Por estos días pareciera que el fantasma del escritor cubano Heberto Padilla (1932-2000) nos rondara en la turbulenta Cuba del siglo XXI, en un contexto donde muchos jóvenes ni tan siquiera han escuchado hablar del autor del incendiario poemario Fuera de juego (1968), obra que recibió el premio Julián del Casal que otorga la UNEAC, con una nota que consideraba esta obra contraria a los principios de la Revolución Cubana.
Han transcurrido décadas desde su publicación y generaciones enteras de escritores y críticos literarios han leído ese poemario y no han encontrado elementos que avalen esa acusación absurda, marcada por el dogmatismo imperante durante esos años tan oscuros y difíciles para cultura cubana. La censura del documental PM en 1961, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, y el tratamiento de que fue objeto el libro Fuera de juego eran el preludio que lo peor estaba por llegar.
El tema resulta tan complejo y posee tantas aristas que ha suscitado profundos debates, tanto en Cuba como en el extranjero, en espacios académicos y culturales convocados en su gran mayoría por instituciones oficiales.
Se ha publicado un volumen considerable de artículos, ensayos y hasta libros sobre el fenómeno que el ensayista e intelectual Ambrosio Fornet bautizara con el término de Quinquenio Gris. O Decenio Negro, teniendo en cuenta que muchos investigadores consideran que se extendió más allá de un quinquenio con sus secuelas en los ochenta.
De esa vasta producción literaria hay dos libros que constituyen fuentes imprescindibles para el abordaje académico del tema.
El primero es El 71, anatomía de una crisis, de Jorge Fornet, publicado en el 2013, cuyas páginas nos sitúan nuevamente en ese complejo escenario de inicios de los setenta y, concretamente, sobre lo relacionado con la detención y confesión forzada de Heberto Padilla, incluyendo su sagaz análisis de ese período y del célebre Congreso de Educación y Cultura de 1971, cuyos propósitos inquisitoriales eran, según Reinaldo Arenas, todo lo contrario a lo que proclamaba. El segundo es Fuera y dentro del juego, una relectura crítica del caso Padilla cincuenta años después, publicado por Letras Cubanas en el 2021.
Para el escritor cubano exiliado Antonio José Ponte, en su reseña sobre el libro de Fornet publicada por el medio independiente Diario de Cuba, el pecado mayor de este libro es que, en su afán de buscar la mayor objetividad posible, como suele caracterizar a los textos de perfil académico, elude por motivos abiertamente ideológicos los aportes sobre el tema de investigadores como Rafael Rojas, Idalia Morejón, Lilian Guerra, Iván de la Nuez, entre otros autores de la diáspora cubana.
No resulta casual que, un año después de haberse publicado el libro de Fornet, la cineasta Rebeca Chávez abordara por primera vez, en su documental Luneta No. 1, lo acontecido con el caso Padilla, pero tangencialmente, gracias a lo cual espectador pudo visualizar fragmentos de las imágenes de archivo de la autocrítica de Padilla. Esto constituía una novedad para el público cubano, tal como sucede en el contexto actual con los hallazgos de Pavel Giroud. En definitiva, las claves de la reedición del debate sobre el caso Padilla se encuentran relacionadas con la aparición inesperada de las imágenes de la autocrítica.
El abordaje del tema había prácticamente desaparecido del panorama cultural y académico cubano hasta que el realizador Pavel Giroud (La edad de la peseta y El acompañante), radicado en España nos sorprendiera con su documental El caso Padilla (2022), censurado hoy en día en Cuba pero nada ha impedido que circulen en estos momentos copias clandestinas de este esperado documental, incluyendo la publicación de un volumen considerable de artículos en las redes y los medios independientes acompañados de especulaciones sobre las posibles vías que usó su realizador para acceder a esos archivos guardados en Cuba durante más de tres décadas por la Seguridad del estado.
El caso Padilla constituye una simbiosis entre la tradición del documental cubano y el periodismo de investigación, pero también deviene una sagaz alerta sobre la continuidad de prácticas represivas y censoras en la política cultural cubana. Y, de esa manera, su realizador ha enviado un contundente mensaje cifrado a la comunidad internacional y al mundo académico de izquierda confundido en muchos aspectos con el modelo cubano, para que puedan interpretar el filme, no como una cuestión perteneciente al pasado, sino como un fenómeno que ha tenido continuidad hasta el contexto actual y los hechos del 27N y otros acontecimientos posteriores lo demuestran.
Si en el pasado muchos escritores y artistas cubanos, debido a sus posiciones estéticas y de carácter crítico al sistema, no vieron otra salida que el exilio, como fueron los casos de Cabrera Infante, Calvert Casey, Severo Sarduy, Lydia Cabrera, Reinaldo Arenas, después de lo acontecido el 27 de noviembre frente al Mincult la historia vuelve a repetirse.
El gran dilema del intelectual ante un régimen totalitario ha sido históricamente ser consecuente, con sus ideas y su obra, con sus respectivos costos, o conformarse con las migajas que en ocasiones suele ofrecer el poder como pago al silencio. Pero Padilla logró sortear como un equilibrista encima de una cuerda floja su enfrentamiento contra un poder ante el cual resultaba indefenso, hasta poder salir del país en 1980 gracias a la mediación del senador Edward Kennedy porque el gobierno hasta ese momento se lo había impedido. Su esposa Belkis Cuza Malé había salido anteriormente en 1979 y ambos se reencontraron en EE.UU.
Sobre la etapa del exilio de Padilla no pretendo detenerme, pero el lector de estas páginas debe conocer que, tras su liberación, no fue reivindicado en la vida cultural e intelectual de su país. Al contrario, sufrió la humillación de verse confinado en granjas y campamentos agrícolas, realizando trabajos forzados no acordes a un intelectual de su categoría, sumergiéndose en la depresión y el alcohol.
Aquellos que en Occidente pensaban que las UMAP eran algo del pasado y que habían desaparecido en los sesenta, dado el escándalo que probaron, debieron sentirse frustrados y engañados ante la tragedia que durante esos años padecieron no sólo Padilla sino otros escritores como Reinaldo Arenas, el dramaturgo René Arizá, Vicente Echerri. Los horrores que describió un autor como Solzhenitsin en su célebre Archipiélago Gulag los padecieron estos autores en su gulag tropical.
En muchos aspectos, Cuba continúa siendo ese inmenso Gulag donde el individuo se deshumaniza y desciende a lo más bajo de la condición humana. Si un intelectual conoció aspectos y detalles de la vida de Padilla en el exilio fue Vicente Echerri, quien también padeció el presidio político en Cuba. [1]
Los efectos antropológicos y psíquicos que son capaces de provocar el estalinismo como la expresión más perversa del totalitarismo, descrito magistralmente por autores como Orwell y Hannah Arendt en sus respectivas obras, también han sido narrados con profundo realismo por Reinaldo Arenas, el mismo Padilla y René Ariza, en el documental Conducta impropia realizado por los cineastas Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros en 1984.
Considero que la detención y encarcelamiento y la misma autocrítica de Padilla, dejaron una huella imborrable en su condición mental de la cual jamás se recuperaría, sino todo lo contrario, durante el exilio su problema con el alcohol se agudizó.
Aquí intentaré abordar algunas ideas contextuales sobre lo sucedido durante esa histórica noche del 27 de abril de 1971, cuando Padilla pronunció su célebre autocríticaen la sede de la UNEAC junto a otros intelectuales implicados, como su esposa la poetisa Belkis Cuza Malé. Es una lectura sobre aspectos psicosociales en torno a un suceso que marcó la política cultural cubana a inicios de los setenta, con grandes repercusiones para la izquierda internacional y latinoamericana, al representar un punto de inflexión en la efímera luna de miel de la intelectualidad latinoamericana y europea con la Revolución Cubana, debido al giro estalinista y totalitario que este proceso revolucionario asumió en ese momento histórico.
Aunque el documental de Giroud orientó su mirada sobre el aspecto más anecdótico del tema que es la confesión de Padilla en la UNEAC, elude profundizar en algunos antecedentes contextuales relacionados con la autocrítica de Padilla, lo que dificulta la comprensión del tema en su total complejidad y diversidad de aristas.
No olvidemos que, desde mediados de los sesenta, Padilla había desempeñado diferentes cargos oficiales para el gobierno revolucionario que lo llevaron a visitar el bloque de países ex socialistas y, cuando regresó a la isla en 1966, comenzó a experimentar un proceso de decepción con la joven revolución cubana, discrepancias que sólo se atrevía a ventilar en espacios privados.
El suceso que desencadenó su arresto por parte de la Seguridad del Estado, junto a la poetisa Belkis Cuza Malé, el 20 de marzo de 1971, fue el recital de poesía que ofreció en la sede de la UNEAC de su poemario Provocaciones. Lo arrestaron bajo la falsa acusación de actividades subversivas. En un contexto tan sombrío podían acusarte, como en la antigua URSS, de las cosas más inverosímiles, por lo cual permaneció un mes en la Sede de Villa Marista.
El simulacro de Padilla durante esa patética noche del 27 de abril ha sido interpretado como un evidente acto de simulación, ejercido por un artista que actuaba bajo presión y tortura psicológica, al viejo estilo de los Procesos de Moscú (1936-1938) y de la Praga de inicios de los cincuenta, fundamentalmente como una alegoría de éste último donde fue ejecutado el líder comunista Rudolf Slánský ―un tema magistralmente representado en el filme del cineasta Costa Gavras, La confesión, basado en el libro homónimo del novelista Arthur London; este aspecto, en una obra como 1984 de George Orwell, se había descrito varias décadas atrás a través de los códigos de una distopía que ha trascendido por ser una alegoría del terror estalinista que penetró en la isla del Caribe, como una fantasma que nadie esperaba encontrar.
Durante el terror estalinista, varios escritores corrieron el mismo destino de Padilla, incluso peor, como fueron los casos de Yevgueni Evtushenko, quien fue guionista del filme Soy Cuba (1964), única coproducción soviética-cubana; Margarita Aliger, Andréi Voznesenski y el más notorio Vasili Grossman, autor de la novela Vida y destino considerada por los críticos entre las mejores del siglo XX, detenido por la KGB, con su la obra censurada durante décadas, hasta la llegada del reformista Gorbachov en 1985.
Aunque el pretexto para el arresto de Padilla fue aquella lectura suya del poemario Provocaciones efectuada en la UNEAC en marzo de 1971, resulta evidente que las verdaderas causas se encuentran en sus vínculos culturales y académicos con prestigiosos intelectuales europeos, por absurdas sospechas de espionaje. Incluso este poemario había sido atacado anteriormente a través de la revista El caimán barbudo, por un autor que utilizaba el seudónimo de Leopoldo Ávila. En la actualidad se especula que su autor haya sido el comisario de la cultura Luis Pavón Tamayo, uno de los artífices del denominado Quinquenio Gris, una figura identificada con la represión hacia los intelectuales y sobre todo contra la exclusión de los artistas homosexuales.
En aquella época todavía había algunos intelectuales de la izquierda europea que mantenían su apoyo abierto a la Revolución Cubana, incluso visitaban la Isla por invitación del mismo Fidel Castro, con la finalidad de publicar libros apologéticos sobre el proceso revolucionario cubano. Pero, en la medida que entraron en contacto con la realidad cubana, comenzaron a adoptar posiciones críticas, aunque todavía moderadas, con respecto a determinados aspectos y problemáticas del modelo cubano, consideradas como desviaciones estalinistas.
Entre los autores que fueron mencionados y cuestionados por Padilla se encontraba el poeta alemán Hans Magnus Enzensberger, K. S. Karol, autor del famoso libro Los guerrilleros en el poder, escritor polaco-francés, y el agrónomo francés René Dumont.
Como había expresado en el párrafo anterior, pertenecían a un sector de la izquierda europea deslumbrada con el proceso cubano, incluyendo otros que no fueron mencionados por Padilla en la autocrítica de la UNEAC, como Paul M. Sweezy, Leo Huberman, y Maurice Zeitlin, quienes realizaron profundas críticas a la construcción del socialismo cubano, las que “iban desde autocracia y la limitada participación del pueblo en la toma de decisiones, el endeble poder del PCC, la militarización de la sociedad, la irrelevancia de los sindicatos”[2], hasta cuestionamientos que fueron mal recibidos por la jerarquía cubana e interpretados como ejercicios académicos de agentes extranjeros al servicio de la CIA.
El mismo Fidel Castro se atrevió a acusar a los referidos intelectuales de ser agentes de la CIA, en uno de esos extensos discursos que pronunció en aquellos años: “Hay por ahí escritorzuelos al servicio de la CIA, desde supuestas posiciones de izquierda, que no quieren perdonarle a este país la dignidad y entereza que ha sabido mantener a 90 millas de EE.UU.” [3]
Según el ensayista Jorge Fornet, “una de las ironías mayores que debió padecer el proceso revolucionario cubano es que, al atarse política y económicamente al modelo soviético, entró sin saberlo, en la lógica occidental de la que pretendía huir” [4]
Para comprender el ambiente paranoico y represivo existente en Cuba en ese momento, debemos recordar al lector que, antes de la detención de Padilla, se había encarcelado anteriormente en Cuba a Raúl Alonso Olivé, asistente del agrónomo francés René Dumont, cuya obra constituía una crítica a los problemas de la agricultura en Cuba no tolerados por Fidel Castro.
También, el más notorio fue el fotográfico francés Pierre Golendorf, detenido el 6 de marzo de 1971 y sentenciado a tres años de cárcel, hecho que tuvo un efecto mediático en Francia en ese momento, aunque la izquierda francesa y el mismo Partido Comunista francés le dieron la espalda a Golendorf.
Después de ser liberado y retornar a su país, Golendorf publicó el libro Siete años en Cuba. En ese estremecedor testimonio del sistema carcelario cubano, Golendorf narró la verdad en torno a la muerte del líder opositor Pedro Luis Boitel en las cárceles cubanas.
En aquella época, a Padilla se le acusaba de ser informante de Golendorf, por lo cual su detención en un escenario tan turbulento como ese no sorprendió a muchos, pero su ingenuidad y exceso de confianza le hicieron subestimar los peligros que enfrentaba, faltándole la lucidez para vislumbrar la dinámica sociopolítica de la Guerra Fría cultural que se libraba.
El ex prisionero político Armando Valladares dejó testimonio y admiración por el filósofo francés en su estremecedor libro Contra toda esperanza, publicado en 1987.En sus estremecedoras páginas, narra su amistad con el filósofo francés durante los tres años que permaneció encarcelado en Cuba, figura que tuvo la osadía de desmontar el mito del paraíso comunista que la ingenua izquierda francesa intentaba proyectar al mundo. Por esto fue acusado de ser agente de la CIA. Carlos Franqui también abordó el caso de Golendorf en su libro Cuba, La Revolución: ¿mito o realidad?
Precisamente, entre la diversidad de imágenes de archivo que contiene este magistral documental de Giroud, hay muchas que son reveladoras y nos posibilitan comprender aún más el contexto y las circunstancias bajo la cual se produjo el caso de Padilla. Por ejemplo, aquellas referidas al apoyo ofrecido por Fidel Castro a la URSS y el Pacto de Varsovia, durante la brutal invasión a Checoslovaquia con el objetivo de aplastar los anhelos reformistas de la denominada Primavera de Praga en 1968. Un preludio que alertó a muchos intelectuales sobre el rumbo que había tomado el proceso cubano en el plano político y cultural y, por ende, el arresto de Padilla fue la confirmación de las consecuencias derivadas de ese camino sin retorno al estalinismo.
Para la gran mayoría de los intelectuales de izquierda, tanto europeos como latinoamericanos, que simpatizaban con la Revolución Cubana, estos hechos y la alianza que sostenía el gobierno cubano con la extinta URSS significaron una traición a los ideales revolucionarios latinoamericanos. Dichos intelectuales izquierdistas no aceptaban que Cuba había caído bajo la cortina de hierro del bloque soviético y sus países satélites. Era comprensible que el arresto de Padilla catalizara su ruptura con la Revolución Cubana.
Dentro del epicentro del debate en torno al caso Padilla, hay dos figuras que tuvieron un rol significativo desde posiciones contrapuestas, Haydée Santamaría, presidenta de una institución como Casa de las Américas, devenida en aquel entonces representante intelectual del gobierno cubano ante la intelectualidad de izquierda, y el escritor peruano Mario Vargas Llosa, considerado uno de los más importantes escritores de su generación, junto a Gabriel García Márquez, exponentes del boom latinoamericano.
El resto de la pléyade de intelectuales que alzaron su voz a favor de la liberación del poeta, y que decidieron romper con el proceso revolucionario cubano, se encuentra conformada por figuras como Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, la estadounidense Susan Sontag, entre otros intelectuales que aparecen en el documental de Giroud gracias al excelente y prácticamente arqueológico proceso de búsqueda, selección y consulta de fuentes históricas que emprendió Pavel Giroud en su proceso de creación.
El documental también incluye una entrevista que concedió el ex diplomático Jorge Edwards, autor del libro Persona non grata tras su expulsión de Cuba, donde analiza muy bien cómo el caso Padilla es una muestra del tránsito de la Revolución Cubana hacia el totalitarismo de corte estalinista y su obsesión patológica por la vigilancia del ser humano y, sobre todo, del sector intelectual, rasgo que ha distinguido al régimen cubano en su obsesión por el control de la sociedad.
Vargas Llosa siempre estuvo convencido que la autocrítica de Padilla, y las que siguieron después esa misma noche en la UNEAC por otros prestigiosos escritores sometidos a mucha presión, como César López, Pablo Armando Fernández, Norberto Fuentes y la propia esposa de Padilla, Belkis Cuza Malé, respondían al guion prefabricado por Seguridad del Estado para denigrar a esos intelectuales e intentar proyectar la equívoca imagen de una supuesta adhesión del intelectual cubano a la Revolución, así como el arrepentimiento sincero de Padilla y sus coterráneos.
Según reconoció el propio Vargas Llosa en su carta dirigida a Haydée Santamaría: “Conozco a todos ellos lo suficiente como para saber que ese lastimoso espectáculo no ha sido espontáneo, sino prefabricado por los juicios estalinistas de los años treinta. Obligar a unos compañeros, con métodos que repugnan la dignidad humana, a acusarse de traiciones imaginarias y a firmar cartas donde, hasta la misma sintaxis parece policía, es la negación de lo que me hizo abrazar la causa de la Revolución Cubana. No es este el ejemplo el ejemplo del socialismo que quiero para mi país”.[5]
No había terminado de escribir este artículo, cuando decidí releer el tendencioso libro El hechicero de la tribu. Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina, del politólogo argentino y profesor de Harvard, Atilio Borón, un verdadero panfleto propagandístico que pareciera encargado por los laboratorios del pensamiento cultural y estrategia psicológica del régimen cubano, diseñado para atacar al célebre escritor peruano, líder de las democracias liberales en América Latina.
Mis antagonismos ideológicos con este ideólogo de la izquierda radical no me impiden reconocer los méritos y el rigor académico que distingue esta obra, pero resulta tendenciosa y, en su análisis sobre el caso del escritor Heberto Padilla, se equivoca y minimiza su dimensión e impacto en su evaluación sobre las causas del viraje de Vargas LLosa hacia el proceso revolucionario cubano. Un viraje similar al asumido por Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y otros intelectuales latinoamericanos desilusionados con un proceso que representó una esperanza, pero había naufragado en su adhesión al socialismo real y los dictados de Moscú.
Se equivoca totalmente Atilio Boron cuando planteó categóricamente en su libro que, tras la liberación de Padilla y el espectáculo de su confesión, el autor de Fuera del juego había llevado una vida normal en Cuba. Esto es lo más alejado de la realidad histórica.
Si pasar estancias largas en campos de trabajo forzado y granjas era visto como una vida normal para un escritor como Padilla, resulta evidente la labor propagandística de Borón para distorsionar esta historia. En una tertulia con una amiga mía veterana, que había sido testigo de aquellos acontecimientos en esos tenebrosos setenta, me confesó que había coinncido con Padilla en uno de esos Gulags tropicales de Castro.
En ese sentido, el aspecto más controversial y esclarecedor sobre algunos aspectos sombríos en torno a la experiencia que vivió Padilla tras su detención en Villa Marista, lo expone el intelectual cubano Guillermo Rodríguez Rivera, gracias a una entrevista que pudo hacerle al poeta varias décadas después.
Según el mismo Padilla, cuando Rivera le preguntó si había sido torturado: “Me tenían en una sala donde la luz eléctrica estaba invariablemente encendida. No me permitían usar mi reloj y, al cabo de un tiempo, ya no sabía si era de noche o día, ni cuantas semanas llevaba allí. Esa fue mi tortura”.[6]
Aunque no haya sido torturado en los términos que conocemos de las dictaduras del Cono Sur, ese testimonio de Padilla, que Rivera escuchó de sus propios labios, reafirman lo expuesto por Vargas Llosa en su carta a Haydée Santamaría.
Resulta evidente que, bajo condiciones así, cualquier escritor frágil hubiese actuado de la misma manera y hubiese cedido a las presiones de la Seguridad del Estado, razón por la cual una agencia de inteligencia, conocedora de los mecanismos del terror estalinista como la CIA, hizo pública su preocupación por las condiciones y circunstancias que rodearon ese espectáculo estalinista que protagonizó magistralmente Padilla y sobre el que, el mismo García Márquez, aliado incondicional del régimen cubano, había reconocido el daño que le había infligido a la Revolución Cubana.
En aquella época, ni Fidel Castro alcanzó a tener la lucidez de percibir que la arbitrariedad cometida contra Padilla, y el tratamiento mediático que tuvo el hecho, se convirtió en una especie de caballo de Troya en contra de su Revolución.
En aquellas circunstancias que rodearon el caso Padilla, la élite gobernante de Cuba no tuvo la madurez política e intelectual para prever que habían contribuido a fabricar, sin que fuera la voluntad ni la pretensión de Padilla, el Solzhenitsin cubano.[7]
En aquella época, muy pocos habían leído en Cuba obras reveladoras del terror estalinista que imperó en el país que Ronald Reagan denominó el “imperio del mal”, como Un día en la vida de Iván Denisovich y Archipiélago Gulag, del disidente soviético Alexander Solzhenitsin, ni el Dr. Zhivago, de Boris Pasternak, célebre crítica sobre la desviación estalinista asumida por la Revolución Rusa de 1917, y Humanismo y terror, escrita en 1947 por el escritor Maurice Merlau Ponty.
No olvidemos que Padilla sí tenía referencias directas sobre el estalinismo durante su estancia en la Unión Soviética, incluso tuvo acceso a muchos documentos de las purgas estalinistas.
Padilla, siendo un “intelectual orgánico”, parafraseando a Gramsci, resulta comprensible que, tras su regreso en 1966 de Moscú, comenzara a asumir una actitud crítica y revisionista del modelo cubano. Como intelectual conocedor de la experiencia del socialismo real, fue capaz de avizorar que la historia se repetiría en Cuba. La historia terminó dándole la razón, tal como en la Unión Soviética y otras naciones de Europa del Este, muchos intelectuales y miembros del partido bolchevique habían sufrido tortura e incluso fueron ejecutados.
Si en Cuba a inicios de los sesenta existía mucho desconocimiento sobre esta terrible experiencia, entre los escritores latinoamericanos e intelectuales europeos no existía ingenuidad al respecto, sino todo lo contrario: tenían una real y justificada predisposición porque ese terror estalinista no hiciera naufragar una revolución latinoamericana y “auténtica”, la que igual naufragó precisamente en 1971, al ser ignorado un principio que rige las ciencias históricas: olvidar la Historia es estar condenado a repetirla.
Si en aquel momento el simulacro de Padilla desconcertó y sorprendió a muchos escritores que pensaban que Padilla había actuado esa noche sin presión alguna y con total coherencia, sus reacciones psicológicas han demostrado con el devenir del tiempo todo lo contrario, en la medida en que la verdad ha aflorado y muchos pudieron comprender e interpretar aquel hecho como un acto denigrante, el cual confundió a muchos en Cuba y fuera de ella, pero no engañó a la comunidad intelectual de Occidente, los que interpretaron muy bien el mensaje que Padilla estaba enviando al mundo intelectual.[8]
En ese sentido, el principal aporte de Pavel Giroud al descubrir ese material de archivo e insertarlo en su documental, con una estructura lógica coherente y bien articulada, ha sido brindar una fuente histórica imprescindible para cualquier historiador interesado en indagar, con la mayor objetividad posible, en un suceso sin el cual resultaría imposible comprender la manera de actuar de Padilla, tan juzgado y cuestionado por sus colegas intelectuales en aquel momento, pues vieron aquel acto como una vil traición no sólo a sus ideas expuestas en sus transgresores poemarios Fuera de juego y Provocaciones, sino también a susposiciones compartidas en un ámbito más privado con sus colegas Pablo Armando Fernández, César López, Norberto Fuentes, entre otros. Además, lo vieron como una delación deshonrosa que estremeció a prestigiosos escritores cubanos y como una manera denigrante de retractarse por haber escrito aquella novela que por lleva por título En mi jardín pastan los héroes.
Juzgar a Padilla en aquel contexto resultaba relativamente fácil para muchos en Cuba y fuera de la Isla, pues tenían un gran desconocimiento sobre los mecanismos perversos y represivos del estalinismo que, tras el acto de Padilla, había sembrado el pánico entre la intelectualidad de la época.
Ha pasado mucho tiempo desde aquella histórica noche filmada a nombre de Santiago Álvarez y otros técnicos del ICAIC, para convencerme una vez más de lo expresado por Rafael Rojas en su libro Tumbas sin sosiego: “Entre 1968 y 1971 Padilla protagonizó la subversión simbólica más eficaz que ningún intelectual haya logrado en la historia del socialismo cubano”.[9]
En las imágenes del documental, podemos observar a Virgilio Pinera, que había expresado durante la reunión de los intelectuales con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en 1961: “tengo miedo”, un preludio de lo que ocurriría después, con el arribo de los setenta, a Reinaldo Arenas, por ejemplo, quien nos legó su desgarrador testimonio en su autobiografía Antes que anochezca, trasladada al cine por el cineasta Julian Schnabel en el filme homónimo protagonizado por el actor Javier Bardem.
Pero el hecho más patético ocurre casi al finalizar del documental de Pável Giroud, después de la intervención de un resentido Norberto Fuentes en su réplica a Padilla, cuando fue interrumpido de manera abrupta por Armando Quesada, censor y represor cultural, responsable de la exclusión de prominentes intelectuales homosexuales de la vida cultural del país. Quesada murió recientemente. Su intervención en la televisión cubana en un programa llamado Impronta, conducido por el cantante Alfredito Rodríguez, desencadenó la denominada guerrita de los emails entre los intelectuales cubanos que habían sufrido en carne propia aquellos actos represivos. Esto obligó al entonces ministro de cultura Abel Prieto, con el apoyo del ensayista e intelectual Desiderio Navarro, a convocar varias reuniones sobre el tema de ña censura en Cuba, efectuadas en su gran mayoría en Casa de las Américas.
El documental concluye con las impactantes imágenes de esos valientes artistas que el 27 de noviembre del 2020 protestaron frente al Mincult de La Habana, no sólo para reclamar espacios de libertad, que hasta ahora permanecen vetados por los censores, sino para decir “basta ya” y cerrar un pasado de represión que no puede regresar jamás, aunque aún muchos censores se aferren en reeditarlo.
Notas:
[1] Véase el testimonio del escritor y antiguo amigo de Padilla, Vicente Echerri, publicado en Diario de Cuba con el título Un poeta en busca de dios, o de sí mismo, el 18 de marzo del 2023 en Madrid.
[2] Jorge Fornet. El 71, anatomía de una crisis, Editorial Letras cubanas, La Habana, 2013. p. 54
[3] Ibídem, pp. 55
[4] Ibídem, pp. 32
[5] Abel Prieto y Jaime Gómez Triana (Selección y prólogo). Fuera y dentro del juego. Una relectura crítica del caso Padilla cincuenta años después. Casa de las Américas, La Habana, 2021. p. 74
[6] Ibídem, pp. 241
[7] Véase el memorando emitido por la CIA el 22 de marzo de 1971, publicado traducido al español en el referido libro compilado por Abel Prieto y González Triana.
[8] Véase las notas expuestas sobre el filme La confesión en el sitio https://www.hislibris.com/la-confesion-artur-london/
[9] Rafael Rojas. Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. Anagrama, Barcelona, 2006, p. 266.
Padilla desaparecido
Haced pública de una vez la pataleta de Heberto Padilla. Revelad por fin su insignificancia. Nos pertenece a todos y cada uno de los cubanos que quedamos.