El caminante no despertará
de aquella siesta
No se enterará del rayo
De la muerte del joven
Y la espora
Colmada de nuevos nacimientos
No sabrá siquiera
De su propia muerte
Muerte ignorada
Quizás peor que la muerte que duele
La que deja constancia y espanto de decir
“Ah, miren, estoy muriendo”
El tiempo es horror
El infinito
No sé de qué indiferencia
De cuál coraje se dotaron los gimnastas
Para subirse al gajo y hablar de eternidades
Habrá que tener buen cuerpo
Y buenas manos para pensar el después
Yo no
Yo no puedo
En madrugadas
Mientras el reloj me abraza y sudo barrio
Tengo que golpear paredes
Rajarme la frente para no pensar
Concepto tan raro
En la oscuridad del pueblo
Con las estrellas al alcance de un gesto
Madre hablaba de cocuyos posesivos
Y tías de encierros
En cuatro paredes y abandonos
Yo pensaba en muertos
En resucitaciones distantes
Pensaba sin miedo
Junto a la vicaria y el alcanfor
Entre sonidos de vientos
Y exhaustos papalotes
Ahora no pienso porque tengo miedo
Tengo miedo
Miedo
Miedo a buscar
Miedo a encontrar
No es el Monte
“No es el Monte Emilio”
Me dijo el mulato afrancesado
Intentando respirar en la pirámide empapelada
De bagazo y sueños
Eran sus mañanas
De utopías frágiles
De vender caramelos e ir a pelear con el Ché
Fue aquello del “Black Power”
y la pelota de arroz brillante
en la embajada china en París
“Me están buscando
Tal vez para meterme preso
Para robarme el poema
O darme el carnet”
No es el Monte que disminuye al negro
Y lo hace cimarrón
No es el matorral de tilos suaves
Y guayabas
No es el arroyo manso
Con meandros ahistóricos
Ni el colibrí goloso
En torno a olores de amor
La mosca descarada
Sobre mieles tenues
El tomeguín desencantado
O el sinsonte apócrifo
Esos no son
No le gustó Santiago
Ni su charco altanero
Descartó adoquines
Historia
Rones por tomar
Bayamo le atraía en cambio
En todo caso no es el Monte Emilio
Es la Selva
La Selva negra
Negra de piel
Y no de metafísica y arrepentimiento
La raíz
La ruta amarga y violenta
La sangre
La Pradera
El cuello de la jirafa
El cuero del hipopótamo
El cinto del león
No es la música es la bulla
Dios gritando en el tambor
Y yo muriendo
Yo muriendo
Por eso hago enorme este poema
También lo hago para ti
Para aplastar a Eliot
Y eternizar a Ngombe
Por eso me levanto entre los uniformes
Por eso delato a mi hermano
Lo hago por eso porque necesito tiempo
Un tiempo de prosa
Para hacer poesía
África
Selva originaria
África
Fuerte como mil versos
Y cruel como cinco abriles
África insular con morenas escarpadas
Y cepos confirmadores
Islas profundas
Continentales
Que asalta la abeja
Y perpetúa el alacrán
África entonces no América
Entonces no el Monte sino la selva
El Monte no
Y si no es la Selva
Aún no será el Monte
Será la Ruta
La Costa
El Océano
―playa feroz―
Será el bastidor sonámbulo
Que obliga a mirar estrellas durante meses
Es el barco
Y el viento sur
Con sal marina y algas avisadoras
El destierro es incluso
Menos Monte que ciudad
En la ciudad la vida
puente y exposición
acero
Maxim y metralla
Una marcha optimista en la acera
donde todos pueden opinar
sobre sus pasos
Donde pueden discrepar del poeta
y el vino
y los sembrados de papa
Muerte en la playa
El océano
La costa
La biblioteca
La llanura castellana detrás de un conejo
La selva
El Everglades
En la albufera floreada una garza mira al norte
Está posada encima del ciprés
A unos cinco pies de altura
K la mira
Desde otros tantos
Árboles
Antenas
El ángulo es perfecto
Pregunta
Si hay noticias de El Castillo
Piensa
Si en la casa le recuerdan hoy
Hace años que marchó sin constancia
Sin dejar nota
Ya no le quedan versos
Pero sí una firma
Unos dedos
que en el alma tuercen
y en el pantano moran
* Tomado del libro Everglades de Emilio Ichikawa (Letra Capital, Valencia, 2009).
Magali Alabau
Magali Alabau. Poeta. Nació en Cuba y reside en Nueva York desde 1968. Estudió teatro. Ha publicado entre 1986 y 2016 nueve poemarios.