Es Fernando Ortiz uno de los intelectuales más importantes dentro de la cultura nacional, no por el estudio de la cubanidad, sino por lo que fue capaz de lograr para que toda una sociedad marcada por el racismo, el elitismo y el desconocimiento entendiera su esencia mestiza. Era un ser erudito, capaz de entrar al proceso, calibrarlo, estudiarlo y luego traducirlo a toda una masa que desconocía lo que sucedía dentro de sí misma. No en balde se le nombró como el tercer descubridor de Cuba.[1]
Nacido en la Habana, en 1881, resumió en su obra toda la tradición humanista y enciclopedista cubanas, y se comprometió con los combates políticos y sociales de su época. Iniciado en el Derecho, trasladó su campo de acción a la antropología, la etnografía, la criminología y la lingüística. Fue él quien, en el sumun de la iluminación, llamó transculturación al proceso sociocultural sucedido en Cuba durante los siglos XV-XVIII,yendo luego más allá en la concepción teórica de la formación nacional, considerando al país un ajiaco social.Si pudiera resumirse su vida y obra en una idea, hasta su muerte en la Habana de 1969, sería la lucha por descubrir la cultura cubana.
En su prolífera bibliografía siguen existiendo temas que, por su valor incalculable, son herramientas funcionales para el entendimiento y redescubrimiento de las dinámicas socioculturales actuales. Es el caso de Los negros curros —una de las obras más interesante y perfeccionada de las escritas por él a lo largo de su vida—, donde pueden hallarse las claves para comprender un proceso que ha cristalizado en la modernidad, tras el inicio del Período Especial, con relevancia fundamental dentro de la historia social cubana actual: el reparto.
¿Son los reparteros los herederos de estos negros curros, representantes especiales de ese proceso espectacular que fue —y sigue siendo—, la transculturación? “¿Quiénes fueron los curros del Manglar, aquellos negros que […] se pavoneaban, libres, por las calles de La Habana […] sembrando el miedo al paso cadencioso de sus chancleta?”.[2] Frases similares se escuchan, sobre todo en las redes sociales, cuando se habla de la marginalidad y la violencia del hampa repartera. Averigüemos, pues, la continuidad que pueda establecerse entre unos y otros.
El Período Especial tuvo como resultado directo un proceso de empobrecimiento paulatino desde el punto de vista económico, en un primer momento, que repercutió en una crisis de tipo social sumamente visible dos décadas después.[3]
Esta atmósfera cataliza al reparto, género musical independiente del reguetón, marcado por su esencia marginal y suburbana, con canciones que logran, en un público no familiarizado, cierta repugnancia.
Al igual que los negros curros, la esencia del repartero se mueve entre la hombría y el orgullo: la guapería que hereda del ambiente no intelectual cubano del siglo XIX. El reparto le debe a la rumba, no solo en su sonoridad, sino en su condición de fenómeno social que vemos mayoritariamente en los negros, reunidos en zonas distantes de los núcleos urbanos para realizar sus actividades danzario-musicales, ya que muchos eran “con frecuencia tamboreros, así en los ejércitos como en los divertimentos populares”[4].
Negros y mulatos originarios de Sevilla y peculiares de la ciudad de La Habana, que se distinguieron por su lenguaje, sus vestidos y sus adornos […] por sus andares y por su mala vida, de crimen y valentonería […] armados de cuchillo en mano: retadores, referteros y fáciles a las cuchilladas. Junto a él […] siempre estuvo la negra curra, con características semejantes.[5]
Las características con las que Ortiz describe a estos negros se extiende hoy a la realidad del repartero. Barrios como Mantilla, Los Pocitos, Párraga, San Leopoldo o Los Sitios, son lugares donde, como en El Manglar, debido a lo marginal de su situación, estas personas se han replegado y encontrado su nicho ecológico.
Construir al consumidor de esta música a partir de un tipo de gente a la cual pueda estereotiparse es un error; pero obviar que muchas de las costumbres reparteras vienen de antaño y las condiciones, al ser similares, traerán similares resultados, es un yerro igualmente fatal.
Puede afirmarse categóricamente que no todos los reparteros son negros; incluso, que un gran número no es marginal ni que todos tienden a tener una actitud bravucona y machista ante la vida. Sin embargo, la reproducción de ese tipo de actitud, el porcentaje mayoritario de personas negras admiradoras de este género, la apología musical que sobre estas actitudes se hacen, convirtiéndolas en escenas para celebrar, ha provocado que la universalidad repartera se convierta en un desagradable estereotipo basado en lo suburbano y marginal, como fueron los negros curros en su momento.
La trascendencia musical de los negros en las culturas musicales y teatrales de los blancos se manifiesta, preferentemente, por la penetración y difusión de los característicos ritmos de los tambores, pero no por la adopción de estos, fuera de los de carácter militar.[6]
A esto llega Ortiz, tras analizar los componentes de la introducción musical cubana entre los siglos XVI y XVII, en esa exhaustiva investigación que abarca desde la formación de la conciencia hispana hasta la adaptación suya y de los negros, traídos de África, que sufrieron en América, y concretamente en Cuba.
Ortiz va desarmando toda su estructura para comprender la delincuencia de unos y otros, y en sentido completo, la criminalidad en la Isla. Así lo resume: “La violencia imperó entre gobernante y gobernados, entre funcionarios de distintas instancias, entre vecinos, y todos ellos la ejercieron sobre los indios, primero, y los esclavos negros, después. Y la fuente primigenia de donde brotaba era la codicia”.[7]
Esto —desde el tema que nos ocupa— es altamente importante para la comprensión de la cultura repartera, donde la violencia —herencia hispana— es vista como símbolo de status y permanencia a los códigos del gueto marginado. La violencia, incluso, se vuelve un pasaporte que permite la entrada al gremio reparteril desde edades muy tempranas, siendo transversal al sexo y al género.[8]
Por otro lado, la diversión y el goce, también presentes en el reparto, son un elemento muy importante para su reproducción y su promoción. El carácter de los bonches[9] y su condición de espacio exclusivo para la cultura repartera comienza por un proceso que tiene su inicio con la transmisión de las canciones por medio de CDs y, más adelante, USBs, Zapya y la difusión por redes sociales.
Que las celebraciones se conviertan en el espacio óptimo para la promoción y diversión es también un elemento de la tradicionalidad, al usar estos espacios públicos para activar el gen social del cubano.
Cuando Ortiz analiza la danza o las formas de danza de los aborígenes, que se van heredando a lo largo de las generaciones, comenta:
En ellos hemos de encontrar los primeros poetas y músicos de Cuba. El canto y la danza, como ingerir bebidas alcohólicas, hechas de la fermentación del maíz, la yuca o el vino de palma, hasta emborracharse, y a la vez comer en exceso, era una de las formas de destacarse y de honrar al que ofrecía la fiesta […]. En estos grandes areítos se establecían y estrechaban relaciones económicas y sociales, no solo entre indígenas de la misma tribu, sino también entre tribus vecinas y sus gobernantes.[10]
Si hay una cuestión unificadora en el reparto, es la religiosidad; en específico, la herencia africana que en Cuba se sincretiza y se vuelve una espiritualidad mestiza donde entran, de manera ecuménica, símbolos de diferentes cosmovisiones.
La Sociedad Secreta Abakuá (los ñáñigos) tiene mucha preeminencia en los coros del género y en la actitud ante la vida de muchos intérpretes; sin embargo, aunque muchos cantantes han utilizado nombres de plantes abakuás en su discurso de presentación (Bakoko, Nankabia, Nandiva), reparto y ñañiguismo no son lo mismo.
Cuando Ortiz explica la diferencia entre curros y abakuás, es muy conciso en la diferencia —que actualmente se mantiene—, declarando al curro (el repartero de hoy) como un ser diferente al abakuá:
El ñáñigo no puede confundirse con el curro, aquel fue el negro que antaño, el primer tercio del siglo XIX vino del África Occidental […] y fundaron en Regla unas sociedades secretas de hombres solos con carácter defensivo […]. Al contrario, todo en el curro era siempre público y ostensible, exhibicionista.[11]
Incluso lleva esta diferencia a lo que en algún momento fue el negro brujo (los practicantes de la Regla de Ocha): “El negro curro tampoco tuvo relación con el brujo. Este último era un tipo generalmente africano, por lo común del Congo […] que se dedica a las artes de la magia”.[12]
Consideraba de vital importancia entender las diferencias entre curros, ñáñigos y brujos para luego poder desarrollar toda la teoría histórico-sociolingüística del negro curro. Actualmente, esta diferencia establecería los espacios de movilidad e interrelación entre lo que es el universo repartero y el universo religioso afrocubano.
Puede suceder que muchos intérpretes del género practiquen indistintamente una u otra espiritualidad —El Yonky, quien empezó llamándose El Yabó, lo confirma—. Pero no son requisitos indispensables para ser repartero, como no lo fue tampoco en tiempo de los negros curros.
En algún momento de la obra, Ortiz se centró en los nombres de estos negros, siendo las primeras páginas exclusivas para el propio vocablo curro, al que llega a definir como: “Significa andaluz (curro-rra), natural de Andalucía. Son apodos usuales en Cuba aplicados a los andaluces o a quienes se les parezca, por ejemplo, su habla o sus andaluzadas”.[13]
Hoy aún se busca el origen de la palabra repartero. La RAE, en su apéndice de americanismos, da dos acepciones y la segunda de ellas hace referencia directa a Cuba, donde se entiende como repartero a una “persona con poca clase o comportamiento grosero”. Aunque realmente el término pudiera entenderse como: “jóvenes consumidores de una música underground e independizada del reguetón clásico, que funciona sin estructuras industriales y que, tras su contenido marginal y explícito, el que no sale en la radio ni en la televisión, representa un estilo de vida”.
La guapería mueve al reparto hoy y movió a los curros en su momento. Ortiz declara que: “Era un tipo todo fachenda, todo petulancia y alarde, lo mismo en el vestir que en la valentía y el modo de vida, en el desafío”.[14]
“La condición de libertad que los distinguía […] fue suficiente para limitar el número de ellos y para hacer posible la satisfacción de su vanidad.[15] Lo que Ortiz llama condición de libertad, bien pudiera, en el estudio que nos ocupa, traducirlo a la condición económica que ofrece el ser cantante de reparto.
Cuando en el neorreparto nos acercamos a figuras como Kimiko y Yordy o Wampi, incluso al mismo Chocolate MC, encontramos elementos de vanidad, no solo desde lo visual. Frases como “estoy lleno”, “tengo una pila” o “ya coroné”, así lo reflejan.
Llegado a este punto, es interesante la mirada de Ortiz sobre el lenguaje. No solo el verbal, sino el gestual, que caracterizó a los curros ayer y hoy a los reparteros en sus principales tipologías morfológicas. “Las características del lenguaje curro pueden resumirse diciendo que este consiste en un lenguaje marcadamente exhibicionista”.[16]
Algo similar sucede hoy con el lenguaje del repartero, donde se encuentran palabras y frases que parten de la marginación y la jerga propia creada sobre la base de sus experiencias de vida, las que no trascienden el espacio del gueto reparteril.
La evolución del género ha logrado algo como las pautas, eso que es marcadamente exhibicionista dentro del reparto. Las pautas o quemaderas son una suerte de improvisación en la que se rima con frases que no tienen aparente relación entre ellas, aunque terminan siendo refranes o enseñanzas de la calle y la cotidianidad religiosa-marginal del individuo repartero. Poppy La Moda tienen en su haber varios temas exclusivamente escritos en el formato de pautas en las que el ingenio y la sabiduría popular logran una suerte de metáfora.
Ortiz, en una conferencia en 1909, definía los caracteres de este tipo habanero que sintetizaba en tres aspectos (vanidad, jerga y delincuencia), afirmando que de todos y cada uno de ellos podía demostrar el origen africano o andaluz, en tanto que acusaba a la corrupción de la sociedad de la época de ser la responsable del nacimiento y subsistencia del tipo.
Algo similar sucedió tras el Período Especial en la década de 1990, cuando el decrecimiento económico y el inmenso éxodo trajo consigo el surgimiento de actitudes que a la larga terminaron siendo la base para que germinase y se desarrollase el individuo repartero, con todas las características que hoy gran parte de la sociedad deplora, haciéndolo responsable como individuo de una cuestión mucho más trascendente, burocráticamente hablando.
Notas:
[1] Precedido por Cristóbal Colón y Alejandro de Humboldt.
[2] Diana Iznaga: “Prólogo”, en Fernando Ortiz: Los negros curros, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995.
[3] “Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de Período Especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás”. Raúl Castro, discurso pronunciado en el Palacio de Convenciones, 7 de julio de 2013.
[4] Fernando Ortiz: Los negros curros, ed. cit., p. 170.
[5] Ídem.
[6] Ibídem, p. 181.
[7] Ibídem, p. XVII.
[8] Un ejemplo muy fiel de esto lo encontramos en 2012, cuando sale al mercado el disco de Harryson e Iré Omá. Temas como P6 P9, La guagua de a peso, El panadero, Con el toto en la mano, Los mosquitos, etc., encierran gran parte de la forma de vida del repartero adolescente, de su universo y su experiencia. No llegan a ser temas musicalmente elaborados desde su género, pero tienen una riqueza psicológica, analítica, sociológica y semántica de la dinámica.
[9] Los bonches son el espacio recreativo, no precisamente festivo, donde se promociona y conoce de la mejor manera la actualidad del reparto. Son convites que se realizan, aunque necesariamente no se celebre algo específico, y las personas van a disfrutar y a bailar. Casi siempre se bebe y se puede jugar dominó, pero la esencia es compartir entre los vecinos, compañeros de aula o familia en un ambiente donde no han de generarse situaciones desagradables.
[10] Cristóbal Díaz Ayala: Música cubana. Del Areyto a la Nueva Trova, Editorial Cubanacán, San Juan, Puerto Rico, 1981, pp. 17-18.
[11] Ibídem, p. 5.
[12] Ibídem, p. 11.
[13] Ibídem, p. 18.
[14] Ibídem, p. 39.
[15] Ibídem, p. 61.
[16] Ibídem, p. 85.
En nosotros, Pablo
La soledad de la casa + los boleros + la amenaza de lluvia-Pablo es una ecuación demasiado difícil para resolver sola. Necesito compartir. Postear.