Walterio Carbonell: el historiador cimarrón

¿Quién fue Walterio Carbonell? ¿Cuál es la importancia de su obra? ¿Cuáles fueron los temas que le llamaron la atención? ¿Quién fue el historiador conocido como el cimarrón de la Revolución que quedó “olvidado” por más de cuarenta años y que resurge de a poco por la potencia de sus tesis y la originalidad de su pensamiento?

Tales preguntas fueron esenciales para comenzar la investigación sobre la importancia de la obra de Walterio Carbonell, lo que contribuyó a la búsqueda de una mirada más amplia sobre la conexión del Caribe como espacio imaginario, rizomático, de la esclavitud y, consecuentemente, al nacimiento de lo que el autor denominó cultura nacional cubana. Aunque este trabajo no sea una biografía, se vuelve imposible escribir solamente sobre su obra sin tener en cuenta su propia trayectoria como intelectual negro, en una Cuba todavía cubierta por un grupo de intelectuales mayoritariamente blancos que definían la historia del país. 

Así, vida y obra se suman a una trama épica que muchas veces se vuelve casi ficción frente a los hechos que transcurrieron. Las palabras de Alejo Carpentier no son extrañas cuando analizamos al sujeto, sus circunstancias y su obra.

En un pequeño espacio de tiempo, entre los años 2005 y 2008, hubo todo un alboroto frente a la noticia de su fallecimiento, falsamente divulgada en 2005. Del episodio, el escritor Juan Goytisolo, que conoció a Carbonell en los años efervescentes de la producción intelectual cubana, escribió para el periódico El País un artículo titulado: “La belleza del mundo físico, los horrores del mundo moral”. Bastó la publicación cargada de emotividad y críticas al régimen de Fidel Castro, en conjunto con la exposición de la vida del historiador, para que tuviera un renacimiento de su historia y obra. Lo novedoso fue que Walterio estaba vivo y seguía trabajando como investigador en la Biblioteca Nacional José Martí, en el auge de sus 85 años.

Con este hecho, y aunque estaba “olvidado”, fue posible ver cómo su supuesta muerte fue puesta en evidencia más por el aspecto crítico al régimen que por su propio fallecimiento, creando un campo de disputas ideológicas sobre su escrito más conocido. 

“Walterio Carbonell murió tres veces: en 1961, cuando publicó en La Habana su ensayo ‘Cómo surgió la Cultura Nacional’; en 2005, cuando Juan Goytisolo publicó en El País su obituario ‘La belleza del mundo físico, los horrores del mundo moral’; y en 2008, cuando su corazón golpeado y cansado de latir, se detuvo para siempre.[1] Así, entre fuentes dudosas, cruce de datos y relatos de sus familiares empezamos a armar, a pesar de estar limitados por un número reducido de fuentes de información acerca de su vida, un pequeño pero importante análisis sobre quién fue Walterio Carbonell en el campo de la intelectualidad cubana, buscando desmitificar tantas informaciones, muchas veces irreales sobre su vida. 

Walterio Carbonell nació en 1920 en la provincia de Jiguaní, hijo de un padre médico y una madre maestra. Desde muy temprano se involucró con movimientos políticos, pero fue como estudiante en la Universidad de la Habana, donde cursó la carrera de Historia, que empezó su camino como escritor y militante. Ya en los años 40 era activo en los movimientos contra el régimen de Batista: “Desde entonces me hice fidelista y nunca dejaré de serlo”.[2]

Walterio Carbonell obtuvo el premio Enrique José Varona en 1950, otorgado por la Asociación de Estudiantes de Derecho de la Universidad de La Habana. En esa década recibe una beca para estudiar en Francia, donde se inclinó más al pensamiento marxista, sumándose al Partido Comunista francés. Participó en los debates sobre la liberación de los países colonizados, acercándose incluso a Jean-Paul Sartre, Léopold Senghor, Aimé Césaire, Price-Mars, Frantz Fanon y otras personalidades activas que estuvieron en el Primer Congreso Internacional de Escritores y Artistas Negros (París, 1956). 

De su estancia en París, Carbonell nos trajo una visión renovada y audaz de la interpretación de la Historia. Hizo estudios de sociología africana en la Escuela de Altos Estudios Sociales y Económicos de la Sorbona. Fue la voz cubana en los Congresos Mundiales de Escritores y Artistas Negros celebrados en París y Roma. Actualmente terminó un ensayo sobre la influencia de los órganos de propaganda en la Cultura Cubana. Publicamos hoy uno de los capítulos de su ensayo: “La Revolución de 1895 y el Imperialismo”.[3]

Al regresar a Cuba, después del éxito de la Revolución, empieza a escribir artículos para el suplemento Lunes de Revolución. Es en este período que comenzamos a ver las alteraciones en la vida profesional de Walterio Carbonell. 

Lunes de Revolución nació en 1959 bajo la dirección de dos grandes nombres del periodismo cubano: Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) y Pablo Armando Fernández (1930-2021). La publicación tenía como finalidad exponer los trabajos y pensamientos de la intelectualidad latinoamericana y caribeña, recibiendo textos de los escritores más famosos de la época. Dentro de la intelectualidad cubana, colaboraban autores como: Virgilio Piñera, Oscar Hurtado, Edmundo Desnoes, Nicolás Guillen, Alejo Carpentier y Walterio Carbonell, entre otros. También se cubría con la participación de intelectuales extranjeros, como Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda y Jean-Paul Sartre.

Al integrar este equipo, Walterio cubrió uno de los hechos más importantes de la historia de Cuba: el episodio de Playa Girón. Este hecho marcó su trayectoria. Guillermo Cabrera Infante, quien lo acompañó en Girón, relata en su libro Mea Culpa cómo empezaron los problemas que Carbonell vendría a enfrentar:

Amigo mío es Walterio Carbonell, uno de los pocos intelectuales negros que hay en Cuba y viejo marxista, expulsado, primero, de la UNEAC [Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba] por decir en un coloquio dado, “¡Dios mío!”, a turistas franceses en la Casa de las Américas, atreverse a decir que en Cuba no había libertad de, y hablar del caso P.M., de Lunes […] Ahora ha sido condenado a dos años de trabajo forzado por expresar puntos contrarios a la Revolución ante visitantes extranjeros.

Posteriormente al episodio de Playa Girón y el posible embate en un coloquio con Fidel Castro, iniciaron una serie de eventos que cambiarían la vida del escritor. Fue acusado por sus críticas a la no libertad de expresión en el país, que era algo que parte considerable de la intelectualidad cubana no esperaba. Luego ocurrió el cierre de Lunes de Revolución, en 1961, a lo que se le sumó la publicación de su libro Cómo surgió la cultura nacional en el mismo año. Con un pequeño tiraje, fue sacado de circulación por su contenido contestatario al reivindicar el lugar del negro y la importancia de la cultura africana en un momento de transición jamás antes visto en la historia cubana. Su “retórica” fue interpretada de muchas maneras a lo largo de los años y esto afectó no solo su vida, sino también su obra. 

Walterio Carbonell, ingenuamente, en el fervor revolucionario de principios de los años 60, creyó que para derrotar la visión histórica que consideraba excluyente de Jorge Mañach, Fernando Ortiz y Ramiro Guerra, bastaba con emplear las herramientas del marxismo. Lo que consiguió fue asustar a los mandamases y sus comisarios, cuyo miedo a que llegara a Cuba el Black Power, no difería mucho del que sintieron sus antepasados esclavistas, a principios del siglo XIX, por las degollinas y los incendios de las plantaciones del vecino Haití.[4]

Los años de aislamiento impactaron directamente su producción. Aunque algunos afirman que su tiempo en la Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP) fue más “simbólico” que real, hay quienes atestiguan que dicho período fue determinante en su vida.

De una carrera en ascensión, con el cargo de periodista, docente e incluso con una participación en el Ministerio de las Relaciones Exteriores, donde ocupó el puesto de embajador en Túnez, llegó a la cima al recibir a intelectuales como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y pasó a ver todo caer de forma abrupta hasta el ostracismo impuesto por una serie de medidas punitivas de carácter cultural desarrolladas a partir de los años 60 en la Cuba revolucionaria.

La Revolución cubana dio un gran impulso a la visibilidad de la cultura popular, en la música, la danza, el teatro, y el folclore, pero, a la vez, acentuó una nueva tendencia a la homogeneidad ideológica y civil de la ciudadanía, por medio de las organizaciones de masas y la política cultural del Estado.[5]

La Revolución generó un fuerte impacto en la vida cultural e intelectual cubana. Las directrices culturales crearon nuevas configuraciones que no eran esperadas por aquellos que ayudaron a culminar el proceso revolucionario. El caso de Carbonell ejemplifica bien cómo hubo un cambio entre lo esperado (un nuevo orden social igualitario) y el autoritarismo que fue impuesto en los años pos-Revolución. 


Walterio y la Revolución

En 1959 ocurre el triunfo de la Revolución cubana y el fin de un período muy marcado por la desigualdad social originada en un régimen decadente y subalternizado por los dictámenes de la sociedad estadounidense. En ese momento de incertidumbre, cuando existía la búsqueda por organizar socialmente al país, se produjeron cambios en todos los ámbitos de la vida pública.

Aunque parte de la intelectualidad cubana tenía una fuerte predisposición al pensamiento de izquierda, había algo de producción crítica al régimen y a la represión que ya era observada. Después de la Revolución muchos quedaron en la “cuerda floja”, pues el contenido de sus escritos comenzó a ser cuestionado. Esa generación que acompañó el período pre y pos-Revolución quedó dividida entre las directrices del régimen marxista-leninista y el deseo por libertad total de expresión.

Artistas, escritores, historiadores, romancistas y poetas percibieron que, aunque fueran de orientación de izquierda, podían sufrir censuras en sus trabajos por el contenido considerado muchas veces impropio para el momento. Paradójicamente, las universidades comenzaron a recibir estudiantes oriundos de las capas más empobrecidas de la sociedad, lo que ayudó a la producción de nuevos saberes y análisis del pasado “oculto” de la sociedad cubana.  

Fue un momento donde el pasado y el presente se encontraban articulados, pero también existía el deseo del establecimiento de un nuevo orden social. Es dentro de ese escenario que Walterio Carbonell cuestiona el pasado al entender que la Revolución solo podría ser real si se nombraban a aquellos que buscaban la emancipación de la Isla y se señalaban a aquellos que jamás contribuyeron, quienes seguían siendo homenajeados incluso por los revolucionarios. 

Tras la censura de Carbonell, quedó claro que el triunfo de la Revolución cubana no alteraría la epopeya nacional narrada por los historiadores cubanos: por el contrario, se convertiría en su corolario. el dogma “con todos y para todos” fue, más que nunca, revivido, ya que permitió regular la cuestión racial y la de los disidentes. La trayectoria de la lucha independentista y abolicionista, iniciada oficialmente en 1868, habría terminado con el triunfo de la Revolución en 1959, pasando por Céspedes a Martí y finalmente a Castro, conservando así el protagonismo eurocubano.[6]

Tal crítica no fue bien recibida por los órganos oficiales, que entendían que aquel no era el momento de “dividir” nuevamente a la sociedad, sino de buscar la unidad que se configuraría en el hombre cubano, en el ser martiano que no era ni blanco ni negro, era cubano. Una vez más el imaginario actuó fuertemente y el mito de una sociedad unitaria, aquella idealizada por José Martí, resurgió en los discursos oficiales.


Walterio, el historiador cimarrón

Walterio Carbonell fue un hombre conocido dentro de los círculos intelectuales más antiguos de La Habana, algo que permanece hasta los días de hoy. Sin embargo, cuando se pregunta sobre su vida surge un silencio que evidencia el malestar que ha generado su trabajo como intelectual. 

Sus escritos, cargados de un análisis marxista, pero también direccionados al ámbito cultural, exponen el conocimiento adquirido durante el período que estuvo en Europa. Cuando llegó a Francia, el movimiento historiográfico pasaba por grandes cambios y Fernand Braudel, junto a un grupo de intelectuales, desarrollaron una nueva manera de pensar la sociedad y su movimiento. La relación entre ese momento histórico y la carrera de Walterio es indisociable. Es decir, el historiador fue parte de toda una generación que replanteó el saber histórico y su producción.

La trascendencia innovadora de los Annales con todas las matizaciones correctoras que se quiera, fue, sin embargo, un hecho difícilmente contestable. La reivindicación de una historia social analítica de carácter fundamentalmente socioeconómico frente a la tradicional historia positivista de hechos y relatos, la superación del viejo mito de neutralidad e imparcialidad del historiador, la defensa de la interdisciplinariedad, la ambición heurística inalcanzable que se desarrolló mucho más allá de los meros documentos, la única fuente reconocida por el positivismo, pero sobre todo la asignación a la función del historiador de responsabilidades mucho más trascendentes que la estrictamente entretenedora de la vieja historia tradicional, tales como la compresión total del mundo y el servicio al progreso de la humanidad son aspectos que si no son inventados por la escuela de los Annales, sí fueron por ella promovidos y plenamente legitimados por la autoridad científica de Braudel.[7]

Ese arsenal teórico marcó su vida y obra. Las cuestiones inquietantes generadas dentro de un nuevo movimiento historiográfico fueron absorbidas por el autor y están presentes en sus análisis, principalmente cuando miramos la interseccionalidad que hace entre raza y clase. La originalidad del pensamiento de Walterio consistió en establecer nuevos análisis sobre cultura y raza; algo notorio cuando pensamos en un historiador con un trasfondo marxista. 

Al traer el debate racial y cuestionar la oficialidad histórica, Walterio llamó la atención, de manera negativa, de determinados sectores sociales que no estaban acostumbrados al debate en el ámbito historiográfico. Su obra muchas veces fue mal interpretada por la intelectualidad conectada a sectores de izquierda partidaria y a los discursos oficiales. 

En su único libro publicado surgen diversos cuestionamientos donde, para algunos intelectuales, cometió errores acerca de la construcción de la historia cubana. Para otros, expuso solamente algunos aspectos ya conocidos sobre Cuba, lo que no contribuye en el ámbito de las ideas. Según Juan Goitysolo: “[l]as tesis de Walterio Carbonell eran ciertamente discutibles pero no se discutieron, el autor y su obra fueron condenados a la inexistencia, barridos a los márgenes de la nueva sociedad. Walterio siguió haciendo lo suyo, con el humor oscuro que le caracterizaba”.[8]

En ese proceso de desvalorización de la obra, características personales fueron ganando notoriedad. Irónico, sarcástico, loco y frontal, son algunos de los adjetivos que normalmente usan hasta hoy para describirlo. Sin embargo, poco se destaca la importancia que tuvo como intelectual cuestionador que buscaba mantener debates intensos, aún más cuando el tema era acerca de la historia de la nación. 

Resultaba fácil percatarse de que algo en el cerebro de aquel negro de rostro etíope, manos finas y uñas largas, que atravesaba los salones de la Biblioteca con unos ruidosos zapatos convertidos en chancletas, no funcionaba a derechas. Aquí le llamaremos, para abreviar, locura, y no con el eufemismo de «trastornos nerviosos». Pero la locura de Carbonell no era de tiempo completo, lo cual debe tener su apelativo en la ciencia de la psiquiatría […] El primer intento de charla fue un mal paso, aunque algo se logró. En vez de tomar por el camino que se le sugería, Carbonell solía ir por donde lo llevaran sus impulsos. Así, contó de sus primeros años en la Universidad de La Habana, su militancia de izquierda y de su relación con Fidel Castro.[9]

Definiciones como estas son comunes en textos que hablan sobre el historiador, lo que genera inquietud cuando pensamos en la devaluación de la producción intelectual negra que sigue marcada por el signo de la descredibilidad en muchos espacios.

No sabemos si la formación como historiador, su instancia en la Universidad de la Sorbona o su carácter cuestionador llamaron la atención dentro de una sociedad bastante controlada por los órganos oficiales. Sin embargo, creemos importante reivindicar el valor del debate que Walterio inició, principalmente en un período donde no eran bienvenidas las discusiones raciales e interseccionales.  

No soy una estrella de cine. Trabajo e investigo todos los días. Me siento vivo intelectualmente en mi país. No tengo por qué sentirme olvidado. De hecho los jóvenes me consultan, me citan, me quieren. Y aquí en la Biblioteca he encontrado un respeto hacia mi talento y un enorme cariño hacia mi persona […] Podemos debatir [se refería a la Revolución y su lugar en ella] muchos aspectos sobre si algo se hizo bien o mal, o si se pensó bien o mal, pero aquí hay una obra que no puede ser desmentida. Los que quieran utilizarme, tendrán que saber que todavía siento y actúo bajo una doble militancia: soy un viejo comunista cubano y un viejo comunista francés.[10]

El precio de la efervescencia del pensamiento de Walterio y sus cuestionamientos generaron uno de los episodios más violentos de la historia de Carbonell: el envío a una unidad de trabajo forzado, sobre lo cual circulan diversas teorías. Algunos manifiestan que su libro generó tensión en los intereses de la Revolución y también se especuló que el historiador buscaba dividir la sociedad cubana, lo que no era “conveniente” para el momento en que se concretaba el proyecto socialista. 

La historiadora Aline Helg disertó sobre el acercamiento de Walterio con el movimiento Black Power; razón quizás por la que fue enviado a cumplir trabajos forzados a mediados de los años 60. Otros investigadores apuntan que una pequeña discusión pública entre Walterio y Fidel generó el malestar que llevó al historiador al ostracismo. Sin embargo, en una de las pocas entrevistas hechas a Walterio, menciona que la represión de la que fue objeto sucedió luego de una “invitación de la Casa de las Américas para dar una conferencia”, donde subrayó durante su exposición que el negro no estaba en el poder en Cuba. Fue entonces que lo mandaron para una granja.

Precisaba Carbonell que numerosas y muy importantes páginas de la historia y el pensamiento cubanos habían salido de plumas racistas, como las de José́ A. Saco, Francisco Arango y Parreño o José́ de la Luz y Caballero. Reconstruir la nueva sociedad, que abogaba por la igualdad racial, sobre el ideario de esos pensadores de la nación, constituía en su opinión una gran ignominia y un alejamiento de la doctrina marxista. Su palabra se erigía furiosa y aparece contenida en un solo volumen, bastante delgado, publicado en 1961, único testimonio de su rebelión solitaria: Cómo surgió la cultura nacional. En este libro, Carbonell —activo militante comunista desde los años cincuenta— despliega una mirada abiertamente marxista sobre la historia nacional, colocando la cuestión racial en el centro de la lucha de clases. Su posición, sin embargo, es refutada y silenciada por las autoridades culturales de la época. Hecho sumamente paradójico cuando se recuerda que un año después de la publicación de este libro, Fidel Castro encontrará a Malcolm X en Harlem y que miembros del Black Power y de los Black Panthers visitarían frecuentemente el país, así́ como la ayuda brindada por el gobierno cubano a los movimientos de liberación africanos.[11]

Todos estos factores generaron un deterioro físico y psíquico, hecho afirmado por sus compañeros de trabajo, familiares y amigos más cercanos. El diagnóstico de Walterio es incierto. Entre los diversos relatos, escuchamos desde una depresión profunda hasta un estado de incredulidad frente al tratamiento que recibió después de haberse dedicado a las causas de la Revolución. Aunque se diga que Walterio tenía sus capacidades mentales totalmente comprometidas ya a mediados de los 90, seguía produciendo e investigando, aunque casi sin credibilidad.

Existe todavía una división entre los investigadores contemporáneos acerca de la vida y obra de Walterio. Casi siempre hay una mezcla entre sus escritos historiográficos y los hechos que sucedieron en el período posrevolucionario, lo que muchas veces aparenta casi una disputa entre quienes aún apoyan el régimen y quienes son críticos a lo que sucedió después de 1959.

Un episodio muy conocido entre los compañeros de la Biblioteca Nacional fue cuando una profesora dijo públicamente: “Si hubieras sido más serio, ahora tendrías quien te cuidara”. Cuentan que, después de escuchar tal comentario y en un momento de lucidez, salió y dijo: “Voy a ver a mi amigo”. El amigo era Julio San Francisco, quien relata lo que pasó aquella tarde: “Fue hasta mi mesa y se sentó sin interesarle un adarme si yo estaba ocupado o no. Cargaba un montón de papeles desordenados, de distintos tamaños y calidades escritos con una letra enorme. Sin duda, necesitaba espejuelos. Estaba ‘escribiendo un largo poema’ y un ensayo sobre Palo Mayombe”.[12]

Walterio vivió bajo presión, descrédito y devaluación de su trabajo por sus propios compañeros; sin embargo, siguió. Fue cimarrón hasta el final, negándose a cualquier definición que intentaran imponerle.  


La obra de Carbonell

La vida y la obra de Walterio Carbonell es una mezcla entre su trayectoria particular, su vivencia en el universo académico y sus percepciones del mundo como un hombre negro, que había salido de una isla temprano y había tenido contacto por años con intelectuales de distintas partes del mundo.

Su estadía en Francia definió mucho su forma de escribir, lo que generó molestia cuando regresó a Cuba en 1959 con el triunfo de la Revolución. Su libro Cómo surgió la cultura nacional fue más allá de toda producción desarrollada por los intelectuales de la época, en su mayoría blancos. Su única obra está compartida en XI capítulos y dos partes, que para los parámetros de hoy se asemeja más a un ensayo que a un libro académico. Sin embargo, está muy bien fundamentada. El autor profundiza en los hombres que tuvieron destaque vinculados casi siempre a la sacarocracia; es decir, en aquellos que tenían el poder de escribir los hechos históricos como mejor convenía, razón para plantear una reformulación acerca de la historia.

Una de las marcas más importantes del libro es el tema de la memoria. Para el autor, presencia/ausencia son hechos intencionales en la historia. Actualmente, en el campo académico historiográfico, sabemos la importancia de la memoria y del olvido; sin embargo, no podemos desconsiderar que estamos hablando de un autor que ya estaba analizando este juego como mecanismo de poder dentro de la sociedad a la cual pertenecía.

En el primer capítulo describe la relación que se estableció entre España y América, y la violencia del tráfico de esclavos. Los negros secuestrados de sus localidades originales sirvieron para generar ganancias en las minas, plantaciones de café y caña, posibilitando una clase de élite muy particular que, a pesar de la independencia de los demás países de América Latina, seguía sosteniendo el sistema esclavo por la suma desorbitante de plata generada por los esclavos. 

La religión, la música, los bailes y la comida ya estaban completamente adheridos a la cotidianidad de los criollos. Según el autor, las religiones africanas tenían muchos más fieles que la religión católica. 

La música africana también estaba más presente que la música oriunda de España. África era el imaginario exótico de aquellos que vivieron en la Isla. Esta relación cercana con el continente africano generó un saber acerca de las diversas regiones que lo componían. Por tanto, para el autor, entender América sin comprender esa profunda relación con África generaría un empobrecimiento en su trabajo. Así, buscó exponer que no había una cultura dominante, pero sí un sincretismo forzoso, donde los criollos aprovecharon no solo la mano de obra de los negros, sino además una cosmovisión salida de África. 

Sin embargo, con el fin de la dominación colonial con la llegada de la República en 1902, el tema del olvido se volvió importantísimo. Era necesario “borrar” la violencia, la explotación, los abusos y todo lo que el período de esclavitud representó en el continente. 

Los políticos y los escritores de los tiempos de la dominación española citaban con frecuencia al continente africano, pero los políticos y escritores de la república burguesa no quisieron jamás recordar su nombre. ¿Para qué? La república burguesa no necesitaba de África. Es curioso, los mismos hacendados, comerciantes, banqueros y curas que durante la época colonial pasaron noches de insomnio en espera de los barcos negreros cargados de riquezas humanas, fueron los primeros que, desde el inicio de la república, olvidaron el continente africano. África se convirtió en una palabra molesta para toda la gente culta.[13]

Con la instalación de la República, nació la necesidad de crear una nueva historia. Hablar de África era exponer un pasado que no era agradable a los ideales modernos que la burguesía criolla deseaba construir. Por ello, no hubo intención de problematizar el lugar del negro en la sociedad cubana, en la construcción de la cultura y, principalmente, en su participación en la independencia del país. Esto generó permanencias mentales. Carbonell expuso, además, que solo ganaron espacio en los libros de historia aquellos nombres que se beneficiaron del sistema colonial. 

La nación cubana ha constituido la columna vertebral dentro de los temas de la historiografía en Cuba a lo largo de su desarrollo, independiente de los móviles ideológicos en que cada momento han promovido su análisis histórico. Puede decirse que en la época republicana se sintetizan dos posturas fundamentales en el estudio de dicho tema: la nacionalista y la marxista. La primera tuvo como máxima expresión a Ramiro Guerra, mientras que la segunda, a Raúl Cepero Bonilla. La síntesis de estas dos posiciones será asumida por los historiadores cubanos en la década de los sesenta, a partir de lo más revolucionario de la historiografía anterior y pretende superar la hegemónica interpretación burguesa de la nación cubana heredada.[14]

Consecuentemente, los espacios hegemónicos de poder, por ejemplo, la universidad, quedaron en las manos de los hombres que se enriquecieron en los años de esclavitud y que produjeron una especie de disociación entre el pasado y el presente. Es decir, “borraron” la participación del negro en la historia nacional. Tal problemática fue abordada por Carbonell en la primera parte de su libro, resaltando que la historia estaba basada en los escritos del historiador Ramiro Guerra, quien solo exaltaba el ideario nacionalista. La democracia instalada ya era fallida. Pues ocultaba el pasado de los hombres que estaban desarrollando este “nuevo momento” de la historia política cultural cubana.

Es interesante notar que, aunque intente hacer una cronología, Walterio en algunos momentos rompe su pensamiento lineal y analiza el momento en que está viviendo, o sea, el momento del triunfo de la Revolución cubana.

A pesar de que la Revolución replantea las estructuras culturales, sociales, económicas y humanitarias, el autor igual se pregunta qué es un proceso verdaderamente revolucionario, percibiendo que las estructuras mentales tienen un peso que imposibilita, incluso a algunos revolucionarios, entender que sin la reconstrucción historiográfica la sociedad cubana no avanzaría ni tampoco cambiaría de manera efectiva como dicha revolución prometía: “Es muy saludable para el pueblo que Fidel Castro le haya recordado el pasado de la antigua clase dominante. Este recordatorio es muy saludable porque todavía sobreviven en la conciencia de muchas gentes los prejuicios y vicios mentales que fueron creados por las condiciones sociales del pasado”.[15]

Para el autor, las afirmaciones impuestas por la burguesía durante una larga duración histórica no servían a un propósito de cambio social. Con esto, era necesario un rompimiento con las estructuras del pasado. Ese aspecto de Walterio era novedoso para el momento, pues planteaba que un cambio solo en la materialidad no podría lograr una alteración real si las bases psíquicas de los individuos seguían inalterables. La real igualdad vendría solo de una revisión histórica donde los principios burgueses fueran efectivamente abolidos de Cuba.

La radicalidad extrema de algunos planteamientos de Walterio no podía ser entendida, al margen de la desmesura explicable en un discurso no pocas veces concomitante con el panfleto. Pero detrás de la cualidad ígnea de su exposición es posible descubrir una concepción marxista de la historia que se apartó de todo tipo de mecanicismo y aherrojamiento dogmático. Cuando nos dice que “ni la nación ni la cultura nacional son exactamente las clases sociales, son un producto” y que “el problema de la formación de una nación y su cultura nacional requiere un análisis que va más allá del mero análisis de las condiciones materiales de una sociedad y sus conflictos clasistas”, cuestión harto más complicada en Cuba por cuanto en el siglo XIX “no solo estaban en conflicto las clases fundamentales, los esclavos y los esclavistas, sino también la formación psíquica y cultural de la población española y africana”, el autor daba un paso decisivo en la articulación dialéctica del tema abordado. Antes había hecho trizas lo que llamó “concepción libresca y aristocrática de la cultura”, al preguntarse si “será cierto que nuestro inventario cultural está integrado por el conjunto de ideas reaccionarias de Arango y Parreño, José Antonio Saco, Luz y Caballero y Domingo del Monte” o si “acaso la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición cultural”.[16]

El legado de la obra de Carbonell consistió en el cuestionamiento y el estudio de las estructuras materiales y mentales que muchas veces forman una amalgama casi inquebrantable. Por lo tanto, la “radicalidad” del proceso revolucionario no podría ser concretada sin la comprensión de las alteraciones necesarias para la construcción de una nueva sociedad.


© Imagen de portada: Walterio Carbonell / Collage.




Notas:
[1] J. San Francisco: “Un brindis por Walterio Carbonell. Mi lucha por la libertad de Cuba”, en http://blogs.periodistadigital.com/juliosanfrancisco.php/2008/04/17/un-brindis-por-walterio-carbonell.
[2] P. de la Hoz: “Walterio Carbonell, un intelectual en la pelea”, en http://diariodominicano.com/?p=71124.
[3] En Lunes de Revolución, 30 de noviembre de 1959.
[4] L. Cino: “A Walterio Carbonell le dieron la razón demasiado tarde”, en https://www.cubanet.org/destacados/a-walterio-carbonell-le-dieron-la-razon-demasiado-tarde/#:~:text=A%20los%20argumentos%20de%20Carbonell,prendido%20de%20conciencias%20y%20percepciones.
[5] R. Rojas: Historia mínima de la Revolución cubana, El Colegio de México, México D. F., 2015.
[6] A. Helg: “Os afro-cubanos, protagonistas silenciados da história cubana”, en Revista de Estudos e Pesquisas sobre as Américas, 8(1), 2014, pp. 29-51.
[7] R. Garcia: “Braudel y la escuela de los Annales”, en https://elpais.com/diario/1985/11/30/cultura/502153201_850215.html.
[8] J. Goytisolo: “La belleza del físico mundo, los horrores del mundo moral”, en https://elpais.com/diario/2005/04/10/opinion/1113084008_850215.html.
[9] M. Cabrera: “La locura de Walterio”, en https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/la-locura-de-walterio-81026.
[10] P. de la Hoz: “Walterio Carbonell: filo, contrafilo y punta”, en La Jiribilla, 23 de noviembre de 2020.
[11] O. Casamayor y C. Mora: “Negros de papel: Algunas apariciones del negro en la narrativa cubana después de 1959”, enhttps://journals.openedition.org/artelogie/10494?lang=es.
[12] M. Cabrera: ob. cit.
[13] W. Carbonell: Cómo surgió la cultura nacional, 2da. ed. corregida, La Habana, 2005, p. 9.
[14] Y. Martínez: “La dimensión ideológica de la nación cubana en la historiografía de los años sesenta en Cuba”, en Santiago, no. 150, 2019, pp. 526-544.
[15] W. Carbonell: ob. cit., p. 19.
[16] P. de la Hoz: “Walterio Carbonell: filo…”, ed. cit.




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