asunto preocupante. 

El cura había hablado con el obispo de Pinar del Río, Manuel Rodríguez Rozas, y ambos estaban de acuerdo “en que, mientras la Iglesia no critique frontalmente al gobierno, algo podremos hacer para contrarrestar la visita. Pero la respuesta no puede ser otra carta pastoral incendiaria”.

Gaztelu le dijo a Braddock que era partidario de que la oposición a Jrushchov se manifestara con discreción. Por ejemplo, con pegatinas de protesta en las casas o con manifestaciones de personas vestidas de negro, “pero sin hacer mucho ruido para evitar las represalias. El camino correcto es seguir con las declaraciones positivas donde se defiendan las libertades básicas, el respeto a la propiedad privada, la libre empresa, etc.” [1].

Por lo visto, desde 1960 el presbítero había optado por la cautela y se había aliado con Rodríguez Rozas y con Evelio Díaz (al que la embajada norteamericana calificaba de “wishy-washy”) en contra de las posiciones más radicales de Pérez Serantes, Martín Villaverde y Eduardo Boza Masvidal.

Al año siguiente, en mayo de 1961, tras la invasión de Bahía de Cochinos, se nacionalizó la educación y fueron expulsados los primeros sacerdotes extranjeros. El mayor éxodo fue el de las religiosas que se dedicaban a enseñar en los colegios: de 2225 en 1960 pasaron a ser 191 en 1965. 

Es a esto a lo que se refiere Lezama cuando, en carta de respuesta a las preocupaciones de sus hermanas por unos acontecimientos ampliamente divulgados, les dice: “Á.[ngel] capea el temporal con verdadera astucia romana. Tiene amistades y las utiliza para permanecer a flote. De todas maneras está inquieto, pues nadie puede predecir en qué forma los acontecimientos se batirán sobre la roca de Pedro” [2].

La moderación no sirvió de mucho. En septiembre del 61 las autoridades cubanas ordenaron una segunda expulsión de sacerdotes. Boza Masvidal, obispo auxiliar de La Habana, fue incluido entre quienes tuvieron que abordar el barco Covadonga, con destino a España. 

Antes había sido detenido, a raíz de una multitudinaria manifestación frente a la iglesia de La Caridad, que acabó en enfrentamiento con las fuerzas del gobierno, dejando como saldo un joven muerto por heridas de arma de fuego y una veintena de heridos. 

La consigna de los manifestantes reunidos frente a la iglesia era “Cuba sí, Rusia no”. Mientras Boza Masvidal era trasladado en un vehículo hacia el muelle, centenares de personas lo acompañaron con vítores y aplausos. El religioso bendijo a la multitud y se mantuvo en la cubierta con otros sacerdotes mientras el barco salía lentamente de la bahía de La Habana.

Según informaron funcionarios diplomáticos, entre los deportados que iban en aquel barco había 60 sacerdotes españoles, 45 cubanos, cinco canadienses, un hondureño, un venezolano, un húngaro y un italiano, a quienes la policía detuvo en diferentes iglesias y los llevó directamente con sus maletas a bordo del Covadonga.

Tras la deportación, quedaron alrededor de 50 sacerdotes (otras fuentes hablan de apenas 20) para atender las más de 60 iglesias que existían solamente en La Habana. Gaztelu, a cargo de la del Espíritu Santo, estuvo entre los pocos religiosos a los que se les permitió quedarse [3].

Sin duda, sabía “capear el temporal”, como dice Lezama en su carta. 

Para abundar sobre este asunto, véase el excelente libro de Ignacio Uría, Iglesia y Revolución en Cuba. Enrique Pérez Serantes (1883-1968), el obispo que salvó a Fidel Castro, Ediciones Encuentro, Madrid, 2011. 

Contrástese también la posición de Gaztelu después de 1959 con su artículo “Stalin sabía mucho…” publicado en Bohemia (a. 50, n. 42, 19 de octubre de 1958), donde se queja de que Pío XII no hubiera sido invitado a la Conferencia de Paz de Yalta y recuerda la célebre frase de Stalin: “¿Con cuántas divisiones cuenta el Papa?”. “Con este ardid —escribía entonces el religioso— Stalin aisló la civilización occidental de su secular baluarte, franqueando el paso a la expansión comunista”.

Otra anécdota que pone de manifiesto sus relaciones con la jerarquía revolucionaria es una que él mismo me contó hace años en Miami.

En 1961, Carlos Franqui lo mandó a llamar para que le diera su opinión sobre el llamado “Cristo de Casablanca”, una estatua de mármol blanco, obra de la escultora Jilma Madera, que estaba emplazada en una colina a la entrada de la Bahía de La Habana. 

En la reunión, que tuvo lugar en la sede del periódico Revolución, Franqui y otros asistentes pidieron al cura que mediara con la Iglesia para retirar la estatua, que había sido alcanzada por un rayo, y colocarla en otro sitio, fuera de lo que era entonces una zona militar, cercana a la fortaleza de La Cabaña. 

Gaztelu se negó, argumentando que “en tiempos anteriores al paredón de fusilamiento, la imponente estatua había sido un lugar turístico, y que no le parecía buena idea sacarla del lugar donde recibía a quienes llegaban por mar a la capital”.

En los años 60, los hermanos del Padre emigraron a México y a Miami. Algunos ni siquiera pudieron asistir al entierro de los padres, Joaquín y Ángeles, más conocida como Angelita, que fallecieron con poco tiempo de diferencia a principios de 1964. Gaztelu, en cambio, que hizo varios viajes y tuvo oportunidades de quedarse, nunca quiso emigrar. 

En el verano de 1984, sin embargo, durante uno de sus viajes regulares, ya no volvió —para sorpresa de sus amigos y conocidos. No hay mucha gente que sepa exactamente lo que pasó entonces, porque Gaztelu era en extremo reservado. 

Se ha dado del presbítero una imagen incompleta, limitada a los años que vivió en el exilio, y por esa razón creo necesario revelar aquí alguna información que obtuve en mis investigaciones para la biografía de Lezama. 

Recién llegado a Miami, Gaztelu tuvo una sonada discusión con su hermana, María Asunción (no “María Ascensión”, como aparece citada en las Cartas a Eloísa y otra correspondencia (Verbum, Madrid, 1998, pág. 331). El motivo, la insistencia del Padre Gaztelu en que tras esas vacaciones “familiares”, volvería a Cuba para seguir ocupándose de sus labores religiosas en la Iglesia del Espíritu Santo. 

Al día siguiente, Asunción sufrió una subida de presión y una especie de isquemia que la dejó semi-inmovilizada. Sus hermanos reprocharon a Ángel que le diera tal disgusto a la enferma y prácticamente lo culparon de lo sucedido. No tuvo, entonces, más remedio que permanecer allí y hacerse cargo de la enferma.

Parte de esto me lo explicó el propio Gaztelu en una entrevista, aunque sin dar muchos detalles. Para entenderlo mejor y calibrar las consecuencias de lo sucedido, disponemos, sin embargo, de una carta (inédita) de Fina García Marruz a Julián Orbón, fechada el 23 de abril de 1986, donde se cuenta también la reacción de la hermana del cura ante lo que veía como una “conjura de Orígenes” para mantener a su hermano en la Isla:

El Padre nos escribió una carta en que da a entender que no está en sus manos el poder regresar en estos momentos, pero que espera que su conducta y que “la llave del escudo” no le cierre las puertas en el futuro a esa posibilidad. Creo que únicamente si ella muriese —cosa que no puede ni quiere desde luego imaginar— él se sentiría libre de hacerlo, lo que explica el modo peculiar con que nos trata el asunto. Aquí han dicho los que tienen que ver con estas cosas que “el Padre Gaztelu siempre tendrá las puertas abiertas para regresar cuando quiera o pueda”, pues conocen bien el caso. Él se ha hecho querer y respetar (¡y hacía esto tanta falta!) aquí de todos. Pero lo que me entristeció más allá de toda medida es que le pidió a la hermana —ya restablecida, aunque siempre con el peligro latente de una recaída— que nos echara al correo su carta, pues no sale de la Iglesia para nada, está a disgusto allí, y hace casi vida de monje, según nos dijo la propia Asunción —y ella aprovechó para hacerme unas líneas en que —bajo el pretexto de felicitarme ella también por San José— nos dice el motivo verdadero de que por primera vez nos escriba, y es suplicarnos —no usa esta palabra— que no le insistamos más al Padre que regrese, palabras que subraya como si ya no lo estuvieran sin hacerlo, y como si nos fuera posible, a nosotros, que convivimos más años con él que muchos de sus hermanos— desear que no viniese, y que jamás hemos “insistido” en nada. Me pareció una recomendación de singular indelicadeza, lo sentí como un atrevimiento que no merezco, y menos envuelto en una felicitación a todas luces vuelta pretexto de su intención verdadera. Pasamos dos días en un estado realmente incomunicable de malestar y tristeza. No quiero decirle nada al Padre —tan pudoroso en sus afectos, tan esencialmente delicado— para no suscitar otra discusión navarra, de imprevisibles alcances. Pero no sé si pueda volver a escribirle porque no sé hacerlo “tramitada” y teniendo en cuenta los ojos de Asunción, con la que por lo visto comparte las noticias de las cartas. Para mí, toda decisión del Padre, por dolorosa que sea, es esencialmente bien nacida pero creo que justamente se ha ido cuando era aquí más necesario y se estaban dando pasos para un diálogo esperanzador: como buen español, parece haber tenido más resistencia para lo difícil que para lo fácil. Lezama decía siempre lo de Wilde: “sólo hay una verdadera influencia: la de los débiles sobre los fuertes”.

Tanta fidelidad y prudencia no le sirvieron de mucho a Gaztelu, al menos en esos primeros tiempos de exilio. Para demostrarlo, quiero contar aquí algo que me reveló Carlos Espinosa, recientemente fallecido. 

En 1986, Espinosa publicó un libro indispensable, Cercanía de Lezama Lima, en el que recoge una serie de entrevistas a varias personas que rememoran su relación con el escritor cubano. 

Le escribí varias veces a Carlos para precisar dudas o detalles relacionados con ese libro, y una de las cosas que me contó (en un correo electrónico con fecha 15 de noviembre de 2022) fue que Cercanía… estuvo a punto de no salir porque las autoridades culturales cubanas se negaron a incluir el testimonio de Gaztelu, exiliado poco antes. 

Copio aquí un fragmento de ese correo, que el propio Carlos me autorizó a citar en mi biografía: 

Un detalle que seguramente no habrás advertido en Cercanía: falta la ficha de Gaztelu. Cuando el libro estaba en proceso para ir a la imprenta, Gaztelu tomó la decisión de quedarse en Miami. De inmediato, Letras Cubanas dijo que había que eliminar su participación. Yo fui a hablar con Cintio y Fina al Centro de Estudios Martianos. Cintio no estaba, pero le conté a Fina lo que iban a hacer. Ella me dijo: “yo no puedo hablar por Cintio, pero si van a cometer con Gaztelu el mismo error que cometieron con Lezama yo retiro mi testimonio”. Con ese argumento me armé de valor y llamé a Carneado al Comité Central (su teléfono me lo dio la secretaria de Retamar). Hablé con él brevemente y me dijo que Lucía Sardiñas se ocuparía de llamarme. No lo hizo, pero en Letras Cubanas restituyeron el material expurgado, aunque se les olvidó la ficha de Gaztelu. Y así salió el libro.

En efecto, si uno revisa las biografías incluidas al final del libro (pp. 387-399), verá que la única que falta es la del cura de Orígenes.

En sus muchos años de exilio (falleció con casi 90 años en Miami, el 29 de octubre de 2003), Gaztelu no hizo nunca ninguna crítica pública a la Revolución. En privado, y entre exiliados, sí se rindió varias veces a la evidencia del desastre. 

Fue invitado a las celebraciones origenistas de 1994, pero esquivó el bulto. En 1997 sí volvió de visita, junto con un amigo, piloto de Iberia que se jubilaba y lo invitó. 

Lo acogieron como un invitado especial, se abrazó con Cintio y Fina, y Eusebio Leal lo paseó por la Habana Vieja, incluyendo la antigua Iglesia del Espíritu Santo, en cuyo patio pudo ver el canistel que había sembrado 20 años atrás.



Notas:

[1] Estas declaraciones de Gaztelu están recogidas en NARA, RG 59, General Records of the Department of State, 1960-1963, Central Decimal File, Box No. 1603, 737.00/6-1460 HBS, Despatch No. 1824, “Policy to be Followed by Catholic Church in Cuba in Months Ahead”, Memorandum of Conversation, Confidential, June 10, 1960.

[2] Carta de José Lezama Lima a Eloísa Lezama Lima, julio y 1961; en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, Verbum, Madrid, 1998, pág. 49.

[3] Pudo salvarlo haber sido uno de los religiosos que visitaron a los asaltantes del Moncada en el Presidio Modelo de Isla de Pinos. O haber escondido revolucionarios en su iglesia de Bauta a finales de los años 50. O sus buenas relaciones con varios comandantes de la Revolución (ofició, por ejemplo, en la boda de Crescencio Pérez). Para muchos, Gaztelu era “un cura rojo”, y sus opiniones durante los años 70, recogidas por Ernesto Cardenal en su libro En Cuba, son bastante favorables al sistema, en la línea del prudentísimo nuncio Mons. Cesare Zacchi, cuyas gestiones propiciaron que varios de los religiosos expulsados regresaran a Cuba años después. En una entrevista que le hice en Miami, Gaztelu me dijo literalmente lo siguiente: “Cintio demoró cinco años en meterse en la Revolución, se iba a asilar. Y el revolucionario era yo, el simple y tonto fui yo”.





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Cuba, tradición e imagen (I): El mar es nuestra selva y nuestra esperanza

Por Reinaldo Arenas

El mar es lo que nos hechiza, exalta y conmina. La selva, como el mar, es la multiplicidad de posibilidades, el misterio, el reto. El temor a perdernos y la esperanza de llegar”.



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3 Comentarios
  1. Gracias Ernesto, por ete ensayo. Las últimas palabras resumen muy bien esa personalidad tan grisácea del Padre Gaztelu y debería ser parte del título: “simple y tonto”.
    Fue otro culpable del desastre y de toda esa suciedad que reina en Cuba. Que Dios lo juzgue.

  2. Conversé con Gaztelu en la sacristía de la iglesia donde oficiaba en Miami, ¿vivía, ya muerta su hermana?. Fui a visitarlo con Eloísa Lezama Lima., allí tenía algunos cuadros salvados de amigos como Portocarrero… Y puedo dar fe de que consideraba el castro-comunismo como la mayor desgracia de Cuba. Antes en Cuba, en la iglesia del Espíritu Santo, donde bautizó a mi hija, y en sus visitas semanales a Lezama, se quejaba de la dictadura y de las represiones. No coincido con EHB en su evaluación de «Cercanía de Lezama», ni en lo que dice de Espinosa, compilador y crítico frágil, triste, en aquella época era una suerte de amanuense de Reynaldo González, verdadero artífice de las entrevistas, plagadas de autoelogios y de mentiras. Yo no quise participar. Moreno del Toro, tampoco. Y otros… Espinosa, tan trabajador, nunca quiso tener problemas con la dictadura, que le prohibieran entrar al país o le dejaran de publicar las editoriales y revistas oficiales… Se entiende porque su madre, hermana y sobrina aún estaban en el caldero. Eso lo llevó, y su propio carácter complaciente, a cumplir la orden de preparar para Ediciones Unión, una edición de Sucesivas, donde apenas nombra la edición realizada por Verbum, incluir dos o tres que el propio Lezama excluyó. Decisión que Gastón Baquero y yo respetamos. En fin, Carlitos se bañaba y guardaba la ropa, jugaba con la cadena y no con el mono. Su oportunismo y sobre todo su generosidad con escritores menores, me impidieron ser su amigo. Gaztelu posibilitó, a través de sus contactos, cuando estaba en Cuba, que cierta correspondencia y algunos libros, le llegaran a Lezama o este enviara. En los años del ostracismo (1971-1976) y hasta la muerte de Lezama, pocos se atrevieron a ir a Trocadero o intentaron conocer a Lezama. Tengo la certeza de que EHB no dejará de entrecomillar. Probidad e ironía.

  3. Creo que Ernesto tiene razón. Los datos apuntan a que fue un colaboracionista, y sabe Dios si escribió o cuántos informes escribió sobre el resto de Orígenes… Eso no quita que una vez en Miami despotricara contra el gobierno cubano y los males de la revolución…. Creo también que Prats Sariol es exacto en su caracterización de Carlos Espinosa, cuando lo llama, critico frágil, triste y amanuense. Su comportamiento entre las dos orillas y publicando en Cuba era más propio de un colaboracionista que no estaba comprometido con la causa de la libertad.

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