Gracias, Marta

El oficio de traductor siempre ha sido relegado a un segundo plano. La mayoría de las veces solo se menciona el nombre del autor, si el libro tiene éxito, y, en una tipografía más pequeña que la del título y el escritor, casi imperceptible, el nombre de la persona que ha traducido el libro. 

No han sido poco los escritores que han dedicado su tiempo a hablar sobre el oficio de la traducción a nuestro idioma, el español. Augusto Monterroso, Jorge Luis Borges, por citar unos. En el caso de Monterroso, resulta hilarante su escrito Sobre la traducción de algunos títulos, donde no en vano cita a Borges en el epígrafe, sino que también saca a colación las curiosas traducciones de Oscar Wilde, de Thornton Wilder, de Henry James y de William Faulkner. 

Aparte de textos sobre el oficio propiamente, también existen traducciones célebres por su rigor y complejidad, como la del Ulises, de James Joyce, al cuidado de José María Valverde; o las de El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, hecha por Luis Doménech. 

En mi caso, he disfrutado miles de traducciones, sin siquiera reparar en ellas, pero, de un tiempo a acá, estoy un poco más interesado en el tema y prescindiendo del axioma de traduttore, traditore, con las de Paul Auster a cargo de Benito Gómez Ibáñez, con las de Milan Kundera por Fernando de Valenzuela, incluso con las de Cormac McCarthy a cargo de Luis Murillo Fort. 

Mijaíl Súslov, ideólogo del Politburó, dijo que la novela de Grossman era hostil al pueblo soviético.

Y últimamente, porque la vida y el destino así lo han querido, con la de Vida y destino a cargo de Marta Rebón. En esa la edición, que llegó a mis manos por el azar de no querer asistir a una exposición de pintura y tener casi que ir en contra de mi voluntad, arrastrado por una amiga pintora, la segunda de Círculo de Lectores del año 2009, aparte de la archiconocida fotografía de Arkady Shaiket que se aprecia en la cubierta y el título en un color azul pastel, poco se dice de la traducción y, por ende, de la traductora. Excelente trabajo, por lo demás. Se menciona el nombre de ella tres veces en distintos lugares y ya.

Lograr leer Vida y destino en español es algo invaluable. Es la novela por excelencia del estalinismo. Es un retrato de la sociedad, del Zeitgeist soviético y es, en sus más de mil páginas, un monumento a las víctimas de los totalitarismos. 

Solo quien lo haya vivido y sufrido puede hablar de ello; solo quien ha padecido la experiencia de nacer, crecer y vivir en un régimen totalitario puede identificarse y, por supuesto, ver reflejadas sus penurias en algún personaje de la novela. 

Es necesario para los jóvenes de hoy conocer los avatares de la URSS, a través de la experiencia de Vasili Grossman, a quien le incautaron hasta las cintas de la máquina de escribir al intentar publicar el libro, y la labor de Marta Rebón para que ese fantasma del totalitarismo no ronde más nuestro tiempo. 

Habría que agradecerle mucho a ella ―quien además ha traducido otras obras medulares para entender el fenómeno de la URSS como El maestro y MargaritaEl doctor Zhivago, y también a autores como Nabokov, Dostoievski, Lev Tolstoi, Yevgueni Zamiatin y Nikolai Gogol― el hecho de que leamos en nuestra lengua las obras literarias que han reflejado la realidad soviética. 

De cómo me hice de Vida y destino viviendo en La Habana es bueno hablar.

Mijaíl Súslov, ideólogo del Politburó, dijo que la novela de Grossman era hostil al pueblo soviético, que beneficiaría más a los enemigos que al propio Partido y que jamás sería publicada. Años antes, el mariscal Kliment Voroshílov, había intentado sin éxito enlistar a Vasili Grossman en el Partido Comunista de la URSS. Quizá su rechazo fue lo que propició la incautación de la obra por parte de la KGB. 

Más allá de los Sháposhnikov, de los pasajes de Krímov en la Lubianka y las descripciones sobre este lugar del terror, de Nóvikov y sus tanques, de los avatares de Sofía Ósipovna en la cámara de gas o incluso de las divagaciones del propio Grossman, a modo de reflexiones o maneras de entender la vida como escritor, Vida y destino nos sirve como ejemplo de lo que fue, en la práctica, lo más apegado a la realidad posible, la gran mentira soviética, la vida de sus ciudadanos de a pie, el sitio de Stalingrado, incluso en un par de certeras pinceladas bien traducidas, sendas caracterizaciones de Iosif Stalin y Adolf Hitler. 

Y también, que es lo más importante, es un disenso monumental en contra de ese realismo socialista que el órgano propagandístico soviético quiso impulsar a la fuerza y del que casi nadie se acuerda hoy. Vida y destino es la cara convexa de una novela anterior escrita por el mismo Grossman, de Por una causa justa

De cómo me hice de Vida y destino viviendo en La Habana es bueno hablar. Acá, leer algún título en específico ya es algo complicado, debido a la dificultad para conseguirlos, para hacerse de ellos y/o seguirle la pista a algún que otro autor. 

Fue entonces cuando leí el apellido de Grossman en letra capital.

La mayoría de las veces, con suerte, se consiguen de segunda mano, puede que en muy mal estado y a precios desorbitados. Pero, si se trata de escritores como el propio Grossman, Alexander Solzhenitsyn, Svetlana Aleksiévich, u otros que hayan sido críticos con su régimen, es remotamente imposible. 

Cierta tarde asistí a una exposición de artes plásticas de un reconocido coleccionista de arte cubano y antes de empezar, en la charla inaugural, el propio coleccionista había dejado claro que, las obras que se exhibían, para conservar la atmósfera en las que las tenía en su propia casa, había intentado trasladarlas tal cual a la galería. 

Para ello, algunas de las piezas de formato pequeño, que en su casa debían estar sobre una mesa de noche o algo parecido, así mismo se verían en la galería. Para rematar, a modo de aclaración, el coleccionista, por lo demás, un extranjero ―usualmente son los únicos que pueden darse el privilegio de coleccionar obras de arte en Cuba y tener acceso a los buenos libros publicados en otros países―, había dicho que, junto a las piezas de pequeño formato en sus respectivas mesitas de noche, había trasladado también su modesta biblioteca a la galería. Libros que estaban, como era de esperar, sobre las propias mesitas de noche y en distintos compartimentos de las mismas. 

Con la atención puesta más en los lomos de los libros que en las obras, fue entonces cuando leí el apellido de Grossman en letra capital. Más abajo, el título del libro y el logotipo de la editorial, todo de color blanco. 

Se lo comenté a la persona que me acompañaba. Ella era artista visual, pintora. Y sin decirme nada, no lo pensó dos veces. En un impasse en el que nadie prestaba atención a la exposición, por la llegada de otro de los artistas que participaban en la muestra, a expensas de la cantidad de cámaras de vigilancia en el lugar y de algún que otro custodio que caminaba cada cierto tiempo por la sala, ella aprovechó, se agachó, sacó el libro de su sitio y se apropió de él. 

Otra vez, y siempre, muchas gracias.

Luego, más tarde, al salir de ese lugar, para sorpresa mía, me lo obsequió. Sin yo esperármelo. 

Conseguir Vida y destino, en La Habana, es muy difícil. Siempre lo supe. De no haber aprovechado esa ocasión, no habría manera de que, luego, hubiese pasado tres meses enteros sumido en la lectura de una novela que no solo me ha servido para reafirmar lo que mi propia experiencia me ha hecho ver, sino también para preguntarme de qué otra forma podríamos tener acceso nosotros, los lectores hispanos y jóvenes ―en el mundo libre con más facilidad, tal vez―, a las verdades expuestas en esta novela de Vasili Grossman, de no ser por la esmerada traducción de Marta Rebón. 

No queda de otra que, así con ese nombre de resonancias bíblicas que podría remontarnos a la visita de Cristo a Betania para decirle a Lázaro la conocida frase de ¡Levántate y anda!, agradecerle a Marta Rebón también que, de cierta forma, ella con sus traducciones también nos ha levantado y nos ha hecho andar a través de esa literatura que, por nuestra edad, los jóvenes hispanos debemos conocer y de la que muchos regímenes totalitarios han intentado prescindir, borrar, mas les ha sido imposible. 

Otra vez, y siempre, muchas gracias. 





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Eduardo López-Collazo es físico nuclear, doctor en Farmacia e investigador. ¿Su sueño? Eliminar la metástasis. Desde 2014, su nombre aparece en la lista de los gais más influyentes de España. Es colaborador habitual de este podcast.






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