Lino Novás Calvo: ficción e historia en ‘Pedro Blanco, el negrero’

Refiriéndose a la ficción y a la historia, apuntaba Paul Ricoeur que solo una teoría ampliada de la lectura y de la recepción ha podido crear un espacio común para un fructífero intercambio entre estos dos grandes modos narrativos. 

Esto es así, señalaba el pensador galo, porque en sus modos de explicar, la historia se sirve de los procedimientos que emplea la ficción; y, en sus modos narrativos, la ficción no puede dejar de aprovechar las operaciones propias de la ciencia histórica: investigación, búsqueda, indagación y un constante acecho de “indicios y huellas”. 

En palabras de Ricoeur, la ganancia obtenida en este cruce es un tercer tiempoespecíficamente humano que no es solo de la conciencia fenomenológica del sujeto, ni solo del mundo. Es el tiempo que reflejan las ficciones históricas.

La lectura de Pedro Blanco, el negrero, de Lino Novás Calvo, confirma, desde el archivo histórico y una bien entreverada armazón psíquica de su personaje principal —es decir, desde el tiempo de la historia y el tiempo humano y psicológico particular—, las tesis de Ricoeur sobre la capacidad que poseen las ficciones históricas de generar un mundo textual como realidad potencial: un mundo verosímil que, al liberar desde el presente ciertas posibilidades no realizadas del pasado histórico, pueda reflejar este llamado tercer tiempocon más amplitud y matices que el relato de ficción o que la historia. 

Se sabe que Pedro Blanco Fernández de Trava, traficante de “piezas de ébano”, fue un personaje histórico del siglo XIX. Aquí, sin embargo, solo me interesa destacar algunos rasgos de la compleja personalidad que Novás Calvo construyó como resultado de sus abundantes lecturas en el archivo histórico de la trata negrera. 

La falta de amor maternal dibujó una personalidad signada por la timidez, el mutismo y el aislamiento.

De este modo, cuenta la novela que Pedro nació “como en un islote”, pobre y repudiado, y que pasó muchas horas del primer año de su vida solo en la cuna. Fue esta falta de amor maternal la que dibujó una personalidad signada por la timidez, el mutismo y el aislamiento. 

Pronto, estos signos despiertan en él una inteligencia no común y una gran imaginación volcada hacia lo maravilloso y lo fantástico. Ambas, inteligencia e imaginación, aliadas a un “cruel amor” por indagar en las cosas ocultas y prohibidas, encienden en él “una materia inflamable” que lo arrastra inconteniblemente fuera de sí. 

Así, son sintomáticos los episodios donde, con un pedazo de cuchillo, desarma un reloj para descubrir el mecanismo que latía como un corazón; o donde persigue a su hermana con un puñal para abrir su pecho y ver lo que allí latía. 

Desde el psicoanálisis, este deseo de saber y penetrar en las cosas mediante el uso de armas afiladas es signo de la crueldad e impulsos sádicos de Pedro; impulsos que, en una perspectiva amplia, tienen un franco paralelo en el advenimiento de la era científica en la historia y cultura occidental.

Dividida la novela en tres libros, el primero termina con el conocimiento público de la relación incestuosa de Pedro con su hermana mayor Rosa. Esta falta, la mayor transgresión de la ley social, prueba no solo el elevado erotismo del héroe, sino su necesidad de retorno al útero materno. 

Será el incesto uno de los varios modos en que se expresa el par dialéctico civilización/barbarie, quien provoca la expulsión social del héroe, permitiéndole evolucionar hacia la santidad o hacia el mal.

Los anteriores rasgos psicológicos de Pedro cobran toda su dimensión con las cualidades físicas señaladas por Novás Calvo a lo largo de la ficción: el uso de la mano siniestra, la piel fina y pálida, el pelo negro y ojos azules “brillantes y quietos”, ojos “de santo”; y un exceso de energía física que encerrada en cuerpo delgado y cimbreante lo protege como una coraza del dolor físico: energía siempre presta al desborde violento. 

El deseo de saber y penetrar en las cosas mediante el uso de armas afiladas es signo de la crueldad e impulsos sádicos.

Si la segunda parte de la obra puede ser leída como novela del mar; la tercera es una clásica novela de la selva, si seguimos la tipología de Roberto González Echevarría. Al igual que en otras ficciones similares, los dos reinos naturales, asociados a una materia caótica y peligrosa, se mantienen amenazantes o salvadores, al borde del cosmos; expresándose, a la par que nutren y reflejan la personalidad marginal y conflictiva del protagonista.

En el tercer libro, Pedro se establece en la selva y se convierte en un reyezuelo. En las aguas del río Gallinas escoge un islote que, como “hongo oscuro”, parece un náufrago lejano. Allí construye su vivienda, rodeado de aguas semiestancadas y del vapor fétido de los cadáveres que el río arrastra. 

En esa soledad, impregnado del espíritu diabólico, lúgubre y fatalista de otros negreros, comienza a edificar, con astucia y cinismo, su Estado disciplinario. ¿Su señorío?, él mismo lo señala: la selva. Pero es también la selva que en “derredor zumbaba ese ronquido misterioso, fuera de tiempo y espacio” la que detiene y empantana la imaginación de Pedro, su “vivazón espiritual”. 

El regreso a la civilización desata los síntomas de una locura alimentada por el ambiente agonizante de la selva. Como desde el fondo del mar, las crisis ascienden indetenibles en forma de accidentes marineros: ciclones, abordajes, sublevaciones. Muere abrazado al féretro de su hermana Rosa: único amor de su vida y símbolo mayor de su exclusión social.

Realizada a alta temperatura, es esta mezcla “heroica”, byroniana, la que produce la tan sugerente construcción ficcional del personaje histórico. Por su turbio pasado, emociones conflictivas y exclusión social; por su introspección, soledad, y carisma que a todos subyuga, Pedro es un héroe romántico en su aspecto negativo: encarnación sombría de la energía heroica. 

Será el incesto uno de los varios modos en que se expresa el par dialéctico civilización/barbarie.

Esa energía exuberante no liberada casi nunca por Pedro en el sexo, y sublimada en una imaginación fabulosa —que lo hace ver con claridad el infierno pero nunca el cielo—, es la misma energía fáustica o “imaginación pirática” canalizada por el Occidente moderno hacia la conquista, la violencia y la dominación colonial. 

De aquí —parece decirnos Novás Calvo— su triunfo sobre los otros negreros, los mulatos Francisco Felix Da Souza (Cha-Cha) y John Ormond, dominados por los placeres y una sensualidad alimentada por la propia selva como residencia de las fuerzas hostiles al hombre y a la “civilización”. 

La instauración por Pedro de su pequeño Estado dictatorial en el corazón de la selva africana es, además del triunfo de la lógica, la ciencia y tecnología occidental, y el de sus armas, contabilidad y burocracia, el triunfo de una peculiar conformación psicológica del hombre bajo la impronta del mundo moderno.

Si se trasladan las tesis anteriores desde el espacio literario y anímico de Pedro Blanco… hacia la historia, habría que preguntarse ¿cuál es la relación entre esta personalidad fáustica que nace y se transforma asociada al capitalismo, y la penetración imperial en el mundo colonial y periférico durante la segunda mitad del siglo XIX? 

La respuesta excede esta página. Pero si un antecedente literario de esta “personalidad de base” (Abraham Kardiner) puede ser el Kurtz de Corazón de tinieblas; un antecedente real fue el poeta francés Arthur Rimbaud, quien, después de una muy corta vida literaria, terminó traficando armas en África.

Cuando estos cuadros literarios y psicológicos se interpenetran con la historia y las fuentes archivísticas —hecho común en algunas de las principales ficciones latinoamericanas—, tendremos, en palabras de Ricoeur, una “refiguración del tiempo, convertido así en tiempo humano”; lo que es, como se vio al comienzo de estas notas, una ganancia para ambos géneros.

Un héroe romántico en su aspecto negativo: encarnación sombría de la energía heroica. 

Pese al uso intensivo de fuentes archivísticas, Pedro Blanco… no es un texto de historia ni un retrato psicológico real del negrero andaluz; pues la ficción histórica se caracteriza por el uso no exacto de las fuentes documentales, no dependiendo estrictamente de la huella del pasado que en el archivo queda. 

En este sentido, la ficción no es el registro de un pasado lejano, sino la reactivación de esa temporalidad en la memoria social del presente por la conservación de las huellas que en él se mantienen. De este modo, la ficción histórica enfoca siempre un presente vital y conflictivo para el escritor. 

En la circunstancia particular que vivió Novas Calvo, en Cuba y España, el pequeño Estado disciplinario impuesto por Pedro en la selva africana refleja, en 1932, año de su publicación, los finales de la autocracia machadista.  

Para resumir: es en el movimiento pendular entre los documentos de archivo, la materia ficcional narrativa y la oscura psicología del protagonista, donde están las lecciones de la prevanguardia narrativa cubana del siglo XX. 

Dicho de otro modo: la construcción de un tercer tiempo humano que no puede ser asignado ni a la historia ni al relato de ficción. Así, lo de anticipador que hay en la narrativa de Novás Calvo puede sintetizarse en varios rasgos fundamentales.

En primer lugar, el empleo en profundidad de las fuentes archivísticas y, al mismo tiempo, la inscripción de la siempre tensa subjetividad del narrador en el texto de ficción; también sus silencios, elipsis y omisiones. 

Otro elemento: el interés de Novás Calvo por situaciones históricas límites, en atmósferas de tintes alucinantes, en las cuales el narrador inscribe el psiquismo de sus personajes marginales y de frontera. 

La instauración de su pequeño Estado dictatorial en el corazón de la selva africana.

Para finalizar: el trazado de líneas ficcionales y archivísticas entre diversos puntos geográficos y temporales. 

Por la apertura del compás geográfico del texto: España, el Caribe, la Habana, Terranova, las ciudades portuarias europeas dedicadas al tráfico negrero, la Costa de Oro en África y el Atlántico como otro personaje, Pedro Blanco… se adelanta a la perspectiva de los estudios transatlánticos impuestos desde los años 1990. 

Desde este ángulo, la línea divisoria es trazada en forma vertical más que horizontal. Y, como lugar de múltiples encuentros y desencuentros entre hombres de todos los continentes y razas, barcos y ciencia náutica, mercancías de todas partes; pero también temporalidades diferentes, documentos y textos literarios, imágenes y visiones, el Atlántico es el vórtice que unifica y dinamiza todo el conjunto.

Y como estas notas han sido acompañadas por las tesis de Paul Ricoeur, con una cita suya termino: “…hay crímenes que no deben olvidarse, víctimas cuyo sufrimiento pide menos venganza que narración. Solo la voluntad de no olvidar puede hacer que estos crímenes no vuelvan nunca más”. 

En el archivo universal de la infamia la trata negrera fue uno de estos crímenes. Apostando por la memoria histórica y no por el olvido de las huellas espirituales y materiales del comercio negrero; y más allá de la referencia documental brindada con firme pulso narrativo, el logro mayor de Pedro Blanco… es la convocatoria de un tercer tiempoespecíficamente humano, donde se entrecruzan y se fecundan entre sí historia y ficción. 

Tal convocatoria nos impide olvidar.


© Imagen de portada: Lino Novás Calvo.




Carlos A Aguilera

Sobre la transficción, la translectura y otras naderías

Adriana Normand

Teoría de la transficción es uno de los libros más valientes de la Editorial Hypermedia. Es una antología de escrituras que han decidido mutar su estructura celular y burlarse de los bordes, ignorar los límitesAguilera se toma el trabajo de desmenuzar el concepto de transficción desde varias de sus aristas.