Tenía una puntería del carajo.
Según el fotógrafo que lo retrató aquella noche pegajosa de 1984, Fidel mató 76 patos en apenas tres horas.
Es decir, de los cielos cubanos caía un pato cada dos minutos y medio. Y el comandante de camuflaje solo se fue en blanco en un disparo, para un 98.7% de efectividad.
Qué digo yo del carajo. Retiro lo dicho.
Tenía una puntería del recontracoño de su madre.
Solo por esa habilidad histórica, Fidel se ganó gobernar Cuba como la gobernó, hasta el último cartuchazo.
La cara del fotógrafo es todo un poema.
Ninguno de los dos sabe cómo sostener esas escopetas. Pero las sostienen. Eso es lo que cuenta ahora, ambos ya cadáveres de cara a la posteridad.
¡Si es que hasta parecen un dúo de guitarristas de rock!
Fidel haciendo la prima, como de costumbre, punteando las notas más agudas de una sinfonía siniestra llamada Revolución Opus 1959. El extranjero, que moriría una década antes que su protagonista, luce más bien relajado, si acaso deslizando algunos acordes de bajo para acompañar al premier. Como quien retrata a un chinito que va a morir con la tapa de los sesos hecha un colador.
El regajero de sangre no toca ni con un glóbulo rojo las botas de charol del estadista cubano. Nuestro Poncio Pilatos tropical de Rolex y Mercedes Benz sabía muy bien cómo lavarse las manos y los pies.
Al contrario de otros criminales en el poder, Fidel es hoy una metáfora de la vida y de lo vital. Y lo será cada día más, según el tufo de sus víctimas vaya sublimándose en el aroma del olvido.
Los patos, por su parte, seguirán siendo patos y nada más que patos.
Seguiremos siéndolo. Patos nada más, entre tu vacío de vida y el mío.
Fotos: Eddie Adams
Malecojones
Nos queda por ganar esa guerra. Antes y después del 5 de agosto de 1994. Antes y después del 11 de julio de 2021. Antes y después del 1º de enero de 1959.