Cleopatra ascendió (a pie, sin ninguna ayuda) al trono del Cairo a los 17 años y murió a los 39. Hablaba ya, para el viaje final, nueve idiomas. (Que eran todos los conocidos del momento.) Era evidente que necesitaría algo más. Menos enrarecido. Así que se sentó a esperar por mejores aires, tal vez renovadores.
La enseñanza, desde los tiempos prebíblicos resultaba gratuita allí, incluso si no se disponía de ristras de especias fenicias con qué abonar a cambio, hasta para los peores peones de la construcción.
Periódicamente este privilegio se sometía a revisión, muy poco parlamentaria, y era reajustado por razones de presupuestos.
Conocía la reina el lenguaje del Antiguo Egipto y había aprendido además a leer jeroglíficos, un caso único en su dinastía, donde la mayoría se la pasaba conectada con mundos paralelos. La inversión foránea constituía prioridad entre aquellas gentes. Ahí están, cuales pruebas majestuosas e imperecederas, las pirámides: enormes y vacías.
El turismo no ha conseguido cargar con ellas. Y no quedan quizá rastros de OVNIs. Aparte de eso, Clío conocía el griego y los distintos dialectos de los partos, hebreos, medos, trogloditas, sirios, etíopes y finalmente el de los árabes, quienes aún no sabían qué hacer con su petróleo. El Mar Rojo seguiría siéndolo hasta que empezaran a ocurrir delicados derrames.
Se dice que los anarquistas bebieron de ese amalgamiento cromático, con algas y todo. Frente a tales discernimientos, cualquier libro del mundo se encontraba abierto para ella. Incluso los de condolencia.
Además de idiomas, estudió geografía, historia, astronomía, diplomacia internacional, matemáticas, alquimia, medicina, zoología, economía y otras disciplinas como el combate frente a frente (solo el verbal, aclaró un polémico día). Y terminó colgando todos los papiros universitarios en su recámara real, al abrigo de tan malos ojos.
Intentó acceder a todo el saber de su época. Y lo consiguió.
Era, lo que después se conocería como “una mujer del cuero”.
Durante muchos años ordenó reescribir algunos enigmas atrasados que debían de actualizarse y fue amada y odiada por ello.
Cleopatra pasaba mucho tiempo en una especie de antiguo laboratorio. Precursora acaso de Mme. Curie, radiada igualmente.
Escribió algunas obras relacionadas con hierbas y cosméticos. Nada del surgery, sin embargo. Cuando este apareció, cerró fronteras.
Desgraciadamente, todos sus libros quedaron destruidos en el incendio de la gran Biblioteca de Alejandría, en el año 391 DC. (Nerón jamás se enteró, y Marco Antonio estaba bañándose en el Nilo mientras domeñaba cocodrilos. Augusto buscaba incesantemente agujas en el pajar. Y don Aurelio, nada supo, pues como siempre, en las nubes.)
El famoso físico Galeno estudió aquella obra suya —nadie sabe cómo— y fue capaz de transcribir algunas de las recetas ideadas por Cleopatra. Hay rumores de que el tan llevado y traído punto (G) siquiera lo fuera tanto.
Uno de estos remedios, que Galeno además recomendó para sus pacientes, consistía en una crema especial que podía ayudar —a los hombres calvos— a recuperar su pelo. (Trauma ancestral proveniente de la Vía Láctea, pues según se cuenta: nada de palo.) La industrialización antialopésica posterior no halló rastros de nada de eso y le metieron mano a la placenta, sin éxito.
Solo resultó apreciable esto último, en los bajos índices de natalidad postreros y en la estampida migratoria de personas potencialmente fértiles. Los libros de Cleopatra sobre el tema concluían con un corolario impresionante: “lo único que detiene cualquier caída es el piso”, y ordenó no escatimar en mármoles.
Sus obras también incluían otros trucos de belleza, pero ninguno de ellos ha llegado hasta nosotros. Baste mirar su imagen, obra excelsa de la imaginación. Y del entusiasmo barriotero.
La reina de Egipto estaba asimismo interesada en la curación mediante yerbajos y gracias a sus co(no)cimientos de tantas lenguas —como la de vaca— tenía acceso a numerosos pergaminos que se encuentran perdidos a día de hoy.
Su influencia en las ciencias y la medicina era bien conocida durante los primeros siglos del cristianismo. Lástima que por agnóstica fuera censurada. Sin duda alguna, la Cleo creo que fue una figura emulada en la historia y la homeopatía humanas.
Nunca le agradecieron lo suficiente por descubrir el aceite de argán y que luego se hicieran, masivamente enardecidos, la queratina. Para ir al desfile.
El Güili: la inocuidad de los congresos frente a la desidia de las congregaciones
En 1305, era ejecutado (triducidadoramente) William Wallace, el mítico caudillo del ejército rebelde escocés.
El 23 de agosto, en la plaza Smithfield, la fiscalía militar (mezcla de horca con carnicería) trepó al valiente Guille para descuartizarlo sobre un maderable potro, después de colgarlo y dejarlo balancearse un rato, como advertencia de que su cabeza sería pinchada sobre una lanza de acero oxidable en el puente de Londres, y anunció que enviarían brazos y piernas del finado a cuatro poblaciones relativamente (equis-X) distantes, como forma póstuma de ojo-menear la rosa de los vientos. (Para que dispersase tanto en-va-lento-ná-miento baldío.)
Algunos interpretaron el gesto como un guiño maldito a los rosacruces. Santificándose.
Sobre su vida, numerosos historiadores han escrito diversas versiones. (La tinta de los tiempos ha emborronado cuartillas.) Habría nacido entre 1270 y 1272 (cual si ello importara, lapsus más-menos), hijo de un humilde propietario de bienes sin raíces, en Renfrewshire.
Asistió el mozalbete al colegio de Dundee, en donde se dice que apuñaló al hijo del gobernador, tras ser insultado. Su tolerancia hacia lo diverso comenzaba así a florecer. A la espera de los frutos.
Tuvo una esposa, además de un grillete, nombrada Marion Braidfute, quien murió en 1297 pero no nació, hasta hoy. Gracias a D(i)os.
Tras ocultarse algunos años en los bosques, ecologista al fin, encabezó la reacción nacional contra los planes de conquista de Eduardo I de Inglaterra.
En mayo de 1297, condujo un ataque contra los llamados “realistas (socia-listas)” en Lanark, y posteriormente viajó (a pie, dado el cero combustible) hacia el norte, para unir fuerzas con Andrew Moray. Otro verde. Y otro. Así. Su anuncio de “que para el dos mil va verde todo”, causó conmoción.
Al frente de una partida de insurrectos zarrapastrosos enfrentó al Conde de Surrey, muy bien vestido, y lo derrotó en Stirling, el 17 de junio de 1297. Posteriormente, asoló las poblaciones de Inglaterra desde Southampton hasta York. Colectando ropas para damnificados.
De regreso a Escocia, ya con nao propia, se le otorgó el título de Guardián del Reino. Era entonces gran verdad que tanta beldad tuviera puertas. Y el Parlamento aprobara la plantilla de custodio. Subrogando la de vocero.
No obstante, sin el apoyo de la nobleza (entretenida en otros fines personales) del país, Wallace y sus hombres terminaron derrotados por los canallas ingleses en el combate de Falkirk, en julio de 1298. En los años siguientes nada se supo de él. Ni de sus canillas.
En 1304 quedó expresamente legislado por un código votado en secreto como “ente fuera de la ley por negarse a comparecer ante un congreso celebrado en Saint Andrews por nobles ingleses y escoceses”. Entonces no solo aparecieron sus canillas, sino también sus manos, largamente extraviadas. Era un tipo urticantemente incómodo a cualquier tipo de autoridad. Por eso lo cercenaron antes.
Su argumento fue que no entendía de “amistades de última hora: ni de lo irrompible de semejantes asociaciones”. Un galimatías sabroso.
Finalmente fue hallado (en paños mayores) y juzgado por alta traición, cargo que impugnó con la frase: “jamás juré lealtad a ningún rey políglota”. Y sonrió.
Ya saben ustedes lo que tal cosa significa.
Mi Nero: La belleza del infundio contrasta la fealdad del déspota
De niño fue separado de su madre y alejado de Roma por orden del padre. Ahí empezó todo. Fue un destutanado precoz. Creció apartado del cariño de la familia y criado como un plebeyo. Entonces se le apareció doña Iracundia. La advenediza.
Aficionado a dictar edictos, se volvió adicto dictador.
Es noticia que estando actuando en un teatro de Nápoles (era tronco de aficionado al petit-show), hubo un terremoto y ordenó que nadie se moviera de sus asientos hasta que terminaran la actuación, y sus divinos cánticos, bajo orden de muerte: si alguien se atrevía a abandonar el recinto, pues, ¡suábana!
Bebía abundante vino en copas de bronce, tan sediento sedentario, al cual le añadía mercurio para darle sabor. O brillito. Dios sabrá.
Esto dio lugar a que le afectase mentalmente ingerir restos de plomo. Y delirara por la cañería. Se enamoró así del arte apagafuegos. (Manguero-filia, le decían.)
En una de sus borracheras, dio una patada en el vientre a la consorte Popea, quien falleció hermosamente embarazada.
Las obsesiones por tanto remordimiento (a-veces lacri-meaba un poquitico) no le dejaban vivir tranquilo y decía que el fantasma de su madre y el de su exesposa le perseguían. Con o sin sábanas.
Se pasaba las noches buscando por los pasillos de palacio a la pateada y llamándola después de muerta. Casi siempre curda. Envuelta la testa en una toalla. Entonces apareció Esporo, el joven que fue castrado para poder casarse con el magnífico jerarca.
Se ordenó cambiar (jurisprudinconsultíveramente y sin que mediara contraloría) el orden atroz de las Familias. (El chico evocaba ciertos he(le)chos: llevaba güevos bajo las hojas.) No obstante, Nerón Claudio César Augusto Germánico, conocido en la historia solo como Neroncito, fue uno de los emperadores romanos más heteros que hubo.
Mi Nero sentía una atracción especial por los efebos, término para referirse a los adolescentes de unos 14 a 18 años. En la Antigua Grecia, los efebos eran instruidos en la ephebeia, una institución sexy que preparaba a los adolescentes para enfrentar la vida en diversas áreas. Las bajitas, sobre todo.
El emperador, itinerante consumado sin visa, puso sus ojos en el muchacho de belleza andrógina que robó por completo el corazón y la atención inmediata, además de sus aposentos. Diversas fuentes dicen que esto ocurrió debido al gran parecido de este personaje con su ex. Pero es que siempre hay muy malas lenguas sueltas. Sobre todo las de Antínoo pos-Adriano.
Lo que comenzó como una relación únicamente de pareja, se fue convirtiendo para Nerón en una se(nti)mental. Este no fue el único matrimonio entre un emperador y su efebo. Tras la muerte del (m)amado, el compañero Esporo se casó con el emperador Otón. Un ser glotón.
La imagen que la neo historia ha hecho del finiquitado es la de un monstruo, psicópata y pervertido. Además del matrimonio con Esporo, el otrora joven emperador se vio envuelto en varios acontecimientos sonados desde las antípodas: mandó asesinar a su madre, Agripina la Menor. También matar a su esposa: Claudia Octavia y la ya mencionada Popea Sabina, de una coz (y con martillo).
Pero pudo tratarse de otra confabulación de necios. Fuera acaso cuestión de fado. ¿O fue el fatum? “Él tuvo la mala suerte de ser el último emperador de la dinastía romana Julio-Claudiana”, dijo una voz popular. “Otra Empresa Consolidada”.
Entonces, cuando murió, hubo un período de guerra civil y caos con apagones, y después de eso, una nueva dinastía irrumpió. Obra de mera continuidad.
Todas las historias sobre Nerón se escribieron bajo esta nueva claque que debía legitimarse a sí misma y representar al período anterior de la peor manera posible”. Continuó rezongando aquella voz gangosa. “Por eso es que no tenemos una visión objetiva de él. Es increíble pensar en cómo se escribe la historia y en cómo se manipula para enviar algunos mensajes”, concluyó. Una vez muerta.
El tiempo en el que gobernó Nerón “fue un período de continuas sospechas y condenas políticas, de conspiraciones y represión despiadada, que terminaría trágicamente con el suicidio suyo, tras haber sido declarado enemigo del Estado por el serio Senado Capitolino”.
Es verdad que no hubo ninguna cena. Ni siquiera apóstoles. Tampoco es cierto que se encontrara aquel contemplando el incendio de Roma, mientras componía arpegios inclasificables con su lira. El arpa otra le cogió candela, estando medio dormido, pero en el cuarto… de una meretriz nombrada Tula Apolonia. Amiguita de Hergémones, el pediatra.
La noche del 19 de julio del año 64, cuando la cúspide del imperio comenzaba a consumirse, estaba el también capitán de bomberos del reino, muy lejos; en Antium, localidad situada a 42 km. Era la época del secano.
Y no tenía a mano caballos ni palomas. Tampoco ganas. (Luego supieron de ciertos experimentos suyos con vidrios de aumento y fosforito.)Pero mi Nero nunca supo encender casi nada. Ni con palitos.
© Imagen de portada: Will Cuppy.
Dionnys Matos: “La forma de mostrar lo bello”
La última serie fotográfica de Dionnys Matos (Holguín, 1991), ‘El orden de las cosas’, que se expuso en la galería neoyorquina Thomas Nickles Project, se vendió como merengue en la puerta de un colegio.